Parece natural, visto lo visto y oído lo oído, que la primera persona a la que acudiera Antonio Santana, alcalde de baja de Mogán, fuera Lorenzo Olarte. Bueno, la primera persona no, la segunda, si contamos a los responsables del PP, a los que acudió previamente para dejarse querer sin mucho éxito. Pero con Olarte el cariño es mucho mayor, tan elevado que hasta ha superado momentos de grandes tiranteces. Sin embargo, en aplicación del dicho popular, Nono y Olarte comen huevo y sobra huevo. Dicen testigos presenciales, de los de primera fila, que la historia del cariño verdadero se remonta a una granja avícola con influencias sobre el barranco de Veneguera y con despacho en céntricas calles de Madrid, antes de sus opas y del conde de la gomina. La huevería trataba por todos los medios de establecer sus reales en el mentado barranco, más que nada para que en el balance no apareciera en el epígrafe “huevos podridos”. Para ello estableció contacto con los que debían tener que ver en el asunto, en el municipio y en la nacionalidad. Trataron, calcularon y preguntaron. Y la respuesta fue veinte docenas de huevos que el granjero moganero pensó que eran a repartir, diez para tí y otras tantas para mí. Pero no, el granjero de la nacionalidad se hizo el loco y se dio media vuelta para las medianías sin percatarse de que en el cartón iban veinticinco docenas en lugar de las veinte pactadas. Le llamaron de la granja de la metrópoli y, por courier, devolvió las sobrantes antes de que caducaran o vinieran a aparecer en Estados Unidos. No hubo indigestión, sin embargo, así que los granjeros locales no aborrecieron el huevo y lo comen juntos a menudo. Y siempre sobra.