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El 'brexit' se le complica al Reino Unido

'Brexit'

José A. Alemán

Aunque no se esté del todo de acuerdo con que la división clásica en derechas e izquierdas políticas y sociales esté superada, sí creo que algo de eso hay, al menos en su forma tradicional. Porque a ver quien le pone el cascabel al gato de la globalización, a la irrupción digital, ciencia ficción no hace tanto, a las catástrofes humanitarias, a los robots que reducen el espacio laboral aunque abra otros… Cada vez consuela menos al ciudadano aquello de que la democracia es el menos malo de los sistemas.

En esta perspectiva, la de que siempre hay algo peor, comienzan los comentaristas a celebrar los indicios de recuperación de la Unión Europea (UE) cuando no hace tanto le vaticinaban que pronto sería un muerto nada más, como el Rascayú de aquella canción prohibidísima por los jesuitas de mi tiempo porque negaba la vida eterna; y no les cuento del pobre Andrés al que Néstor Álamo recomendaba, por boca de Mary Sánchez, repasar el motor porque se le salía el agua por el carburador. Siempre pensando en lo mismo.

Con el súbito optimismo acerca de la recuperación de la UE tiene que ver la súbita irrupción de Enmanuel Macron, recién estrenado presidente de la República Francesa. Iba a decirles que ya podría Rajoy traducir la idea macroniana de que los gobernantes deben tener en cuenta la inteligencia del electorado, no engañarlo, pero lo dejo porque, total, para qué.

Como ya han desvelado los especialistas en las cosas del corazón, Macron mostró cuando aún estaba en el colegio madera de encantagentes y cortaombligos. Sus mítines, llenos de banderas de la UE, bien interpretados con un verbo eficaz y músicas ad hoc, evocaba la grandeur que volvería a hacer de Francia pieza fundamental del destino común europeo. Proclamó Macron que con su presidencia arranca el renacimiento francés y el del continente que volverá a descansar sobre la cooperación franco-alemana que ya practicaran en su día François Mitterand y Helmut Kohl, o sea, el eje París-Bonn sería hoy el París-Berlín.

Éstas y otras cosas las repitió Macron en una entrevista concedida a ocho diarios europeos punteros poco antes de iniciarse el Consejo Europeo que concluyó el pasado 23 de junio. Insistió en la necesidad de “recuperar la energía del pueblo para frenar los extremismos” en vísperas de la reunión de un Consejo muy consciente ya de la actitud hostil de Donald Trump y dispuesto a corregir el peligroso error de confiar la seguridad y la defensa de Europa a un país capaz de colocar a un personaje así en la Casa Blanca. El viejo chiste de la democracia USA, tan perfecta que cualquiera puede llegar a presidente.

Se cruzan apuestas acerca de si el aislamiento por el que apuesta Trump llevará a su país a lo más alto, por encima incluso de donde estaba, o si, por el contrario perderá predicamento lo que puede llevarle a tratar de recuperarlo por las bravas y la lía. Ya hay quienes especulan con la posibilidad de una guerra USA con los chinos y en cuanto a Corea del Norte casi estoy por decirles que ahí se andan Trump y Kim Jong-un; como para fundar un sindicato.

Como no hay mal que por bien no venga, a la viva preocupación por el brexit y las aprensiones ante el estilo Trump ha seguido la estimación de lo que sale ganando la Unión. Para empezar, se libera del obstáculo permanente de las objeciones británicas a cuantas propuestas no encajaran en el concepto de atlantismo del Reino Unido muy determinado por su relación de privilegio con la Casa Blanca. En su momento, De Gaulle bloqueó la presencia británica en la primitiva Europa de los Seis, veto que mantuvo hasta que dejó la Presidencia de Francia. Hasta los años 70 no suscribió el Reino Unido el Tratado de Roma y ha sido los ojos, los oídos e incluso la voz de Washington en la organización europea. EE.UU. tenía su poder y la condición de aliado con un peso decisivo en la defensa del continente, algo de importancia capital de forma especial durante la guerra fría.

Hoy las circunstancias son distintas. La guerra fría acabó, no existe ya la URSS y predomina la conjunción del brexit con las bendiciones de Trump, que no oculta su deseo de que otros miembros de la UE lo imiten.

La UE, aunque no lo pareciera, no tardó en reaccionar. La idea de que el brexit cohesionará más y mejor ha cundido y hasta es posible que permita compensar pronto el golpe de la salida británica. De momento, el Consejo de finales de junio decidió estudiar planes para desarrollar la capacidad militar-industrial europea. Esto implica la emancipación de la tutela USA y la existencia ya del pleno convencimiento de que no es prudente externalizar la seguridad y defensa a riesgo de que venga un Trump y rompa la vajilla de una patada. O coz, que también pudiera ser.

La recomposición del eje germano-francés, en el que muchos ven la locomotora del continente, es, pues, indispensable y ya se habla de un presupuesto para la eurozona y la creación del Ministerio de Finanzas. Iniciativas en las que van de acuerdo Macron y la canciller alemana, que acaba, por cierto, de pararle los pies a Theresa May, la primera ministra del Reino Unido a la que se le perdió el respeto con sus insuficientes resultados electorales. La actitud de Merkel la secundaron los demás mandatarios reunidos en la cumbre europea: no sólo respondieron con dureza a las propuestas de May sino que avalaron la aclaración que le hizo Merkel a su colega británica: el brexit no es una prioridad para la UE. No se sabe qué le ha dado Macron, pero hay indicios de que la fijación alemana con la austeridad podría aflojarse a cambio de que los franceses introduzcan ciertas reformas.

Entre los preparativos del Consejo Europeo de junio pasado, al que hice ya referencia, figuran unas declaraciones de Michel Barnier, negociador jefe de la UE para el brexit. Creo que fue él quien estrenó la nueva línea de contundencia advirtiendo que la UE no aceptará retrasos en la negociación porque provocarían inestabilidad. Para Barnier, el Reino Unido subestimó las consecuencias de abandonar la UE y piensa que con los británicos no hay que ser generosos sino justos y que conviene a las dos partes establecer un marco aceptable de relación futura sin caer en la tentación revanchista. Pero le interesa más al Reino Unido. Hizo Barnier referencia a la deuda británica con la UE, que seguirá aumentando hasta consumar el proceso de salida. A lo que replicó Boris Johnson, ministro de Exteriores británico, que “van listos” los de la UE y “pueden irse de paseo” si pretenden cobrar una factura que calificó de “abusiva”. Johnson fue uno de los promotores del brexit y Barnier no dudó en replicarle que no habrá pacto sin previo pago. Bruselas juega con que Londres necesita sellar cuanto antes el acuerdo comercial: casi la mitad de las exportaciones británicas van a los países comunitarios donde se registra más o menos el mismo porcentaje de sus compras en el exterior. El tráfico de estas mercancías ha sido libre hasta ahora, pero dejará de serlo en cuanto se produzca la salida por lo que necesitan los británicos un nuevo marco comercial. Cada vez resulta más evidente que el brexit fue una ocurrencia de efectos no tomados en consideración.

La “constitucionalización” de los tratados europeos

Aunque Macron haya removido las aguas y ayudado a que la UE coja camino, no puede perderse de vista que su campaña ha descansado más en la proyección de una imagen bien estudiada de acuerdo con los estados de ánimo y de opinión y muy apoyada por los medios de comunicación. No hay que tener demasiada imaginación para entender que el conocimiento del percal que exhibió y el dominio de las teclas que debía pulsar son resultado de estudios y observaciones sociológicas nada baratas si se quiere no dejar atrás entresijo alguno donde rebañar un voto. Estaba, pues, bien financiado y no le favoreció menos enfrentarse, en la segunda vuelta, con la candidata de una extrema derecha que aunque se mantenga presente y haya consolidado posiciones, representa actitudes políticas detestadas. Votar a Macron era, pues, hacerlo contra la ultraderecha antieuropeísta y a favor del centro-derecha que representa. No me resistiré a decirles que el término “macron” aparece en varios idiomas para designar a la virgulilla que indica la vocal grave, que se alarga. Habrá que inventarse ahora el chiste.

Pero no nos fijemos tanto en Macron. No conviene, desde luego, perderlo de vista pero sí mirar a lo que es hoy la Unión sin colgarle los sambenitos que van desde la “Europa de los mercaderes” adonde quieran. Me parece más útil insistir en lo que no es ningún secreto: domina hoy la UE el neoliberalismo, en buena medida gracias a la complicidad de la socialdemocracia que podría acabar pagando semejante error con su desaparición.

Sin embargo, no deberíamos cargar las tintas contra la socialdemocracia aunque no falten zarandajos en su entorno. Importa más dar por sentado que eso ocurrió, que el neoliberalismo es el que manda y pasar de las causas a su consecuencia principal: la definición en la UE de tres grandes sectores –conservadores, neoliberales y socialdemócratas- que han sucumbido al principio universal de que el roce hace el cariño de modo que ya importa poco que gobiernen unos u otros. Diría que la lucha entre ellos, dentro del Gobierno comunitario y su organización, ya no se atiene ni siquiera formalmente a la lucha ideológica sino al simple y amistoso, a veces, quítate tú para ponerme yo.

Importa poco, ya digo, que gobiernen unos u otros. Y no, a eso voy, porque se haya producido síntesis ideológica alguna ni haya habido traiciones a los respectivos colores sino merced a un proceso que los conocedores comienzan a llamar “constitucionalización” de los tratados europeos. Un proceso generado e impulsado por vía jurisprudencial, concretamente por el Tribunal de Luxemburgo.

El mecanismo arrancó de un hecho tan simple que no se explica su éxito sin la existencia de un acuerdo general en la sombra. Los primeros pasos se dieron en los años 60 con un fallo del Tribunal que declaró la aplicación directa de los tratados suscritos en lo que llamábamos todos entonces “mercado común”. Eran acuerdos entre los Estados miembros que quedaban en el ámbito normativo del Derecho Internacional por lo que no surtían efecto su expresa ratificación e incorporación al derecho nacional de los países firmantes.

No tardó mucho el Tribunal en dar otro paso en vista de su éxito: dispuso que todos los tratados y normas jurídicas emanadas de las instancias europeas se imponían a las nacionales de forma automática, o sea, que cada tratado comunitario anulaba su cuota correspondiente de derecho nacional. Dejó de ser de aplicación el Derecho Internacional. El paso siguiente fue colocar los tratados no ya por encima de las simples leyes sino de las respectivas constituciones nacionales; de ahí que se hable de “constitucionalización” de los tratados. No parece necesario señalar que estas maniobras iban dirigidas a eliminar obstáculos a la libertad de circulación de bienes, servicios, capitales y personas, que era el objetivo.

Habría mucho más que decir de este asunto aunque baste por hoy indicar que al tratarse de una política orientada a la creación del “mercado común” inicial e introducir esos principios de liberalización que iban derechos sin más a los textos constitucionales, se allanó el camino a los neoliberales, beneficiarios hoy del dichoso “déficit” democrático y quienes manejan la cosa. Ese parece ser el origen de la escasa democracia en la UE. Confiaba yo en que los nuevos partidos dieran la batalla por la democracia pero se dedicaron a descalificar a la Transición, a la que tildaron de fraude cuando ya en los años 60, a poco de fundarse la “Europa de los Seis”, se había iniciado el desgaste de una democracia que ni siquiera había llegado todavía a España. De todos modos, para ser justos, quienes así actuaron lo hacían para ayudar al proyecto de acabar en Europa con los nacionalismos intransigentes responsables de dos guerras mundiales antes de que acabara la primera mitad del siglo pasado. Pero hay actuaciones que producen efectos contradictorios, deseados unos, no queridos otros.

La demora del pacto canario PP-CC

Si les digo la verdad no tengo ninguna prisa. Pueden seguir PP y CC el tiempo que quieran aburriendo a las sillas, aunque debo confesar que hubo un tiempo en que me maravilló la capacidad de esta gente para plantarse ante los medios de comunicación y dar el pego de que hablaban de asuntos de la mayor trascendencia. Después les cogí el truco y vuelvo a verlos ahora haciendo declaraciones y produciendo informaciones en las que resulta imposible adivinar qué ocurre, de que van, donde radican las dificultades cuasi insuperables que les impide ponerse de acuerdo. Fuera claro de la discusión de si te dejo ésta o aquella consejería. Dan ganas de escribir una parodia pero no merece la pena el esfuerzo.

Dicen que ambos dos partidos están pendientes de lo que ocurra en las elecciones a celebrar por los socialistas dentro de unos días. A ver quien sale secretario general. Pues, nada, a esperar.

Le comenté a un amigo que, gracias a Dios, la media parálisis del Gobierno no afecta a la economía y me contestó “¡que te crees tú eso!”, a lo que repliqué que no había visto nota alguna de queja de las asociaciones empresariales señalando los tremendos daños económicos que producen estas situaciones. Y volvió a llevarme la contraria pues, según él, están de lo más preocupados porque si encargan desde ahora mismo las cestas de Navidad conseguirán buenos descuentos, pero para hacer la reserva necesitan conocer quienes son los cargos, indagar entre ellos quienes son los nombrados, indagar los estrechos que no aceptan regalos y sus correspondientes extracciones sociales para saber quienes exigen vinos y licores de reserva y quienes van a viaje con un ron cuasi perrero. Son decisiones delicadas. O sea, resumiendo: la demora afecta a la actividad económica.

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