La moción de censura es la salida más razonable a la actual situación tras la constatación de que Bárcenas no estaba tan lejos del PP ni de su presidente cuando fue públicamente despedido y diferidamente amparado, por emplear los verbos y los adverbios que con tanta habilidad y cinismo suele largar el PP cuando se ve acorralado. Claro que es un mecanismo imposible de ganar en unas Cortes Generales con mayoría absoluta del partido gobernante, pero es la única posibilidad que tiene ahora mismo el Partido Socialista y su secretario general de desmarcarse, de salirse del marasmo en el que se ha visto encerrado por sus propios errores y por la deriva a la que demoniacamente le han condenado el Partido Popular y el bipartidismo. Pérez Rubalcaba tiene ante sí una oportunidad impagable de decir a los suyos y a los que un día votaron a su partido que los socialistas no son la misma cosa, que tienen políticas alternativas, que se creen eso de que a la austeridad se le pueden enfrentar crecimiento y empleo, que la deuda no tiene por qué ser tan constitucional y que la banca no es la dueña de todo el tinglado. Porque la moción de censura obliga a presentar alternativa y candidato a la presidencia del Gobierno, y aunque se pierda, debe plantearse ante los ciudadanos al menos una posibilidad de salida. Si Rubalcaba, acobardado por las encuestas, la realidad aritmética de las Cortes, su desgaste y la posibilidad de llevarse un revolcón político desiste de esta opción, bien haría en coger el hatillo y mandarse a mudar de una vez. Él y toda su camarilla, y dejar paso a dirigentes capaces de echar el resto en circunstancias tan comprometidas para todos.