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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Referéndum que algo queda

Debate en el Parlamento catalán sobre el futuro de Cataluña. (EFE).

José A. Alemán

Isaiah Berlin fue un historiador, filósofo y politólogo de origen letón, naturalizado británico. Nació en 1909, por lo que vivió de niño la revolución soviética y murió en 1997 por lo que también, ya anciano, la desaparición de la URSS. De por medio dos contiendas mundiales iniciadas en Europa y la guerra fría. Nada de particular tiene que criticara al determinismo que diera lugar a la tesis del materialismo histórico, que considera no sé si falsa de toda falsedad o, simplemente, equivocada. No es extraño que buena parte de su trabajo, además de bajar del burro a Rousseau y Saint-Simon, entre otros, la dedicara al nacionalismo que proporcionó a los alemanes los papeles principales en la peor historia europea. La que se ha ido superando, precisamente combatiendo a los nacionalismos, con la que hoy llamamos Unión Europea, de nuevo amenazados por los nacionalismos antieuropeístas de extrema derecha.

Vienen estas referencias a que Javier Cercas recurrió no hace mucho a las plástica caracterización que hiciera Berlin del nacionalismo. Lo consideraba resultado de una humillación y lo comparaba con una rama flexible que, doblada con violencia, cuando se suelta golpea con saña a lo que coja por delante. La cuestión, indica Cercas, es a quien golpeará la rama catalana y llega a la conclusión de que, a estas alturas, lo único que podemos esperar es encontrar la manera de minimizar los daños del desastre que se ve venir. Aunque da la sensación (y las encuestas) de que el grueso de la opinión pública española piensa que, al final, todo se arreglará. Unos porque consideran que aún le queda a los políticos un mínimo de sentido de la responsabilidad; otros, por su incapacidad para prescindir de tópicos y creen que con una buena inyección presupuestaria del Estado se arregla todo. La pela es la pela, ya saben.

El ADN anticatalán del PP 

Como bien sabemos, el franquismo, el nacional-sindicalismo o el nacionalismo españolista, que tanto monta, castigó a los catalanes sin que las heridas provocadas las aliviara el hecho de que catalanes al servicio del fascismo los hubo en cantidad. La cultura catalana, con el idioma por delante, fue machacada de mala manera. Y como de las malas mañas cuesta liberarse, todavía en la etapa democrática, con Mariano Rajoy de presidente, el ex ministro José Ignacio Wert llegó a reconocer en el Congreso de los Diputados respecto a su polémica ley de Educación que “nuestro interés es españolizar a los niños catalanes”. La suficiencia, rabiosa pero satisfecha, con que la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, advierte/amenaza con grandes castigos a poco siga adelante el procés luce el mismo ADN anticatalanista que distingue al PP como guardián de las esencias patrias (la de ellos, claro). Todo con la sorpresa de que Mariano Rajoy, no sé si llevado para la natural indolencia que le atribuyen o por un pronto de sabiduría sobrevenida es el que menos ha caldeado el ambiente que ya echa chispas gordas.

En este sentido, ha sido notable la contribución de los representantes de la cúpula de la Justicia española en la apertura del año judicial. Han dejado muy claro que aceptan la judicialización de un conflicto político que tanto han contribuido los tribunales a agudizar. Por si había alguna duda, sabemos de qué lado se inclina la choteada balanza. Y que hicieran su demostración de fidelidad al Ejecutivo y al PP en presencia del monarca no parece lo más oportuno si en algún momento se hacen necesarios los buenos oficios de Felipe VI para que la sangre no llegue al río.

Debe recordarse aquí la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) sobre el Estatuto catalán reformado. Fue en 2010 y el texto cumplió estrictamente con el procedimiento establecido, “afeitados” del texto en el Congreso incluidos, antes de someterse al preceptivo referéndum. El recurso contra el Estatuto lo presentó el PP, claro, y el TC se llevó por delante incluso disposiciones del Estatut idénticas a las otras reformas estatutarias apoyadas por el propio PP. La intención de irritar a los catalanes era más que evidente.

Meses después de la sentencia, considerada una burla, hubo elecciones autonómicas en Cataluña y ocurrió que el independentismo, con una muy modesta implantación electoral dio el gran salto. Hubo momentos posteriores en que la intención de voto llegó a instalarse en un 47%, nada menos. Y dicen que ha retrocedido en los últimos tiempos años. Cosa que no sorprende a nadie pues los grupos que encabezan el independentismo lo hacen en términos absolutos: “referéndum o referéndum” ha dicho un Puigdemont decantado por un cerrilismo cerrado de la misma naturaleza que el españolista.

1971: Asamblea de Cataluña

No viene mal, para situarnos, un breve recordatorio histórico que muy bien puede arrancar de noviembre de 1971 con la creación de la Asamblea de Cataluña que aglutinó a la oposición antifranquista clandestina que ya se dejaba sentir desde 1960. La Asamblea reunió a los partidos, los sindicatos, grupos profesionales, vecinales y confesionales cristianos, asambleas comarcales e imagino que buen números de compañeros de viaje y tontos útiles, etcétera, con lo que alcanzó un enorme eco social. Sus objetivos los resumía el eslogan Libertad, Amnistía, Estatuto de Autonomía que se popularizó en el resto del país, Canarias incluida, al frente de las manifestaciones de reivindicación democrática. No en vano los asamblearios catalanes habían llegado a la conclusión que para avanzar ellos hacia la democracia debían coordinarse con las organizaciones clandestinas de las distintas provincias para lo que se establecieron y multiplicaron los contactos. Ni qué decir tiene que el antifranquismo canario estuvo presente y que en distintas ocasiones visitaron las islas, enviados por la Asamblea catalana, gente de partidos y organizaciones de derechas y de izquierdas que tomaron contacto con sus correspondientes de aquí.

La Asamblea de Cataluña se disolvió tras las primeras elecciones generales de junio de 1977. La UCD, liderada por Adolfo Suárez, se impuso en toda España; menos en Cataluña, donde ganó la izquierda con los socialistas como fuerza más votada al Congreso con la UCD en tercer lugar. En el Senado, la coalición de izquierdas consiguió 12 escaños, a los que se añadieron tres senadores independientes que sumaron 15 de los 16 correspondientes a Cataluña. La Asamblea agotó definitivamente sus objetivos durante la Transición, en 1979, cuando las Cortes aprobaron el Estatuto catalán.

Tuvo la Asamblea varios percances como la detención por la policía en al menos dos ocasiones de su comisión permanente: una fue la Caiguda dels 113, en 1973, un momento críitico y la otra, en 1974 en que la tal caiguda se rebajó a 67 personas. La represión de las manifestaciones continuó incluso después de la muerte del dictador: en febrero de 1976 la policía cargó con extrema dureza contra dos manifestaciones barcelonesas. Ya por entonces, Lluis Llach había dado a conocer su canción L’Estaca, compuesta en 1968. Fueron varios los cantantes catalanes comprometidos con el empeño de traer la democracia a España.

La Asamblea tuvo, en fin, dos éxitos fundamentales. El primero, sacar a los partidos clandestinos de las catacumbas y poner a la luz la reivindicación democrática y nacionalista lo que constituyó una provocación al Gobierno franquista al que obligó a luchar en la calle con una plataforma ilegal que ganaba día a día mayor consenso ciudadano y apoyos en la opinión pública europea ante la que el franquismo estaba cada día más en evidencia.

Sin embargo, desde el punto de vista de hoy resulta más significativo el segundo éxito: el de hacer fracasar, privándolos de apoyo social, los intentos de organizar grupos de lucha armada al estilo de la ETA vasca. Como el Front d’Alliberament, que entre 1969 y 1971 llevó a cabo atentados o el Exèrcit Popular Catalá.

Y ya que saltó el nombre de ETA convendría comparar los derroteros diferentes del nacionalismo vasco y el catalán y analizar sin han acabado convergiendo. Vaya por delante, que según los expertos, nada tienen que ver. Los dos, desde luego, sufrieron la acometida del régimen fascista, hechura de un nacionalismo españolista monstruosamente deformado que, a lo que se ve, no acaba de coger puerta. Pero el vasco, aunque no les guste, aparece, a juicio de José Ignacio Torreblanca, gravemente marcado “por el supremacismo racista subyacente en los postulados de Sabino Arana, del que emanaba un desprecio hacia los otros pueblos de España y un complejo de superioridad moral y cultural que en poco se diferenciaba del nacional-catolicismo franquista”. Para Torreblanca “el nacionalismo vasco quedó tocado moralmente por la justificación del terrorismo que la izquierda abertzale derivó de la fusión de nacionalismo y marxismo-leninismo […] Convertido en un pretendido movimiento de liberación nacional que se valía de la violencia terrorista y el asesinato político”.

Y sigo con Torreblanca porque me parece que vuelve a acertar con su afirmación de que los catalanes han estado a punto de construir el “nacionalismo perfecto” pues, considera que a su éxito económico sumó la ejemplar y generosa integración cultural y linguística de los inmigrantes que ha reforzado la identidad catalana.

Creo que esta visión de la cuestión catalana merecía la cita. Son muchos quienes la comparten y estarán de acuerdo con el párrafo que remata su planteamiento: “Ese éxito sin paliativos ha desencadenado una tentación ruinosa: la de, víctima de la soberbia, jugarse la convivencia y el éxito económico para dotarse de un Estado propio sobre el que construir, por fin, una nación política. Y ahí es donde el nacionalismo catalán se ha resquebrajado […]algunos han concluido que el fin superior de culminar el proyecto nacional justificaba retorcer los medios para lograrlo […] y están destruyendo o dispuestos a destruir todo lo bueno y sano que ese nacionalismo había alumbrado […]sembrando la división entre catalanes buenos y malos y de primera y de segunda, instrumentalizando las instituciones […] subvirtiendo la pluralidad de los medios públicos y aceptando como natural un discurso supremacista de tintes etnicistas y racistas (los españoles, vagos, atrasados y fascistas, nos roban y oprimen)”.

Y el PP sin bajarse del burro

Se hacen muchos chistes y bromas acerca de la falta de acierto del PP en la política a seguir para hacer frente a la cuestión catalana. El problema se ha ido agudizando y me cuentan que hay políticos españolistas que no se hablan con los catalanes y viceversa. Ya vimos, por otro lado, la que acaba de liarse esta misma semana con la aprobación por el Parlamento catalán de la ley del Referéndum que, según la vicepresidenta del Gobierno, Sáenz de Santamaría, no se celebrará. Tanto lo dijo que no podía menos que cabrearse con la aprobación en el Parlament de la primera ley relacionada con la celebración de la consulta. Es evidente que el Gobierno, los tribunales y el sursum corda están cogidos de tal forma que no tiene otra salida que tragar. Y los catalanes, por supuesto, celebrar el referéndum, llueva o haga sol. La cuestión que se les plantea es por donde saldrán si logran celebrar la consulta y el resultado no resulta favorable.

Reproche permanente al Gobierno pepero es que no ha abordado la situación como el problema político que es y ha optado por la vía jurídica, las amenazas, el engaño y la manipulación para ganar la batalla de la opinión pública. Se aprecia, en su actitud, algo muy parecido a salvar el principio de autoridad que estará muy bien, supongo, en los cuarteles pero no en un país que dejó de ser eso, un cuartel con la muerte del Generalísimo. Por ese camino no lograrán arreglar las cosas.

Desde luego, puede que haya algo de eso. Podría explicar que el PP haya estado a piñón fijo buscándole la vuelta a los catalanes. Recuerdo que en la Navidad de hace ocho o nueve años, una señora, peninsular por más señas, recriminó en el hiper a un amigo mío por comprar unas botellas de cava. La señora, peninsular ejerciente en la colonia, y mi hombre, que tiene su punto guasón y le sale la socarronería hasta por las orejas, decidió hacerse el sueco como si se desayunara en ese momento con que catalanes y españoles andaban comiendo candelas. Y ni qué decir que la mujer, convencida de que los nativos somos como somos, le dio las cumplidas explicaciones de indudable inspiración pepera.

De entre las explicaciones “racionales” de este conflicto me quedo con la de que no interesa a la oligarquía económica, financiera y funcionarial de Madrid que Cataluña, Barcelona en especial, acabe echándose por delante del grueso de intereses concentrados en la capital del país, en otras palabras, que surja un competidor en la periferia que devalúe el palco del Real Madrid. Está dentro de lo posible que haya bastante de eso. Al menos parece creerlo Juan José López Burniol, notario, profesor de Derecho Civil en la Autónoma de Barcelona y en la Pompeu Fabra y asiduo colaborador de Prensa. En uno de sus artículos que recuerdo habla del tinglado de intereses oligárquicos madrileño, con referencias en las que daba a entender que tanto clamar para que Cataluña no se vaya de España y resulta que ponen el grito si actúan como españoles y tratan de hacer negocios en el país. Como ocurrió con la OPA de Gas Natural a Endesa en que llegaron a decir que preferían una Endesa alemana antes que catalana. Lo que seguramente convertiría a Cataluña en doble víctima, del españolismo de toda la vida y de lo que le venga.

Nacionalismo cultural y político

Hay unas cuantas y espesas consideraciones que establecen diferencias entre lo que es el nacionalismo cultural y el político. Con el primero no parece haber problemas, sobre todo en comunidades como la canaria en que el poder se esmera en trivializarla, que tengo yo un traje de maúro made in Hong Kong que es la envidia del vecindario. La cuestión es el segundo, el político, que no sé yo si se reduce a contar con escudo, bandera, himno (el arrorró para tenernos dormiditos) y un día al año para celebrar el Día de eso, de Canarias para no tener que cerrar el ventorrillo.

Lo que sí merece un comentario final es lo de Pedro Sánchez con el asunto de las naciones. No con la cosa de si son culturales o político-soberanas sino con la cantidad que le llevó a definir a España como Estado Plurinacional. Lo que debió oír en algún sitio porque al preguntársele cuantas naciones entraban en su cómputo dijo que todas. Lo que obligó a pedirle que fuera más preciso, así que señaló como naciones “plus” a Cataluña, claro, Euskadi y Galicia. Y volvió a quedarse corto porque enseguida le salió Susana Díaz para advertirle que Andalucía no es menos que cualquiera de las tres mentadas. Un caso flagrante de reparto de la piel del oso antes de cazarlo. Está claro que el Gobierno central va a tener que plantearse su relación no sólo con Cataluña sino con toda la periferia española y esta subperiferia.

Y mientras se entretienen dilucidando si son churras o merinos, la cuestión catalana sigue cogiendo fuga cuesta abajo y sin frenos, según dijo alarmado por lo ocurrido en el Parlament Iñaki Gabilondo. Menos mal que contamos con Fátima Bañez y la Virgen del Rocío para garantizarnos que todo seguirá igual de bien.

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