Federer acecha el récord de Sampras tras su triunfo en Nueva York

El último Grand Slam de la temporada, el Abierto de Estados Unidos, puso en entredicho la hegemonía histórica del norteamericano Pete Sampras, con números antaño inabordables que empiezan a tambalearse acorralados por la autoridad de Roger Federer.

El helvético pasó por alto la irrupción de nuevos aspirantes. Jóvenes ansiosos de formar parte del reparto de éxitos de cada curso que hasta ahora acapara el número uno del mundo.

El suizo ha implantado el absolutismo en el circuito. Sólo alterado por la temporada de tierra y la supremacía que en ella implanta el español Rafael Nadal. En el resto, no hay misterios.

La llegada del serbio Novak Djokovic a su primera final de un Grand Slam no alteró la situación convertida en tradición en el último bienio, donde Federer no falta a una cita por el título de ninguno de los torneos grandes.

Djokovic, a sus veinte años, representa el futuro. Se ha consagrado, en parte, en el Centro Nacional de Tennis de Nueva York. Pero le ha faltado dar la puntilla. Le pudo la ansiedad y la magnitud escénica del evento además de un gran rival. Que nunca falta en los momentos claves, en los que se decide el partido.

El serbio, que dispuso de siete puntos de set terminó por caer en sólo tres parciales. Federer sumó su cuarto Abierto de Estados Unidos consecutivo. Es el único en hacerlo. Después de diez finales seguidas en los grandes, que le han dado ocho éxitos mayores, totaliza doce.

Está a sólo dos de Sampras, que acumuló catorce. A sus veintiséis años y cuando parece que los alicientes decaen para el helvético, este récord es una de sus ambiciones. La otra es terminar con su sequía sobre arcilla, donde los españoles brillan. Sobre todo Rafael Nadal.

Sin embargo, el Abierto de Estados Unidos, además de estimular la ambición de Federer y de dar la bienvenida a Djokovic, recordó que los tenistas de España hace tiempo que salieron de la tierra batida.

David Ferrer se asoma

El marco neoyorquino sirvió, sobre todo, para premiar a David Ferrer, un luchador infatigable, no exento de talento, que encontró el premio a su fe en su primera final de un Grand Slam.

El alicantino llegó a semifinales, donde se topó con la irrupción y el hambre de Djokovic. Pero hasta entonces sobresalió de largo. Superó en tercera ronda al argentino David Nalbandian, a pesar de contar con un punto de partido. Y a Rafael Nadal en octavos. Después, fulminó a otro argentino Juan Ignacio Chela, para incrustarse entre los cuatro mejores del torneo.

La baza más fiable del tenis español, sin embargo, padeció el lastre de las lesiones que marcaron su periplo por el torneo. Nadal sufrió una tendinitis en la rodilla izquierda días antes del inicio del torneo. Eso condicionó su papel en Estados Unidos. Más pendiente de su puesta a punto que de su juego no pudo brillar a causa de su situación física.

Llegó hasta octavos, y formó parte de una situación histórica en el tenis español. Con cuatro raquetas entre los mejores del torneo. Feliciano López ofreció la mejor versión de su tenis. Incluso, fue uno de los pocos que hizo sombra al número uno del mundo, al que arrebató un set. Progresó hasta que se topó con Federer.

Mención especial merece Carlos Moyá, que disfrutó de una segunda juventud en el Abierto de Estados Unidos. Cumplió su undécima participación en Nueva York. Novena, desde que disputó las semifinales del torneo. Brilló alto el balear, que recuperó sensaciones de antaño. Hasta que se topó con Djokovic.

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