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Nos queda tu arte, Manel (a Manuel Pereda de Castro, Manel, In Memoriam)

Lucía Rosa González

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Manuel Pereda de Castro, Manel, escultor y dibujante de almas de fuerza extraordinaria, nos ha tendido un hilo irrompible hasta dejarlo colgado del horizonte, ese otro hilo enigmático con el que se combate cuerpo a cuerpo con el tiempo empedernido. Más que de un taller o estudio, de un templo, anexo a su vivienda en La Laguna de Los Llanos, emanan elegantes figuras de acero que se curvan acoplándose al paisaje de once de los catorce municipios de la isla y de lugares más lejanos.

Monarca del arte, artista integral que, captado el movimiento, lo secuestraba excepcionalmente para sus dominios; aún me sorprenden de él los dibujos con los que ilustró el libro Casta de rosas ausentes; con nalgas grises, una visión punzante del contexto poético en la que reconocemos la idea como un interior, como un concepto.

Con la libertad que singulariza al creador, diseñó decorados para la fiesta de Arte de Los Llanos, para el Auto Sacramental de la Bajada de La Virgen, entre otras escenografías, trascendiendo la marca existencial de su estilo original. Es posible que bebiera dicho estilo de la lluvia de Santander, su ciudad natal; pero aquí, en La Palma, su residencia, (que lo acaba de nombrar Hijo Adoptivo), lo pulió como se tersa el tenaz hierro.

De él oí por primera vez la palabra conceptual aplicada al proceso artístico y también a la vida, porque qué es más conceptual que nuestro propio entendimiento que es el que rige las incertidumbres y las certezas. ¿Quién es capaz de definir una pérdida de modo que todos la comprendamos? Se nos pone un velo delante del pensamiento y lo más claro de todo son las almas que tampoco vemos, pero que están ahí a nuestro alrededor y de las que sí percibimos su aura.

Lo mejor de todo es eso, su aura, que Manel ha infundido en el entorno en señal de amistad, y que eternizó en bronce, y quiero pensar que es como quedarse siempre en su compañía, la de esas esbeltas figuras que él modelaba, inicialmente en yeso, y que luego recubría de acero previendo del rígido metal no solo su resistencia, sino la inmortalidad de sus hendiduras.

Con una estética abstracta, expresionista y a veces figurativa, ahondaba en el ser, exteriorizando el interior magullado del ser humano en el que hurgaba, con sus bustos, estuviese o no de acuerdo con si iba a dar o no con la verdad o con la herida, pero llegaba siempre a ellas manejando el lado atinado de la intuición.

Por eso y porque no comprendía el mundo, sus pesadas figuras metálicas se mueven explorando el entorno, buscando una vehemencia y giran en el Monumento a la Naturaleza, aligerándose como pájaros (nosotros lo llamamos el Árbol de la Graja), entre El Paso y el túnel de la Cumbre, y van a dar a Tijarafe (El Salto del Pastor o Los Verseadores), dilatando las entrañas de los pueblos que les ofrecen su espacio. Aunque den la sensación de que son del universo. De este modo, su obra imperecedera se fusiona con las formas efímeras de la naturaleza que conversan con el metal; y es esta una relación de dependencia, me gustaría precisar que duradera; el arte la prolonga y engendra más arte; de hecho, su hija Eva Lilith ha heredado tanto el talento ecléctico de su padre como el pictórico de su madre Gloria.  

Artista nato, sus esculturas plasman el tiempo, lo capturan como una respiración para preservarlo. Y lo explica consciente de su actitud curiosa para las respuestas que el arte, su arte, otorga a los vaivenes cotidianos difíciles de sobrellevar. ¿Cómo interpretar una mirada?

En la escultura el Monumento a la Madre, de Los Llanos, por ejemplo, se percibe no un abrazo alzado hacia el aire que es lo de menos, sino el vaciado de ambas miradas que es lo de más. Manel capta el instante indescifrable de la maternidad, ese estado íntimo del afecto en clave de ternura.

Aunque un torbellino de viento enfurecido proveniente de La Caldera nos espante, un hilo, tu horizonte extremo, nos enjaule contemplándola.

Hasta siempre, amigo.

Los Llanos de Aridane, 26/11/2018

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