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Sobre este blog

Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

CAMINO DE ACTION COMICS NÚMERO 1000.

En el mundo en el que estamos, donde toda una legión de mamarrachos indocumentados se han sentado a deconstruir el género de los super héroes -siguiendo los postulados del llamado “dios Miller”, eso sí, sin tener muy claro si las teclas del ordenador se aprietan con los dedos de las manos o con los dedos de los pies- el aniversario del personaje creado por Jerome “Jerry” Siegel (17 de octubre de 1914-28 de enero de 1996) y Joseph “Joe” Shuster (10 de julio de 1914-30 de julio de 1992) merece un momento de reflexión.

Y merece dicho momento, porque todos aquellos que hoy proclaman, con la boca llena de tópicos y estereotipos caducos, que el cómic de súper héroes está muerto y que ha llegado el tiempo de la reinvención, de la ya mencionada deconstrucción, y de no sé qué otras majaderías, olvidan que, sin la creación de ambos autores, ni los que proclaman, ni yo estaríamos hablando de estos temas. Puede que en su infinita ignorancia hayan olvidado cuáles son las bases fundacionales del noveno arte, pero, por mucho que renieguen del legado de tándem Siegel y Shuster y de su creación, las cosas son como son y sus mediocres argumentos poco pueden hacer para cambiarlas.

Como poco, más bien nada, puede justificar los atropellos de la gran editorial DC Comics para con quienes han pavimentado, amueblado y pagado las oficinas y los stands del sello editorial durante buena parte del siglo XX, además de dotarle de una imagen de marca que ya es tan tautológica como lo pudiera ser cierta bebida refrescante comercializada, por primera vez, en 1886 en la farmacia Jacob de la ciudad norteamericana de Atlanta (Georgia).

El trato recibido por Siegel y Shuster por parte de DC Comics, -la editorial llegó a borrar los nombres de los creadores del personaje de Kal-El (originalmente Kal-L) Superman, Clark Kent de las historias desarrolladas, tras el abandono de ambos autores de las colecciones protagonizadas por su personaje- forma parte del ya largo y tristemente lamentable catálogo de abusos protagonizados por las editoriales para con quienes les hacen ganar dinero y prestigio.

Al final y ante la amenaza, no solamente de una tormenta de “publicidad negativa”, un eufemístico término que trataba de esconder la rebelión que, desde la presidencia de The Association of American Editorial Cartoonists se fraguaba en contra de la editorial -rebelión encabezada por el presidente de dicha asociación, Jerry Robinson- DC Comics decidió enmendar los desaguisados posteriores. Además, tampoco hay que olvidar que dicha rebelión contaba con el apoyo, entre otros, de un indignado Neal Adams, autor que siempre se había mostrado especialmente sensible para con los temas de los derechos de autor, quien le vino a decir a la veterana editorial que o cambiaba, radicalmente, de actitud o las consecuencias serían dignas de una maldición bíblica.

Al final, ambos autores pudieron disfrutar del reconocimiento y del homenaje de una industria que los daba ya por amortizados cuando, en un mundo más justo, ninguno de los dos, especialmente Joe Shuster -cuya situación personal y profesional había degenerado de una forma dramática- deberían haber pasado por ninguna penuria.

Hoy en día y cada vez que aparece el personaje de Superman en cualquier tipo de soporte y/o formato queda acreditado que éste es creación de Jerry Siegel y Joe Shuster, pero, desgraciadamente, esto NO siempre fue así y DC Comics debería recordar esta circunstancia todos los días del año, dado que la memoria es muy corta, la carne es débil y la cara va más allá de ser durísima.

El caso es que ya han pasado ochenta años, un millar de números de la cabecera Action Comics, otros tantos de Superman, así como seriales de cine, televisión, películas, series de animación y un sinfín, mejor diría un gúgol, de soportes relacionados con el personaje. La importancia de aquella sencilla historia publicada en una cabecera semidesconocida como lo era, entonces, Action Comics no ha dejado de crecer. No me quiero olvidar de la aportación de Maxwell Charles Gaines, uno de los primeros EDITORES, con mayúsculas, que tuvo el mercado gráfico y que ayudó a que una historia que había permanecido varios años en el cajón del olvido viera, por fin, la luz.

La suma de todos aquellos factores, además de la enorme simplicidad y genialidad de aquellas primitivas entregas terminaron por forjar a un personaje y un universo del que el noveno arte es, ha sido, y siempre será, deudor, por mucho que se empeñen en tratar demostrar lo contrario.

Al final, poco importa lo que cuenten los números 999 y 1000 de la serie Action Comics, porque Superman sigue cumpliendo años, gracias a todos aquellos que han contribuido, en mayor o menor medida -creadores, libreros, lectores y espectadores- a que la leyenda del último superviviente de un planeta moribundo, quien se dejó caer por Nueva Jersey… ¿O fue en Smallville? ocho décadas atrás, continúe viva, sin importar el formato, ni el lugar escogido para ello.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2018

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Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

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