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Sobre este blog

Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

OSAMU TEZUKA. El Dios del Manga. Museo Nacional d´Art de Catalunya (31 de octubre de 2019 hasta el 6 de enero del 2020)

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Para hacerlo, primero habrá que retroceder hasta el día nueve de febrero de 1.989, fecha en la que fallecía en Japón una de las personas más influyentes dentro de la cultura popular japonesa y, por ende, una de las piezas capitales dentro del noveno arte, tal y como lo conocemos en la actualidad. Su nombre, Osamu Tezuka.

Osamu Tezuka

Nacido en el tres de noviembre del año 1.928, Osamu Tezuka creció en el Japón prebélico, en Takarazuka (prefectura de Hyôgo) durante la década de los años treinta del pasado siglo XX. En aquellos años fue donde desarrolló su gusto por el dibujo y la animación, herencia directa de las producciones de la factoría de Walt Disney, de los cortos de los hermanos Fleischer -en especial Popeye el marino y la sin par Betty Boop- y de las tiras de prensa norteamericanas, tales como Bringing up Father, Annie o Little Nemo in Slumberland, creado por Winsor McCay.

Luego, y merced a todos los sucesos derivados de la Segunda Guerra Mundial, los mismos que acabaron con el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, la vida de Osamu Tezuka se vio golpeada de manera violenta y dichas vivencias le marcarían de por vida. Esto explica la razón que le llevo, prácticamente en todas sus obras, a querer transmitir en su trabajo un optimismo y una humanidad que él mismo no pudo disfrutar en su adolescencia, dada la situación opresiva y demencial que se apoderó de su país durante varias décadas.

Quizás, la elección de estudiar Medicina -disciplina en la que Osamu Tezuka llegó a doctorarse- responda a su afán por querer curar las heridas de un Japón maltrecho después de una contienda tan dramática como destructiva. Sin embargo, el futuro médico también sentía inquietudes artísticas, relacionadas con el formato gráfico -conocido por entonces con el nombre de koma-manga- que terminaron por marcar su carrera profesional, lejos de las clínicas y los centros de salud en los que, en teoría, debería haber pasado buena parte de sus días.

Tampoco hay que perder de vista el estilo y los modos que imperaban en el mercado gráfico de aquellos años, bien distinto al que conocemos en la actualidad. En aquellos instantes, el noveno arte seguía las estrictas reglas de los clásicos relatos ilustrados japoneses. No fue hasta finales de siglo XIX, con la aparición de los primeros diarios de corte occidental aparecidos en el Japón, cuando se puede hablar de un cambio de estilo y la aparición del koma-manga. Si bien el primero de todos, el Yokohama Mainichi Shinburn apareció en 1.870 -una década antes comenzaron a circular los primeros periódicos editados en lenguas extrajeras para las colonias residentes en el país. En 1.862 apareció la revista satírica Japan Punch -responsabilidad del dibujante Charles Wirgman-, de cuyo nombre se derivaría la palabra PONCHI-E, la cual denominaba al dibujo satírico-político habitual en el viejo continente y que el editor británico llevó hasta el Japón de aquellos años. El caso es que, años después, y para diferenciarse del estilo ponchi-e, Rakuten Kitazawa introdujo la palabra MANGA para designar un estilo de ilustración donde se satirizaba las costumbres y las situaciones propias del país.

Atom/ Astroboy © Tezuka Productions

Décadas después se popularizaron, tal y como ya hemos comentado al hablar de las primeras influencias de Osamu Tezuka, varias de las tiras de prensa norteamericanas más conocidas, traducidas al japonés. Su éxito fue tal que animó a los autores del país del Sol Naciente a desarrollar historias propias, lo cual desembocaría en la publicación de Shô-chan no Bôken (las aventuras de Shô-chan), uno de los primeros grandes éxitos del manga infantil. Estas primeras tiras perpetuaban las reglas de koma-manga, con cuatro viñetas, pero la narración se desarrollaba de arriba a abajo, en vez de izquierda a derecha como sí se veía en las tiras occidentales.

Osamu Tezuka debutó en el mercado editorial en el año 1.946, dentro del magazine Mainichi Shogakusei Shinbun, con la obra Hachan´s Diary, la cual seguía los preceptos más clásicos del koma-manga tradicional. No obstante, el debutante no terminaba de encajar sus inquietudes creativas en aquel sistema, el cual se presentaba ante sus ojos demasiado obsoleto e incapaz de evolucionar conforme a los nuevos tiempos que corrían en el país oriental.

Por ello, cuando publicó su primer trabajo de importancia, Shin Takarajima (La Nueva Isla del Tesoro), Osamu Tezuka demostró a todos los lectores que el futuro se estaba haciendo realidad en aquella obra.

El autor fue capaz de romper con la excesiva carga didáctica del koma-manga, dando cabida a una narración coherente y añadiendo conceptos tales como un dinamismo a la hora de plantear las situaciones y unas dosis de emoción que no eran habituales en el estilo gráfico que imperaba en aquella época. La Nueva Isla del Tesoro, dejó claro, además, las dotes como dibujante de un autor al que aún le quedaban muchas cosas por contar, incluyendo los enormes ojos de los protagonistas, los cuales luego todo el mundo copió.

La Nueva Isla del Tesoro © Tezuka Productions

Si nos ceñimos a los datos, la importancia de esta primera obra queda reflejada en la cantidad de ejemplares vendidos. Se estima que en su día se llegaron a vender 300.000 copias en un formato de libro denominado Akahon. Esto es digno de destacar en un Japón ocupado por las tropas aliadas, tras el final de la Segunda Guerra mundial, con buena parte de su territorio -y su población- asolado por la contienda bélica. 1 Esta obra tiene unas características muy peculiares, pues prácticamente la mitad de la obra no tiene textos, tan sólo imágenes, las cuales se convierten en las verdaderas narradoras de la acción. Osamu Tezuka pensaba que las imágenes actuaban como los verbos en una frase, por lo que él sólo debía añadir sustantivos y adjetivos para completar la composición.

La Nueva Isla del Tesoro despertó la afición por el dibujo en jóvenes de la época, muchos de los cuales no han dudado en comentar la tremenda influencia de su creador en el desarrollo posterior de sus estilos como artistas gráficos. Éste es el caso de Katsuhiro Otomo o de Akira Toriyama. Por añadidura, el mismo año en el que se publicó el trabajo de Osamu Tezuka apareció en Japón la primera revista especializada en dicho género narrativo, bajo el nombre de Manga Shônen.

Después de su debut, Osamu Tezuka se introdujo dentro del género fantástico con su trilogía de los Mundos Antiguos, compuesta por Lost World (1948); Metrópolis (1949) y New World (1951). En ellos, y explorando un género todavía poco desarrollado por el manga, el autor da rienda suelta a sus gustos literarios y cinematográficos, mezclando influencias de Sir Arthur Conan Doyle, Edgar Rice Burroughs, Julio Verne, Fritz Lang o Alex Raymond de una forma increíble para la época e, incluso, para el momento actual.

Su influencia e importancia sobrepasó el siglo en el que se crearon. Así, en el año 2001, la segunda de las obras, Metrópolis, fue adaptada para la gran pantalla, según un guion firmado por el mismísimo Katsuhiro Otomo -quien también ejerció las labores de producción- y con el director japonés Rintaro. En realidad, la imaginación desbordante es algo que tenían en común Osamu Tezuka y Katsuhiro Otomo, tanto como la genialidad.

© 2001 Tezuka Productions, Bandai Visual Company, DENTSU Music and Entertainment, Imagica Corp., Kadokawa Shoten Publishing Co., King Records, Madhouse Productions, Madhouse, Metropolis Project, Sony Pictures Television (Japan) and Toho Company.

No osbtante, el talento del joven Tezuka debió esperar hasta la década de los cincuenta para poder desarrollar el inmenso caudal de creatividad que albergaba su mente, para sorpresa de un mercado que no estaba del todo preparado. De dicha década son obras tan capitales e imperecederas como Tetsuwan Atom (Astro Boy), Jungle Taitei (El emperador de la jungla o Kimba el león blanco) y Ribon No Kishi (La princesa caballero o Chopy y la princesa, atendiendo al título que se otorgó a la serie de animación en nuestro país).

Ya con Osamu Tezuka muerto se acusó a los estudios Disney de plagiar los contenidos de Kimba el león blanco para su afamado largometraje El Rey león. La acusación quedó sólo en eso, pero las similitudes son más que evidentes. Tampoco ayudó que los responsables del largometraje de animación de la empresa norteamericana argumentaran ignorancia y cierto desprecio para con la obra del creador japonés cuando, en un agravio comparativo entre ambas obras, la película dirigida por Roger Allers y Rob Minkoff -la cual contó con una legión de escritores- sale perdiendo en comparación al manga y el anime basado en la obra original de Osamu Tezuka.

Kimba el león blanco © Tezuka Productions

En el extremo contrario están las acusaciones vertidas en los años noventa por parte de la asociación norteamericana Stop Racism against Blacks, la cual acusó a la mencionada obra de Osamu Tezuka de fomentar el estereotipo racista y discriminante contra el africano, al presentarlo semidesnudo, de labios abultados y hablando un japonés rudimentario.

Tras aquello, la obra lleva una nota editorial de Tezuka Productions en donde se explica que de ninguna manera se ha querido ofender a personas o grupos étnicos y resalta que el cómic utiliza la parodia y la exageración como un modo de expresión. Los responsables de los derechos de la obra del creador japonés aseguran que la única responsabilidad del autor estriba quizás en que jamás tuvo conciencia de estar incurriendo en ninguna responsabilidad.

Por mi parte, y sin querer restarle importancia al tema, diré que buena parte de las imágenes que sirvieron de base a Osamu Tezuka para el posterior desarrollo de su obra estaban ya incluidas en los cortos de la propia Disney, los estudios Fleischer y las tiras de prensa diarias, medios en los que los afroamericanos no solían salir del todo bien parados. Además, algo muy similar le ocurrió a Georges Prosper Remi “Hergé”, con su obra Tintin au Congo (1931), en la cual el autor da una versión bastante condicionada por el pasado colonial belga, así como por la forma en la que los europeos trataban a los habitantes del país africano. En realidad, el autor gráfico solamente recogió, en mayor o menor medida, el sentimiento colonial que aún imperaba en la Europa de aquellos años, sobre todo en su país y, por mucho que la obra sea considerada como uno de los peores ejemplos de su trabajo -y la que más críticas sigue soportando por parte de la sociedad contemporánea- es digna hija de un tiempo y de una forma de pensar, que, aunque ahora no nos guste, dominó la mentalidad de un pasado no tan lejano.

Volviendo al trabajo del autor, es digno de destacar que cuando éste encontró su estilo de narración gráfica, en especial con su obra Astroboy, fuera capaz de redactar aquellas normas que, luego, serían de uso común para el resto de los autores que le sucedieron.

El crítico de cómic Alex Samaranch, en un artículo aparecido en la revista Neko, definía al autor y su trabajo de la siguiente manera: A Tezuka se le debe lo que es el manga hoy día. Fue el que marcó las bases para dinamizar el medio y agilizar la narración.

Sus obras son más storyboards que cómics en el sentido que se entendía antes de que Tezuka apareciera.

Narra de manera casi cinematográfica e imbuye un dinamismo casi sobrenatural a sus personajes, que se mueven por las viñetas con un ritmo frenético.

Tezuka tenía un don natural para explicar historias y su simplicidad (no confundir con escatimar) era uno de sus mayores logros, haciendo sus historias muy amenas, fáciles de consumir, pero capaces de llevar mensajes muy elaborados o moralejas realmente profundas. 2

Astroboy nació en 1.951, aunque por aquel entonces se llamaba Captain Atom, y luego pasó a ser conocido como Atom Taishi. La serie fue publicada, primero, en las páginas de la revista Manga Shônen, y más tarde por la editorial Kobunsha Publishing (a partir de abril del año 1952)

Con él, Osamu Tezuka quería realizar una versión moderna de Le avventure di Pinocchio (1883) de Carlo Collodi, algo que se puede constatar si se efectúa un análisis más en profundidad de la obra.

El arranque es similar al de la obra clásica, aunque sea un científico, el doctor Tema, quien desarrolle un ser cibernético para sustituir a su hijo fallecido, en vez de una marioneta de madera. De esta manera nacerá Atom, un robot a imagen del infante muerto, pero dotado de increíbles poderes.

Atom/ Astroboy © Tezuka Productions

Atom se mueve por energía atómica, la cual le da una potencia de 100.000 caballos de fuerza. Tal poder le permite utilizar su cuerpo como si fuera un cohete y actuar como todo un destacamento de rescate. Su mente es capaz de los más complicados cálculos, amén de hablar con soltura cerca de un centenar de idiomas, tener un oído mil veces más sensible que el humano, y poder ver como si de un kriptoniano se tratara. El único problema es que Atom no puede crecer, motivo por el cual el doctor Tema lo terminará vendiendo. Otro científico lo encuentra y Atom pasará a convertirse en todo un defensor de la justicia, en un Japón que pugna por curar las heridas de la pasada Guerra Mundial.

Tal y como muy bien comenta Jacqueline Berndt en las páginas de su libro El fenómeno Manga: Junto a la leyenda del campeón heroico interviene un segundo motivo: la soledad de Atom y su tristeza al verse explotado por los humanos, y al mismo tiempo rechazado por ser diferente.

De tal manera desarrolla Tezuka, en esta adaptación de Pinocho, no sólo el tema de sus experiencias bélicas o el de la utilización de la energía atómica, sino también el de los prejuicios frente a quien no es cómo nosotros. 3

La serie tuvo un éxito inusitado en Japón, pasándose a denominar Tetsuwan Atom, mientras que su autor, no contento con ello, decidió trasladar las aventuras gráficas originales a otro formato. Suya es la primera serie de animación en la historia de la televisión del Japón, basada en su manga Tetsuwan Atom, para la cual Tezuka creó su propia empresa de producción, Mushi Productions.

El uno de enero de 1.963, la televisión japonesa emitía el primer episodio de la serie de anime basada en dicho personaje, la primera realizada en el país del sol naciente, que se prolongó durante tres años y a lo largo de 193 episodios. Rodada en blanco y negro y con las imposiciones técnicas y narrativas de la época, su éxito en Japón tuvo tal relevancia, que luego de su estrenó nacional, la serie se exportó a varios países, entre ellos a Estados Unidos de América. Allí fue donde se le colocó el nombre con el que se conoce al personaje en occidente, Astroboy, y donde el nombre del creador empezó a sonar en los mentideros relacionados con el mundo del cómic y la animación occidentales.

Tras Astroboy, el cual influirá en todas las series protagonizadas por robots -sobre todo en la recordada Mazinger-Z- vendría el mencionado Kimba el león blanco y La princesa caballero, todas con un enorme éxito y una influencia de la que todavía se vive en buena parte de las televisiones mundiales.

Dicho todo esto, puede resultar chocante que, sólo una década después, Osamu Tezuka tuviera que cerrar su empresa, en 1.973, después de varios momentos de crisis. Otra cosa es presuponer que un gran creador es, además, un buen administrador. Si no que se lo pregunten a Walt Disney…

Sea como fuere, tras este revés, su capacidad de creación continuó aportando un sinfín de nuevas propuestas, entre las que destacaría las siguientes:

Buda, obra de más de 3.000 páginas sobre el personaje histórico; Black Jack; Son-Goku the monkey, adaptación del cuento clásico de China, e inspiración para que Akira Toriyama creara su famosísima serie Dragon Ball; y las adaptaciones de obras maestras de la literatura, tales como Crimen y castigo, de Dostoevsky, o Fausto, de Goethe.

Puede que, de todas ellas, Black Jack (1973-84) sea en la única en la que el creador japonés vuelque algunas de sus experiencias profesionales en el mundo de la medicina, las cuales luego mezcla con las aventuras de Black Jack, el cirujano capaz de lograr lo imposible y al que acuden todos aquellos que necesitan que alguien obre una suerte de milagro.

Black Jack © Tezuka Productions

Mención aparte merecen las tres siguientes propuestas. Adolf (A story of three Adolf, 1.983); Ayako (1.972); y Phoenix (Hi no Tori, 1.967-1.989).

La primera obra parte de la excusa argumental del supuesto origen judío de Hitler. Sus protagonistas son niños que comparten nombre, pero distinto apellido, y el autor utiliza este recurso para plasmar la convulsa época, antes y durante el ascenso del nazismo, la cual terminaría desembocando en la persecución del pueblo judío. Esta obra demuestra el profundo humanismo que caracterizó el trabajo de Tezuka, intercalando la amistad y la lealtad con la demencia en las relaciones humanas, en especial durante aquella oscura etapa de la historia contemporánea.

Ayako es, sin duda, su obra más pesimista y dura para con su país, tras los resultados de la contienda bélica de la década de los cuarenta. A lo largo de sus 600 páginas se retrata, de manera directa y sin concesiones, la situación del Japón que salió derrotado tras la guerra.

Ayako es el nombre de una joven, escondida por sus padres, para evitar el deshonor, excusa que utiliza el autor para atacar a una sociedad que prefiere anteponer las tradiciones más rancias a las libertades individuales. A partir de entonces, Osamu Tezuka carga contra todos los males de una colectividad atenazada por unos preceptos, los cuales de poco sirven para hacer frente a un futuro que no espera por nadie. El resultado de su lectura, tremendamente dura, es que no hay ganadores en la ecuación, sólo perdedores, corrompidos por la ambición, la envidia o la ignorancia.

Phoenix termina por ser la obra más sentida por el autor. Es más, estuvo haciéndola tres décadas y la finalizó poco antes de fallecer. En ella se realiza un recorrido por las tradiciones de Japón, a la vez que se analiza las relaciones humanas, las virtudes y defectos que las caracterizan y cómo el fuego del ave que da nombre a la obra los puede destruir, para que éstos vuelvan a resurgir de sus cenizas.

Phoenix © Tezuka Productions

Phoenix, obra que supera las tres mil páginas, resume como ninguna otra la evolución vital y profesional del autor y su recorrido personal y humano a lo largo de una vida que no dejó de crecer y de aportar nuevos conceptos creativos.

En total, Osamu Tezuka legó a la cultura de su país y al resto del mundo cerca de 700 obras realizadas, con más de 150.000 páginas dibujadas, habiendo tocado la práctica totalidad de géneros conocidos en dichas obras.

El día de su muerte su país se paralizó por completo durante quince minutos-en señal de respeto- y hasta el mismísimo emperador Akihito, recién llegado al trono tras la muerte de su padre un mes antes, declaró que Japón había perdido a una de sus grandes figuras contemporáneas. Un periódico de la época publicó una frase en su portada, la cual define muy bien el sentir de los japoneses para con la figura del creador, considerado por sus compatriotas como el auténtico “dios del manga”

El día que Osamu Tezuka murió, todo el Japón lloró.

Una vez expresado todo lo anterior, espero haber logrado que entiendan la importancia del personaje y la validez de una muestra que da la oportunidad a quien la visite de poder ver el trabajo original de quien estaba llamado a cambiar la misma percepción del arte en el que trabajó toda su carrera.

Si, además del viaje y la experiencia de visitar la exposición quieren conocer más cosas sobre Osamu Tezuka, les recomiendo que se lean el catálogo Osamu Tezuka: el Dios del Manga, editado, éste, por Ficomic y Planeta Comic para la ocasión, partiendo del catálogo original francés, publicado para la muestra Manga no Kamisama, en Musée d'Angoulême, el pasado año 2018.

También les recomiendo el magnífico libro The Art of Osamu Tezuka: God of Manga, escrito por Helen McCarthy, que cuenta con un prólogo de Katsuhiro Otomo. Se trata de un texto fundamental, en lengua inglesa, para entender más en profundidad el significado del autor japonés dentro de la cultura popular contemporánea desde mediados del pasado siglo XX hasta la actualidad. 4

© Tezuka Productions

El resto, como sucede con cualquier representación artística, corre de quien se expone a dicha representación. No obstante, si acuden a esta exposición, se sentirán todo menos decepcionados, si me permiten la presunción, algo que también se puede argumentar sobre la exposición abierta a Osamu Tezuka en la ciudad finlandesa de Tampere.

Para más información, por favor, consulten la siguiente página web: https://www.museunacional.cat/es/osamu-tezuka-el-dios-del-manga

© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2019

© Tezuka Productions

© 2001 Tezuka Productions, Bandai Visual Company, DENTSU Music and Entertainment, Imagica Corp., Kadokawa Shoten Publishing Co., King Records, Madhouse Productions, Madhouse, Metropolis Project, Sony Pictures Television (Japan) and Toho Company.

Notas:

1- El término Akabon sería, de manera literal “libros rojos” y era el nombre que se daba a los mangas de venta ambulante que se vendían por las calles, y que debían su nombre a estar impresos en tinta roja.

2- Samaranch, A. (1997). Osamu Tezuka. Neko, (57).

3- Berndt, J. (1996). El fenómeno Manga (1st ed., Vol. 1). Barcelona: Ediciones Martínez Roca, S.A.

4- McCarthy, H., & Otomo, K. (2009). The art of Osamu Tezuka: god of manga (1st ed.). New York, NY: Harry N. Abrams, Inc. Har/DVD edition

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Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

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