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Pedro Sánchez y las vacas sagradas

Susana Díaz, Pedro Sánchez y Patxi López, tras el recuento en las primarias del PSOE.

José A. Alemán

Tratan de hacernos creer otra cosa, pero lo cierto es que la crisis del PSOE sigue abierta o lo que es lo mismo, diría Rajoy, no está cerrada. La victoria de Pedro Sánchez ha sido, sin duda, una satisfacción para él y un dato relevante de su personalidad: el fracaso del intento de investidura presidencial, seguido de la cuasi infamante defenestración de la secretaría general del partido, hubiera tumbado a cualquiera sin la ambición que acaba de demostrar el hombre. Su posterior renuncia al escaño de diputado la explicó como un ejercicio de coherencia, lo que no descarta una dosis considerable de despecho ni la posibilidad de una agachadilla estratégica hasta que se cansaran de dispararle a la espera del momento oportuno para asomar de nuevo. Veremos qué da de sí.

Las vacas (sagradas) inquietas en la gañanía

Si les digo la verdad, no me interesan estos trances del personaje más allá de mi doble condición de periodista, ya muy rebajada, y de ciudadano mientras el PSOE pese en la vida política del país de manera que sean de temer los manejos de sus vacas sagradas para que el partido no sea más democrático de lo estrictamente necesario; por razones de decoro.

Aunque poco se ha insistido, está claro que la militancia maldita ha ido contra quienes dieron puerta a Sánchez y contra la Comisión Gestora que preside Javier Fernández; la que estará en funciones hasta el Congreso del 16 al 18 de junio. Ahora mismo se están eligiendo a los representantes de las federaciones territoriales que, al menos sobre el papel, han de señalar el camino a seguir por el partido; o eso creo yo que soy del plan antiguo. Todo indica que las vacas sagradas de la gañanía quieren impedir que el PSOE pegue a carburar en las coordenadas que pueda haber marcado la victoria de Pedro Sánchez, las más cercanas al asamblearismo que se despacha. Y ahí la paradoja: quienes dicen que el asamblearismo es la democracia en estado puro no parecen reparar en que, con más del 50% de los votos, tiene Sánchez poder suficiente para meter en cintura a los contrapoderes que han de controlarlo por lo que igual se les vira guirre tanta pureza.

De momento, la querencia sanchiana a consultar con frecuencia a la militancia para asegurar su presencia constante provoca intensos flatos en la sacra gañanía citada. Abrió la ronda el de Susana Díaz directamente proporcional a su convencimiento de que sería la elegida, recomendada, como estaba, por los socialistas históricos de la Transición, con Felipe González a la cabeza. Es lo que tiene disponer de la piel del oso antes de cazarlo. Tanto ella como Patxi López hablaron en todo momento de la necesidad de un PSOE unido, aspiración que resultaba más creíble en el vasco que en la andaluza. El fantasma de la debacle de los socialdemócratas europeos relacionado con el riesgo de desaparición del PSOE por meterse a liberal, estuvo siempre presente. En cuanto a Felipe conviene anotar, por si acaso, que se considera derrotado aunque no sabría decir si es cosa del fair play ese o el aviso a Sánchez de que se va a enterar, de que pagará cara su osadía.

Entre el miércoles y el jueves pasado acabaron los derrotados de digerir el triunfo de Pedro Sánchez. Comparecieron varios de los pesos pesados críticos con el Reelecto, algunos hasta la crueldad. Especialmente significativo fue escuchar a Susana Díaz pronunciar ante las cámaras, por vez primera desde el domingo, el nombre maldecido hasta no hace tanto. Todos al tiempo que el Reelecto Sánchez comunicaba que en su Ejecutiva no habrá ningún líder territorial. A ver quién le tose ahora. Quizá consigan recomponerse en el Congreso, pero de momento parece claro que piensa “recluir” a los lideres territoriales en sus cercados y disminuirle su capacidad de intromisión a escala estatal. No sé, sólo sospecho, que esas son sus intenciones, si bien es cierto que nada hay de particular en lo que tiene de manifestación del poder que acaba de ganar en las primarias.

Aunque poco, nada más bien, se ha insistido en este extremo, está claro que la militancia se volcó a favor del reelecto y en contra de sus defenestradores. Esto autoriza a preguntar qué casta de democracia es la que permitió echar a un secretario general que menos de 300 días después recupera su cargo. Sin entrar ni salir en lo que pudo hacer para merecer ese castigo, quizá excesivo en cualquier caso, está claro que quienes lo levantaron para el aire, que suele decirse, obraron contra el parecer de la mayoría que han tenido ahora la oportunidad de expresar su voluntad al reponerlo. Lo que, a mi entender, deja entrever que la ruptura del PSOE es más grave y de compostura más difícil de lo que tratan de hacernos creer.

Quiero decir que puede solucionarse la disputa acerca del papel de la militancia respecto a la orientación del partido. Si ese papel implica o no su presencia constante, o sea, si debe ser asamblearia como parece pretender Sánchez o si conviene más que se haga mediante la intermediación de representantes elegidos. Es evidente que a la gañanía interesa esta segunda por cuanto no hay de por medio instancias capaces de dar forma a los deseos de las bases si éstos no interesan a los poderosos. Lo que se discute no es, pues, si debe ser el PSOE más o menos asambleario o si el sistema representativo es mejor, que lo es para que los oligarcas del partido impongan con mayor facilidad sus intereses poniendo de su lado a los representantes. Y conste que hablar de “oligarquía” en el seno de un partido por socialista aconseja la remisión al significado exacto del palabro: “Grupo reducido de personas que tiene poder e influencia en un determinado sector social, económico y político”.

Ya metido en harina, les recuerdo el precedente de la etapa de Zapatero. Soy de los que tienen mejor opinión del expresidente de la que suele circular por ahí, que lo siguen considerando por un papafrita integral, resultado de los infundios peperos para los que deben tener hasta un equipo de guionistas. Que nada tienen que ver con quienes se han hinchado a calificar al Reelecto de “tonto”, “imbécil” y cosas así. Que son, seguramente, gentes del PSOE ya que la derecha no se contenta con esa simple constatación pues el tonto nace, no se hace y no tiene culpa de serlo. La derecha, la pepera y la confesional, se centra en los defectos añadidos por la vida o los inventa para convertirlos en insultos. En el caso de Zapatero, por lo único que no le criticaron abiertamente los socialistas ni los otros fue que apelara al “sentido de Estado” para bajar los brazos y permitir al PP hacer mangas y capirotes con el país al que han saqueado de mala manera durante lustros: toda una prefiguración del bipartidismo.

En resumen: son escasas las posibilidades de que el PSOE se enmiende. La unidad de la que habla es sobre el papel, aunque no descarte que haya quienes piensen que basta con la simple voluntad de arreglar las cosas. Tendría la oligarquía del PSOE y sus entenados que renunciar a demasiadas cosas a las que han podido acceder y de las que han disfrutado merced a ese bipartidismo que ve al contrincante con la benevolencia cómplice suficiente como para no hacerle sangre. Hoy por ti mañana por mí, sería el principio básico. Pero eso se tolera cada vez menos. A la gente del PP se le fue la mano y cada vez se tolera menos la corrupción y es esa actitud de rechazo la que agranda el alcance de la abstención socialista que permitió a Rajoy seguir en La Moncloa y que ha acabado por impulsar la opción de Sánchez al que se le reprocha su actitud frente a Pablo Iglesias; porque no acaba a decidirse a pactar con él o porque lo ven decidido a conchabarse, pasando por alto que, al fin y al cabo, Iglesias le negó su voto al ‘Reelecto’ cuando intentó la investidura presidencial.

Abundan, por supuesto, las contradicciones generadas en las zonas de contacto, o de fusión, de socialdemócratas y liberales en las que se han impuesto los intereses personales o de grupo, sobre todo económicos sin olvidar los culturales, a los principios ideológicos. Esas contradicciones piden a gritos su síntesis y me da que no disponer de ellas es lo que ha provocado el retroceso socialdemócrata europeo desde la situación envidiable de 2002 a hoy. En Francia la socialdemocracia está desaparecida; en Reino Unido los laboristas de Jeremy Corbyn no saben qué hacer frente a Theresa May; en Italia ya ven lo que hay; en Alemania no van las cosas mejor de cara a las elecciones de finales del verano; a los demócratas USA, a los que más o menos se asimila la socialdemocracia, se les sentó encima Trump, el muy pesado.

Dentro de la costumbre de Sánchez de largar esto y lo de más allá según le venga, saltó el otro día con los España como Nación de Naciones, lo que me parece muy bien. Algunos trataron de aligerar la carga y tras la correspondiente crítica, adjudicándole esa noción a Pablo Iglesias y Podemos, ofrecieron el federalismo. Podemos, claro, viene bien para remarcar las tintas de los análisis que colocan al PSOE al borde del abismo. Lo que llama la atención no porque no sea cierto el peligro sino por la unanimidad de la Prensa de Madrid, que se dice “nacional”, que incluye a medios que no destacan por sus simpatías socialistas. Y la pregunta del millón: si los de Podemos son como dice esa Prensa que son, es seguro que no llegaran mucho más allá de montar algún que otro espectáculo. Si es así ¿a qué se debe que se le preste tanta atención y se escruten sus hechos y sus dichos?

Más coñas de Mariano Rajoy

En alguna parte leí que Rajoy considera que España quedaría en muy mal lugar ante el mundo si consiente el referéndum catalán. Caería en el descrédito. Pero se me traspapeló el recorte y no recuerdo los términos exactos que utilizó, lo que siento mucho porque era una buena pieza para mi colección de desvergüenzas. Me había resignado a olvidarlo cuando hete aquí que el jueves El País se descolgó con un editorial que, para mí, está dentro de su política de dar una de cal y otra de arena. Ya vieron el tratamiento cabroncete que le dio a Pedro Sánchez en ocasión de las primarias para dejar claro que Susana Díaz era la ungida por las vacas sagradas. La apuesta del rotativo era tan evidente que Felipe González ni tuvo inconveniente en reconocer su derrota electoral. No sé si plegándose a la realidad de que ya no está para esos trotes o trata de atraer al reelecto para colocarle el narigón y señalarle un hueco en la gañanía.

El caso es que el matutino madrileño este jueves con un editorial titulado Atajar la corrupción porque, según explica en una especie de sumario, “los escándalos tienen un coste muy alto para la imagen de la economía española”. Le faltó añadir, para que Rajoy le preste mayor atención, el deseo de que el Madrid gane la Champions esa.

El editorial parte del informe sobre el Semestre Europeo de la Comisión Europea que diagnostica la gravedad del problema de la corrupción en España que afecta a la imagen de la reactivación económica. Es curioso que nunca (casi nunca, precisaré por si acaso) se hable del daño a la ciudadanía de a pie, a la que se priva de los recursos robados y sí de eso, de la reactivación económica que sólo afecta a la minoría de “reactivados” dejando fuera al resto de la población que aguarda pacientemente a que les llegue a ellos la bonanza.

Escribe el editorialista, a lodo de resumen de situación que “el Gobierno de Mariano Rajoy ni dispone de instrumentos legales y de recursos para combatir el fraude que afecta al dinero público, ni protege de forma suficiente a los denunciantes de casos de corrupción, ni tiene una regulación adecuada, en línea con la europea sobre los grupos de presión”. Yo, la verdad, diría que es precisamente al Gobierno a quien corresponde dotarse de esos medios y desarrollar la política que implican. Debería exigírsele al Gobierno que ponga en ese empeño la misma diligencia desplegada en la nueva ley de Enjuiciamiento Criminal que favorece la impunidad de los corruptos porque “impide construir una acusación sólida”. Relaciona la Comisión informante los escándalos de la política española y de la economía con la integridad institucional. Acaba el editorial así: “Todo Gobierno que se precie está obligado a defender la buena imagen de la economía del país. Los casos de corrupción, especialmente del Partido Popular, se conocen fuera de las fronteras: pensar lo contrario o no hacer nada para evitarlo es una negligencia que acabará costando dinero y prestigio a las empresas españolas. Bruselas ha descubierto la relación, evidente, entre corrupción y calidad económica e institucional; sólo falta que el Gobierno también acepte la evidencia”. Así de fácil, quién lo iba a decir.

Hacer el idiota o los votos 'low cost'

Me tiene el estómago algo revuelto el asunto de la venta del voto de los dos siputados nacionalistas canarios al Gobierno de Rajoy para que saque adelante los Presupuestos del Estado. Llevan para alante y para atrás ya ni se sabe cuanto y si el de Ana Oramas ya está de la parte de allá, el de Quevedo sigue sin decantarse. Lo que ha permitido a los socialistas, que entran en una nueva etapa sanchiana, caerle arriba para que no venda pues siempre se ha dicho que el que vende una vez come. No se olvide que Quevedo se presentó a las elecciones en la lista del PSOE.

No me ocuparé de los famosos derechos históricos canarios, los fueros de las islas y demás instrumentos que, lo que son las cosas, estuvieron defendidos con mayor determinación por los políticos franquistas que los de esta democracia son sus autonomías y su canesú. La otra noche tuve ocasión de charlar un buen rato con un buen conocedor del asunto y no paraba el hombre de largar sarcasmos acerca de estos totorotas.

Como creo que no merece la pena insistir, visto que a pesar de cuanta literatura ha generado este asunto los políticos canarios pasan; unos, porque pertenecen a los partidos estatales y quieren quedar bien con Montoro, por ejemplo; los otros, los nacionalistas, porque están más interesados en decidir con cual de los dos partidos estatales les conviene el apaño. En el buen entendido de que, sea cual sea, el trato de infame. Y los de Ciudadanos escandalizados por la incitación a la sedición que se oculta en el acto de ir a la plaza a comprar papas “del país”, nada menos.

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