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Trump en entredicho

Donald Trump

José A. Alemán

En Estados Unidos mueren cada año unas 30.000 personas por arma de fuego. A las correspondientes a 2019 acaba de añadirse la treintena de víctimas del pasado fín de semana de sendos tiroteos en El Paso (Texas) y Dayton (Ohio), dos ciudades distantes entre sí unos 2.000 kilómetros. La primera es fronteriza con un 80% de población hispana y figura entre las más seguras y con mayor sentido de convivencia del país, lo que contraría al presidente. Por su parte, Dayton es la ciudad natal de los hermanos Wright, pioneros de la Aviación pero se la recuerda hoy más por su papel en la II Guerra Mundial pues allí fabricó la NCR Corporation de motores de avión y equipos como el que desentrañó el cifrado de la Enigma alemana. Fue Dayton, además, sede de un proyecto relacionado con el Manhattan, que desarrolló partes de la Fat Man, la bomba atómica lanzada sobre la ciudad japonesa de Nagasaki. Cerca de Dayton, la base aérea de Wright-Patterson fue el escenario de la firma de los acuerdos de paz que el 1 de noviembre de 1995, pusieron fin a cuatro años de guerra en los Balcanes.

Trump odia a Obama

La noticia de las matanzas llegó al presidente Trump en su campo de golf de Bedminster, New Jersey, desde donde subió a las redes mensajes de condena de hechos que atribuyó a enfermos mentales, al tiempo que arremetía contra el supremacismo blanco y negaba que el odio ocupara algún espacio en la vida americana. Pero, qué quieren, ahí están sus discursos, sus mensajes en las redes sociales, su empeño en el muro fronterizo, etcétera, iniciativas con las que pretende preservar al país de hispanos y otros delincuentes, violadores, asesinos, traficantes de seres humanos y de drogas. Pone tan bonitos a los hispanos que se entienden medidas tan crueles como la separación forzosa de menores inmigrantes de sus padres; o las redadas a la caza y captura de ilegales con fines intimidatorios. El miedo como mecanismo de control. Hay en las intervenciones presidenciales de todo menos referencias a la realidad de que El Paso figura entre las ciudades USA más seguras y es un ejemplo de convivencia de quienes viven a uno y otro lado del Río Grande al que cruzan constantemente en las dos direcciones.

A El Paso llegó el tirador asesino tras recorrer en coche los 1.000 kilómetros que separan a Dayton de Dallas, donde residía. Antes había explicando el porqué de lo que había planeado. Gracias a Trump comprendió el pistolero que los hispanos no tardarían en apoderarse del Gobierno de Texas para convertirlo en bastión del Partido Demócrata. No faltaron agradecidos elogios a Trump por abrirle los ojos ante semejante peligro sin que sepamos qué piensan ahora mismo; si se ha enterado ya de que el presidente atribuyó su “hazaña” liberadora a enfermedad mental, muy marcada por el racismo y el supremacismo blanco a los que condenó negando que en Estados Unidos hubiera espacio para el odio.

Trump, Beto, Obama y los jueces

Donald Trump decidió visitar las dos ciudades y no fue bien recibido. Sabe que la rabia por las matanzas puede dañar su candidatura tanto como las acometidas de Beto O’Rourke, candidato demócrata a la Casa Blanca, que lo acusa de traficar con el odio, de incitar a la violencia, de insultar a los inmigrantes llamándoles “animales infecciosos” y tacha a su retórica de supremacista, de racista cómplice de las matanzas.

La réplica de Trump a esa “avalancha” no pudo ser más torpe pues a las descalificaciones repetitivas y sin efecto añadió la pobre burla por el diminutivo de “Beto” de su contrincante que atribuyó a su deseo de hacerse pasar por hispano. Mostró una absoluta 3 ignorancia del hispánico modo, oye, de adjudicar diminutivos o derivaciones a los nombres de pila que se prestan: ¿Quién no conoce o ha conocido a algún “Roberto” que responda por “Berto” o “Beto”?

La anécdota de afearle el “Beto” responde a la misma mentalidad que obligó a Barack Obama a documentar que nació en Hawai y no en lo alto de un árbol de Kenia como aseguraba Trump. De todos modos es Obama y no todavía Beto O’Rourke quien obsesiona al inquilino de la Casa Blanca. Porque Obama, aparte de apuntarse varios éxitos en el plano internacional, ha abierto una vía interna que incomoda, dice Paul Krugman, sarcástico, el odio de los republicanos “a la idea de ayudar a los estadounidenses a recibir la atención sanitaria que necesitan.”

Krugman fue premio Principe de Asturias 2004 y Nobel de Economía 2008 y desde su espacio en el New York Times ha mantenido una implacable y feroz crítica a Trump y su administración a la que ve empeñada en destruir los avances conseguidos por Obama.

Señala el mismo Krugman que gracias a la ACA, siglas inglesas de la ley de Atención Sanitaria Asequible, unos veinte millones de estadounidenses han visto sensiblemente mejoradas sus vidas; sobre todo de forma más espectacular y significativa en los Estados que han procurado que funcione la ACA. El Nobel hace hincapié en que “ninguna de las alarmantes predicciones que hicieron los conservadores sobre la ley se ha cumplido” pues no se hundieron los presupuestos, los déficits han disminuido y tampoco se ha visto que las prestaciones disuadieran a los trabajadores de aceptar trabajos, uno de los argumentos de la derecha en estas situaciones: como el incremento en el caso español del salario mínimo que iba a provocar un nuevo desastre. Y la vieja idea de que ayudar a los menos favorecidos hace de ellos unos gandules. Remata Krugman con que “a pesar de los denodados esfuerzos de Donald Trump por socavarlo, el sistema no está en una ‘espiral mortal’ porque las aseguradoras ganan dinero y las primas se han estabilizado”. Razones. El Obamacare ha sido un éxito pero, añade, “los republicanos siguen odiando la idea de ayudar a los estadounidenses a recibir la atención sanitaria que necesitan”.

De todo lo que lleva observado sobre la que considera una conspiración contra el Obamacare, extrae Krugman dos conclusiones. La primera, que Trump y el Partido Republicano están dispuestos a acabar con el Obamacare a como dé lugar para lo que cuentan con una extensa red de complicidades entre los jueces, lo que ha puesto de manifiesto la corrupción instalada en esos 4 ámbitos. La segunda el cuidado que deben tener los enfermos o con un trabajo sin beneficios sanitarios pues de ser reelegido Trump el año que viene, les quitará el seguro sanitario.

Bannon y la derecha tripartita española

Steve Bannon, enriquecido en Goldman Sachs, fue el estratega que ayudó a Trump a sentarse en la Casa Blanca. Aunque poco duró el contento porque un buen día rompieron relaciones, invocaron el amigo que fuimos, se devolvieron rosarios y fotos y Bannon se vino a Europa donde relanzó The Movement (“el Movimiento”, precisamente), una fundación creada para difundir las ideas de la alt-right como llaman los redichos a la derecha que se dice mueva o alternativa. Aunque Michael Modrikamen, cabeza visible de la fundación, del Movimiento o sea, considera que su principal función es enlazar el populismo trumpiano con los grupos europeos. En cualquier caso, Bannon comprendió que el Movimiento no estaba para demasiados trotes y necesitaba el respaldo de políticos de peso. Y el que se le puso a tiro fue el italiano Matteo Salvini, ministro de Interior que había alcanzado un alto grado de popularidad, sintonizaba bien con los conservadores y ponía de los nervios a la izquierda de modo que en septiembre de 2018 ya estaba Salvini y su gente en el Movimiento. No pudo elegir mejor Bannon pues Italia es una buena plataforma: un país europeo del Sur, castigado por la crisis y en el que se maldecía de fijo a la Unión Europea (UE) y su política de austeridad. Había un choque de mentalidades de los países del Norte y los del Sur y hasta de concepción de la vida que no vendría mal al objetivo último de calzar por la UE que, al decir de Trump, es igual de odiosa que China pero más pequeña En este momento acaba de saberse que Salvini ha decidido hacerse con el Gobierno de Italia y ha anunciado una moción de censura con el objetivo de forzar elecciones y tomar la presidencia.

Un segundo tipo de populismo es el del húngaro Víktor Orban y el polaco Kaczynski caracterizado por su autoritarismo, un fuerte sentimiento nacionalista y la gran consideración en que tienen los valores y sentimientos religiosos. No está muy clara su postura ante la UE; a diferencia de la derecha del norte europeo abiertamente euroescéptica en la que destaca por su modo de proceder el UKIP, de Nigel Farage, que parece cada vez más desdibujado después de haber persuadido a no pocos conservadores de la necesidad del Brexit.

Es evidente que este panorama no augura nada bueno para la UE más allá de cómo se resuelva la cuestión del Brexit. No parece haber la necesaria coherencia para abordar determinadas cuestiones en una UE en que cada cual es hijo de su padre y de su madre y donde no es fácil implementar políticas si no comunes al menos coherentes y no contradictorias. Hay desde luego una burocracia, incluso una clase política europea que funciona de forma diferente a quienes ven los toros desde la administración y la política de sus respectivos países.

Y así, de salto en salto, llegamos a España y al tripartito de la derecha española que no se sabe por donde va a salir. Aunque cabe imaginarlo. Bien conocidos son los elogios de Bannon a Santiago Abascal y a Vox en general por su habilidad para empujar al PP y Cs hacia el populismo y la alt-right. El populismo es lo que se lleva por lo que Vox está muy bien colocado respecto a sus socios. Sabe muy bien Vox lo que hace y con quien cuenta para llegar a adonde quiere; por más que sus socios sigan creyendo que son quienes tienen la sartén por el mango. Habrá que esperar a ver cuanto tardará Vox en incorporarse al Movement. Y lo que tarda en alinearse con los que quieren acabar con la Unión Europea, uno de los objetivos de esta nueva derecha de toda la vida.

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