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Limpito como un San Luis

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

“Lo malo es que no podemos decir nada del jodío”. La frase es de un amigo, republicano de toda la vida, referida al ya rey Felipe VI que ha llegado al Trono limpito como un san Luis. La dijo sin acritud, diría que agradecido porque, quieras que no, le evita el compromiso de optar por algún político candidato a la presidencia de la soñada República. En otros países con más rodaje democrático no tendría que enfrentarse a ese dilema, pero en el mercado español no hay políticos capaces de ejercer de presidente republicano al margen del partido o los partidos que lo hayan promovido. La referencia a que nada puede decirse de Felipe VI se debe a que en su comportamiento como Príncipe de Asturias nada se le puede reprochar, lo que no es poco. En general, he observado que entre quienes se proclaman republicanos hay mucho menos radicalismo que el que les viene en sentido contrario. El único consuelo es que quienes demonizan a los republicanos lo hacen de forma directamente proporcional a su grado de cultura política y de la otra. En particular, creo que ahora mismo, tal y como anda el patio, el problema central no es la opción entre Monarquía o República y que ese debate no sirve en este momento sino para relegar otras cuestiones de mayor incidencia en nuestra vida cotidiana.

Indultos, fuera

El indulto es en España medida tan excepcional que se han concedido, en los años que llevamos de democracia, un número limitado de ellos. Las fuentes dan cifras dispares aunque puede afirmarse que no llegan, aunque se acercan, a los 20.000 beneficiarios. Unos pocos miles si atendemos al número muy superior de zarandajos con los que nos las habemos. No dan, los indultados, ni para medio llenar el Santiago Bernabeu y nada significan frente a una población de 46 millones si extrapolamos las sabias teorías rajoyanas de la mayoría silenciosa. Lo que no ha impedido a los antisistema made in Venezuela y lugares menos confesables utilizarlos como arma arrojadiza sin reconocer siquiera la no discriminación al concederlos: si exceptuamos a los trincados malamente por la Policía gritando en la calle con la agravante de megafonía y a los sindicalistas piqueteros, que para esos no hay perdón de Dios, el censo de indultados comprende generosamente a policías torturadores en cumplimiento de su deber; jueces prevaricadores por causas de fuerza mayor; políticos corruptos, ladrones de cuello blanco y otras especies asimiladas que hacen funcionar el sistema. Imagino que en adelante se ampliará el número de narcotraficantes indultados para agradecer al sector su aportación al PIB.

No respetan siquiera los agitadores antisistema las tradiciones patrias que remontan el derecho de gracia a aquellos monarcas que disponían de las personas y haciendas porque así lo quería Dios que siempre fue de derechas. Después, en 1870, el indulto quedó regulado por ley vigente hasta enero de 1988 en que fue sustituida por una nueva que entregó la antigua real prerrogativa al Gobierno de turno. Bastó modificar el engorroso procedimiento de comunicación de 1870 mediante decreto motivado, explicativo de las razones del indulto, por el decreto-ley que no precisa de motivación alguna y permite al Gobierno entrar por la puerta trasera de los tribunales y sacar del mal trance a este sí y a este no. La Justicia es demasiado seria para dejarla en manos de los jueces y donde haya un Ejecutivo sobra lo demás, que fue la base de la democracia orgánica; por cojones, o sea.

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