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Crueldad política y lo que no Podemos, según Rajoy

Juan Carlos Monedero

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

“Mi esposa debe estar por encima de toda sospecha”, comentó Julio César al divorciarse de Pompeya Sila, su segunda esposa. Pompeya había acogido en su residencia de la Vía Sacra la celebración de las fiestas de la Bona Dea, la diosa buena, que debió ser de cuidado pues provocó el escándalo motivo de la separación, cuenta Cicerón. El dicho ese de que “la mujer del César no solo debe ser honesta, sino parecerlo” es, pues, adaptación de aquel comentario a la práctica política actual que sugiere, no sé, algo parecido a que resulta más importante parecer honesto que serlo realmente. Y me apresuro, antes de que se me olvide, a hacer referencia a una amiga, defensora de la igualdad de sexos y que a medida que cumple años gana en ironía lo que pierde de indignación al preguntar “¿Y del César, qué?”.

En la política española la corrupción dejó de ser comidilla de tertulia en los reservados de los restaurantes, con su pizca de admiración por la habilidad del corrupto, para pasar al primer plano de las preocupaciones de la gente que ha dejado de considerar los dineros públicos algo ajeno. Es tan apabullante el número de casos de corrupción y la evidencia de que prosperan a la sombra del poder, enquistados en las estructuras de los partidos, que se ha generalizado un auténtico estado de sospecha. La Prensa decimonónica hablaba con naturalidad del “poder y sus adherencias”, de modo que podría decirse que PP y PSOE, los más afectados por feos asuntos debido a su alternancia en el machito, están en la línea de la tradición que ha dado lugar a la identificación Poder=corrupción. Tradición que, sin duda, llevó a cierto isleño socarrón a afirmar que nunca aceptaría dinero pero sí que lo pusieran donde lo “haiga”.

A Podemos, aparte del cabreo generalizado por la situación social que, por lo visto, no computa en los términos de recuperación de que habla Rajoy, lo ha beneficiado la desconfianza en el poder monopolizado por el bipartidismo que PP y PSOE tratan de reconstruir, aunque Pedro Sánchez lo disimule. El ascenso meteórico de los de Iglesias refleja las ganas de que las cosas cambien. Las alusiones a la “casta” han sido tan eficaces como peregrinas las réplicas del PP para desvirtuarlas. Aducen los peperos que se ofende a sus miles de militantes, en especial a los centenares (o miles, no los he contado) que se parten el pecho a lo largo y ancho del país trabajando por sus convecinos, muchos sin cobrar un duro. Como si esa militancia de base, a la que pretenden los mandarines peperos poner por delante, no supiera que “casta” a que se refiere Podemos no son ellos sino los sujetos del mundo financiero y empresarial cogidos con las manos en la masa; como si ignorara el PP que la existencia en España de esa “casta” es una constante histórica desde don Pelayo a esta parte. Ni que fueran idiotas.

A lo que iba. El éxito de Podemos, que es aún de convocatoria por así decir, conlleva la responsabilidad de no añadir una nueva decepción, como sería la de caer en lo mismo que tanto critica al cerrar filas con Juan Carlos Monedero. No tengo motivos, información, para afirmar nada y no se me escapa la desmesura con que sus rivales políticos le han entrado. Por no cargar la mano sobre el PP, ahí tienen a Antonio Hernando, portavoz parlamentario del PSOE, que ha calificado a Monedero de “el Bárcenas de Podemos”, nada menos.

Desde luego, es lógico que el bipartido cargue contra sus rivales. La lucha política es como es, aunque en España adopte las formas más sangrientas y canallas; además de estomagantes para los aprensivos que abren los periódicos por la mañana con precaución no vayan a saltarle al cuello. Lo que ya no resulta tan lógico, por coherencia, es que Podemos arrope a Monedero adoptando las mismas actitudes de los partidos tradicionales de negar primero y sacar luego el pronto paranoico. Aunque imagino que paranoico habrá que al que en su empeño de superar la paranoia se descuidó, lo que aprovechó la sombra que lo perseguía para asestarle la gran puñalada. Se comprende que esté Podemos del lado de su compañero y amigo, pero es justo ahí donde radica la crueldad de la política. Monedero se ha convertido en centro de la feroz campaña contra Podemos, pero también es cierto, por duro e incluso injusto que sea, la necesidad de anteponer el proyecto a las personas. Es más, debería ser el propio Monedero quien diera el paso a un lado y aceptar que le tocó la china.

Desde luego, es intolerable que el ministro Montoro lo atacara violando la confidencialidad que protege a los contribuyentes. Está obligado, como presidente de la Agencia Tributaria, a ser discreto y a no hacer alusiones a la situación fiscal de las personas. Bordeando la ley pues, aunque no dé nombres, sus alusiones permiten saber a quienes se refiere. Como hiciera cuando se refirió a las deudas con el Fisco y a la situación financiera de los medios informativos críticos; a las cuentas en el extranjero de actores y artistas que denunciaron la subida bestial del IVA; a los tertulianos que no pagan fielmente los impuestos. No hace falta ser demasiado agudo para advertir su tono de amenaza. Según informaban esta semana los medios, hay malestar entre los funcionarios de Hacienda por ese comportamiento partidista del ministro, al que acusan de filtrar informaciones con el mismo fin. La penúltima fue la de Monedero, a la que siguió la celebración del comienzo de la publicación de la lista Falciani de la que dijo que es solo el aperitivo “de lo que está en los ordenadores de la Agencia Tributaria”. El PP, claro está, no ha reprochado a Montoro sus mal intencionadas palabras por las que en un país serio lo hubieran hecho dimitir a la primera; el PSOE lo ha hecho con la boca chica, menos en el caso de Monedero contra el que le une al PP el interés común de la alternancia. Ni siquiera se le ha preguntado al ministro si guardan alguna relación la lista Falciani y la amnistía fiscal que premió a los evasores con regularizaciones mediante pagos muy por debajo de los realizados por quienes cumplieron con sus impuestos en tiempo y forma en esta Corte de los Milagros.

AENA y el REF económico

Ana Pastor, la ministra de Fomento, no se bajó del burro: ni puñetero caso a los alegatos canarios ante la venta del 49% de AENA, dentro de la práctica pepera de privatizar los beneficios y dejar al Estado las pérdidas para que apechuguemos todos con ellas. Obsesión neoliberal es adelgazar al Estado y no hay duda de que ese fue también el objetivo de otras privatizaciones anteriores, como las de Endesa y Repsol; o la de Telefónica, que llamas a información para solicitar un número de Las Palmas y te sale en Cuenca una telefonista boliviana con que ese abonado no existe en Palma de Mallorca.

De una u otra forma, varias de esas privatizaciones han afectado a la indiada isleña. Nada sorprende que ahora le toque a AENA, otro buen negocio con muchos novios y un Gobierno casamentero; al que aplauden con las orejas las almas de cántaro que en las islas se creen o les interesa creerse la historia (falsa) de la mayor eficiencia de la gestión privada; la que no tratan de demostrar haciéndose cargo de las empresas públicas en mala situación para reflotarlas con su sabiduría. Hay casos, felizmente silenciados para el Gobierno, como el de las autopistas sin tráfico con las que hicieron buenos negocios las constructoras y con las que acabará cargando el Estado, pues, ya saben, a la vaca que no da leche le espera el matadero.

Ya les dije que el Gobierno de Canarias gastó toda su munición con las prospecciones petrolíferas y no guardó una maldita bala para AENA. Así le (nos) ha ido. Me ahorro entrar en consideraciones que nadie ignora sobre la importancia del transporte aéreo para las islas y tiemblo con las garantías del Gobierno de velar por los aeropuertos españoles y que no sufra, en lo que toca a los canarios, el transporte aéreo entre islas y con el exterior. Es lo que siempre se dice para salir del paso. No faltan experiencias de casos parecidos en que la minoría privada se acaba “comiendo” la mayoría estatal.

La mala y sesgada información de la particularidad canaria se vio en la intervención de Pastor en el Senado; ni que la hubiera asesorado Soria. Nada de particular tiene porque más de una vez he advertido en amigos peninsulares su dificultad para comprender lo que es vivir en islas sin otro medio de transporte que el avión. La ministra no solo metió los aeropuertos canarios en el mismo saco de los españoles, que cuentan con otras alternativas, sino que se le hizo la boca agua con los 10.000 millones que espera obtener de la venta para asegurar luego que todo apunta, solo apunta, a una bajada de las tasas. Un sacrificio que, sin duda, están dispuestísimos a hacer los privados que compren, siempre pendientes de beneficiar a la gente antes que a sus accionistas como manda la Santa Madre Iglesia.

Si algo positivo aporta este asunto es lo que tiene de muestra de la inutilidad del Estatuto de Autonomía canario. En él se establece que la Comunidad canaria tendría competencias ejecutivas en los aeropuertos si el Estado renuncia a sus competencias directas en ellos. Ya la venta del 49% implica renuncias y no merecen credibilidad las garantías del Gobierno. Repasen, si no, cuanto dijo Rajoy durante la campaña electoral lo que no haría y cómo se apresuró a hacerlo aprovechando la crédula mayoría absoluta.

El razonamiento gubernamental es simple: si nos pasamos el Estatuto de Autonomía por el forro cada vez que nos interesa, no vamos a tenerlo en cuenta ahora que podemos (con perdón) hacernos con un buen dinero. Además, estando Soria de acuerdo nadie podrá decir que no hemos contado con los canarios. Por cierto: no está de más recordar que la idea de privatizar AENA ya la tuvo Zapatero, que dio los primeros pasos. Nos están obligando, los unos y los otros, a apuntarnos a brutos.

En cuanto al REF no debe extrañar que se aprobara la parte fiscal, para que el empresariado esté tranquilo y satisfecho y se retrase sine die, aunque con promesas de que todo llegará, el económico que afecta al día a día de la inmensa mayoría de los canarios. La falta de respeto a esta indiada nuestra alcanza a casi todo. Si me ponen, hasta a los árbitros de fútbol: si Bartomeu se siente perseguido por ciertas instancias del poder que no soporta los éxitos culés y se cabrearon con el fichaje de Neymar, yo tengo derecho a sospechar de los árbitros que quieren ahorrarle a los equipos el gasto de venir a jugar en la reserva india donde ya ni siquiera les aprovecha el “shoping”.

Rajoy y lo que no podemos (con perdón) hacer

Mariano Rajoy ha estado mitineando por tierras andaluzas. Habrá pronto elecciones en la Andalucía resistida al PP y allá fue el hombre a hablarles de la buena nueva de los resultados de su política, que es el que es; ni más ni menos. Y creo que se pasó. Uno está dispuesto a aceptar que los teloneros devotos larguen en los mítines cuanto se les venga a la cabeza para divinizar al líder con lo que han desvalorizado los mítines. Todos hemos oído alguna vez conferencias que se califican de eso, de mítines; o estado en tertulias de amigos en los que se castiga la vehemencia, que algunos emplean como recurso retórico, con lo de por favor, no nos eches un mitin. El mitin, en fin, no pretende explicar ni es oficio de racionalidad sino que busca enardecer al público espesado por las banderitas que se distribuyen a la entrada, de modo que solo se espera de los teloneros que creen el ambiente propicio para que brille el líder. Pero una cosa es una cosa y otra cosa son dos cosas: lo que se disculpa en los teloneros meritorios, no puede aceptarse cuando el orador es el presidente del Gobierno por muy Rajoy que sea. Está más obligado a esmerarse en explicar cuasi pedagógicamente lo que hay y lo que falta para que haya más.

Quiero decir que largó Rajoy, en Andalucía, alguna cancaburrada. Dejo a un lado las menores para detenerme en las evidentes. Dijo, por ejemplo, que no podemos (con perdón) “volver a las ideas que fueron liquidadas cuando la caída del muro de Berlín”. Es una forma, muy respetable desde luego, de ver aquel episodio; con la salvedad de que los analistas serios lo ven como el final de la guerra fría entre dos superpotencias en disputa de la hegemonía mundial. En uno y otro bando las ideas eran elementos secundarios más de movilización o propaganda que otra cosa. Lo importante era dominar el mundo en nombre de dos ideologías muy alejadas ya de sus respectivos orígenes. Que viene siendo lo que ahora mismo se dilucida a costa de los ucranianos. Dado que la intención nada encubierta del presidente era emparentar Podemos con la desaparecida URSS, es inevitable la referencia a los tiempos en que Él habitaba entre nosotros y se le ponía dichete de comunistas a quienes se oponían o disentían del franquismo. Podrá decirse de Iglesias y sus compañeros cuanto quieran, pero es excesivo atribuirles torpezas contrahistóricas, si se me permite decir. Que es mucha tortilla para meter en la misma fiambrera la que pretenden hacer con Venezuela, Cuba, la mentada URSS y hasta Irán; a poco siga el Papa Francisco dándoles disgustos añadirán al Estado Vaticano.

Otra afirmación rajoyana fue que “el PSOE hizo las políticas que trajeron la crisis”. No hay inconveniente en reconocer que la política económica de Zapatero fue un desastre porque a la vista está; como están sus aciertos en materia de derechos ciudadanos que el PP trata de eliminar al socaire del fracaso económico.

En primer lugar, debe decirse que culpar a Zapatero de la crisis es convertirlo en un líder de dimensiones mundiales con suficiente poder e influencia para que un error suyo desate una situación como la que vivimos. Es cierto que la crisis española tuvo su particular cuota añadida de virulencia, pero no viene mal recordar que esta mayor gravedad se debió al milagro económico de Aznar, que se redujo a inflar la burbuja inmobiliaria y al afán de darle culto a su ego insuflando al país una falsa sensación de fortaleza económica. Zapatero no estuvo a la altura de las circunstancias, no maldijo el tóxico legado de su antecesor y cuando el cielo se desplomó sobre su cabeza, aceptó sin más las fórmulas neoliberales impuestas de fuera; mientras Rajoy y los suyos se desgañitaban prometiendo que el PP no tocaría nunca, ni por nada, la educación, la sanidad, las pensiones, la dependencia, el derecho al trabajo, asistir a los parados, etcétera. Es decir: todos los capítulos que comenzó a pulirse antes de cambiar la ropa de cama de La Moncloa. Llegó a decir que el paro comenzaría a remitir en cuanto él fuera presidente. Fue un engaño que trató de justificar porque el déficit, dijo entonces, era mayor del que esperaba. O sea, un partido en la oposición con opciones a gobernar que no se entera de lo que hay. Como mínimo puede pensarse que no hizo su trabajo. Encima resultó que aquellos millones de más correspondían a las Comunidades gobernadas por el PP. Esa “sorpresa” la alegaron para incumplir el compromiso de no tocar los capítulos esenciales para el bienestar ciudadano, lo que cargaron también a la cuenta de Zapatero.

Esa versión de la “sorpresa” no se compadece con la forma sistemática en que viernes a viernes, desde el minuto uno en que comenzó Rajoy a gobernar, fue aprobando el Consejo de Ministros recortes y más recortes. Tenía, pues, un plan previo que no se atrevió a desvelar durante la campaña. Negarlo sería tanto como decir que improvisaron unas medidas que le han descuajeringado la vida a millones de españoles presentes y futuros porque son heridas que no se curan con dos puntos más de PIB. Casan las prisas de Rajoy, sin embargo, con la recomendación de Friedman, gurú del neoliberalismo, de aprovechar las situaciones de crisis y el desconcierto de la población para imponer sin pérdida de tiempo, en seis meses como mucho, las medidas decididas de antemano. Pensaba que esos seis meses son los que tarda la población en reaccionar y exigir la vuelta a la situación anterior y que era preciso moverse rápido para impedir que eso sea posible.

Dijo también Rajoy en Andalucía que lo que “tanto nos ha costado construir no se puede disolver como un azucarillo”, cuando como un azucarillo disolvió él lo que construyeron las anteriores generaciones, las desaparecidas y las que ahora están envejeciendo conscientes de que sus hijos y nietos lo van a tener peor en una sociedad en la que el Gobierno ha profundizado en las desigualdades, encogido a las clases medias y entregado a los trabajadores con las manos atadas; un remedo del sueño platónico del gobierno de los mejores que son para el PP los que tienen más dinero, no los más virtuosos y sabios como bien se ha visto al desatascar las cloacas. Por no irme lejos pongo un ejemplo cercano: en el último año se firmaron en Las Palmas de Gran Canaria 146.361 contratos de los que 3.131 (90%) fueron temporales y con un alto grado de precariedad. Lo que acentúa la sensación de que nos toman el pelo cuando se refieren a los sacrificios que han hecho todos los españoles para salir de esa situación: no es preciso recordar que no han sido voluntarios y que hablar de “todos los españoles” es una desvergüenza al incluir a los que se han enriquecido en estos años trapicheando con los miedos y las necesidades ajenas. Desde empresarios que abusan hasta usureros como el del caso que se ha sabido ahora de la familia, de Madrid si mal no recuerdo, a la que un préstamo de 4.000 euros se le convirtió en seis meses en una deuda de 30.000 y subiendo con pérdida de la vivienda familiar. Un caso nada infrecuente por lo que se ha sabido.

Grecia, caballo de Troya

La UE y Grecia andan tocándose la musculatura. Como los matones de cantina que comienzan dándose empujoncitos mutuos para tantear el poderío del otro antes de fajarse a la trompada. La UE ha puesto sus cartas sobre la mesa y los griegos respondieron remedando la leyenda urbana de los ingleses cuando se rompieron los cables telefónicos y telegráficos que conectaban Inglaterra con el resto de Europa y algún periódico británico tituló en primera: “El continente ha quedado aislado”.

El nuevo Gobierno griego parece dispuesto adelantarse a que lo echen de la UE y ser él quien la ponga en la puerta de la calle a esperar sentada por sus muy amados euros. A eso y no a otra cosa responde su advertencia de que muy bien podría recurrir a los USA, a China o a Rusia para obtener los créditos que necesita. No sé hasta qué punto estarían dispuestos alguno de estos tres países, o los tres, a atender tal solicitud, si bien sospecho que semejante posibilidad ya ha estado sobre la mesa (camilla, por aquello de la intimidad y la discreción) en algún contacto de Tsipras o Varoufakis, su imaginativo y también descorbatado ministro de Economía. El caballo de Troya podría quedarse chiquito. De momento, se sabe que del lado ruso hay, en principio, buena disposición a echar una mano si se le solicita, a pesar de que no son pequeñas las dificultades económicas del país. De por medio, el forcejeo de los USA con la UE por lo de Ucrania y las sanciones a Rusia, pues muy bien pudiera Putin aprovechar para enredar un poco más el asunto. Y ni les cuento de los chinos, que están a la que salte para hacer del pato laqueado el plato típico de la Tierra cuando se encuentre en la galaxia o fuera de ella otro planeta habitado que invitar a Fitur.

Por otra parte, hace unos dos años Tsipras reclamó en el mensuario Le Monde Diplomatique una “Conferencia europea sobre la deuda”. Ni caso, claro. Pero la idea sigue ahí y ya ha manifestado su apoyo el ministro de Finanzas irlandés al que ahora es primer ministro griego. Entre otros temas, la Conferencia remitía al precedente de 1953, cuando se benefició a Alemania con la condonación de sus deudas, entre las que figuraban las que tenía con Grecia y que el propio Tsipras ha vuelto a recordar ahora.

Tsipras opera pensando en la soberanía de su país y en restablecer el orgullo griego. E insiste, al propio tiempo, en que no pretende salirse de la UE, ni del euro, ni dejar de pagar la deuda y cumplir su compromiso en la construcción europea. Muy en la línea ideológica de Ferrán Adriá que por mucho que deconstruya, no deja lo suyo de ser cocina. En este combate por puntos ha colocado Tsipras a la UE en la tesitura de tomar la iniciativa de sacarle la tarjeta roja, visto que no se baja del burro con las amarillas; o aflojar un punto dentro de lo razonable.

De todos modos, conviene no perder de vista que la partida que juega el Gobierno griego no es solo en el exterior. Todavía subsiste, incrustado en las instituciones del país, lo que allí llaman el “parakratos” que quiere decir algo así como “Estado subterráneo”. Lo integran altos funcionarios, policías, militares y jueces decididos a lo que sea para evitar la llegada al poder del mester de rojería, dijéramos. Es una red que en 1967 sostuvieron los servicios secretos estadounidenses y que preparó el golpe de Estado de los coroneles. El “parakratos” sigue operativo y descansa sobre tres pilares: la Policía, la Justicia y el Ejército, según Dimitri Psarras, del periódico Diario de los Redactores, citado por el periodista Thierry Vincent. Esos tres sectores han escapado de las políticas de austeridad que, sin embargo, se aplicaron al resto de los funcionarios. Y el 23 de junio de 2014 el Consejo de Estado declaró inconstitucional la reducción del salario a policías, jueces y militares. A lo mejor por casualidad. Esta red alarmó en 2011 a Papandreu, entonces primer ministro. Temió un golpe de Estado y anunció en la cumbre europea de Cannes la realización de un referéndum alegando ese riesgo que Merkel y Hollande no se tomaron en serio y lo obligaron a desistír a la consulta; y a dimitir un mes más tarde. La injerencia de Alemania y Francia en un asunto interior da idea de la postración griega y explica muchas cosas.

Y completo el espacio contándoles una anécdota personal que ilustra uno de los problemas gordos de Tsipras: la indisciplina fiscal de los griegos. Ocurrió en Chania, Creta, al aparcar en zona azul Isabel y yo. No había manera de que la hucha-contador funcionara ni a manotazos, como a las radios antiguas. Se nos acercó un señor mayor partido de risa que observaba. Vino a decirnos que no hiciéramos el tolete empeñándonos en pagar, que aquel artilugio no funcionaba por falta de uso sino porque, al fin y al cabo, estábamos en Grecia; cosa que comprobamos en los restaurantes donde el IVA no era siquiera un concepto. Una razón más para no dedicarme a la política, que luego viene el PP y te la monta por evadir impuestos.

 

La “calderilla” del Carnaval

Juan José Cardona ha vuelto a poner de manifiesto que no abunda en el PP la sensibilidad que debía esperarse en el uso de los dineros públicos. Lo digo porque en su conflicto con los vecinos “damnificados” por la bulla de los mogollones carnavaleros calificó de “calderilla” los seis mil u ocho mil euros de los gastos judiciales que asumió el Ayuntamiento. Alguien debería aclararle que de “calderilla” nada y que esa insensibilidad abarca al número considerable de familias que están pasando ahora mismo las de Caín. Si un millón o millón y pico de las antiguas pesetas es calderilla, será que alguna vez ha dejado esa cantidad de propina después de tomarse un cortado. Con cierta frecuencia he sacado a colación, a cuenta del economicismo reinante, a aquella monja que cuando alguien se disculpaba por no tener sino unos céntimos que darle para sus pobres, se lo agradecía igual porque “muchos pocos hacen un mucho”. O sea que con algo de calderilla por aquí y otro poco por allá, bien pudiera pasarse Cardona de presupuesto. Porque, no sé si lo sabe, las grandes cantidades salen de la suma de calderilla. Y si no que le pregunten al funcionario que, sin deber culpa alguna, se encontró una vez ante los sacos de monedas de peseta con que cierto ciudadano cabreado fue a su ventanilla a pagar una multa que consideraba injusta.

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