Sobre este blog

Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

CAPITÁN AMÉRICA: EL ELEGIDO

No es de extrañar que, en esta época de cambios, hasta los símbolos que creíamos más imperecederos terminen cayendo como los más altos muros forjados por el hombre. Uno de esos símbolos, nacido en plena Segunda Guerra Mundial, era Steve Rogers, más conocido como El Capitán América.

Rogers surgió como una contrapartida gráfica del la editorial Timely Comics al expansionismo de las tropas del Eje –alemanas, italianas y japonesas- nueve meses antes de la entrada en el conflicto de su país, los Estados Unidos de América.

El suero del Súper-soldado, formula por la cual Rogers sería el primero de una raza de soldados capaces de evitar las terribles pérdidas que luego los norteamericanos sufrieron en el conflicto –en especial en el frente asiático-, se interrumpió, bruscamente tras la muerte de su creador.

Roger se convirtió, así, en el primero y único súper-soldado de la historia, sobre quien recaería la responsabilidad de servir como símbolo para unas tropas que, poco después, sufrieron los rigores de la guerra. Su labor comenzó siendo meramente propagandística y terminó por convertirse en la imagen de un ejército que luchaba, como el resto de las tropas aliadas, por librar al mundo de la megalomanía del nazismo alemán, el fascismo italiano y el desaforado expansionismo japonés, cercano al fanatismo más radical.

Al finalizar la guerra, Rogers vivió una de sus épocas más oscuras, al igual que el país en el que había nacido, al ser utilizado de ariete contra la “supuesta” invasión comunista que sufría el llamado “país de la libertad”.

Tras aquella década negra, Rogers, el auténtico valedor del personaje, regresó en 1964 en el cuarto número de la serie The Avengers, obra de Stan Lee y Jack Kirby, ya dentro del sello Marvel Comics.

A partir de ahí, Rogers no sólo asumió el liderazgo del grupo de héroes “más poderosos de la tierra” sino que sus aventuras formarían parte del mismo tejido de la editorial conocida como la Casa de las ideas.

Rogers demostró, en esta nueva etapa -y como ya había demostrado en su primera etapa- que no sólo era un símbolo patriótico, de los que fácilmente se les tacha de todos los males que representa el país en el que han nacido, sino que su personaje podía ser considerado como el baluarte de unos principios que nunca debieron ser dejados de lado.

Por dichos principios, Rogers abandonó su uniforme y su labor, a tenor de lo sucedido en sagas tan recordadas como la del Imperio Secreto, versión gráfica del escándalo Watergate, durante la controvertida administración Nixon.

Con el paso de los años, su papel de símbolo viviente se fue diluyendo a favor de unas historias en las que la acción le ganaba la partida al legado ideológico.

Por desgracia, su imagen presidió buena parte de las imágenes que quedaron de los atentados del 11 de septiembre del año 2001, en especial la primera de las páginas difundidas del número especial Heroes. En ella se veía a un Rogers llorando, mientras el humo de las que, hasta aquel momento fueron conocidas como “Torres Gemelas”, llenaba el cielo de la ciudad de Nueva York.

Otra conclusión de aquel atentado fueron los primeros números de la nueva serie del personaje, dentro del sello Marvel Knights, con dibujo del espectacular John Cassaday.

En ellos, Rogers aparecía como un nexo de unión entre las personas que habían sufrido el ataque terrorista y no como alguien que sólo defendería los colores de una nación, de manera irracional y sin medir sus actos –algo que luego sí hizo la administración americana de aquellos momentos-.

Su posicionamiento, en contra de lo que pudieran pensar sus más ávidos detractores, le hizo visitar las instalaciones penitenciarias de Guantanamo y poner en entredicho la política de lucha contra el llamado “Eje del mal” emprendido por el gabinete del entonces presidente, George W. Bush.

Sin embargo, Rogers todavía tenía que librar una última batalla dentro de la editorial que le vio nacer, seis décadas después de hacerlo.

En esta ocasión se trató de la Civil War, contienda que enfrentó a una parte del universo Marvel contra la otra, a causa del “Acta de registro súper-humana”. A raíz de su formulación por parte de las autoridades y del apoyo de algunos de sus amigos más cercanos, tales como Tony Stark, Rogers decidió situarse en el extremo contario a los partidarios de dicha acta, argumentado que ésta atentaba contra las mismas raíces de los derechos civiles de los ciudadanos del los Estados Unidos.

Una vez que el humo de las batallas dio paso a la triste realidad de cualquier contienda de estas características –en las que se acaban enfrentando hermanos contra hermanos y amigos contra amigos- Rogers decidió abandonar su posición contra los partidarios de regular las actividades de los llamados superhéroes y se entregó a las autoridades.

Su gesto, interpretado de manera errónea por muchos, sólo serviría para acabar sus días bajo las balas de la locura a la que tantas veces el Capitán América se había enfrentado, a lo largo de su dilatada historia.

Todo aquello ocurrió en el Captain America# 25, publicado en abril del año 2007.

No obstante, quedaba claro que, a pesar de la repercusión mediática del suceso, Marvel Comics no pensaba abandonar al personaje en los cajones el olvido. Por ello, durante los meses sucesivos a la muerte de Rogers, la editorial continuó publicando historias protagonizadas por el personaje, algunas de ellas fuera de toda continuidad y otras pensadas para aprovechar la validez del símbolo que siempre defendió, con gallardía y buen criterio, Steve Rogers.

Una de esas historias, publicadas desde el mes de noviembre del mismo año 2007 y hasta marzo del siguiente año, se tituló Capitán América: El Elegido y contó con un guionista de excepción, el canadiense David Morrell.

Morrell es el mismo escritor que, en 1972, publicó First Blood, novela que, una década después fuera llevada al cine con Sylvester Stallone de protagonista. Su trabajo gozó, desde el principio, de una buena aceptación del público, lo que le permitió continuar con su labor de escritor, la cual alternaba con la de profesor de literatura en la universidad.

Tras el inesperado éxito de la versión cinematográfica, adaptada por el mismo Stallone –quien recortó buena parte del contenido violento que jalona el texto de Morrell, por extraño que nos pueda parecer- el escritor se dedicó, casi de manera exclusiva, a su labor de escritor y guionista ocasional, labor que ha mantenido hasta la actualidad.

Con semejantes señas de identidad no es de extrañar que Marvel Comics le diera la oportunidad a Morrell de escribir un final alternativo para el Centinela de la libertad, alejado de los turbulentos acontecimientos que rodearon la Civil War. Morrell prefierió beber de las mismas fuentes que dieron como resultado la creación del súper-soldado Steve Rogers y, de paso, tocó muy de cerca, uno de los conflictos armados que todavía hoy en día libran las tropas norteamericanas, el cual se desarrolla en Afganistán.

El Elegido tiene dos protagonistas. Por un lado está un Steve Rogers cuyo metabolismo empieza a degenerase, rápidamente, a consecuencia de una reversión en los efectos del suero que lo transformó en el soldado perfecto que, hasta ese momento, había sido. Por otro, el cabo James Newman

El primer episodio, titulado Ahora mes ves, ahora no me ves está protagonizado, casi en su totalidad, por el cabo del cuerpo de marines James Newman.

Newman, quien lleva “una eternidad destinado en ese lugar” (18 meses), se alistó para ayudar a los habitantes de aquel país, y darles seguridad.

Seguridad contra quienes sólo conocen la moneda del odio y la destrucción como argumentos de diálogo. Seguridad para los habitantes de su país, entre ellos, su mujer y su hijo de cinco meses, al que sólo conoce por una foto que siempre lleva en su casco.

Una seguridad que, paradójicamente, no existe para ninguno de los soldados que, día a día, patrullan las calles de aquel país, al ser los blancos de quienes los consideran el enemigo a batir.

Newman es bueno en su trabajo, muy bueno. Demuestra estar a la altura de las circunstancias cuando su Humvee es atacado en las páginas que sirven de prologo a la narración.

La acción está, milimétricamente, descrita por el dibujante Mitch Breitweiser y los diálogos de Morrell –la voz en off de Newman- no rompen el ambiente recreado por el dibujante

De todas maneras, Morrell aprovecha estos momentos para contarnos detalles tan sorprendente como la procedencia del chaleco antibalas que lleva el cabo, sobre todo por chocar con la imagen de ejército todopoderoso e hiper-preparado que desprende las tropas estadounidenses

Llevo 25 kilos de equipo. Mi chaleco antibalas pesa como una rueda de molino. Al principio, cuando estábamos organizándonos, no había para todos… Y Lori (la mujer del cabo Newman) tuvo que comprar uno y mandármelo.

Una vez que la escaramuza termina, Newman se las ve con la dura realidad de las tropas destinadas en el país y de quienes tratan de “pacificar” Iraq, tras el régimen de Saddam Hussein. ¿Puedo fiarme de ellos? ¿Llevan un rifle debajo de las túnicas? ¿Una granada? ¿Son la gente a la que estoy ayudando o la que estoy combatiendo?

Y tras el “subidón” propio de la acción, la sensación de que todo aquello no tiene sentido. Aunque siempre hay alguien dispuesto a devolvernos a la realidad –sobre todo si ese “alguien” es el mismísimo Capitán América- y entregarnos nuestro casco para regresar al campo de batalla.

VALOR, HONOR, LEALTAD, SACRIFICIO serán las palabras que acompañarán a ambos en una misión que culminará con el rescate de varios de sus compañeros, en especial uno de ellos, atrapado en la torreta del Humvee en llamas.

Newman buscará al Capitán para agradecerle su ayuda al terminar, pero se encontrará con que sólo él ha visto al Centinela de la libertad. Ningún otro soldado lo ha visto. Lo único que han podido ver es la valentía de Newman, salvando a los soldados que estaban atrapados bajo el fuego enemigo.

Todo tiene una explicación, sobre todo al ver cómo empieza el segundo capítulo La forma de las pesadillas. Gracias a él, conoceremos cuál es el verdadero miedo de Newman, que tiene poco que ver con morir a causa del fuego enemigo. Las pesadillas del cabo de los marines están relacionadas con un suceso que marcó la vida de un joven James Newman, aquella ocasión en la que se quedó atrapado en el maletero de un coche sin saber cómo salir de allí. Una pesadilla recurrente, a lo largo de su vida, y que, por los caprichos del destino, estaba a punto de volver a repetirse en su vida.

Una pesadilla por la que descubriría porqué sólo él veía al Capitán América y no el resto de sus compañeros.

Una pesadilla que se repetirá, ahora, bajo toneladas de piedras, las cuales atraparán a Newman y a buena parte de sus compañeros de pelotón.

Allí, en las profundidades de la tierra, Newman descubrirá la razón por la que sólo él puede ver al Capitán América. Esto se debe a que la imagen del héroe la ve a través de su mente. Rogers se encuentra a muchos kilómetros de allí, pero, por el mismo proceso que le está llevando a la muerte, es capaz de proyectar su imagen mental donde quiera.

Además, Rogers conoce muchas otras cosas más, en especial las motivaciones del cabo Newman para alistarse.

Estas motivaciones le sirven al guionista para recordar el atentado contra el Pentágono, los atentados en las ciudades de Londres y Madrid, en el año 2004, y nos atan a la cruda realidad de unas campañas que están muy lejos de cosechar los éxitos esperados por quienes las emprendieron.

Después Rogers le cuenta a Newman el transcurrir de su enfermedad y cómo, tras una etapa en la que sus habilidades físicas se transformaron en un potencial psíquico -utilizado por las autoridades para perseguir a los insurgentes, allá donde se encontraran- la enfermedad llegó a un punto donde el proceso se hizo irreversible, o sólo quedaba esperar el desenlace final.

No obstante, el Capitán América no estaba dispuesto a marcharse de este mundo sin transmitir una parte de su legado y de su espíritu a alguien capaz de emularle, aunque este último ni siquiera lo supiera.

Por ello, Rogers escogió a Newman, sobre todo por el afán de superación del soldado, incapaz de rendirse al desaliento, ni en las peores circunstancias. En esos momentos, Morrell es capaz de olvidarse de proclamas innecesarias y detenerse en la observación de un insecto, el cual sirve a Newman para intentar saber si el agua que puede salvar a sus compañeros y a él mismo, es potable.

Después habrá tiempo para que Newman y los lectores conozcan la verdadera historia de un joven que, tras ser rechazado por los servicios de reclutamiento, se presentó voluntario para un experimento, y la ciencia y el destino lo llevaron a convertirse en el Capitán América.

El quinto número de esta serie limitada de seis intercala las imágenes de Newman, buscando una salida para la ratonera en la que están atrapados con imágenes de la vida de Rogers, como el patoso soldado que, sin que los demás lo supieran, ayudaba a subir la moral de las tropas, sobre todo cuando Japón atacó Pearl Harbour.

Morrell nos cuenta algunos episodios poco conocidos en la vida del personaje, tales como la vez que Rogers formó parte de un pelotón destinado en Europa, tras el día D. Allí Rogers vivió la acción como un soldado cualquiera, fue herido y demostró que sus cualidades para el combate estaban fuera de toda duda.

Siendo Capitán América podía ser una leyenda, pero como soldado se ganó el respeto de sus compañeros y superiores.

Lo que pasa en estos casos, es que las leyendas no pueden sobrevivir eternamente y, un día cualquier, las fuerzas de Rogers empezaron a fallar y supo que su final estaba cerca, por mucho que los médicos se empeñaran en buscar una solución para el caso.

Puede que la vida que le tocó vivir, tras regresar del mundo de los muertos, nunca le acabara de convencer y de ahí que aceptara lo que le estaba pasando con la resignación de alguien que había vivido un tiempo prestado.

Además, y después de los sucesos del 11 de septiembre, Rogers tenía claro que los verdaderos héroes no eran aquellos vestidos con un uniforme de camuflaje sino todos aquellos profesionales que, día a día, cumplían con sus labores, sin olvidar su responsabilidad para el resto de los componentes de la sociedad. Hombres y mujeres corrientes cuya aportación a la sociedad ayuda a que todos podamos vivir, un poco mejor. Hombres y mujeres anónimos, cuya mayor valía reside en no saber de lo que son capaces y que cada día luchan por superarse.

Héroes como el cabo Newman, dispuesto a superar sus miedos para poner a salvo a sus compañeros, atrapados en las profundidades de la tierra, muy lejos de sus hogares. Dispuestos a arriesgar su vida para no abandonar a nadie, tal y como marca el código militar, y que tanta veces se olvida en la vida civil.

Sus acciones, lejos de buscar una medalla o un reconocimiento, son capitales para preservar el espíritu de un combatiente como Steve Rogers, todo un símbolo para un país, cada día, más necesitado de ellos.

Esfuérzate, busca en tu interior. Si la gente cree que estoy dentro de ellos, yo nunca moriré. Éstas son las últimas palabras del Capitán América, mientras Newman regresa a las profundidades para rescatar a sus compañeros.

CAPITÁN AMÉRICA: EL ELEGIDO es un crepuscular relato sobre los últimos momentos de uno de los personajes más importantes del mundo gráfico contemporáneo. Morrell, nos muestra a un Steve Rogers que trata de vivir sus últimos días, queriendo trasladar su legado a una persona que responda a la misma esencia del “sueño americano”, de libertad e igualdad para todos los hombres, sin importar su raza, credo o procedencia, lejos de la amalgama de consideraciones socio-políticas que luego han corrompido el mencionado sueño.

Sus diálogos y palabras están perfectamente secundados por las páginas de Mitch Breitweiser, quien realiza el mejor trabajo de su carrera, y por la acertada paleta de colores de Brian Reber, la cual le da un toque de realidad propio de los reportajes fotográficos o televisivos de cualquier cadena de noticias mundial.

La suma de todos los factores da como resultado una obra tremendamente atractiva, tanto por su apego al momento histórico que estamos viviendo, como por el recordatorio que, de la vida de un símbolo como el Capitán América, realiza en las páginas de los seis números en los que se desarrolla la narración.

Morrell demuestra su capacidad, como ya hiciera con el personaje de John Rambo, para describir los sentimientos de un combatiente cualquiera, asaltado por las dudas y por los recuerdos de su hogar y patria. Bien es cierto que a Newman no le persiguen los fantasmas que llenan las pesadillas de John Rambo pero, como él, debe sobreponerse a ellas y enfrentarse al reto que supone vivir en un mundo como el nuestro.

Su visión del Capitán América bebe de las fuentes tantas veces vistas a lo largo de estos últimos sesenta años, pero tampoco olvida añadir nuevos elementos que nos acerquen, un poco más, a la vida cotidiana de un soldado llamado Steve Rogers, también conocido como el Capitán América.

Una obra menor, al no formar parte de la continuidad oficial de la editorial, pero imprescindible para todos aquellos aficionados al personaje y a los buenos relatos guerreros, sobre todo aquellos que beben de la realidad contemporánea.

© 2014 Marvel Comics, Inc.

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Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

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