El Teatro Real quiere convertirse en un foro artístico

Con un concierto extraordinario el 11 de octubre culminarán las celebraciones del X aniversario de la reapertura del Teatro Real, coliseo que vive un momento dulce y busca la complicidad de nuevos públicos, tras un largo, complejo y polémico proceso de rehabilitación y consolidación.

“Me da muchísima alegría ver cómo funciona ahora, ¡después de lo que sufrimos!”, comenta con satisfacción Carmen Alborch, que era ministra de Cultura entre 1993 y 1996 y ahora es miembro del Patronato de la Fundación Teatro Lírico, de la que depende el Real.

Hoy, el Teatro Real, clave en la revitalización de la ópera en España, quiere ser un foro artístico donde converjan desde escultores y diseñadores a cantantes y músicos, al servicio de un género apasionado y con cuatro siglos de vigencia, pero que, con fama de elitista e inaccesible, se ha propuesto atraer a nuevos espectadores que aseguren su supervivencia.

Treinta y dos años tardó en construirse el coliseo, que, con una ubicación estratégica -frente al Palacio Real de Madrid-, se inauguró el 19 de noviembre de 1850.

Funcionó más de 75 años, hasta que la amenaza de ruina obligó a su cierre para realizar unas obras que se prolongaron durante cuatro décadas, debido a las zozobras de la República, la Guerra y la Posguerra (incluido el estallido del polvorín).

A pesar de su tradición operística -el mismo Giuseppe Verdi asistió al estreno de La fuerza del destino-, en 1966 se reabrió como sala de conciertos y sede de la Orquesta Nacional de España.

“¡Bendito el Teatro de la Zarzuela, porque sin él, no hubiésemos podido cantar ópera...!”, afirma a Efe el tenor Plácido Domingo, quien recuerda cómo subyacía en Madrid “la esperanza y el sentimiento de que esta ciudad tenía que tener su teatro de ópera”.

En 1984, el entonces ministro de Cultura, Javier Solana, inicia el largo proceso para rehabilitar el Real como coliseo de ópera y la construcción del Auditorio Nacional como sala sinfónica.

“Fui con el ministro al Teatro Real y me quedé boquiabierto al ver cómo estaba camuflado, cómo lo habían convertido en una sala de conciertos. Mucha gente se oponía a recuperarlo como teatro lírico, pedía que se buscara otra solución, incluso que se construyera un teatro de ópera nuevo”, prosigue el tenor.

“Aunque sea en la madurez de mi carrera, y sin haber tenido la oportunidad de cantar todos los títulos que yo hubiera querido en el Real, por lo menos, he estado presente todos estos años”, se congratula el artista.

Tensiones políticas

El 11 de octubre de 1997 tuvo lugar la reapertura con el ballet El sombrero de tres picos y la ópera La vida breve, de Manuel de Falla. Culminó así una rehabilitación que costó más de veinte mil millones de pesetas y duró casi diez años, marcados por innumerables obstáculos y una agria polémica política -impulsado por un Gobierno del PSOE, fue inaugurado por uno del PP-.

Las tensiones afloraron, especialmente, con la destitución de Elena Salgado como directora general de la Fundación Teatro Lírico y la posterior dimisión del director artístico, Stéphane Lissner.

“Una obra así siempre es compleja, porque buscábamos las mejores condiciones y la mejor tecnología, que fuera un puntal, pero eso requería una gran inversión. Muchos criticaron el incremento del presupuesto, que parecía excesivo, pero que si se compara con otros teatros de Europa, fue ajustado”, añade Carmen Alborch.

Según recuerda, “pasaron mil cosas -la muerte del arquitecto responsable, la caída de la lámpara...-, y la tensión política que se vivía esos años también influyó mucho”. Pero la ex ministra estuvo siempre convencida de que, al final, todo el mundo iba a “estar orgulloso” del resultado.

Para el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, que ha vivido gran parte de este periodo desde distintos cargos, “la convivencia entre las Administraciones -presentes en el Patronato de la Fundación- ha sido excelente. Es imposible evitar discrepancias, pero nunca han sido insalvables”, declaró.

Ruiz-Gallardón estima que en el pasado pudo haber “fricciones entre diferentes responsables de la dirección y de la programación del teatro”, pero “todo eso está superado y hoy el equipo directivo funciona a pleno rendimiento y comunión de intereses y objetivos”.

Funcionar como un reloj

Emilio Sagi, que fue director artístico entre 2001 y 2005, cree que, tras unos primeros años de esfuerzo “titánico”, “funciona como un reloj”, porque “el nivel de profesionalidad es de los más altos del mundo”.

Su contribución al desarrollo de la ópera en España ha sido “inmensa” y, en sólo 10 años, ha recorrido un camino muy importante, reconocido ya en Europa y en el mundo. “Todos los artistas internacionales están deseando trabajar en él”, manifiesta el director de escena, con quien coinciden José Bros y Mariola Cantarero, reputados cantantes que transitan por los mejores teatros del mundo.

La soprano granadina explica: “hay un gran equipo detrás que trabaja muchísimo para que todo salga bien”. Para José Bros, “el Real no ha hecho más que crecer” y se afianza en el mercado internacional.

Desde la reapertura se han escuchado más de cien títulos -escenificados y en versión concierto-, escritos por casi medio centenar de compositores, de los que Verdi es el más programado, seguido de Wagner y Mozart.

En estos años se han promovido estrenos absolutos de autores españoles, como Divinas palabras, de Antón García Abril, El viaje a Simorgh, de José María Sánchez Verdú, o Don Quijote, de Cristóbal Halffter, quien advierte de que auténticos estrenos -es decir, “cuando todo (música, libreto, escena, vestuario, luces...) es nuevo”-, hubo, “lamentablemente, poco en este periodo”.

Para Halffter, la influencia internacional del Real es “ambivalente”, pues interesa a los teatros más importantes como “consumidor”, pero las producciones propias son “escasas y no se promueven fuera debidamente”.

Apertura a nuevos públicos

La ópera es un género apasionado, para bien y para mal. Así, no pueden olvidarse noches memorables, como la protagonizada por la mezzosoprano italiana Cecilia Bartoli, y otras de escándalo, como el homenaje a Alfredo Kraus, que provocó la ira del público por las cancelaciones de última hora.

“El público de Madrid --observa Ruiz-Gallardón-- tiene fama de exigente y eso generó polémica en los primeros años con varias producciones y algún cantante. Los atrevimientos y rupturas con lo tradicional son, generalmente, mal acogidos por la facción más conservadora del público. Pero, a la larga, son admitidos”.

Para que la ópera conserve viva su llama, necesita público, algo muy presente en el actual equipo directivo, que intenta abrir el teatro a un amplio abanico de espectadores, multiplicando los abonos, con descuentos para jóvenes, espectáculos en la calle y programación de jazz o flamenco, mientras que el mundo de la danza reclama con insistencia atención y espacio para esta disciplina artística.

Sobre el futuro, uno de nuestros grandes cantantes, Carlos Álvarez, subraya “la necesidad de ofrecer mayor número de funciones, optimizando el rendimiento y aprovechando este momento 'dulce' que vive la ópera a nivel mundial, evolucionando hacia un teatro de repertorio (o casi)”.

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