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Con La Bajada en las entrañas

Julio M. Marante

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Vivimos días de tranquilo reposo, pero añorando las fiestas que en una ciudad pequeña como la nuestra huelen a tradición y folklore. Los festejos de La Bajada de la Virgen siempre han tenido tres momentos vivenciales: la llamada, el reencuentro y el homenaje, tal vez por eso, aunque la soledad del confinamiento por la epidemia de la Covid-19 nos han sumido en la apatía y en un sentimiento de extraña desazón, no podemos dejar de pensar que en circunstancias normales estaríamos participando como la mayoría de los palmeros, junto a parientes, convecinos y visitantes de la subida de la bandera o de la bajada del trono, en el prólogo de nuestras fiestas. Este domingo, en el recolecto rincón de las Nieves, disfrutamos de esos tres momentos a sabiendas de que no había romería del trono y que este año, rompiendo la cronología lustral, tampoco bajará la Virgen. Cierto que hemos sustituido el abrazo a familiares y amigos por el tímido codazo o la mirada expresiva por arriba de la mascarilla, y sabemos que normas que nos trajo la pandemia están reñidas con las fiestas, con las actividades lúdicas y esos actos tradicionales de los que nuestro pueblo acostumbra ser protagonista. El complejo puzle de unos festejos cuidados al detalle en los que todo encaja a la perfección, se ha desmoronado atacado por la carcoma de un virus que no admite aglomeraciones ni mal entendidos a los palmeros que, dicho sea de paso, siempre hemos sido tolerantes, obedientes y acogedores. Sabemos que a la hora de escribir sobre lo que debe ser y no va a ser, lo hacemos con la atención que se suele poner en las cosas que por cercanas nos conciernen. Y la Bajada de la Virgen de Las Nieves forma parte de nuestras cosas, de nuestras raíces. Esas raíces que se hunden en los campos, en las calles, en las almas, y que han modelado la manera de ser y de pensar de tantos palmeros. Raíces que han hecho que la primera seña de identidad de esta Isla sea una imagen de Santa María de Las Nieves con olor a siglos, que simboliza a todo un pueblo, más allá del concepto devoto que representa, y que además ha sido capaz de afianzar en torno a ella una celebración centenaria. Por eso, este domingo muchos palmeros hemos subido a su santuario con la idea de decirle que la esperamos envueltos como siempre en la ligera belleza del amor, la música y la danza, y que aguardamos con nostalgia el momento de recibirla… Será entonces, cuando haremos ondear las banderas al viento de la tarde, mientras el camino de El Planto se llenará de incienso en una manifestación religiosa llena de fe y colorido. Porque estamos seguros que de nuevo, María será parte de una muchedumbre positiva y vital, ebria de amor y de paz: hombres, mujeres y niños que, peregrinos en la esperanza, se agruparán en torno a ella. Tal vez por eso, nos hubiese gustado que sin desatender las pautas de seguridad, la bandera de María se izara en el Castillo de La Encarnación, no por el comienzo de las fiestas, sino en su honor, para simbolizar que desde hoy, esperamos su Bajada.

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