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¡Dios nos libre del PP!

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España.

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

El aplazamiento de la sesión de investidura del presidente de la Generalitat ha exasperado al personal; a los que esperan algo de la vida política y a quienes están hasta los mismísimos del conflicto catalán que ha hecho de biombo para que no destaquen demasiado noticias tan relevantes como la primera vista del caso Gürtel; o que el Barcelona vaya embalado a por el título de Liga. Dos asuntos de los que no sale bien parado Rajoy. En el primer caso porque fue él, no el de Merimé, quien dijo, en su momento, que Gürtel no era una trama del PP sino una trama contra el PP; versión que avaló el ineféibol Federico Trillo cuando acusó a Alfredo Pérez Rubalcaba de ordenar a la Policía construir el caso contra su partido. Ante tan malvadas ocurrencias se entiende que les convenga ahora que pasen desapercibidas sus mentiras y calumnias. Que algunos de sus más destacados responsables, los que encabezan la lista de 800 y pico implicados en tantas trapisondas, anden largando por esos tribunales no debe ser plato de buen gusto para el presidente después de asegurar no saber absolutamente nada de nada… salvo alguna cosa, presumo. En cuanto a lo del Barça, es una broma porque supongo que Rajoy es del Real Madrid.

Rajoy, émulo del Conde-Duque de Olivares

He cargado las tintas en el PP porque es al Gobierno central a quien corresponde la iniciativa de buscar fórmulas políticas que pasan, sin duda, por plantearse seriamente el problema secular de la integración/organización del territorio del Estado. Cosa que no ha hecho Rajoy si nos atenemos a la orientación claramente anticatalana de su política. A veces, qué quieren, veo una foto de Rajoy y se me parece todito al Conde-Duque de Olivares y su desastrosa política con la que consiguió poner en pie de guerra a los territorios más proclives al separatismo. Hubo levantamientos en Cataluña y Portugal, conatos en Aragón, Andalucía y Vizcaya, sin olvidar Sicilia y Nápoles. Lo que me recuerda a Mariano Rajoy que ha seguido desde al menos el 2004 hasta hoy una política realmente funesta con Cataluña que ha hecho crecer el número de independentistas y de ciudadanos que ya no se sienten cómodos en Cataluña. La diferencia entre ambos es que Rajoy, como Olivares, no tiene un Francisco Quevedo que le escriba. Porque fue Quevedo quien quiso complacer al Conde-Duque y se descolgó, allá por 1640, con el primer escrito anticatalán de consideración que recuerdo. Lo tituló “La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero” y lo firmó con el seudónimo “Doctor Antonio Martínez Montejano”. Puso tan a caer de un burro a los catalanes que su editora reconoció a pie de página que “en este escrito Quevedo es algo apasionado y parece deseoso de complacer al Conde-Duque. Su juicio respecto a los catalanes es algo exagerado”. Ya he hecho referencia a este texto en otras ocasiones de modo que lo dejaré ahora aquí sólo para señalar la vetustez del anticatalanismo de la derechona.

La vieja cuestión territorial

Habría que recordar aquí la campaña de recogida de firmas por toda España contra el Estatut que Rajoy emprendió en su día. A la que acompañó de forma solapada, para hacer Patria, algo muy parecido a una recomendación para que no compráramos productos catalanes. No me consta la implicación del PP en aquel intento de boicot, pero estaba en el aire dada su coincidencia con la recogida de firmas y las casualidades no existen si no es casualmente. Fue aquella la ocasión en que una señora (no isleña, todo hay que decirlo) me reprochó no diría yo que con demasiados buenos modos ver que había comprado unas botellas de cava. No creí útil explicarle algo que he repetido en estas páginas no una ni dos veces sino muchas; y las que quedan porque esto no acaba. Me refiero a que cuando comenzó el siglo XX España tenía pendientes cuatro grandes problemas de los que tres -Ejército, Iglesia y reforma agraria- dejaron ya de serlo mientras sigue ahí el cuarto, el de la integración y organización territorial que les digo. Un conflicto del que Cataluña sigue siendo una de sus expresiones más radicales, sólo superada por la violencia etarra. Y por un barbero que se decía anarquista y tanto despotricaba de Franco que se largó a Venezuela, donde tenía un hermano en Barquisimeto; no como Puigdemont, que prefirió Bruselas, la ciudad más aburrida del hemisferio. Es evidente que con mentalidades como la de la señora que les dije y la política sectaria del propio de Gobierno enmascarada con las constantes invocaciones a la ley esa cuestión seguirá abierta hasta que la UD Las Palmas gane la Champions.

Rajoy, imagino, sabía que los catalanes son mal amañados como ellos solos; muy suyos con sus cosas. Estaría incluso al corriente de que carecen de capacidad para imponer la independencia unilateral y romper España, pero, por lo visto, no cayó en la cuenta de que con todo les sobra fuelle para desestabilizarla. Es lo que acaba de señalar Josep Ramoneda, director del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona. Tiene Ramoneda una larga trayectoria como autor de libros y artículos, profesor universitario de Filosofía, de participante en seminarios internacionales, de analista político. Piensa Ramoneda que la primera perjudicada por esa desestabilización sería Cataluña. Y no oculta cuanto le preocupa el desmejoramiento de la democracia española y digo yo si no será ese deterioro el asombro del mundo que el PP proclama a cada rato. Y ya no les entro en la necesidad de que sea la política y no los jueces quienes se ocupen del asunto porque se trata de algo obvio para todo el mundo menos para el Gobierno pepero que ha ido destruyendo el crédito de no pocas instituciones al utilizarlas de la forma más desconsiderada.

Vidas patéticas

Es patético, sin duda, el modo y la manera en que Puigdemont ha reconocido su fracaso. Que estaba cantado, dicho sea de paso. Considera el ex president que ha terminado el procés y que “los nuestros” les han sacrificado; a él y a sus fieles sin que anunciara su renuncia definitiva a la investidura. Su promesa de no ceder en la batalla no sé si se refiere a eso, a que seguirá intentando hacerse con la Generalitat o que no se bajará del burro independentista en lo que le queda de vida. En cualquier caso, hay en él un cierto releje de amargura y ya se están disponiendo las cosas para que aparezca como el único responsable del daño a la economía y a la imagen de Cataluña; por no hablar de lo peor de todo: el resquebrajamiento de la sociedad catalana que no parece hoy tan entera, solidaria y consciente de sí misma como lo ha sido siempre. Se han producido hasta dolorosas rupturas familiares. Un Gobierno no puede promover cosas así. Pero lo hace y encima pretende justificarlo.

Creo, en ese sentido, que Esquerra hace lo que debía para recomponer algo de lo que está descompuesto. Su diputado Joan Tardá no ha vacilado en indicar que se sacrificaría a Puigdemont si fuera necesario para poner un Gobierno catalán. La política siempre ha tenido ese punto cruel que, a mi entender, se justifica cuando se trata de evitar males mayores y pienso que prolongar la aplicación del artículo 155 sería de los granditos. El mismo Tardá ha replicado a cuantos hablan del ridículo independentista que el verdadero ridículo sería no conseguir formar un Govern.

Pero si patético es el papelón de Puigdemont con su escapada a Bruselas no lo es menos el de Rajoy. Ya mencioné la recogida de firmas por toda España contra el proyecto de Estatut. Seguiré con el resto de su historia.

Fue bajo la presidencia de Zapatero cuando se estimó necesario acometer reformas estatutarias y Cataluña preparó la suya que salió de la cámara catalana con las correspondientes correcciones del borrador inicial “para no herir la sensibilidad española”. Zapatero se había comprometido a respetar lo que saliera del Parlament que estuviera, claro está, dentro de la ley pero los peperos tergiversaron sus palabras para hacer ver que el presidente socialista se había comprometido a aceptar cuanto se les ocurriera fuera o no legal, estuviera o no dentro de los límites constitucionales. Con inclusión de la independencia. Trataba el PP de obstruir la iniciativa de Zapatero y obró con su habitual falta de escrúpulos de la que no acaba de desprenderse.

Ya limpito para evitar suspicacias, viajó el proyecto a Madrid, a las Cortes, donde le dieron duro hasta dejarlo que no lo conocían ni sus padres y una vez seguras sus señorías de haber conjurado todos los demonios posibles, lo enviaron de vuelta a Cataluña, donde hubo opiniones para todos los gustos, fue sometido al referéndum que lo aprobó y todos fueron felices, incluidos quienes consideraban el texto más bien insulso y falto de sustancia.

Cuando despertaron, el dinosaurio todavía estaba allí. El recurso interpuesto por el diablo españolista pepero surtió efecto en el Tribunal Constitucional (TC) con jueces tan afines que su sentencia dejó el Estatut reducido a reglamento de asociación de vecinos. El TC echó para atrás, se aseguró entonces, disposiciones que habían pasado sin problemas Estatutos de otras comunidades, algunas de ellas propuestas por el propio PP. Lo que tenían a gala pues a la derechona no le basta hacer la faena sino que la sepan urbi et orbe salida de su magín. Aunque en ocasiones destruyan discos duros para que nada se sepa. Contando, claro, con un fiscal como el que solicitó la absolución del PP nada menos que por falta de pruebas absuelva soslayando la cuestión de que la causa era precisamente por la destrucción de esas pruebas. Y con olvido de que Bárcenas, dueño del disco machacado, facilitó una lista de la información contenida en el disco. Pero esa es otra historia.

Los autonomistas que impulsaron el Estatut cuestionado tuvieron que soportar comentarios de los independentistas equivalentes al “¿No te decía yo que la burra te tumbaba?” de indudable raigambre isleña. Aunque agradecieran a los autonomistas que el fiasco hiciera a muchos de ellos a coger puerta en lo que se producía un aumento más que notable de las expectativas electorales de los secesionistas, confirmadas en las elecciones de aquel mismo año de 2010: pasaron los independentistas de ser una minoría que no contaba para nada a obtener, si mal no recuerdo, el 20% de los votos. Creo que fue entonces cuando el PP catalán comenzó a ir para atrás y a volcarse la gente en las sucesivas Diadas. Incluso el triunfo electoral de Ciudadanos cabe interpretarlo como un rechazo a ese PP poco recomendable.

El futuro que no cesa

Como apenas puedo disimular las ganas de dejar a un lado la cuestión catalana, que acabará por afectarnos si no lo ha hecho ya, insistiré en que el Gobierno sigue insistiendo en la ley y en que sean los jueces quienes le saquen las castañas del fuego para eludir sus responsabilidades. Ha venido el Gobierno manteniendo criterios legalistas que los jueces que no comparten que les encasqueten ese papel no se atreven a poner a los políticos en su sitio mientras que los que están bajo la adscripción ideológica pepera se muestran conformes con esa política que, por lo que se está viendo, les está sirviendo para promocionarse dentro de la carrera.

El caso es que se están manejando conceptos legalistas. Todo va bien si nadie rechista, como cuando Él habitaba entre nosotros. Pero el problema no es si ha conseguido o no el Gobierno doblarle el brazo al catalanismo so pretexto de combatir a los secesionistas porque lo importante, el futuro que no cesa porque llegará es lo que ha indicado el catedrático de Filosofía José Luis Villacañas: que los catalanes de a pie y por extensión añadiría que los españoles en general se sientan cómodos dentro del Estado y de un Gobierno que garantice el orden social libre. Algo que, a lo que se ve le cuesta entender al PP. Su comportamiento y su modo de gobernar no augura nada bueno hasta el punto de que rozaríamos la catástrofe si esta gente siguiera gobernando. Dios nos libre del PP.

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