La portada de mañana
Acceder
La confesión de la pareja de Ayuso desmonta las mentiras de la Comunidad de Madrid
El plan del Gobierno para indemnizar a las víctimas de abusos agita la Iglesia
Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

CIUDADES DE HUMANOIDES, CABLES Y CIRCUITOS. INTRODUCCIÓN

Exceso, poesía, evolución. Con estas tres palabras se puede definir el trabajo, la visión artística -y casi diría que vital- de Ōtomo Katsuhiro, Oshii Mamoru y Kon Satoshi, tres de los máximos creadores del anime japonés contemporáneo, eso sí, con permiso de Tezuka Osamu, Miyazaki Hayao y Takahata Isao.

Si el primero, Ōtomo Katsuhiro, demolió las bases de la animación clásica llevándonos hasta las mismas entrañas del caos con Akira (1988); el segundo, Oshii Mamoru, nos mostró la turbadora belleza que puede acarrear la fusión entre la carne y la tecnología en Ghost in the Shell (Kōkaku Kidōtai, 1995). ¿Y qué sucedió con el tercero en discordia? Pues que juntó todo aquello que cayó en sus manos -incluyendo la influencia de los grandes clásicos- y lo llevó hasta un universo donde la realidad, la ficción, los sueños y/ o las pesadillas perdieron cualquier definición posible para ofrecernos un territorio totalmente desconocido, si no fuera porque, al fin y al cabo, algunos conocemos a Paprika (Papurika, 2006).

Hay momentos en los que pienso, vista la perspectiva que terminan por dar los años, que ni estábamos preparados en 1990 para ver Akira, fecha en la que la película llegó hasta nuestro país, y aún, hoy en día, seguimos sin tener el bagaje cultural necesario para poder asimilar el caudal de referencias visuales que Ōtomo Katsuhiro volcó en la realización del anime basado en su propia obra gráfica.

En el imaginario de quienes la vimos, entonces y ahora, permanecen archivadas las imágenes de Neo-Tokyo, de Kaneda con su electrizante motocicleta carmesí y del tsunami de fotogramas que cambiaron la misma percepción de la animación, tal y como la conocíamos en nuestra geografía.

Con Oshii Mamoru las cosas fueron distintas, pero, en realidad con Ghost in the Shell, basada en el manga del mismo nombre, obra de Shirō Masamune, nuestros cerebros también tuvieron problemas en asimilar, de manera plena y consciente, el devenir personal y existencial de la comandante Motoko Kusanagi, miembro de la sección 9.

La narrativa visual de la que hace uso el director te hace perder el sentido de la realidad y terminas por estar inmerso en un universo que, como sucedía con Akira, nada tiene que ver con lo que habías vivido y aprendido hasta ese mismo momento. Bien se podría decir que Ghost in the Shell es la poesía de la seducción, al igual que Akira es el epítome de la destrucción por excelencia dentro del mundo del anime. La deconstrucción resultante de ambas propuestas, la cual reivindica la irracionalidad frente a la mesura y la envoltura retórica a la que se venía sometiendo cualquier lenguaje, centrifugó las ideas preconcebidas ante una disciplina como la animación y la llevó hasta un universo que luego Kon Satoshi y los responsables del estudio Madhouse colonizaron a su antojo.

Si con Perfect Blue (Pāfekuto Burū, 1997) se abrió una puerta que, por pequeña que ésta pudiera ser, supuso un nuevo amanecer dentro de la animación, con Millennium Actress (Sennen Joyū, 2001) las realidades sobre las que se había sustentado el anterior discurso narrativo, empezaron a separarse para, llegado el momento, eclosionar en una de las producciones animadas más incalificables de las últimas décadas, Paprika (Papurika, 2006), la cual se convirtió en el testamento vital de su creador.

En Paprika, todas y cada una de las realidades, todos los discursos y estilos narrativos posibles, cualquier experiencia visual por arriesgada o rompedora que ésta pudiera resultar sobre el papel se daban cabida en un mismo discurso y, sin olvidar su complejidad, la seducción, casi hipnótica, era total para el espectador.

Cuesta creer que solamente transcurrieron dos décadas desde que abrimos los ojos a los excesos de Akira, y luego atemperados por los requiebros psicológicos de Ghost in the Shell nos dejamos seducir, sin darnos cuenta, por un dispositivo como el Mini DC y su enorme potencial para el desconcierto.

Si pensábamos que nos habíamos acostumbrados a vivir en ciudades desmesuradas, llenas de una tecnología que termina por sepultar todo rastro de humanidad, Paprika nos demostró que el verdadero espacio por descubrir y dominar era el mundo de los sueños, lugar en donde la cordura y la locura van siempre cogidas de la mano.

Esta exposición pretende mostrar las secuelas y los efectos que el trabajo de Ōtomo Katsuhiro, Oshii Mamoru y Kon Satoshi ha ocasionado en el cerebro de un grupo de artistas gráficos y de quien se ha encargado de reclutarlos para la labor. Sus visiones, tan personales como teñidas por la impronta de quienes ya recorrieron esos mismos páramos años atrás, podrán ser merecedoras de muchos calificativos, pero, si les dan una oportunidad, NO les dejarán indiferentes.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2017

Cartel VII Semana del cómic de La Laguna © Eduardo González Rodríguez, 2017

Sobre este blog

Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

Etiquetas
stats