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El ‘criterio’ de Clavijo es particular

Fernando Clavijo, en un Consejo de Gobierno

José A. Alemán

Luis Ibarra sale de la Autoridad Portuaria de La Luz tras siete años de una gestión que deja muy alto el listón, como ha reconocido Juan J. Cardona, su sucesor. Entre los aciertos de Ibarra, que han sido muchos, destaco para dar una idea la drástica reducción de la deuda del ente a razón de 36.000 euros diarios, lo que permite al Puerto abordar con mayores garantías los proyectos de futuro que, imagino, impulsarán a la ciudad de Las Palmas y a Gran Canaria.

El relevo no ha tenido otra disonancia, por llamarla de algún modo sin decir palabrotas, que el pueblerinismo político de Fernando Clavijo; al que pasaría por alto si no fuera por su reconocimiento de que cesó a Ibarra siguiendo un “criterio político”, de “oportunidad política”. Lo dijo en respuesta a Román Rodríguez (NC) que le reprochó proceder al cese y nombramiento de Ibarra y Cardona en función de sus conchabos con el PP y no de los “intereses generales”. Y ocurrió que en esa su “aclaración”, el presidente se llenó de balón y preguntó, retóricamente, quién decide qué es el interés general para añadir, didácticamente eso sí, que “las reglas del juego son las que son”. O sea: ignora a quien toca definir el interés general, pero no duda de que prevalecen las “reglas del juego” de la partitocracia, es decir, las impuestas por los partidos para repartirse el botín obtenido en las batallas electorales. De lo que deduzco que para Clavijo son los partidos quienes definen los intereses generales identificando como tales los suyos y su partido, que para eso hicieron las reglas del juego.

Y digo “botín” no por molestar, que también, sino para recordar de nuevo a Alejandro Nieto, catedrático de Derecho Administrativo que fue en La Laguna. Creo haber dicho en otro lugar que para Nieto España es una cleptocracia corrupta en la que el Poder es eso, un botín del que los partidos disponen a su antojo, esto es, de acuerdo con las reglas de juego impuestas por ellos mismos y que tan bien le parecen al presidente canario. Con lo que se confirma que, en efecto, el criterio de Clavijo es particular.

El estilo clavijeño desprende, además, regustillo a lance de sacristía. Elogia a Ibarra y contrapone, en clave de comparación, los merecimientos de Cardona como si hubiera algún enfrentamiento entre sus respectivos partidarios, lo que contribuye a dar una imagen de Gran Canaria como isla donde siempre hay demonios conspirando.

Clavijo trata, en fin, de pasar por amigable componedor de lo que no está descompuesto porque nadie, que yo sepa, ha objetado la designación de Cardona: lo que sí se critica es el sistema de nombramientos que coloca cuadros políticos de los partidos o sus parientes en puestos técnicos, lo que ha dado lugar a anécdotas regocijantes.

Una clase política desprestigiada

Siguiendo con la clavijada que toca hoy, me pregunto si no sería también útil que se dedicara el presidente a mejorar la calidad de la vida democrático-administrativa de las islas que anda manga por hombro. Podría empezar por tomar en consideración cuantas opiniones circulan acerca del sistema actual de nombramiento de cargos. Nada que decir en ese sentido de Ibarra y Cardona dado que ellos no lo inventaron, pero sí de los partidos que se reparten el botín. Un ejercicio que sé inútil porque business is business, para qué vamos a engañarnos.

Debería tener en cuenta, Clavijo, las referencias a Canarias del Índice de Calidad de los Gobiernos Europeos. Al menos para que balbucee alguna tontería. Se trata, ya saben, de los resultados de un sondeo, elaborado por la Comisión Europea y desarrollado por la Universidad de Gotemburgo en el que los canarios estamos, dicen, tan hasta las narices de corrupción y favoritismo que colocamos a nuestras instituciones en el puesto 152, a la altura de Eslovaquia y Hungría: una referencia nada honrosa. Aparecemos los canarios, cómo no, en los lugares más bajos en dotación y calidad de servicios públicos, pero es en lo relativo a la corrupción donde el informe refleja el gran cáncer de la sociedad y la política isleña: se abomina de la corrupción, sí, pero se la considera directamente vinculada al clientelismo político que la ha incorporado al tejido social, de modo que resulta ser de lo más normal. Como no he tenido aún ocasión de hacerme con el mentado Índice no sé si dice, por algún lugar, que la corrupción es para demasiada gente el camino más seguro para conseguir cosas. Quien no tiene padrino, no se bautiza. Algo que, me da, va implícito en el convencimiento de que por mucho que te indignen esas prácticas, estás perdido si no recurres a ellas, o sea, a la normalidad.

Un periódico canario, no recuerdo ahora mismo cual, hizo referencias a este informe. Está, pues, incorporado al acervo aunque, eso sí, enterrado en todas las historias de las perras que Canarias le piensa sacar a Rajoy a cambio de votarle los presupuestos. Lo de menos es que sean justos o injustos, que sirvan o no para algo: lo que interesa es la mayor estabilidad política posible y no tener que cambiar de padrino a cada rato. Y me niego a contar la de veces que ha estado a punto de aprobarse la reforma de la parte económica del REF y que si tutú que si tatá. No sigo porque ya cansa. Pero lo cierto es que cosas como éstas deberían figurar entre las preocupaciones de Clavijo, lo que anoto muy a conciencia de que no le interesa hacerlo. Son, recuerden, las reglas del juego.

Y acabo donde empecé: el jueguito que se ha traído con el relevo de Ibarra y la designación de Cardona. Es demasiado evidente como para que no lo relacionemos con el comentario oído en boca de más de cuatro cuando la inauguración del Puerto de Granadilla. Sin duda es una buena noticia que cuenten las islas y de forma más inmediata los tinerfeños con una nueva infraestructura que contribuirá, sin duda, al progreso de Tenerife. Lo que empaña el asunto son, ya digo, comentarios como celebrar las instalaciones de Granadilla porque permite hacerle sombra a La Luz. No suele dar buen fruto eso de mirar lo que hace y en qué se equivoca el de enfrente y descuidar la evaluación de las fortalezas propias pero, en fin, no es asunto mío. La cuestión es que también forma parte de un buen programa de Gobierno erradicar la mentalidad que hay detrás de ese modo de ver las cosas que no hace sino empobrecer aún más la pobre autonomía que nos han dado. Dados los antecedentes, el de la Universidad pongo por caso y la que le tienen formada a Antonio Morales por razones (e intereses, no los olvidemos) tan obvias como para añadir las críticas que, sin duda, merece el presidente grancanario, no hay motivo para pensar que esas cosas se dicen sin pensar y que no faltarán quienes intenten crear problemas. O sea, que debemos esperar a que el espíritu ático decaiga y que cada isla decida ponerse en lo suyo.

La relación Puerto-ciudad

Hasta ahora no he oído objeción al nombramiento de Cardona por parte de algún empresario, profesional o funcionario relacionado con las actividades portuarias. Quienes como yo poco sabemos del complejo mundo portuario hemos de fijarnos más en las cuestiones que comprendemos mejor y que pueden parecer marginales y no lo son.

Entre los asuntos importantes para Las Palmas y su isla de Gran Canaria está, sin duda, la relación Puerto-Ciudad, o sea, la definitiva integración de las dos entidades de población que han sido el eje del desarrollo urbano y el crecimiento demográfico de la Ciudad que hoy corre en distintas direcciones. Por si es cuestión que preocupe a Clavijo, diré que Ibarra era consciente de la importancia de esa integración y la deja en piedras de ocho con varios proyectos; y que tampoco se le escapa esa importancia a Cardona.

Como es sabido, buena parte de la historia no tan menuda de Las Palmas de Gran Canaria gira en torno a esa antinomia, por decirlo de alguna manera. Las Palmas no salió hasta avanzado el siglo XIX de la vieja muralla que corría desde Mata al mar por Bravo Murillo; mientras la actividad portuaria impulsada por el auge del comercio internacional iba asentando población con el parque de Santa Catalina de referencia. Imagino la escena en que la familia de mi compañero y amigo Rafael González Morera acudió a la parada de guaguas a despedirlo, pues se iba para Las Palmas, a comenzar sus estudios en la Escuela de Comercio. A él le divierte mucho contarlo aunque, me da, nada dice de la llantina al abandonado a su suerte en un mundo hostil. De marinistas, él que era victorista.

Seguían siendo, pues, Las Palmas y el Puerto dos núcleos diferenciados pero no puede decirse que esa voluntad de integración haya sido muy decidida en todo momento. Realmente es objetivo relativamente nuevo desde el punto de vista de la acción política que, además, llega cuando la dinámica de la propia ciudad se ha impuesto.

Sin embargo, la bicefalia Las Palmas-Puerto sigue siendo uno de los rasgos característicos de la historia grande y menuda de la ciudad. Acabo de mentar a marinistas y victoristas, o sea, a la tremenda rivalidad histórica Marino-Victoria que iba más allá de lo meramente futbolístico, aunque mi generación apenas vivió aquello como referencia, tras la fundación de la Unión Deportiva en 1949. Por eso me sorprendió que hace unos años, al confesar en el Club Victoria mi “estirpe” marinista, hubo quien llamó la atención, a Juan Armas, mi amigo y entonces presidente del club por meter al enemigo en casa.

Para mayor abundamiento, cualquiera que tenga la necesidad o la curiosidad de trastear con la Prensa de Las Palmas de los años 20, por ejemplo, encontrará frecuentes notas de sociedad acerca, pongo por caso, regreso a la ciudad con su familia de algún ciudadano, “tras su veraneo en Las Canteras”. Y no sé si incluir en este apartado la contumacia con que el ciudadanaje de Las Palmas daba la espalda al mar a lo largo de prácticamente de todo su litoral encintado, en buena parte, por estrechos callejones sobre las playas de callaos. Que tuvieras cuidado con los airotes era de las recomendaciones maternas más frecuentes; y las había, madres, que se llevaban las manos a la cabeza si en las vacaciones de Navidad, con un sol que rajaba las piedras, te veían coger el bañador para irte a Las Canteras. “¡En invierno nada menos!”, clamaban o exclamaban, que ya ni sé.

No vendría mal, diría para terminar, que quien corresponda emprenda antes de que sea demasiado tarde nuestra particular historia de “las dos ciudades”.

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