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Cuba y Estados Unidos aflojan un punto

Raúl Castro, presidente de Cuba. Foto: EFE

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

Ya cerradas estas notas, supe de las comparecencias de Obama y Raúl Castro para anunciar a sus respectivos pueblos y al mundo el deshielo de sus relaciones. Algo deseado largamente por los cubanos y querido no menos por sectores de opinión estadounidenses, en los que figuran empresarios temerosos de quedar descolgados de futuros negocios en la isla caribeña de mantenerse semejante anacronismo. Ambos dirigentes cedieron al pragmatismo; Obama insistiendo en que el bloqueo no había favorecido los intereses americanos, mientras Castro, con mayor carga ideológica, aludía a la necesidad de una coexistencia civilizada por encima de las diferencias, beneficiosa para los dos pueblos. Como telón de fondo, los cambios en la política latinoamericana de Washington ante la aparición de dirigentes latinoamericanos que no aceptan la vieja política imperial y veían la necesidad de la plena integración de Cuba en su grupo de naciones. Desde hace tiempo se plantea de fijo, como cuestión previa a las reuniones internacionales del continente, la participación de Cuba convertida, ideologías aparte, en referente del rechazo a las injerencias abusivas de los intereses estadounidenses, patrocinadores sin escrúpulos de golpes de Estado y de feroces dictaduras sangrientas. Alguien con mayor conocimiento sabrá analizar estos procesos, las expectativas que abren y las dificultades que podrían hacerlos fracasar. Tampoco faltarán quienes se ocupen de en cuanta medida ha podido ser determinante el creciente peso de la comunidad latinoamericana residente y de sus votos en la política interior de Estados Unidos.

Había no pocos indicios de que algo iba a ocurrir pero no de que las negociaciones estaban en marcha. En ellas ha jugado de eficaz mediador Canadá, lo que no resulta novedoso pues siempre mantuvo relaciones y presencia económica y de colaboración con la isla. Lo del Papa sí ha sido una sorpresa, aunque, bien mirado, debimos haberlo supuesto; por el talante de su pontificado y porque no se es argentino en vano. Tanto Obama como Raúl Castro aludieron a su intervención como muy positiva.

Llama la atención, por más que tampoco sorprende, la ausencia de España en la rueda de presentes. No parece haber jugado el papel que debiera corresponderle por razones históricas y de cercanía digamos espiritual, algo que se entiende perfectamente en Canarias. No tengo datos para afirmar o negar nada, pero no me dio otra impresión la comparecencia de García-Margallo, ministro de Exteriores, en la breve rueda de Prensa improvisada al conocerse la noticia. Se le preguntó por la participación de España y el hombre, casi diría que desconcertado por el pistoletazo, se agarró a la discreción diplomática para no decir que sí ni que no sino si quieres que te cuente el cuento del gallo Morón. Me dio la malévola impresión de que cayó en la cuenta de que habían dejado fuera a España en el momento de la pregunta.

En realidad, España no ha estado nunca sobrada de hombres de Estado y de dirigentes con una clara noción de por donde anda el mundo; ni siquiera en la parte que habla su mismo idioma. No son frecuentes figuras como la de Juan Negrín del que hay una carta, dirigida a no me acuerdo ahora qué mandatario europeo, en la que anticipaba la posibilidad de la segunda guerra mundial. Aquí no hay que irse tan lejos en el tiempo para apreciar el despiste. Cuando Aznar se subió al carro de George Bush para sacar a España de su oscuro rincón en la historia, le puso la proa al régimen cubano con tal entusiasmo que Fidel acabó por llamarle despreciativamente “Franquito”. Eran los tiempos en que el expresidente incorporó el portorriqueño a su poliglotismo de mesa camilla. España perdió con Aznar muchos puntos en aquel escenario. Por otro lado, la Prensa de Madrid, que se autotitula “nacional”, de imbuida de esas actitudes nunca ha mostrado gran entendimiento de los asuntos latinoamericanos; aunque no falten analistas que conocen el paño a los que, para su desgracia, los gobernantes no hacen maldito caso. Diría, por tanto, que España nunca ha estado en condiciones para participar en estas movidas con solvencia y no se cuenta con ella. Depende demasiado del gran padre blanco que no le evita hacer el indio.

La nueva etapa tiene, ya digo, sus dificultades. Obama tendrá que convencer a las cámaras parlamentarias de la falta de resultados favorables a los intereses estadounidenses de la política seguida hasta el momento. Tendrá que vérselas con las mayorías republicanas en Congreso y Senado de las que ya algún representante ha criticado con dureza la iniciativa. Pero, por suerte para Obama, en Estados Unidos no existen las rigideces españolas que impiden a los parlamentarios votar de acuerdo con su recto y leal saber y entender. Así se dan aquí casos como el de la ley de los matrimonios homosexuales contra la que el PP votó en bloque, como si no hubiera entre los suyos diputados a los que les fuera la marchilla; algo estadística y humanamente imposible. Quiero decir que republicanos hay que están con Obama, por convicción o por considerarlo bueno para los negocios. Imagino que Obama tiene motivos para esperar salir airoso y que ya estará su equipo negociando los votos que le permitirán avanzar en la dirección de acabar con el bloqueo.

Diría, para terminar, que contrasta la alegría de las calles de La Habana al conocer la noticia con las airadas manifestaciones de los cubanos residentes en Miami. Para estos no ha pasado ya más de medio siglo desde una revolución que ha aguantado carros y carretones con sus luces y sus sombras hasta llegar a este punto. 50 años plagados de intentonas de todo tipo para quitar de en medio a Fidel y con un bloqueo que consiguió, ya ven, fortalecer al régimen castrista. Un periodo de tiempo suficiente para que los protagonistas de los hechos sean minoría. El mismo Obama nació, si mal no recuerdo, el año que Kennedy inició el bloqueo.

El fracaso autonómico

Paco Pomares se descolgó el otro día con un artículo en que aludía a lo poco que interesa hoy día al personal la reforma del Estatuto de Autonomía o la del REF. La observación, qué quieren, me malhumoró aunque no porque Pomares señalara la evidencia sino porque así reacciono yo cada vez que alguien o algo me devuelve al tiempo, perdido y para nada buscado, en que leía, analizaba los tochos y acababa preguntando a los que de verdad saben de estas cosas. Ya liberado de esa obligación, no sabría decirles la cantidad de propuestas, textos, pretextos, proyectos y opiniones que he tenido delante y ni les cuento el alivio de haberme podido deshacer de tanto papelamen. Pero como donde hubo siempre queda, le dedicaré al asunto un espacio contraviniendo las recomendaciones médicas de que ojito con los cabreos a partir de ciertas edades.

Respecto al Estatuto, creo que la autonomía canaria es un tremendo fiasco trinchada como está por unas limitaciones que dejan la última palabra al Gobierno central en asuntos importantes y en los que lo son menos. Además, introduce un factor nuevo en nuestras tradiciones políticas: el Gobierno autonómico, que no autónomo, con el solo precedente, en cuanto a su ámbito regional de competencias, que el virreinato de los capitanes generales. Un Gobierno empapado del espíritu centralizador del sistema provincial que le da a una de las islas (de las capitalinas, que las demás no cuentan sino sobre el papel) el control y la dirección del archipiélago. Hoy como ayer; con un pizco más de esa retórica facilona que ha dado como mucho para el bonito villancico ese de siete islas, siete, sobre un mismo mar. Pero lo cierto es que, en estos momentos y desde hace años, el Gobierno está en manos tinerfeñas, las más avezadas en estas batallas localistas repletas de impudicia pueblerina y exceso de añoranzas de la Provincia única. Es significativo que el candidato a la presidencia del que más se habla sea Fernando Clavijo, alcalde de La Laguna, cada vez más decantado por las fórmulas neoliberales a machamartillo, las que molan al torpe y nada solidario empresariado de Gran Canaria que no puede sino estar de acuerdo mientras ellos estén calentitos. No puede sorprender ni sorprende el notorio desinterés de esta isla tan hasta los mismísimos que no da ni para un candidato potable; tampoco que el debilitamiento de Paulino Rivero se deba a la intensa campaña del tinerfeñismo profundo que lo acusa de como “acanarionado” total, la peor carta de presentación posible en Tenerife.

Como comprenderán, el Estatuto “provincializado” cuidó mucho de reducir los Cabildos a meras dependencias suyas que, por no tener, carece de competencias recaudatorias lo que facilita su subordinación en las grandes cuestiones: sus presupuestos están a merced de la buena, mala o medio pensionista voluntad del Gobierno, según coincidan o no con la coloración de los que controlan el Gobierno. Por eso arrastran poco las actitudes últimas de José Miguel Bravo que busca votos agitando la espuma sin ir al fondo de la cuestión. “Mucho chau-chau y poco jase-jase”, que se decía en lo antiguo. En definitiva: la dirigencia canaria no ha estado ni está a la altura de las circunstancias; fue incapaz de defender las instituciones cabildicias en lo que tenían de expresión del autonomismo adaptado a nuestra condición archipelágica; no trasladó al resto del país las particularidades de la personalidad político-administrativa canaria. La que sí advirtieron los Reyes Católicos con sus Cabildos o Concejos; la que anuló el régimen militar de los capitanes generales, sustituido por la Provincia única en el XIX; a la que se trató de volver con la ley de Cabildos de 1912, promovida por cuatro islas menores con la enemiga de las dos mayores; la que volvió a enterrar el franquismo y la que no nos devolvió la Transición ni el llamado Estado de las autonomías. Quizá convenga recordar aquí que hombres como Romanones, Canalejas y Maura llegaron a entender que el sistema provincial no se adecuaba a la configuración política y social de las islas sin que la dirigencia canaria se diera por aludida: lo que interesaba era hacerse con el poder central provincial y lo que antiguamente llamaban “sus adherencias” que venían a ser la corrupción de hoy pero con más clase.

No entro en la reforma aneja a la estatutaria, la electoral, que no se acomete porque a los partidos que están hoy en el Parlamento les interesa continuar repartiéndose el machito que ser de verdad la representación del grueso de la ciudadanía, de la que buena parte queda excluida. Y en cuanto a la reforma del REF, no estoy muy seguro de que no nos venga impuesta de fuera: tengo la muy subjetiva impresión de que si le gusta lo que venga al empresariado, que Dios nos coja confesados. Y conste, porque aquí hay que aclararlo todo, que al hablar de “empresariado” me refiero al conjunto de sus representantes muy a sabiendas de que empresarios hay que no están de acuerdo con las posturas de sus organizaciones; por más que, para el caso, su silencio equivale a estarlo.

Otra de recuperación económica y dos piedras (o pedradas)

Rajoy acaba de anunciar, como quien proclama el comienzo de un nuevo curso académico, que la crisis ya es historia. Lo que equivale, para los más puñeteros detractores de las glorias hispánicas, al intento de consolidar las desigualdades sociales y económicas que el Gobierno pepero ha repartido a manos llenas con absoluta ausencia de austeridad. Y de esa historia pasada, al decir de Rajoy y al repetir de cuantos peperos tienen a mano un micrófono, emerge la España eterna con un crecimiento superior al de todos los países de la UE que miran asombrados con una envidia que cual mancha de aceite se extiende por el Universo entero. Lástima que, ya puestos y a nuestra mayor gloria, no se incluyan las claves de la política de Rajoy en los programas de entrenamiento de los astronautas que algún día viajarán a iniciar la urbanización de Marte porque aquí no habrá quien viva. De alguna forma tendrán que organizarse allá arriba.

Yo no entiendo muy bien a qué llamará este hombre “recuperación” más allá de los macronúmeros que maneja con alusiones de pasada a las dificultades que siguen padeciendo millones de españoles como expresión de su sensibilidad social que considera sus penurias accidentes meteorológicos. Sin embargo, ya ven, me ha gustado que no se atribuyera el milagro que nos cuenta. Si Aznar proclamó que “el milagro soy yo”, remedo de “l’État c’est moi” atribuido a Luis XIV de Francia, Rajoy diluyó su capacidad taumatúrgica quizá porque considere natural que España deje de ser, de repente, vagón del tren europeo para convertirse en locomotora y tirar de Alemania, por ejemplo. Eso se lo dicen a Walt Disney y hubiera hecho una película con el tío Gilito de presidente de Bankia.

Sabe Rajoy que está en el umbral de un año electoral y se le nota. De lo que, menos mal, no culpa a Zapatero. De ahí que se muestre tan optimista como cuando en la campaña de las elecciones que ganó aseguró, ante una Oficina de Empleo que en llegando él a La Moncloa se acabaría el paro, reducido a los funcionarios de la propia Oficina por falta de usuarios. Tengo para mí que entonces se le ocurrió lo de la “mayoría silenciosa” que respalda su política porque, eso es verdad, nadie de la cola de parados elegida como fondo de la foto dijo esta boca es mía.

Acción de precampaña fue el acuerdo firmado el otro día con la patronal y los dos sindicatos mayoritarios por el que se abonará, durante seis meses, cuatrocientos y pico euros a los parados de larga duración con cargas familiares. Fue un acto inédito en el tiempo que lleva gobernando por lo que atribuyo a la falta de costumbre que se le diera dimensión de gran pacto social. Contrastaba en la firma la seriedad cuasi cabreada por el papelón de Fernández Toxo y Cándido Méndez, líderes sindicales frente a la satisfacción de Rajoy y la sonriente complacencia de Joan Rossell, presidente de la CEOE; la que no era para menos pues a las empresas que empleen a los beneficiarios el Gobierno les abonará los cuatrocientos y pico euros pactados por lo que no queda claro qué privaba más, si echarle una mano a los parados o utilizarlos como pretexto para bonificar a las empresas por pieza contratada. Porque por esa regla de tres, si no he entendido mal el apaño, un trabajador que cobre pongamos 600 euros le saldrá a su empresa por 200 al entregarle el Gobierno los 400 del subsidio o lo que sea. No quiero dejar de recordar que cuando Zapatero puso en marcha una iniciativa similar, los mismos dirigentes del mismo PP que han salido estos días aplaudiendo con las orejas la ocurrencia de Rajoy, me lo pusieron a caer de un burro. Debió Fernández Díaz incluir el acceso a las hemerotecas y revelar sus contenidos entre los atentados contra la seguridad suya, de ellos.

Diré, por último, que el Gobierno destina al cumplimiento del pacto 1.200 millones de euros, lo que se presta a odiosas comparaciones, demagógicas y de lo más populistas, si se compara la cantidad, Dios nos libre, con los dineros destinados al sector financiero, causante y beneficiario de la crisis por aquello de que la Banca, al contrario que el criminal de una vieja serie radiofónica anterior a la era TV, siempre gana.

De precampaña vamos, pues

El pacto “social” que acabo de decirles es de un preelectoral que hiede; o jiede, que llena más la pituitaria. Su aplicación cubrirá, más o menos, hasta la fecha de las elecciones autonómicas y locales y luego se verá. No digo que la ayuda no le venga bien, dentro de lo poco que cabe, a quienes nada tengan, pero en términos del rendimiento que le saca esta gente a los votos, es una miseria. El caso es que ya tenemos un eje de la campaña comecocos del PP basado en la recuperación económica. Y si el Madrid gana la Champions ni les digo.

Otro eje es la firmeza de Rajoy en defensa de la Constitución y de la democracia aunque esta última se note menos, precisamente porque se pasa por el arco del triunfo los artículos referidos al Estado de bienestar, que no era gran cosa comparado con los de otros países, pero nos apañábamos. Dice Rajoy que la Constitución es cosa muy seria para estarla reformando a la primera ventolera; que no es un juguete: quién lo diría porque de hecho él la reforma cuando le conviene. Y no hablo del famoso artículo 135 porque no es cosa solo suya sino iniciativa de Zapatero cuando se acojonó cuando lo llamaron a capítulo.

O sea: la defensa de la Constitución la hace frente a los secesionistas catalanes, que son unos pesados. El anticatalanismo abierto o el gusto de hacerle la puñeta solapada a los catalanes siempre le ha servido a la derecha para recolectar votos y debe pensar que así será siempre.

También defiende la Constitución ante el reformismo en sentido federal de Pedro Sánchez del que seguimos sin saber en qué consiste; como si se le hubieran acabado las pilas con el esfuerzo de plantearlo y no le quedara fuelle para adecuar, de una maldita vez, el país a lo que es su realidad histórica digamos estructural. Como desinteresada contribución, una cita: “Los reinos se han de regir y gobernar como si el rey que los tiene juntos lo fuera solamente de cada uno de ellos”. La cita, una de las tantas posibles, pertenece al libro Política indiana, de Juan de Solórzano Pedreira, publicado en Madrid en 1647 y con una segunda edición, que yo sepa, de 1930, así que fíjense la fecha que lleva la carta.

Y vuelvo a los preparativos de campaña del PP, si bien no sé si el nombramiento de Rafael Hernando como portavoz pepero en el Congreso pertenece a su campaña o a la de sus rivales: no creo que les beneficie mucho sustituir a un portavoz por semejante portacoz, acreditado entre los suyos como un político duro, directo y bien bregado cuando resulta ser un malcriado de aquí te espero. Son numerosos los incidentes acreditativos del talante del personaje. La última que recuerdo, su mofa televisiva de quienes buscan los restos de sus familiares asesinados por el franquismo para darles digna sepultura. Dijo que “algunos se han acordado de su padre cuando había subvenciones para encontrarles”. Por lo visto, el PP lo tiene en gran estima por su capacidad para meter follón y levantar columnas de humo para desviar la atención en momentos delicados del partido. De ser así, tendrá que trabajar duro si convenimos que los momentos son especialmente delicados cuando se destapa un caso de corrupción tan seguido de otros que cada uno es tapado por el siguiente. A lo que añadiré, porque conviene no olvidarlo, los elogios públicos de Rajoy a por lo menos una docena de dirigentes peperos que hoy están en el trullo, imputados o a punto de ser procesados. Desde Bárcenas a Fabra o Jaume Matas y demás ilustres. Hemerotecas malditas.

Ha estado acertado Rajoy, por fin, al proclamar que la inmensa mayoría de los miles de militantes del PP son gente honrada. Lo que es muy cierto, faltaría más. Pero en lugar de presentar a los zarandajos como casos excepcionales, debió pedir disculpas porque son ya demasiados los cargos de primera, segunda o tercera fila de su partido, con los correspondientes agregados y agraciados, cogidos con las manos donde no debían; aunque podían según se ha visto. Domina el hombre las medias verdades, como la de que en todos sitios hay corruptos. Los hay, por ejemplo, en el PSOE al que suelen apelar los peperos defensivamente con los famosos ERES andaluces por delante. En lo que, ya ven, tienen razón, aunque para mí lo más preocupante es que si los casos de los socialistas parecen más cosa de descuideros que aprovechan una ocasión, los del PP tienen un modus operandi que se repite, como si fuera un protocolo fijado, en distintas comunidades autónomas. Y desde luego tienen los peperos la exclusiva de negarse a colaborar de la Justicia, lo que obligó al juez Ruz a ordenar el registro de la sede de Génova. Por no hablar de la eliminación de información de los ordenadores, del bonito juego de bailar jueces o de la negativa a reconocer la existencia de una caja B no vaya a ser que descubran las del resto del abecedario, que todo pudiera ser.

Soria, el rayo que no cesa

Estaba yo privado de terminar estos apuntes sin mentar al muy ministro, cuando saltó Antonio Brufau, presidente de Repsol, a advertir que la fiscalidad que va repartiendo su hombre en el Gobierno y donde haga falta reducirá los beneficios de su empresa. En los tiempos de la inocencia hubiéramos pensado que se trataba del lamento habitual de los empresarios. Pero si algo ha tenido de positivo la crisis es que todos nos hemos familiarizado con los trasteos fiscales de los poderosos y conocemos, más o menos, la que tienen montada las compañías transnacionales para pagar lo menos posible o nada y la forma en que el poder económico/financiero controla a los gobiernos. Por eso no sé si la queja de Brufau fue un simple comentario resignado o aviso a navegantes.

Anda Soria prometiendo por ahí destinar el no sé cuantos por cien de lo que paguen las pobres empresas petroleras a las comunidades, los ayuntamientos y a los particulares afectados por las prospecciones o el fracking que se le ha metido en la cabeza al señorito de dañino que es. Trata Soria de comprar, con su habitual desprecio por la inteligencia de la gente de a pie, voluntades como los alcaldes de pueblo chico a los que bastaba dejar construir a los vecinos donde les diera la gana o emplear a sus hijos para tenerlos en el saco de por vida. He oído criticar por esa Península esa estrategia gastando los restos de inocencia que puedan quedar por ahí. Porque inocente es decir que el problema reside en que Soria no se entera cuando aquí sabemos bien que eso sí que no; que se entera, vaya si se entera.

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