Este lunes fue un mal día para el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y para el Partido Popular. La declaración de Luis Bárcenas ante el juez Ruz en la Audiencia Nacional sirvió para avanzar espectacularmente en la venganza que el ex tesorero está ejecutando implacablemente. Los peores presagios se confirman y a la trama de Gürtel, a la que Cospedal y los suyos quieren limitar el comportamiento de Bárcenas, se suman demasiados acontecimientos minuciosamente relatados y documentos que podrían comprometer más al PP de lo que sus dirigentes se niegan a reconocer en público. El PP está corrompido hasta el tuétano, y si nos escandalizábamos por aquí con casos tan flagrantes como Eolo, Faycan, Góndola, Salmón, Chalet, etcétera, la magnitud de lo que se ha estado moviendo estos años en las más altas esferas deja a cualquier otro corrupto en pañales. Y quizá explique la barra libre que otros se tomaron por las buenas. Jamás en la historia de la democracia se había tenido esta sensación de corrupción generalizada dentro de un partido que cobra para conceder contratos públicos, que paga ilegalmente a sus altos cargos, que guarda dinero en Suiza, que miente deliberadamente para tratar de aguantar un día más sin pedir perdón a los españoles? En este contexto tan asfixiante, permítannos una licencia localista: la diputada Mercedes Roldós sigue ahí, en ese partido, el que abrazó en 1995 tras abandonar el PSOE asqueada por la corrupción que lo acuciaba entonces. Era el caso Roldán, aquel famoso director general de la Guardia Civil que el Gobierno socialista terminó deteniendo y poniendo en manos de la justicia en 1995, el que fue condenado a 28 años de cárcel en 1998 y que acabó liquidando su condena en 2010. Debe ser que esta corrupción del PP, al ser mucho más cool y de cuello blanco, no reepugna a tan pulcra diputada.