Una película que sobrevive a la muerte

Eddie Marsan en un fotograma de 'Still Life'

Gara Santana

Las Palmas de Gran Canaria —

La crítica no es unánime a la hora de elogiar Still Life (en España denominada Nunca es demasiado tarde), pero nadie duda de la potencia de su mensaje. Es una película que hablando de muerte en todas sus escenas nos invita a vivir intensamente. Esta historia transcurre en Londres. John May es un funcionario del ayuntamiento encargado de encontrar a los parientes más cercanos de las personas que han muerto en soledad. Mr. May hace este trabajo de la manera más meticulosa posible y con todo el cariño que puede, quizás así para escapar de su propia soledad.

Un papel para Marsan

En pocas ocasiones he visto al gran actor Eddie Marsan encajar de forma tan brillante en un papel cinematográfico. El personaje de John May le queda a la perfección: una mirada tierna y triste difícil de observar sin conmoverse, una forma de andar como de quien no quiere molestar en el mundo y una timidez solo superada por sus ansias de amar. Esta película ya es maravillosa sólo por tener a este actor como protagonista.

Una cara conocida: Joanne Froggatt

Es el otro gran reclamo de esta cinta y puede que el motivo por el que esta producción de 2013 salga a la luz a finales de 2014. Esta actriz nos resulta familiar por su interpretación en la exitosa serie de televisión británica Downton Abbey en el papel de Ana Bates, la inseparable dama de compañía de Lady Mary Crawley. En esta ocasión se libró de su vestimenta negra y nos ofrece una interpretación muy fresca que parece haberla rejuvenecido.

El ángel de la muerte

La película ofrece una visión de la muerte que no da miedo ni tristeza, simplemente nos propone una manera de afrontarla: honrarla sea lo que sea lo que venga después. El día en que muramos, dejaremos un bote de mantequilla sin terminar, unos calcetines tendidos junto al radiador, un álbum de fotos incompleto y desordenado, pero esas pequeñas cosas que llenaban nuestro día a día a la hora de la muerte se tornan intrascendentes y prevalece sobre todas las cosas el recuerdo que dejamos en los vivos. Nadie querría que alguien tocase nuestros objetos tras nuestra muerte, son propiedad personal y privada. No querríamos que nadie se tomara la licencia de manipularlos y decidir su destino, pero tras ver esta película todos encargaremos esa misión a John May, que sea él el abogado de los difuntos con asuntos pendientes.

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