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El virus que nos recordó que solo somos humanos

Dácil Jiménez

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Queda poco para que acabe el confinamiento, al menos su parte más restrictiva, y sé que echaré de menos algunas cosas, porque no todo ha sido malo en estas semanas metidos en casa (quienes lo hemos cumplido a rajatabla). 

Por ejemplo, el silencio en pleno centro de Santa Cruz de Tenerife. Desde que nos recluimos en casa hemos podido dejar abiertas de par en par las ventanas, escuchando solo el sonido de los pájaros, algo inaudito cuando vives en una de las zonas más concurridas de la ciudad. Sin coches ni gente, Santa Cruz ha adquirido un encanto especial, una tranquilidad extraña pero agradable, algo que con el paso de los años recordaré con cariño. Estoy segura de que no volveremos a ver así nuestras ciudades, porque al pararse todo hemos podido sentir, ver y escuchar lo que normalmente pasa inadvertido.

En estas semanas han sido varias las veces que los servicios de limpieza y el Ejército han desinfectado aceras, bancos, papeleras... Añoraré ver la calle completamente limpia. Eso no debería terminar con el estado de alarma sino convertirse en sana costumbre y que cada poco se desinfectaran los centros neurálgicos de las ciudades, como estaciones, centros de salud, paradas de guagua... sin importar el coste económico. Hace poco, antes de todo esto, una política en otra comunidad proponía gastar miles y miles de euros en construir una noria gigante. Sí, una noria gigante. Las prioridades se han distorsionado absolutamente. Hace unos años asistí a una conferencia sobre evolución, inteligencia y astronomía en la que uno de los ponentes señaló que cuando una especie empieza a hacer excentricidades en su evolución es que está cerca de su extinción. Tal vez esa noria sea una de las señales.

El coronavirus nos ha enseñado algo, y es que hemos llegado a un punto en el que hemos perdido o errado el rumbo, que el “cuanto más, mejor” acabará con nosotros, y más en estas islas en las que el territorio es limitadísimo y soporta unos niveles de población (entre habitantes y turistas) altísimo. 

Algunos dicen que nada volverá a ser igual después del coronavirus; yo en este punto soy pesimista. Aplaudo a los héroes de esta crisis, pero creo que son héroes efímeros que pronto pasarán a un segundo (o tercer, o cuarto) plano. Creo que más pronto que tarde todo volverá a ser como siempre y la crisis de la COVID-19 quedará en el recuerdo colectivo como anécdota curiosa en nuestras vidas. No creo que se tomen medidas definitivas para mantener las ciudades más limpias, no creo que se contamine menos, no creo que se refuerce y priorice la sanidad pública, no creo que se antepongan la comodidad y el bienestar de las personas a los beneficios económicos. No creo que de la noche a la mañana la gente empiece a respetar el “espacio vital” de los demás. Creo que muy pronto volveremos a ver toalla con toalla en las playas, hospitales públicos menospreciados, tranvías, metros y guaguas repletos, enormes colas de coches, tiendas atestadas de gente, aviones con las filas casi juntas, fiestas multitudinarias, restaurantes y bares con las mesas prácticamente pegadas... Regresaremos al “si caben 20 sillas, mete 30 y ganamos más”, aunque se pierda en comodidad, privacidad e incluso, como ahora ha quedado claro, en salubridad.

La crisis de la COVID-19 ha sido un paréntesis mundial en el que hemos podido ver que la naturaleza no necesita milenios para olvidarse de nosotros y reconquistar lo que es suyo, que somos una especie ruidosa, sucia e invasiva, y que somos los únicos seres del planeta que avanzan a pasos agigantados hacia su propia destrucción. Este virus ha sido como apagar la luz en mitad de la noche para observar las estrellas y sentirnos pequeños y frágiles. Ahora volveremos a encenderlo todo y se acabará la magia que nos ha brindado este momento irrepetible. Nos olvidaremos de todo y de todos y, por desgracia, las víctimas de esta pandemia se convertirán en un arma arrojadiza entre políticos.

Me encantaría que después de todo esto las ciudades se transformaran en un lugar en el que cada uno disfrutase de más espacio y de mayor calidad, y que fuéramos más conscientes de que no somos invulnerables y hay que cuidarse y cuidar lo que nos rodea. Así, después de todo el daño y sufrimiento causado, con miles de enfermos y víctimas mortales, este habría sido el virus que, finalmente, nos recordó que solo somos humanos. 

Puede que esta sacudida haya sido solo el primer aviso. Es el momento de tomar decisiones, y esta vez, acertadas. 

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