El corazón habitado de Carlos Pinto

Carlos Pinto y Daniel Duque

Daniel Duque

Carlos Pinto ha publicado un nuevo libro de poesía (Mundo de la memoria, ediciones Idea) corto, sin sujeción a trabas métricas, aparentemente sencillo, directo y derecho a la inteligencia de nuestra experiencia sentimental. Un libro de íntima quietud de lago subterráneo y, a la vez, de deambulatoria exploración por las hondas galerías y las vastas salas del museo de la vida vivida del que da la impresión en algunos poemas de que el poeta ha regresado con un ínfimo fragmento de mapa del tesoro:

Allí estaban, tan cerca de la tarde,

las barcas amarillas, azules, verdinegras

y el mar que las sostiene

limpio y azul.

La gran mano amparando a los hombres,

a los peces, a toda la ciudad,

junto al mar sigiloso que la crea.

Como es un libro, también, cargado de inteligentes invitaciones para compartir vivencias con el lector, me lanzo, no a interpretar el poema, sino a describir la sensación que ese poema me produjo, y por eso diré desde el principio que lo que el poeta canta, a través de un paisaje anclado en la memoria, es el acercamiento a un trocito usado de su tiempo, un momento apenas entrevisto y para nada recuperado en su totalidad.

Las barcas y los colores y la ciudad y el mar que la crea no son nada más que el decorado de una tarde ya ida, irrecuperable para siempre jamás, pero que trae medio prendida en sus nubes vespertinas las brumas de una experiencia intransferible, pongamos por caso, el momento en que el poeta, alongado en el balcón de la isla, se fundió en un solo palpitar con la humanidad entera: “la gran mano amparando a los hombres”.

Entonces sintió una conmoción sentimental inefable que ahora, tantos años después, quiere recuperar a toda costa, de ahí la rotunda afirmación, el “allí estaban” los testigos de su comunión con el universo mundo; pero no nos engañemos, el poema solo levanta el decorado en el que se produjo, y con él el recuerdo del hecho pasado, pero totalmente desposeído de carga vivencial. Por eso el poema es casi en su totalidad la descripción de un paisaje, mientras que “el hecho” —qué más da qué cosa fuera si lo importante fue la emoción que lo embargó y esa ya no existe sino como recuerdo— se disuelve en un momento inaprensible y hermético: “tan cerca de la tarde”. “Tan cerca”, dice el poeta; “lo que pudo haber sido y no fue”, decimos los lectores analizando la entristecida emoción que nos deja su lectura. Nunca se llega al tesoro, sino a fragmentos del mapa.

En otro poema que arranca con una bellísima sinestesia, se insiste en los mismos componentes: un fragmento del pasado visto como un “paisaje lírico”, esto es, ligado a una determinada emoción, y el hombre que desde el presente —“Contemplamos// desde un lugar seguro”— se asoma a la galería para contemplar el lejano jardín de la memoria; pero hay ahora un detalle novedoso con respecto al anterior poema: la idea de la memoria circular que se empareja a otra rueda, la de la vida pasada, que también tiene su mismo ritmo, de manera que cada día, a la misma hora, las dos ruedas tangentes, durante un segundo intensísimo, enfrentarán al hombre a otro fragmento de su íntima historia, para inmediatamente devolverlo otra vez al rutinario mar de soledad y ausencia en donde flota:

¿Veis el silencio en medio de las aguas

cuando la noche pasa y sostienen las luces

que están en la ribera?

No hay calma igual

a la del mar que allí descansa.

Estamos en la ausencia;

también la soledad tiene su parte.

Contemplamos

desde un lugar seguro

el lírico paisaje

que se repetirá a la misma hora,

siempre.

Ante un libro titulado Mundo de la memoria, uno no debe olvidar que Carlos Pinto es psiquiatra y que la memoria, por tanto, no es sólo la capacidad, disposición, facultad, función, etcétera, por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado, sino un “ámbito” al que durante muchos años tuvo que dedicarle su profesional atención. Tampoco conviene olvidar que a un artículo de periódico como este no se le puede pedir un análisis riguroso y extenso del libro, que es lo se merece, sino encarecida llamada de atención y muy sincera recomendación de lectura.

Añadamos dos datos más para explicar mejor la fisonomía del libro: siendo un texto sobre el tiempo, publicado cuando el poeta ha cumplido los noventa años, el principio que aparece siempre en el corazón de todas las búsquedas, de todos los retornos indagatorios al pasado es el mismo de sus otros libros: la poesía como conocimiento. La novedad, en este caso, es que los poemas se vuelven piezas-recuerdos del puzzle de la vida con las que quiere recomponer un cuadro más completo y más real de su propia trayectoria sentimental, asunto que aborda con gran maestría en el primer poema de la segunda parte, titulada Preliminar:

He de volver

a ese instante en el que estuve,

porque me pertenece.

Quiero decir

que todo el tiempo puede ser visitado

desde aquí, desde hoy, desde mañana.

En lo que he visto ayer

estaba aquella tarde de verano

que llegará algún día adolescente

en el paseo por la plaza.

Allí la contemplaba,

juveniles los ojos que ahora miran

la ligera torpeza de mi mano,

en la decrepitud oculta entonces,

y que señalan las doradas nubes

de la tarde.

Y aquí la noche ya

aquí: la noche.

Y todo ese sentir vivido se recupera, también, con dolor —“creciendo, una agonía me recorre”—, pues en toda esa labor de tejer y destejer el pasado “el temor y el temblor están presentes”. No hay, digamos finalmente, autocomplacencia alguna, sino un caminar por terreno incierto con los ojos muy abiertos: “Nunca sabré// si construye el pasado la memoria// o es ella que lo crea”.

Fiel a su oficio, la cultura, Carlos Pinto, que desde el 1989 escribe sus memorias como una crónica personal, nos entrega ahora un elaborado poemario en donde, desde el desamparo, describe su respuesta al quevediano ¡Ah de la vida!: “Acaso no sea buena decisión// regresar, pero la cuenta de los días// no ha de hacerla el olvido”. El tesoro se ha quedado a la sombra y la luz de la memoria se adormece en la mentira “pensando en que volver era posible”. Pero al final, a pesar de todas las dudas (“este presente// que no sé de quién es”), y del irrefrenable fluir “de aquello que se fue,// que se está yendo, que no estará mañana”, con la sencilla sinceridad de siempre, se encarama en su más inquebrantable convicción y, dirigiéndose a sí mismo, confiesa:

No digas más:

sigue junto al amor que ha de salvarte.

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