Sobre este blog

Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

EL GRAN DUQUE, EL ÚLTIMO VUELO Y MÁS ALLÁ DE LAS NUBES

Desde el mismo momento en el que los hermanos Orville y Wilbur Wright lograron hacer volar sus primeros modelos de aeroplanos, la historia de la aviación contemporánea ha estado rodeada de un halo de romanticismo y cierto misticismo que nunca le ha abandonado. Si Leonardo Da Vinci ya postulara que también el hombre podía volar, y no sólo sobre el papel, los hermanos Wright lograron que dicha teoría cobrara carta de naturaleza –aunque, sinceramente, creo que Leonardo también logró que alguno de sus artilugios voladores surcara los cielos.

Sea como fuere, tras el hito marcado por la pareja de hermanos estadounidenses, el desarrollo de la aviación sufrió un vuelvo radical con el estallido de la Primera Guerra Mundial y el uso que del aeroplano se hizo en los años de tan desmesurada contienda. Aquellos fueron los años de los “Caballeros del aire” y del barón Rojo, Manfred Albrecht Freiherr von Richthofen, el mayor as de la contienda, abatido el 21 de abril del año 1918 sobre los cielos franceses. 

Ese espíritu de caballerosidad, mancillado y mutilado por quienes sólo veían la guerra como una sádica carnicería sin fin, no impidió que el ataúd de von Richthofen fuera llevado a hombros por los oficiales del tercer escuadrón de las Reales Fuerzas Aéreas Australianas –sobre el papel, los “enemigos” del as alemán- cuyos oficiales también ejercieron de guardia de honor durante el entierro del as alemán, un día después de su muerte.

Luego,  y mientras el mundo evitó solventar sus problemas con una nueva contienda, visionarios tales como Howard Robard Hughes, Jr., potenciaron el desarrollo no solamente de la aviación militar, sino de la comercial, un segmento que vivió un auge similar al que había logrado la aviación militar durante la Gran Guerra. Tachado de excéntrico y desmedido, el talento de Hughes quedó reflejado en el enorme, pero majestuoso H-4 Hercules “Spruce Goose”, un auténtico prodigio de la ingeniería aeronáutica moderna y que SÍ logró volar.

Por desgracia para el mundo, en septiembre del año 1939, los campos, los mares y los cielos del mundo volvieron a teñirse de rojo, merced al estallido de la Segunda Guerra Mundial, aunque, unos años antes, fueron los campos, las costas y cielos de nuestro país los que recibieron su baño de sangre, tras el levantamiento militar protagonizado por el general Francisco Franco en contra del legítimo gobierno de la República española.

Y tal y como sucediera en la década que rodeó a la Gran Guerra, la nueva contienda bélica impulsó hasta el infinito “y más allá” el desarrollo de la aviación, siendo la mejor muestra de esta afirmación, la aparición del motor a reacción y del revolucionario Me-262 alemán.

No obstante, el mundo de la aviación y sus protagonistas, los pilotos, continúo estando rodeado del mismo halo de misticismo, soledad y cierta dosis de caballerosidad, aunque, las ideologías y los fanatismos terminaron por desvirtuar buena parte del mismo espíritu que rodeo el sepelio de von Richthofen, sólo unos años antes.

Por lo menos, algunos lograron mantenerlo intacto, tal y como lo reflejan tres obras gráficas sobresalientes, El Gran Duque, El último Vuelo y Más allá de las nubes.  

El Gran Duque es la historia de un avión revolucionario, el Heinkel 219 Uhu (Eagle-owl), el mejor interceptor nocturno alemán de cuantos llegaron a combatir en los cielos europeos en la Segunda Guerra Mundial (1).  Y es también la historia del Oberleutnant (subteniente) Wulf Hauptmann, un veterano piloto de la Luftwaffe destinado en el frente oriental. Wulf es un piloto de la vieja guardia, criado en unos valores que tiempo atrás se olvidaron, pero que él aún se empeña en preservar. Un detalle de esto sería que no lleva la cruz gamada pintada en la deriva de su Focke-Wulf Fw 190, dado que, según su opinión, la esvástica era un símbolo de un partido político, el Nacionalsocialista alemán, y no una enseña militar.

En realidad, tal desobediencia estaría castigada con el calabozo, por no decir con un pelotón de fusilamiento, pero para el líder del grupo del Oberleutnant Wulf, el Kommodore Wolfgang von Reinschneider, la osadía de Wulf era una buena muestra de su carácter, algo que el Kommodore apreciaba y valoraba en sus hombres.

Wulf, al igual que von Reinschneider, pertenecen al mismo grupo de pilotos que Günther, también conocido como “el Experto”, otro as de la aviación alemana, siempre a los mandos de su Messerschmitt Bf 109, veterano del frente ruso y uno de los protagonistas del álbum El último vuelo.

Cada uno de ellos representa a todos aquellos pilotos que vieron en la Luftwaffe del Reichsmarschall Hermann Wilhelm Göring la herramienta para devolver a su país al lugar que se le arrebató tras la firma del tratado de Versalles. Y cada uno de ellos, en especial Wulf y Günther, representan la decepción y el hastío que invadió el ánimo de buena parte de los combatientes alemanes, inmersos en una contienda ideológica y megalómana, la cual a punto está de acabar con el país que ellos mismos habían jurado proteger.

Puede que el más desencantado y anacrónico de todos sea Wulf, incapaz de tolerar las bravuconadas de quienes se apuntan como victorias el derribo de los obsoletos biplanos de observación soviéticos y los aparatos poco armados. ¡Tampoco contabilizamos el tiro al pichón! ¡Eso lo dejamos para las hienas como tú, que no tienen esa clase de escrúpulos!, le dirá el veterano aviador a un teniente recién llegado y con ganas de ascender en el escalafón, sin importarle cómo.

Günther tiene esa misma mentalidad y no duda en rendirle respeto a quien sólo unos minutos antes le ha desafiado en el cielo de un lugar cualquiera de la Europa en guerra, tal y como sucede en “El Salto del Ángel”, el cuarto de los relatos que se encuentra recopilado en El último Vuelo.

Son seres tan anacrónicos como Teruo, el piloto japonés que protagoniza la primera de las aventuras de El último Vuelo, a los mandos de su Mitsubishi A6M5 Zero, unos de los cazas más famosos de la contienda bélica.  “La Flor del Cerezo” reproduce los instantes finales en la vida de uno de aquellos jóvenes pilotos de caza japoneses que, llegado el momento, se sacrificaron por su emperador y por su nación, lanzándose en picado sobre un navío aliado, en los instantes finales de la Segunda Guerra Mundial.

Los pensamientos y sentimientos de Teruo están plasmados en una carta a su padre en la que trata de reivindicar todas aquellas cosas que motivaron la entrada en la guerra del imperio japonés contra las fuerzas aliadas, por unas causas que ya resultan huecas y ajadas, por mucho que el joven pretenda mantenerlas vivas.

Sus motivaciones fueron las misma que las de Günther, las de Wulf, las del Kommodore Wolfgang von Reinschneider, o las de Alain de Champalaune, el joven piloto francés que se alistó para luchar junto a los soviéticos –formando parte del regimiento de caza Normandía-Niemen- o las de la teniente Lylia Litvasky, una “Nachthexen” (Bruja de noche) ascendida a piloto de caza del ejército soviético, pilotando un Lavochkin-5.

Lylia Litvasky es, además, la excusa argumental utilizada por el guionista Yann –Yannick le Pennetier, responsable de la historia que se cuenta en El Gran Duque- para plantearnos las tensas y complejas relaciones entre los combatientes de uno y otro bando, además de la consideración que se tiene para con las mujeres, combatientes o no, en medio de un escenario bélico.

Las páginas en la que Wulf descubre cómo un grupo de pilotos tratan de violar a Lylia y su posterior comportamiento para con sus subordinados recuerdan poderosamente al comportamiento del sargento Rolf Steiner, el recio e inquebrantable soldado alemán protagonista de la película de Sam Peckinpah, Iron Cross. Al igual que Wulf, Steiner tampoco tolerará el comportamiento de Zoll, un sádico miembro del partido, carente de toda ética y sentido moral, a quien abandonará a su suerte, una vez que éste quede herido e indefenso, frente a las mujeres que ha querido violar.

Lylia es también el catalizador de las tensas relaciones entre los combatientes y los comisarios del partido comunista soviético, empeñados en mantener la pureza ideológica y los dictados del Gran Camarada, Joseph Stalin, a costa de la vida y los sufrimientos de quien sea. Sus tiras y aflojas con la camarada Politruk son una buena muestra del sesgo ideológico que dominó la Segunda Guerra Mundial, algo que igualmente simboliza Verena, la chivata nazi que va destapando cualquier atisbo de traición hacia los dictados del Reich nacionalsocialista, sin importarle lo más mínimo las consecuencias de su acciones.

Llegado el momento y tras el fallecimiento de su hija pequeña, Rommy, durante el execrable y sanguinario bombardeo de la ciudad de alemana de Dresde por parte del ejército aliado, Wulf perderá el único anclaje con la realidad que aún le mantenía sereno  y cuerdo, transformando su existencia en una sucesión de combates, muertes, más combates y más muertes, a imagen y semejanza de la vida de Günther.

Resulta curioso apuntar que será otra niña, Catherine, quien salva la vida de Tom, un piloto americano, herido tras atacar un convoy alemán a los mandos de su Curtis Republic P-47D Thunderbolt, en la segunda historia del álbum El último Vuelo. La niña le dará a su muñeca Lily, a modo de amuleto, al igual que Rommy, le diera a su padre un búho de madera, para que le protegiese durante sus misiones.

Tom logrará devolverle a Catherine su muñeca, justo antes de embarcarse como instructor en un portaaviones, un navío que luego se convertirá en el objetivo principal de Teruo, el piloto japonés del que ya hemos hablado anteriormente. Wulf perderá el búho que le regaló su hija, a causa de su afán por salva a Lylia, y el juguete acabará destruido, pasto de unas llamas que también consumirán el cuerpo de su hija pequeña.

Sin reparar el ello, será Tom quien derribe a Günther, cansado de ver cómo masacran a los reclutas que le envían sus superiores para tratar de defender lo que ya era indefendible. Más adelante será cuando Tom caiga herido y conozca a la pequeña Catherine, quien hizo la veces de “ángel de la guarda” del piloto, pero que, llegado el caso, no pudo acompañarle cuando el barco en el que navegaba Tom se convirtió en el objetivo del ataque suicida desatado por Teruo.

En otro instante, y en otro continente, el Kommodore que sustituyó al desaparecido Wolfgang von Reinschneider, era arrestado por la SS, acusado de traición y de formar parte del complot que casi logra acabar con la vida de Adolf Hitler, una mañana del mes de julio del año 1944. Su sustituto, un desfigurado y leal nazi llamado Testhoff, no dudará en dejar clara su postura frente a cualquier acto de sedición o insubordinación hacia los dictados del tercer Reich y sus mandatarios, fiel reflejo de la locura que poseyó a buena parte de los ciudadanos de la Alemania de aquellos años.

Su último acto de piedad hacia Wulf, una vez que la víbora de Verena denuncia su comportamiento y su permisividad ante el intento de deserción de un compañero de armas, es ponerle a los mandos de un Mistel 1 (Ju 88 A-4/Bf 109 F-4) o Beethoven-Gerät, una “bomba volante” pilotada, similar a las bombas Yokosuka MXY-7 Ohka japonesas.

Para Wulf, la misión es igual de suicida y sin retorno que para Teruo, pero el destino y la vida de un piloto está regido por unos parámetros diametralmente opuestos a los de una persona de a pie, un hecho que el piloto alemán certificará cuando se encuentre con Lylia en el mismo tren de prisioneros en el que él está metido.

Dejo para el final Más Allá de las Nubes, porque su desarrollo argumental transcurre en un lapso de tiempo mucho mayor y no solamente en la guerra sobre los cielos de Europa, durante la primera década de los años cuarenta, del pasado siglo XX.

Más allá de las nubes es una historia de amistad, entre dos pilotos de caracteres bien distintos, Allan Thompson, un americano de espíritu indómito, y Pierre Lucas-Ferron, otro apasionado de la aviación, en cualquiera de sus facetas, pero con un espíritu mucho más atormentado que su antagonista americano.

Su primer encuentro fue providencial, justo después de que Pierre diera con sus huesos y con los de su avión en lo alto de una montaña perdida y helada, en medio de los Alpes. Allí, en medio de la nada, Allan arriesgó su vida para salvar a Pierre, sin titubear lo más mínimo, un acto de valentía que sedujo al accidentado piloto francés casi de inmediato.

Luego, sus vidas se volverían a cruzar en pleno auge de los raids aéreos, las carreras de velocidad y los show acrobáticos que llenaron los cielos de buena parte del mundo hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial.  Eran tiempos en donde los constructores apostaban todo su prestigio para ganar un determinado trofeo que luego les permitiera obtener un suculento contrato gubernamental, tal y como pretendía la firma Caudron, fundada en 1909 por los hermanos Gaston y René Caudron.

Dichos juegos de intereses y poderes político-económicos truncarán la carrera profesional de Pierre Lucas-Ferron y supondrán el principio del fin de su relación con Marie, su prometida, quien luego se mudará hasta los Estados Unidos, merced a la ayuda recibida por Allan.

Será, precisamente, en los cielos de Norteamérica, donde la vida y el rostro del piloto francés queden seriamente desfigurados, obligando a Pierre Lucas-Ferron a desaparecer de la escena pública para luego regresar escondido tras la máscara del temerario piloto conocido como The Black Angel.

Una vez que todo parece que había vuelto a la normalidad, Pierre verá el rostro de su amigo Allan impreso en un las páginas de un periódico en el que se ensalzaban las hazañas de los pilotos norteamericanos que habían acudido hasta el viejo continente, como parte del contingente que acudió en defensa del imperio británico, en su desigual lucha contra el Reich alemán.

Aquella foto hace que Pierre deje atrás su vida de acrobacias y, una vez de regreso en Europa, se aliste en las fuerzas aéreas británicas, la última línea de defensa contra la invasión alemana que sobrevolaba Gran Bretaña.

Desde el primer momento, Pierre Lucas-Ferron demostró ser un piloto excepcional, capaz de sobrevivir en medio de una letanía continua de muertes y más muertes. Sin embargo, su encuentro con Allan le devolverá a un estado de rivalidad, tiempo atrás olvidado, el cual le empujará hasta una suerte de competición sin sentido, tratado de superar la marca del contrario, pero sin tan siquiera contar con quien cuidará el marcador final.

El último acto de Pierre Lucas-Ferron sobre los cielos de Europa lo empareja con los otros pilotos antes mencionados, aunque su sacrificio sólo sea conocido por unos pocos, mientras que el resto lea una historia bien distinta.

Al final, la guerra en el aire es una guerra de personas en solitario, que toman decisiones en solitario y luego deben aceptarlas tal cual son, sin poder descargar la culpa sobre el compañero. Pierre Lucas-Ferron, como también hiciera Wulf Hauptmann, Alain de Champalaune, Lylia Litvasky o Teruo forman parte de la hermandad que, desde el principio de los tiempos de la aviación moderna, se desarrolla en los cielos de cualquier parte del mundo durante una contienda, y cada una de estas obras es un magnífico ejemplo de todo ello.

Por último, y no por ello menos importante, están los verdaderos protagonistas de estas tres historias, los distintos aviones que llenan las páginas de cada una de las historias, magníficamente plasmados sobre el papel por el dibujante Romain Hugault –quien también es el autor del guión de El Último vuelo. Su sobresaliente trabajo sólo queda eclipsado por el hecho de que se trate de una obra en dos dimensiones en vez de en tres. Si así fuera, podríamos apreciar la pureza y el realismo de sus aeroplanos, los cuales parecen querer salir volando de las páginas dibujadas y coloreadas por el autor francés.

Bien se pudiera decir que estas obras son, en conjunto, una enciclopedia visual que recogen algunos de los mejores aparatos que lucharon, frente a frente, durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Su nivel de detalle y verosimilitud los hacen todo un placer para que, quienes disfrutamos con el mundo de la aviación, en cualquiera de sus facetas, no dejemos de sorprendernos ni un instante, mientras leemos estas tres sensacionales obras publicadas por Norma Editorial, en su formato original y con una calidad digna de reseñar.

Son tres obras para los amantes de la aviación y de los dramas humanos, que se desarrollan dentro y fuera de un conflicto bélico, escenario ideal para que el ser humano brille tal cual es, sin parafernalias vanas, ni verborrea hueca y sin sentido. Sólo el cielo, los mandos de un avión y un instante antes de entrar en combate. 

Si quieren conocer más sobre los diferentes aviones que aparecen en las obras mencionadas, por favor, consulten la siguiente bibliografía (1)

Mondey, David

The Concise Guide to axis aircraft of World War II

Chancellor Press, an imprint of Reed International Books Ltd. London 1996

 

German aircraft of the World War II

Edited by David Donald

Blitz Editions, an imprint of Bookmart Limited. London 1996

 

Y si quieren conocer más en profundidad la obra del autor francés, por favor, consulten la siguiente página web: http://www.romainhugault.com

 

© Romain Hugault, 2014

© Norma Editorial, 2014

Sobre este blog

Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

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