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Para agostos, los de antes

Playa de Las Alcaravaneras, 1965.

José A. Alemán

Hubo un tiempo en que no pasaba nada en agosto. Los periodistas podíamos irnos de vacaciones porque el mundo se tomaba un respiro. Bueno, eso decíamos pero, en realidad, coger vacaciones en agosto era obligado para quienes tenían chiquillos en edad de sopita y pon playero o se deslomaban para ayudarles a construir un maldito castillo de arena, problema éste que no tenían los colegas tinerfeños, ya saben. Quiero decir, en fin, que los verdaderos beneficiarios del parón informativo agosteño eran los solteros, los que no tenían hijos/hijas impúberes y no estaban sujetos, por tanto, al calendario escolar.

Quienes no cogían vacaciones en agosto se tiraban el mes dormitando sobre el teletipo y abriendo sobres de las agencias de reportajes en busca de la serie acostumbrada sobre la serpiente del lago Ness, devenida por último en “monstruo” dado que lo único serpentiforme, por así decir, en todo este asunto era el propio lago, alargado como él solo; unos treinta kilómetros, creo, vigilados por las ruinas del castillo de Urquhart y recorridos por barcos cargados de turistas para espanto del monstruo que se niega a dejarse ver ante tanta gente. También era frecuente el relato de la liquidación de la familia del zar Nicolás al completo, del naufragio del Titanic y de las perversas andanzas de los espías soviéticos integrados en la sociedad USA desde niños sin saber eso, que eran espías, hasta que alguien con instrucciones de Moscú pronunciaba la palabra clave que los activaba.

Cumplimentado este recordatorio de los viejos agostos, añadiré que ya no son lo que eran. El que acabamos de pasar ha sido más que movidito, revuelto. No ha faltado de nada. La UE le ha dicho a Theresa May que se va a enterar; Trump continúa premiando a racistas del KKK para compensar las burlas de los norcoreanos que no paran de hacerle cortes de manga; Clavijo sigue diciendo tonterías y presumiendo de esa ley del Suelo que va quedando de la que Nieves Lady dice que nos hará ricos, o sea, más ricos a ellos.

Pensaba yo, en fin, ocuparme de estas cosas y dedicarle un buen espacio al drama nacional culé de la fuga de Neymar cuando el terrible atentado de la Rambla barcelonesa me quitó las ganas de coña. Y encima, su prolongación politiquera. Porque es verdad que los partidos contuvieron su natural y se sumaron a la condena del crimen; pero no es menos cierto que la escasa colaboración y la ocultación de informaciones entre los cuerpos de seguridad del Estado y los mossos suscitó sospechas acerca de si no serían esas mutuas reticencias la causa de que no previeran un ataque algo más que predecible de ser cierto que hubo avisos de otras policías europeas advirtiendo de que podría ocurrir lo que ocurrió. Nunca se sabe si es una cosa o la otra. Y para colmo, los ultras y sujetos de la derechona, con cura madrileño incluido, responsabilizaron del atentado a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, por oponerse en su día a la instalación de bolardos en la Rambla. Entre la ignorancia y la cristiana infamia caritativa estuvo el juego que no suscitó condenas de alcance como sí merecieron los no menos condenables abucheos al rey en la multitudinaria manifestación de repulsa.

El caso es que la cuestión catalana sigue igual, es decir, peor porque apremia ya la cercanía del 1 de Octubre. Sólo se ha advertido la emergencia de estupideces como la condena de una serie de escritores españoles tachados de anticatalanistas. Entre ellos figura Quevedo seguramente porque criticó la rebelión de Barcelona que coincidió en el tiempo con la de Portugal, que logró entonces su independencia. “Ni es por el güevo ni es por el fuero”, tituló Quevedo su escrito. No sabría decirles, en cambio qué dijeron Cervantes, Lope, Góngora y Larra para merecer esto; o Goya; o Antonio Machado, amante confeso de la cultura catalana, lector de Maragall, perseguido por el franquismo y muerto en el exilio. La remesa de sentencias las firma el historiador “local” Josep Abad a quien el Ayuntamiento de Sabadell encargó el trabajito para “limpiar” calles y plazas.

Pero estaba con el conflicto catalán. En él se advierte una curiosa mutación pues si hace meses abundaban los reproches a Rajoy por su pésima gestión del problema, ahora parecen atribuirle el grueso de las responsabilidades a Puigdemont. Son embestidas que parecen reflejar el temor a que consiga el president salirse con la suya. Precisamente cuando parece que Rajoy se va quitando de encima el problema; sin solucionarlo, como es preceptivo. Se escaquea con el procedimiento de siempre, el de dejar pudrirse todo y que quien venga detrás se las arregle llegado el caso. Esto sugiere una pregunta: ¿Es injusto sospechar que Rajoy confiaba en superar el trance poniendo perras y algo más sobre la mesa, como se hacía con el ex honorable Pujol? ¿Es que nadie le advirtió de que el secesionismo ya no es arma exclusiva de la burguesía catalana y que no son pocos los charnegos que se han apuntado? Rajoy dio siempre la sensación de que creía suficiente su intransigencia para que se bajaran del caballo unos cuantos con el consiguiente debilitamiento de las actitudes patrióticas y no le ha ido mal; a él, porque el problema sigue estando ahí.

No es tiempo de héroes

Como indica el notario y publicista López Burniol, en este asunto debe partirse de la base de que la nueva oligarquía madrileña está muy pendiente de Cataluña porque son los catalanes los únicos, ahora mismo, en condiciones de darle la réplica al tinglado que se han montado las grandes empresas y las no pocas multinacionales que manejan los resortes del Poder central con el auxilio de gobernantes y políticos y el ejército de funcionarios que corresponde a la capital de un país. Cataluña podría convertirse en un centro competidor que pondría en peligro esa hegemonía (¿no les dice nada el famoso “corredor mediterráneo”?) y viene bien a esos poderes, que casi podrían reducirse al financiero, que no estemos en tiempo de héroes y que muevan hilos importantes del procés auténticos mantas que, por no saber, han sido incapaces de construir un relato de lo que pretenden con la independencia. No han sabido explicarlo pus nada sabemos del futuro que se proponen más allá de que instaurarán una república. Ni siquiera han advertido el gravísimo error que cometieron con la declaración de intenciones del Parlament en enero de 2013.

Esta declaración, recuerden, parecía dirigida a una dictadura ilegítima y criminal cuando realmente tenía delante, guste o no guste, un Estado de Derecho reconocido a escala internacional y con asiento en todas las institucional supranacionales habidas y por haber. Comprenderán que es difícil creer que cometieran semejante error y catalanes conozco que explicaban el pronunciamiento parlamentario en función de que el objetivo no era la secesión sino que pretendían meterle miedo en el cuerpo al Gobierno central y obligarlo a negociar una reforma constitucional, del régimen autonómico, que diera a Cataluña más competencias y más dineros. Una especie de neopujolismo. No sé si esta especie de revival de los métodos del ex honorable tendrá que ver con la versión que comienza a correr acerca del origen familiar de su fortuna: cuentan ahora que Pujol mintió respecto a la cuenta suiza y el origen de la fortuna familiar para evitarle la prisión a sus hijos. Cabe pensar que este modo de relacionarse Pujol con Madrid pudo serle útil durante la Transición y ya no sirva hoy con la nueva oligarquía ya mencionada que aparece firmemente establecida y dispuesta a no concederle a los catalanes ni los buenos días.

No le ha funcionado tampoco a los secesionistas esa estrategia de “gran formato” para aprovechar la querencia de Rajoy por el Tribunal Constitucional (TC), tan amigo. Recuerden que fue una sentencia del TC la que en 2010 puso a los catalanes a 180. De ahora para después inflaron las filas independentistas, de por demás escuchimizadas hasta aquella fecha. Buscaban, angelitos, provocar sentencias en su contra con las que pretendían demostrar que había, en efecto, una persecución judicial, lo que multiplicaría las presiones sobre el Gobierno central. Buscaban, en fin, cabrear a la gente y ya saben cómo es eso.

Hay, por supuesto, otras circunstancias que han acabado por rebajar las ínfulas independentistas al punto de que son ya unos cuantos los que han decidido quitarse de fumar, advertidos de los posibles riesgos para sus patrimonios personales o familiares. El bolsillo, ya saben. Decidieron coger la chaqueta porque, como les dije, ya no quedan héroes, insisto. Fue bonito mientras duró. Queda por ver si esas deserciones han influido en la moral secesionista de modo que el referéndum del 1 de Octubre, de celebrarse, arrojan o no una mayoría significativa a favor de la separación. Algo que no parece probable a un mes de la fecha señalada. Lo único seguro es que en cualquiera de las circunstancias el problema catalán seguirá estando ahí. Entre otras cosas porque no hay un grado suficiente de unanimidad entre los propios catalanes de lo que se quiere.

Sé, por supuesto, que esta forma de ver las cosas, de atribuir buena parte de lo que sucede a la existencia de intereses poderosos, suele descalificarse como “conspiranoicas” desde instancias nada sospechosas porque se sabe con certeza a quienes deben obediencia. Es por eso que no viene mal hacer notar que mientras el independentismo catalán se considera que viene de arriba abajo se oculta la dirección en que se mueve el nacionalismo español, como si brotara del alma profunda “de los pueblos y las tierras de España”. Desde luego, no seré yo quien niegue el papel histórico de la burguesía catalana pero creo haber dicho que hay charnegos que están ya en lo mismo como forma de luchar por sus derechos.

Y en esto que llega Pedro Sánchez

Siempre se ha dicho del que se mete en camisa de once varas que entró por la puerta y salió por la ventana. Lo que no es caso de Pedro Sánchez que, aun siendo verdad que salió por la ventana, consiguió entrar de nuevo y quedarse de secretario general. Él sabrá para qué. De momento, ya saben que se apuntó el hombre a la concepción de España como Nación de Naciones.

Siempre pensé que por ahí deberían ir los tiros. Al menos desde que me enfrenté, sin anestesia, a la Historia del Derecho Español, de Alfonso García Gallo. Fue otro de los choquetazos que me convencieron del fraude del bachillerato que tocó a mi generación y que no afectó tanto a los que eligieron Ciencias, porque las Matemáticas son como son, como a los de Letras que pudimos darnos cuenta antes de que la unidad sin fisuras de la España eterna, la Una, Grande y Libre del fascismo, era un camelo: ahí estaba para demostrarlo el maestro García Gallo con sus tremendo libros cuajados de reinos, fueros y leyes propias interpretadas y aplicadas por sus tribunales e instituciones que no eran las mismas que las del pueblo de al lado. Confieso que me costó aclararme pero todo llega y ahí estaban los estudiosos del federalismo, en especial catalanes. Después comenzó a coger forma la idea de la Nación de Naciones aunque para aliviar la cosa se diferenciara entre Nación cultural y Nación política con su soberanía y todo. Así, no habría inconveniente en reconocer a Cataluña como Nación cultural con los efectos que se quiera menos aquellos con algún atisbo soberano que para eso no hicieron los ya bisabuelos una guerra.

Y ahora es el momento en que, como digo, viene Pedro Sánchez que tras recuperar la secretaría general, planteó que España se organice como Nación de Naciones para acabar de una maldita vez con el problema de la integración territorial, el catalán como el más acuciante. Cataluña es, para la mayoría de la gente una nación cultural y para muchas menos una nación política, esto es, soberana. Y ni que decir tiene que su propuesta ha generado no diría yo malestar pero sí vivas discusiones en el seno del PSOE. Dejo a un lado los intereses que pueda haber tras las distintas posiciones para irme a lo obvio: la propuesta de Sánchez es tan inconcreta que ni siquiera parece haber tenido en cuenta que la reforma de la Constitución, concretamente de su articulo 2, absolutamente necesaria, ha de hacerse a través de un proceso extremadamente complejo: además de los pasos a dar y las instancias a recorrer por el proyecto habrá de vérselas con las representaciones parlamentarias y es tan evidente que el PSOE no puede por sí solo sacar adelante su propuesta como improbable que consiga apoyos suficientes de otras fuerzas. No se entiende, entonces, a qué responde la propuesta de Sánchez. Puede ser un adorno retórico a su discurso, introducir un ideal por el que luchar unidos como el paraíso para los yihadistas, darle, en definitiva, una consistencia a su liderazgo. Quizá no se ha parado a pensar que, además de la elevada improbabilidad de que su propuesta pase de su mera formulación para uso en mítines y fervorines, ya es tarde para semejantes historias. Hoy buena parte del nacionalismo catalán se inclina, con mayor o menor decisión y cálculo, por la independencia. Le sabría a poco el reconocimiento expreso de su carácter nacional que ellos ya dan por descontado. Quizá aceptara que se le reconociera a Cataluña su derecho a la autodeterminación hasta el extremo de que de celebrarse un referéndum sólo puedan votar los catalanes y no todos los españoles como pretende el PP y no solo el PP. Por mi parte, les juro que no me veo votando a favor o en contra de la autodeterminación de nadie pues el “auto” bien entendido no empieza por uno mismo. Es posible que lo de Sánchez fuera un flatus verbi.

Turismofobia y su contraria

Ya que de catalanes hablo, ahí están las protestas contra la “invasión” de turistas, la “turismofobia” que dicen. Alguna vez he comentado los riesgos de una afluencia turística que acabe por desbordar la capacidad de carga, que dicen, para convertirse en zonas, como el centro de Barcelona, insufribles para la población nativa. Esto ha movido protestas en Barcelona y otras localidades peninsulares y ha suscitado respuestas (desatendidas, como comprenderán) a los mariscadores en alguna zona de Galicia. Por no hablar de la forma en que aprovechan el vacío los alborotadores para montar manifestaciones e iniciativas en plan ‘go home’ a quienes deciden pasar sus vacaciones en España. Estas actitudes convendría separarlas de los conflictos laborales que de alguna manera afecten al turismo; como afectan también a los usuarios españoles, caso del transporte aéreo, por ejemplo. Al menos debería plantearse quien corresponda las secuelas de la insensata política de privatizaciones de aquel presidente Aznar que proclamó en la Prensa estadounidense que “el milagro económico español soy yo”, o sea, él que entre otras gracias ha condenado a los españoles a costear los miles de millones de las fracasadas autopistas peninsulares; o a soportar los conflictos en los aeropuertos por el empeño de querer mejorar siempre la cuenta de resultados a costa de empleados y trabajadores de los que no se ocupa la Virgen del Rocío que tanto acompaña a la ministra Fátima Bañez. ¿Se sorprenderían si por un casual aparecen las constructoras beneficiarias del “milagro” de Aznar entre la neo oligarquía matritense, que no madrileña?

Y aprovecho la ocasión para repetir que, en efecto, en Canarias no sólo no estamos lejos del techo turístico sino que ni siquiera se plantean las autoridades, que yo sepa, ese techo para no darse un coscorrón.

No entraré en la ley del Suelo de Clavijo, que tanto entusiasma a CC y ni les digo de los empresarios que la inspiraron. La ley tenía más opinión en contra que votos hubo en el Parlamento canario en su apoyo. Algo a tener en cuenta porque ya está bien que aquí a nadie no se le exijan a los políticos por sus cancaburradas y se les reelige para que siga en las mismas.

Aunque lo peor no sea eso sino la mentalidad que se le ha creado al isleño que acepta, con la mayor naturalidad del mundo, que sigan determinados empresarios proponiendo más y más playas artificiales de arena. Les parece de lo más inocuo seguir modificando la línea de costa, condenando a no pocas especies litorales o que utilizan el litoral como apoyo a su extinción o alejamiento, reduciendo la riqueza de nuestro mar tanto para la ciencia como para quienes viven de él y paradójicamente para un turismo que no deja de serlo aunque se adjetive de “científico” o porque sean simples amantes de una naturaleza presentable, como mínimo. Sé que me dirijo a las paredes pero conviene decirlo ahora que la ley del Suelo abre la veda. Y no me digan que exagero porque igual me obligan a ocuparme del asunto y a caer en la melancolía.

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