Y sopló y sopló hasta que su propia casa derrumbó…

Tsipras compareciendo en TV para anunciar el referendo.

Luis Martín

Las Palmas de Gran Canaria —

Por un momento yo también dudé, lo reconozco, y así lo comenté en el programa de Mariano Alonso, El Búho. La semana pasada, cuando las autoridades griegas presentaron su enésima propuesta en Bruselas para llegar a un acuerdo con sus acreedores, pensé que, en efecto, los líderes de Syriza habían iniciado su capitulación. Sin embargo, sentí desconcierto, a diferencia de quienes se relamían ante semejante posibilidad: el cada vez más desvergonzado commentariat pro-establishment de medios de comunicación europeos. Después de todo, y tras un lustro de entrevistas y análisis de la crisis en la zona euro, había llegado a la conclusión de que un grupo de políticos con la misma convicción cuasi-religiosa de las élites a las que se enfrentaban, pero en sentido contrario, se había infiltrado en el proyecto europeo para, o bien forzar su cambio, o derribarlo.

Así, lo que a primera vista pareció una maniobra de evasión en el último momento para evitar la mortal colisión del denominado “juego de la gallina” emprendido hace cinco meses por el ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, resultó ser una maniobra maestra en sus negociaciones con las instituciones (FMI + BCE + CE). Y no, no ha habido engaño. El propio Varoufakis, como suele ser el caso, explicó después que no creía en esa propuesta, pero que plantearla le parecía el menor de los males si lograba la ansiada reestructuración de deuda. Efectivamente, el ministro griego no creía en absoluto en ese folio que luego le fue devuelto con tachaduras y correcciones en rojo (un gesto de “las instituciones” tan grosero como innecesario). Torpes hemos sido quienes hayamos dudado. Más torpes quienes han pecado de menospreciar al rival.

¿Por qué estamos aquí?

No voy a redundar sobre el tema de fondo, que es una divisa condenada al fracaso por su endeble arquitectura y el hecho de que nos encontramos a años luz de superar las divergencias estructurales y culturales de los países que la conforman. La bibliografía al respecto es amplia, pero ahora que estamos a las puertas del temido Grexit, creo que vendría bien hacer hincapié sobre lo que esta arquitectura, cada vez más frágil, ha propiciado y que habría que tener cada vez más en cuenta: la llegada de nuevos actores políticos con una misión y que no tienen nada que perder.

Comencé a interesarme por Varoufakis en 2011 porque, a mi ver, proponía un análisis de la problemática europea tan nítido como de fácil comprensión para el público. Cuando tuve la oportunidad de entrevistarlo por primera vez, llegué a la conclusión de que, sin imaginar que más tarde lo vería representando a su país en el Eurogrupo, el economista griego era un hombre con una misión inquebrantable.

El paso del tiempo y la coherencia del personaje me han reafirmado en esa conclusión: Varoufakis nada tiene que perder y su permanencia en política le resulta perfectamente prescindible. El ministro que en lugar de ganarse el respeto de sus pares al afirmar públicamente que su país está en quiebra, que la corrupción y el fraude fiscal están tan enraizados que llevará tiempo cambiar el tejido social y cultural que permita encarrilar la economía, no va a dar marcha atrás y únicamente abandonará si se ve obligado a ir contra su misión.

Algo similar me ocurrió poco después, salvando las distancias, al entrevistar a Nigel Farage, el extravagante líder del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), otra figura entonces emergente en el debate sobre el presente y el futuro de Europa. Otro hombre con una misión. En su caso, sacar a Reino Unido de la Unión Europea. Difícil saber hoy si lo conseguirá, pero no hay duda de su éxito de convertir su causa en el centro del debate político en su país.

Finlandia, Italia, Holanda, Francia, España… en Europa estamos siendo testigos de la consolidación política de líderes que, por muy criticables, poco innovadores e incluso algunos perfecta y necesariamente repudiables, comparten esa misma característica: tienen una misión y saben conectar con ese cada vez más amplio sector de perdedores de la crisis en sus respectivos países. Y en mayor o menor medida están teniendo éxito en tanto que están siendo capaces de alterar el orden político doméstico. Líderes, al fin y al cabo, que están sabiendo aprovechar los errores del proyecto que desde la torre de marfil en Bruselas el leviatán eurócrata con tintes totalitarios neciamente impulsa a ninguna parte bajo falsas promesas de mayor integración y prosperidad. Y peor aún, un leviatán que insiste, con la misma necedad, en dar trato displicente, casi anecdótico, a la realidad que en enero pasado en Atenas comenzó a materializarse.

¿En qué punto estamos?

En un entorno tan volátil, exacerbado por la hipérbole e inmediatez del tráfico de información, resulta extremadamente difícil ofrecer un análisis sosegado y verdaderamente profundo del momento que permanezca válido más allá de unas horas. Uno se ve intentando contextualizar hechos que transcurren a tal velocidad que se ve casi obligado a incurrir en la prestidigitación.

Luego están algunos medios de comunicación y destacadísimos columnistas que se empeñan en pontificar y hacer eco de la propaganda europeísta señalando si tal o cual estrategia de SYRIZA está siendo tramposa e incluso “inmoral” con sus propuestas y manejo de los tiempos (a la vez que defienden sin rubor alguno las contradicciones y mentiras de la otra parte como estrategia necesaria y evidente de cualquier negociación2). Pontificar siempre es arriesgado. Por mucho que así lo quieran proyectar, el sistema euro no es un vino que se pone a añejar, manejado por expertos y en condiciones climáticas más o menos controladas, por lo que se puede predecir el caldo final que resultará en reserva. Como hoy comentaba Rubén Osuna a través de su cuenta en Twitter: “Esto es una negociación. No es una cuestión de quién tiene razón, o huele mejor, sino de quién gana”.

De lo más interesante que se ha publicado en los últimas días, en mi opinión, destaca la sucinta pero certera pieza de Mattew Karnitschnig en Político: Alexis Tsipras, el primer ministro griego, quiere mantener a su país dentro del euro, pero está dispuesto a arriesgar su salida si no logra deshacerse de las políticas de austeridad y la enorme deuda que lo aprisionan. Creo que si hay algo de lo que me ha dicho Varoufakis sobre el tema, y que es incuestionable cierto, es precisamente eso, que desea mantener a Grecia dentro de la unión monetaria, pero no a cualquier precio.

Coincido pues con la segunda y menos “conspiranoica” de las tesis expuestas por Karnitshnig (la primera es que Tsipras ha urdido un plan para salir del euro sí o sí): el guión griego lleva a la salida del país heleno sólo si las instituciones se niegan a ceder en la cuestión que Varoufakis subrayó como sine qua non: la reestructuración de la deuda, concretamente el reprofiling del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), el talón de Aquiles del calendario de vencimientos. Tsipras y Varoufakis son dos hombres con la misión de romper con la moneda única si no logran lo que a su juicio resulta imprescindible para tener margen y tiempo suficiente, reformar el país y llevarlo a la senda del crecimiento. El resto del clausulado que “las instituciones” proponga para camuflar lo anterior, está claro, les preocupa poco, pues saben que no lo van a cumplir y apuestan por su propio plan (preferiblemente dentro del euro).

Luego, presentar una oferta tan inadmisible para el Fondo Monetario Internacional como para sus aliados políticos fue una gran jugada. El referendo es la guinda, pues SYRIZA obliga a sus acreedores a echarlos del euro si no ceden. Como Varoufakis me dijo en enero, días antes de las elecciones que lo llevaran al ministerio de Finanzas: “debemos vetar políticas inhumanas dentro del euro, exigir la reestructuración de la deuda dentro del euro y nunca darles la oportunidad de afirmar que decidimos abandonar el euro de manera voluntaria”.

En el caso de Europa y el FMI2 es evidente: construir una casa de paja en Atenas y erigir ‘fortalezas’ alrededor que impidan que la jauría de lobos populistas y radicales puedan colarse al resto de la periferia. Homeopatía financiera que pretende curar lo incurable: la salida de cualquier miembro del sistema euro expone al resto a la incertidumbre de cuándo será su turno. Sobre todo cuando, pasado un tiempo, el primero que salga demuestre que, en efecto, y tras una más profunda pero menos duradera depresión, hay vida extramuros del euro.

Ante el escenario actual de posible Grexit y esas fortalezas de contención, están quienes estiman que el problema al que se enfrenta Europa es de contagio político y no financiero3 (y que la salida de Grecia del euro, al menos en el corto plazo, resultaría beneficiosa tanto para uno como para otro4).

Para los que aún albergan esperanzas de que la fractura no tenga lugar, se apuesta por un pase Ave María, que dirían los americanos, en el último momento: que alguien con un poco de sensatez y poder real alce la voz (una Francia asustada o una Alemania muy presionada por Washington). Tsipras podría recibir una nueva propuesta de última hora que le permitiera salvar una semana de infarto y cambiar el sentido del referendo convocado para el próximo domingo.

El acuerdo en el último momento resulta la opción más deseada y menos apocalíptica. Así, a escasas horas de que venza el actual programa de rescate griego, y al tenor de la petición que Tsipras acaba de enviar al Eurogrupo para finiquitar su actual rescate, obtener financiación para implementar sus reformas y reestructurar la deuda, parece que las cosas van en esa dirección y esta noche toca otro concilio de urgencia del Eurogrupo. Veremos.

Sin embargo, las cosas pueden empeorar tan sólo por la inercia de los acontecimientos. Por ejemplo, la posibilidad de una profecía autocumplida y enraizada en la inflexibilidad alemana o la negativa (y las zancadillas) de los “periféricos” en las negociaciones entre Atenas y Bruselas, que tampoco ayudan.

¿Tirarán abajo sus propias casas?

El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, ha entrado en plena campaña, tanto a favor del “sí” en el referendo griego como por su propia reelección el próximo otoño, advirtiendo que una victoria de SYRIZA pondría a Grecia fuera del euro. Es natural que el establishment político español –y europeo– esté nervioso por el ascenso de Podemos y que no quieran darle el mínimo margen de victoria4. Pero de ahí a abrazar el discurso del miedo y a dar codazos para que Tsipras caiga resulta poco inteligente por parte de Rajoy y sus homólogos en la periferia mediterránea. En el caso concreto del gobernante español, electoralismo miope y sin pudor a pesar de que una quiebra griega supondría un varapalo mayúsculo para las cuentas del Estado. Esa sí que sería una campaña cara.

Luego está el resto de actores que se enfrentan a dificultades propias e intereses encontrados a la hora de dar marcha atrás: como el FMI, sin el cual Alemania no parece querer firmar nada, y que podría ser víctima de otro default el mes próximo en Ucrania, otro punto caliente en el continente.

Así las cosas, me temo lo peor si Bruselas no termina de asumir que lo del Gobierno griego no es un farol, y que Varoufakis dice la verdad cuando advierte que si soplan y soplan hasta que Grecia quede desahuciada del euro, los europeos “tirarán sus propias casas”.

Etiquetas
stats