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Una (o dos) de cacareos políticos

Cristobal Montoro y José Manuel Soria.

José A. Alemán

Hace muchos años, en una de las largas y frecuentes conversadas de periodistas de entonces, saltó la cuestión de lo nada dados que son los políticos canarios a escribir sus memorias. Había tres o cuatro personajes de edad, históricos como ellos solos, a los que debería animarse a hacerlo; o a dictarlas, que ya buscaríamos quien les diera forma. Discutimos el modo de conseguir que se “retrataran” quienes tenían tanto que contar. Hasta que Óscar Falcón Ceballos, que apenas había intervenido, nos devolvió a la realidad:

-No creo que merezca la pena el esfuerzo de convencerlos porque son unos mentirosos -dijo.

-Y porque, caso de escribirlas, ya se encargarán los herederos de destruirlas o de esconderlas, no vayan a dar pistas de vergüenzas familiares; como el origen del patrimonio, perdonando el modo de señalar –añadió alguien.

Recordé aquella tenida hace unos días. Estaba en Los Lagares cumpliendo con esmero el programa de disfrute de mi primera vejez y en una mesa cercana un par de parejas ya en la última juventud conversaban y reían.

-¡Ése iba para gallo y se quedó cacarequiando! –dijo uno y tuve el pálpito, reminiscencia del oficio de escribidor, de que se refería a José Manuel Soria que vive cerca de allí. Como andaba yo con el masque de las tres “fundaciones” de Las Palmas, ciudad, tomé nota del comentario que ahora recojo con motivo de la reaparición del ínclito quince meses después de que le permitieran dimitir de ministro. Quince meses en los que han estado de fijo, veinticuatro horas diarias que hacen 168 a la semana, 372 al mes y no les digo los miles acumuladas en quinces meses no vayan a pedir el pago de las extras, que ya bastante achuchada está la caja pública. Usaban (y usan) los policías coches sin distintivos que aprovechaba el muy ex ministro para sus desplazamientos en busca de clientes a los que asesorar, que ahora lo llaman así. Con los policías al volante, claro, porque cuentan que Soria con tal de no soltar un duro es capaz de matar un burro a pellizcones y miel sobre hojuelas si le carga el chófer al Tesoro, aunque no pueda desgravar mientras esté Montoro en Hacienda.

-Lo que no sabría decir es si los policías están allí para protegerlo o para que no se escape –dijo el mismo de antes.

Confieso que casi todos los días paso ante la casa de Soria en mis caminadas. Veía a sus chóferes custodios y pensaba que igual podían ser de alguna agencia privada. Hasta enterarme de que en el tremendo chalet no encontró sitio para una caja de seguridad y me dije, digo, que semejante racanería no coneja con que pague de su bolsillo lo que pueda cargarle a los dineros públicos, que tampoco hay que pasarse de liberal. Y confirmé mis sospechas cuando hace unos días estaban los dos agentes de turno en un coche de la Policía Nacional, tal cual.

Y vuelvo al cacaraqueo del gallo. Porque llama la atención que quince meses después de su salida del Ministerio de Industria eche Soria la vista atrás y vaya a por Cristóbal Montoro, su ex compañero de Gobierno, con animus defenestrandi por decirlo en latín de garrafón. Quiero decir que no entiendo la razón de que esperara y eligiera para la embestidura el anuncio de su libro autobiográfico que, pueden estar seguros, no arranca de cuando era chiquitito y tenía poquita voz.

Son varias las hipótesis que pueden explicar el cacaraqueo gallináceo del sujeto que les digo. La primera, que Montoro está en la cuerda floja no por lo que ha hecho sino porque se sabe que lo ha hecho, no sé si me entienden. Una vez comprobado que al ministro de Hacienda ya lo tienen marcado hasta en el Congreso como un ser que no puede ser y visto que no le queda perro que le ladre, consideró Soria llegado el momento de ir a por él con posibilidades de éxito.

Por eso y por si acaso, Soria se ha alineado con el sector que quiere la cabeza del ministro de Hacienda y su cartera (la ministerial) con la esperanza de que salga algún valedor que lo salve de embarazosas investigaciones de sus supuestas habilidades con dinero correlón. No me había dado cuenta hasta decirlo Chano Franquis que Soria libra ahora una batalla personal.

Pablo Iglesias se apuntó a godo

Me va poco el nacionalismo lo que no quiere decir que vea bien que quienes se proclamen como tales nacionalistas actúen de la forma en que lo han hecho Ana Oramas y Pedro Quevedo. Si se dicen nacionalistas deberían obrar como tales por su dignidad y la de sus representados. Porque resulta deprimente que practiquen la venta de sus votos y encima celebren los precios obtenidos como un gran triunfo. Y qué habrá de decirse si, como temo, resulta que las cantidades de que hablan no se han comprometido para los ejercicios siguientes sino para los presupuestos que acaban de aprobarse. De ser así, que lo es, no sé a qué viene el orgullo y la satisfacción, que diría el rey emérito, por lo conseguido. A riesgo de que Madrid al final no cumpla, lo que no sería la primera vez.

Está tan asumido esto de agacharse ante Madrid, que hasta los nacionalistas se la envainan de fijo, cuales son los casos citados. Y no sólo los nacionalistas como acaba de demostrar el mismísimo Pablo Iglesias. Me explico.

Iglesias está presionando a Pedro Sánchez, o sea al PSOE, para que secunde su política de desalojar a Rajoy, al PP y a lo que se tercie. Lo que está muy bien y me alegraría que lo consiguiese por infinidad de razones, las estéticas incluidas. Pero ocurre que su estrategia de obligar a los socialistas a secundarlo recurriendo, entre otras maldades, a ponerle patas arriba al PSOE a cuantos quioscos tiene a tiro.

En la parte que nos toca a los canarios, exige Iglesias que el PSOE apriete a Pedro Quevedo, diputado de NC en la lista socialista, para que deje de apoyar a Rajoy al que acaba de salvarle los presupuestos por un módico precio. Algo que a mí tampoco me gustó, como dije en el epígrafe anterior. Vale criticarle a Quevedo la venta de su voto parlamentario pero una cosa es una cosa y dos cosas que esa estrategia de Iglesias en Madrid llegue aquí rebotada a romper el tripartito que gobierna ahora mismo la ciudad de Las Palmas con alcaldía del socialista Augusto Hidalgo.

La pretensión de Pablo Iglesias, lo digo de una vez, va contra los intereses de Las Palmas. Está muy bien, si quieren, su lucha por desplazar al PSOE del liderazgo formal de la izquierda parlamentaria pero no que involucre en su estrategia, discutible como todo en esta vida, el pacto municipal de Las Palmas que está realizando una labor aseadita, decían en lo antiguo. Por eso, Javier Doreste, teniente de alcalde por Podemos, precisamente, se ha opuesto a que Iglesias trate a Las Palmas “como moneda de cambio de lo que suceda en Madrid”.

Iglesias, en fin, se ha comportado como un godo típìco y Noemí Santana, nueva secretaria general del partido en Canarias, se ha quitado el mochuelo al proponer que sean los militantes quienes decidan. Después de haberse mostrado proclive a obedecer las consignas de Iglesias. Los peores enemigos de Podemos no son quienes los calumnian sino ellos mismos. Mucho rollo de un nuevo modo de hacer política y no sé, la verdad, si la hacen en la metrópoli porque en colonias no se advierten cambios sustanciales.

Hay quienes han señalado que Iglesias lleva camino de hacerle un nuevo favor a Rajoy con esa estrategia que, guste o no, dio la presidencia al PP. En esta ocasión podría provocar, sí, el rompimiento del actual pacto de gobierno en Las Palmas que le abriría el camino al pelmazo de Cardona. De insistir Iglesias y sintiéndolo mucho espero que Doreste y quienes estén con él se nieguen a obedecer la orden de Madrid de romper el pacto, qué quieren que les diga.

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