Un hombre de club

El pasado jueves un buen periodista, al que se le echa de menos a este lado de la trinchera y que ahora anda metido en otros menesteres, se puso en contacto conmigo, vía telefónica, para advertirme que el grancanario Ángel López sería convocado por Luis Aragonés por España y para recordarme, de paso, que Juan Antonio Quintana Nieves había apostado fuerte por el jugador de Pozo Izquierdo cuando algún lumbreras, que trabajaba en la cadena de filiales de la Unión Deportiva Las Palmas, quiso desprenderse de un futbolista que, este miércoles, debutará como internacional con la roja.

La llamada me pilló en Gijón. Esa bella ciudad que se asoma al Cantábrico y que tanto gusta a ese amigo periodista (el día soleado invitaba a un paseo por la playa de San Lorenzo y a tomar un culín de sidra en Cimadevilla). El soplo me dejó con sensaciones contrapuestas. Por un lado brotó la alegría por Ángel López, un tipo sensato, sencillo, humilde y muy buen futbolista. Un jugador que surgió, junto a Jorge y Guayre (también Rubén Castro, pero en menor medida), fruto de la desesperación de Sergio Kresic por encontrar una solución rápida al inicio errante de la UD Las Palmas en su temporada de regreso a Primera división.

Aquel trío de jóvenes futbolistas dio la dósis justa y necesaria para que aquella UD Las Palmas, plagada de mediocridades de dudoso valor y, probablemente, generosas comisiones (Toddy Gudjohnsen, Oktay Derelioglu o Souleyman Oulare), se paseara con cierta tranquilidad y solvencia por la categoría. Tal vez, por las posiciones que cada uno ocupaba en el terreno de juego, Ángel López siempre estuvo a la sombra de Guayre y Jorge, más desequilibrantes o con más fuegos de artificio a su alrededor. Pero la trayectoria y empeño de Ángel, siempre en línea recta, apuntaban hacia una aventura dilatada y próspera en Primera división. Por eso apostaba siempre en Barranco Seco Tino Cebral. No errró el tiro.

Pero mientras buscaba, tras dejar atrás el Cerro de Santa Catalina, en plena ruta gijonesa el Elogio del Horizonte de Eduardo Chillida, recordé con cierto sabor agridulce la figura de Quintana Nieves, fallecido prematuramente (la buena gente se va siempre antes de tiempo). Un tipo de fútbol que hubiera disfrutado con la presencia de Ángel López, una de sus grandes y mejores órdagos, en la selección española. Un hombre de club. Alguien necesario en una entidad como la Unión Deportiva, que durante mucho tiempo estuvo marcada en su cantera por la inoperancia de gente obsoleta, las formas de majo y limpio impuestas por otros con ánimo de revancha a su llegada al club o por teóricos con mucho gancho mediático y poca productividad.

Quintana Nieves era prudente. Parecía incómodo en la notoriedad, pero siempre fue honesto y un currante de la materia (la última ocasión que dialogué con él acababa de aterrizar en Gran Canaria tras pasar varios días en San Sebastián para analizar los métodos de entrenamiento del técnico francés, por aquel entonces en la Real Sociedad, Raynald Denoueix), trabajó a la espera de esa oportunidad que nunca llegó (dirigió, sin derrota, a la UD Las Palmas durante las últimas jornadas de la temporada 98/99 tras la tardía destitución de Paco Castellano), lidió con éxito en un vestuario, con poco de filial y plagado de galácticos que nunca llegaron a empatar con nadie, y siempre apostó por la cantera, por la gente válida de la tierra.

Por sus manos pasaron futbolistas como Orlando Quintana, Ángel López, Jorge, Fali, Alberto Hernández, Pedro Vega, Javi Martel, Rubén Castro o Guayre. Casi nada. Después de alcanzar el punto más alto de Gijón, me planté justo en el centro del Elogio del Horizonte, esa obra descomunal de un magnífico escultor y también portero, en su juventud, de la Real Sociedad. Allí, al filo de un impresionante acantilado y mientras por obra de magia (más bien por el genio de Chillida) podía escuchar como el mar rompía bajo mis pies, recordé a Quintana Nieves y llegué a la conclusión de que gente como él siempre debe estar en las filas de la Unión Deportiva.

Y mientras disfrutaba del éxito de Ángel o recordaba la figura de Quintana Nieves, me di cuenta que a mi izquierda, a lo lejos, se podía ver el viejo Molinón. En ese estadio, el 22 de marzo de 1978 (qué gran cosecha de gente la de aquel año), un espectacular gol de Brindisi clasificaba a la UD Las Palmas a su única final de la Copa del Rey. Respiré hondo y disfruté, por un instante, de la grandeza de un club como la Unión Deportiva que se construye con gente, todos en su justa medida, como Ángel, Quintana Nieves o Brindisi.

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