Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

JAWS -TIBURON- SESION ESPECIAL FESTIVAL ISLA CALAVERA

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Imaginen, ahora, que están embarcados en un buque de guerra, el cual responde al nombre de USS Indianapolis CL/CA-35 -un crucero pesado de batalla clase Portland- de regreso de una misión secreta justo en los compases finales de la Segunda Guerra Mundial. La misión, a pesar del velo hermético que la ha rodeado, desde el primer instante, ha discurrido sin mayores sobresaltos y, tras entregar aquello que se debía entregar en la isla de Tinián y, después de una parada en la base naval situada en la isla de Guam, el barco en el que te encuentras navega hasta la isla filipina de Leyte sin mayores preocupaciones que las que acarrean aquellos marineros de remplazo que se subieron para sustituir a quienes ya habían completado su periodo de estancia en el navío.

El USS Indianapolis CL/CA-35 en 1945

Y así hubiera debido transcurrir el guión establecido de no ser por los dos torpedos disparados por el submarino japonés I-58 -clase B-3-, la madrugada del día 30 de julio del año 1945. Aquellos dos torpedos acabaron, en tan sólo doce minutos, con la trayectoria de un navío de 9950 toneladas, botado en el año 1931 y, además, se cobraron la vida de, al menos, trescientos de los 1196 tripulantes embarcados.

Visto con la perspectiva que dan los años, quienes perdieron la vida y terminaron, luego, reposando dentro del puente de mando, las bodegas, los camarotes y el resto de las dependencias del buque hundido no debieron enfrentarse a una de las mayores pesadillas a las que se debe enfrentar un tripulante cualquiera cuando el navío en el que se encuentra naufraga o, como le sucedió al USS Indianapolis, es torpedeado y enviado a las profundidades marinas.

Esta pesadilla tiene que ver con las consecuencias directas de estar abandonado y flotando en el mar, sin suministros y a merced de la deshidratación, la hipotermia, la descamación, los delirios y las alucinaciones provocadas al estar expuesto al sol y sin ninguna protección. No obstante, el mayor peligro, por lo menos en aquellas aguas tropicales, estaba representado por los escualos que, tras el hundimiento del navío, hicieron acto de presencia para reclamar, primero, las vidas de quienes estaban severamente heridos y, después, de quienes se encontraban entre los heridos, pero aún no habían llegado a impregnar el agua con su sangre.

Ante tal escenario, poco pudieron hacer los supervivientes, tal y como luego narró Quint, uno de aquellos marinos que padeció aquel suplicio durante los días que debieron esperar hasta que un Lockheed PV-1 Ventura los localizó flotando en la superficie.

…el barco se hundió en 12 minutos y no vi el primer tiburón hasta media hora después, un tigre de unos cuatro metros. ¿Usted sabe cómo se calcula esto estando en el agua? Usted dirá que, mirando desde la dorsal hasta la cola, pero nosotros no sabíamos nada. Nuestra misión de la bomba se hizo tan en secreto que, ni siquiera, se radió una señal de naufragio (risa irónica por parte del superviviente). No se nos echó de menos hasta días después del hundimiento.

Con las primeras luces del día llegaron muchos tiburones y nosotros fuimos formando grupos cerrados, algo así como aquellos antiguos cuadros de batalla, igual que la que había visto en una estampa de la de Waterloo. La idea era que, cuando el tiburón se acercara a uno de nosotros, éste empezara a gritar y a chapotear. A veces el tiburón se iba, pero otras veces permanecía allí y se quedaba mirándole a uno fijamente a los ojos… Una de sus características es sus ojos sin vida, de muñeca, ojos negros y quietos. Cuando se acerca a uno se diría que no tiene vida, hasta que le muerde. Esos pequeños ojos negros se vuelven blancos y entonces ¡ah! Entonces se oye un grito tremendo y espantoso, el agua se vuelve de color rojo, y a pesar del chapoteo y del griterío ves como esas fieras se acercan y te van despedazando.

Supe luego que aquel primer amanecer perdimos cien hombres. Creo que los tiburones serían un millar, que devoraban hombres a un promedio de seis por hora…

A mediodía del quinto día apareció un avión de reconocimiento, nos vio y empezó a volar bajo para identificarnos. Era un piloto joven, que, como digo, nos vio y tres horas después llegó un hidro de la Armada que empezó a recogernos. ¿Saben una cosa? Fueron los momentos en que pasé más miedo, esperando que me llegara el turno. Nunca más me pondré el chaleco salvavidas.

De aquellos 900 hombres que cayeron al agua solo quedamos 316. Al resto los devoraron los tiburones… No obstante, entregamos la bomba.“ 1

Lo que entonces ignoraba Quint, el nombre del superviviente que pone voz a esta historia, es que los responsables de las comunicaciones del USS Indianapolis sí que llegaron a transmitir una señal de socorro -contradiciendo la teoría que circuló durante décadas, que decía lo contrario- pero ninguna de las tres estaciones en donde se recibió la señal del navío actuó en consecuencia, ni dio la señal de alarma. Esto explica la razón del desasosegante y desgarrador lapso de tiempo que transcurrió desde el impacto de los torpedos del submarino japonés y el posterior rescate de los superviviente de USS Indianapolis.

Por culpa de aquella negligencia, aquellos hombres debieron enfrentarse a la soledad, el agotamiento y la indefensión, mientras la perdida de consciencia, los delirios y las dentelladas de los tiburones oceánicos de punta blanca y de los tiburones tigres iban diezmando las vidas de muchos de los que sobrevivieron al ataque del sumergible japonés, aquel fatídico lunes del año 1945 del pasado siglo XX.

Esta historia es auténtica, salvo por el caso del monólogo, planteado y abocetado por el escritor Howard Sackler. Luego éste fue desarrollado, a lo largo de diez intensas e increíbles páginas, por el director y guionista John Milius y, más tarde, reescrito por el actor y escritor Robert Shaw antes de rodar una secuencia que marcó a toda una generación de espectadores y, merece la pena señalarlo, directores y guionistas recién llegados al mercado. El hundimiento del USS Indianapolis, el 30 de julio del año 1945 -en la película se cita el 29 de julio como fecha del suceso, pero los archivos desclasificados y los testimonios confirman que el barco fue hundido en la madrugada del día siguiente- forma parte de los horrores de la Segunda Guerra Mundial y no solamente por la pesadilla sufrida por quienes sobrevivieron al ataque del submarino japonés.

La falta de respuesta y las razones por la que no se hizo caso a la llamada de socorro -desde la borrachera de uno de los responsables de una de las estaciones, hasta la orden de otro de los responsables, quien exigió que no se le molestara bajo ningún concepto- son dignas de un museo de la incompetencia y falta de responsabilidad por parte de quienes juraron cumplir con su deber y en tiempos de guerra.

Por añadidura, el hundimiento del USS Indianapolis, el barco que llevó los componentes necesarios para terminar de ensamblar “Little Boy” -la primera de las dos bombas atómicas que se lanzaron sobre Japón en agosto de ese mismo año- terminó por ocupar el primer lugar en la macabra de lista de fallecidos por ataques de escualos en alta mar, tras un hundimiento.

Quint (Robert Shaw) y Matt Hooper (Richard Dreyfuss)

Todos estos elementos, explican la razón de sustentar el personaje interpretado por Robert Shaw en la película Jaws sobre este trágico suceso. Tal y como ya se ha comentado antes, fue Howard Sackler -quien solamente llegó a escribir unos pocos párrafos- el que sugirió incorporar este suceso al guión de la película. Más tarde Steven Spielberg recurrió a su compañero de estudios, el director y guionista John Milius, quien, con diez intensas páginas escritas en tan sólo una noche, desarrolló lo que, por sí solo, daba para desarrollar una película independiente.

Lo mejor de todo es que, como también sucede con la desgarradora y desasosegante muerte de Chrissie Watkins (Susan Backlinie) en los instantes iniciales de la película Jaws (Zanuck/Brown Productions, 1975), el espectador es quien debe recomponer ambas secuencias en su cabeza. Sin embargo, en el caso de la joven que es atacada por el escualo gigante mientras se está bañando, sí que somos testigos del dolor que está sintiendo durante ataque, algo que choca con el sudoroso, cínico y, a ratos, inexpresivo rostro de Robert Shaw mientras recita el monólogo que él mismo se autoeditó para adaptarlo a las necesidades del rodaje.

Y es ahí donde reside la mayor validez de una película tan elogiada, comentada y, en cierto modo, desvirtuada como la que dirigiera Steven Spielberg en la década de los años setenta del pasado siglo XX; es decir, provocar el miedo, la desazón, el pánico no con lo que se ve, sino con lo que el espectador intuye y/o se imagina. El enorme y sanguinario tiburón termina por no dar tanto miedo como el rostro contraído por el dolor de Chrissie o el monótono y machacón relato de Quint, responsable de provocar una y mil pesadillas en las mentes de quienes acudieron al cine y terminaron imaginándose que eran algunos de aquellos supervivientes de USS Indianapolis, abandonados a su suerte.

Cuatro décadas después, el festival de cine de género Isla Calavera ofrece la posibilidad de volver a ver esta película, tal y como se concibió, en pantalla grande y en versión original subtitulada, con la atmósfera necesaria para disfrutar de un clásico del séptimo arte, atmósfera que no pasa por la pantalla de un teléfono, una tableta o un ordenador, por mucho que la legión de ignorantes que pulula por las redes sociales se empeñe en apuntalar y/o defender con sus ignorantes comentarios.

La cita será el próximo día 29 de junio, justo un mes antes del septuagésimo tercer aniversario del hundimiento del USS Indianapolis, y en plena época estival…

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2018

© 2018 https://www.atomicheritage.org/history/uss-indianapolis

© 2018 Zanuck/Brown Productions

  • 1- El monólogo completo en su versión original es el siguiente:

Japanese submarine slammed two torpedoes into her side, Chief. We was comin’ back from the island of Tinian to Leyte. We’d just delivered the bomb. The Hiroshima bomb. Eleven hundred men went into the water. Vessel went down in 12 minutes.

Didn’t see the first shark for about a half-hour. Tiger. 13-footer. You know how you know that in the water, Chief? You can tell by lookin’ from the dorsal to the tail. What we didn’t know, was that our bomb mission was so secret, no distress signal had been sent. They didn’t even list us overdue for a week. Very first light, Chief, sharks come cruisin’ by, so we formed ourselves into tight groups. It was sorta like you see in the calendars, you know the infantry squares in the old calendars like the Battle of Waterloo and the idea was the shark come to the nearest man, that man he starts poundin’ and hollerin’ and sometimes that shark he go away… but sometimes he wouldn’t go away.

Sometimes that shark looks right at ya. Right into your eyes. And the thing about a shark is he’s got lifeless eyes. Black eyes. Like a doll’s eyes. When he comes at ya, he doesn’t even seem to be livin’… ’til he bites ya, and those black eyes roll over white and then… ah then you hear that terrible high-pitched screamin’. The ocean turns red, and despite all your poundin’ and your hollerin’ those sharks come in and… they rip you to pieces.

You know by the end of that first dawn, lost a hundred men. I don’t know how many sharks there were, maybe a thousand. I do know how many men, they averaged six an hour. Thursday mornin’, Chief, I bumped into a friend of mine, Herbie Robinson from Cleveland. Baseball player. Boson’s mate. I thought he was asleep. I reached over to wake him up. He bobbed up, down in the water, he was like a kinda top. Upended. Well, he’d been bitten in half below the waist.

At noon on the fifth day, a Lockheed Ventura swung in low and he spotted us, a young pilot, lot younger than Mr. Hooper here, anyway he spotted us and a few hours later a big ol’ fat PBY come down and started to pick us up. You know that was the time I was most frightened. Waitin’ for my turn. I’ll never put on a lifejacket again. So, eleven hundred men went into the water. 316 men come out, the sharks took the rest, June the 29th, 1945.

Anyway, we delivered the bomb.

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