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Saramago, el hombre que logró una armoniosa ecuación entre su vida y su obra

Creador de uno de los universos literarios más personales y sólidos del siglo XX, José Saramago supo aunar su vocación de escritor con su faceta de hombre comprometido que nunca cesó de denunciar las injusticias que veía a su alrededor o de pronunciarse sobre los conflictos políticos de su tiempo.

“Saramago vive como escribe, tan lúcido e íntegro en sus libros como en los días de su vida”, dijo en una ocasión la novelista colombiana Laura Restrepo al resumir “la clara impronta de humanidad” que emanaba de la figura y de la obra del escritor portugués.

Persona de firmes convicciones, capaz de “estar al lado de los que sufren y en contra de los que hacen sufrir”; “hombre de una sola palabra, de una sola pieza”, como lo definió su mujer, la periodista española Pilar del Río, cuando en 1998 le dieron el Premio Nobel a Saramago, éste reconocía siempre que él no tenía poder para cambiar el mundo, pero sí para decir que era necesario cambiarlo.

Y lo decía en ese “espacio literario enorme” que para él era la novela, en la que, con su habitual modestia, aseguraba no haber “inventado nada”.

“Sólo soy alguien que, al escribir, se limita a levantar una piedra y a poner la vista en lo que hay debajo. No es culpa mía si de vez en cuando me salen monstruos”, afirmó en el 97, con motivo de uno de sus múltiples doctorados “honoris causa”.

Sus viajes por los cinco continentes le servían también para animar a los oyentes a reaccionar ante el mal funcionamiento del mundo, “a indignarse, a no quedarse en esa especie de inercia de rebaño” que caracteriza al hombre actual.

“Es hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan se puede decir que nos merecemos lo que tenemos”, aseguraba Saramago en junio de 2007, en unas jornadas de la Fundación Santillana.

En ellas, quien fue militante comunista durante buena parte de su vida, criticó con dureza a la izquierda: “Antes, caíamos en el tópico de decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda”, señalaba el escritor.

En innumerables ocasiones Saramago había pedido un debate en profundidad sobre el sistema democrático, convencido como estaba de que el verdadero poder no reside en los gobiernos sino en las multinacionales. “Hablar de democracia es una falacia”, solía decir.

Saramago hace tiempo que se convirtió en referencia imprescindible de la narrativa europea, y así lo reconoció la Academia Sueca cuando le otorgó el Nobel por haber creado una obra en la que “mediante parábolas sustentadas con imaginación, compasión e ironía, nos permite continuamente captar una realidad fugitiva”.

Hijo y nieto de campesinos, el escritor nació en 1922 en la pequeña aldea de Azinhaga y publicó su primera novela en 1947, “Tierra de pecado”.

El reconocimiento mundial no le llegó hasta los sesenta años, con Memorial del convento, la novela que, según ha contado Pilar del Río en más de una ocasión, propició su relación amorosa con el escritor.

A la periodista y posterior traductora de la obra de Saramago le impresionó tanto la lectura de ese libro (Premio del Pen Club Portugués) que se fue a Lisboa a entrevistar a su autor en 1986. Dos años más tarde se casaron.

Las novelas de José Saramago “contienen el ADN de lo humano, su huella digital, el rastro de su sangre”. Estas palabras de Laura Restrepo denotan la profunda humanidad que desprenden obras como Alzado del suelo (Premio Ciudad de Lisboa), El año de la muerte de Ricardo Reis (Premios del Pen Club Portugués y Dom Dinis), o la La balsa de piedra“.

Su novela El Evangelio según Jesucristo levantó ampollas en el Vaticano y fue vetada en Portugal en el 92. Un año después el escritor decidió trasladarse a vivir a la isla española de Lanzarote donde residió hasta el final de sus días.

Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, Ensayo sobre la lucidez, La caverna, El hombre duplicado, Las intermitencias de la muerte, son también novelas de este gran escritor que en su último libro, Las pequeñas memorias, entrelazó los recuerdos de su infancia: “He intentado no hacer nada en la vida que avergonzara al niño que fui”, le dijo a EFE cuando se publicó esa obra.

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