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Cinco islas en busca de pleito

Parlamento de Canarias

José A. Alemán

Cada año, ya cerca del verano, dedico unos días a deshacerme de papeles y recortes de Prensa acumulados durante el curso que acaba para acoger a los que han de venir en el siguiente. Y en eso andaba cuando surgió del montón Casimiro Curbelo, el indómito gomero que no para de rasgarse las vestiduras, indignado ante el aherrojamiento de las islas no capitalinas por el centralismo de las dos capitalinas. En una nota grapada al recorte correspondiente me sugería yo a mí mismo, pasando de la transitividad del verbo, indagar si disponía Curbelo de fondo de armario suficiente para cambiarse las camisas desgarradas en el furor de la contienda; y ya puesto, averiguar si es consciente de que con la matraquilla de la infelicidad de las islas disminuidas pasa por alto que por primera vez, tras doscientos y pico años desde la institucionalización del pleito insular en las Cortes de Cádiz, las dos capitales canarias lograron ponerse de acuerdo en algo; aunque sea a costa, eso sí, de escachar a las cinco “adyacentes” arrebatándoles la triple paridad: alguien tiene que pagar el pato.

Como comer y rascar todo es empezar, seguí revolviendo la montonera de la que surgió el manifiesto intitulado Islas, al que no tengo el gusto de conocer más allá del suelto con la noticia de su existencia. Firman la papela varios ex presidentes de los Cabildos de las islas postergadas en apoyo de la tesis-guía de Curbelo, a saber: la pugna entre Tenerife y Gran Canaria por el poder político y económico ha derivado en un centralismo “ciego y asfixiante” que lleva a los firmantes a considerar la reforma electoral “absolutamente innecesaria”, que es lo que querían demostrar. Esa reforma electoral, repito, lleva aparejada la desaparición de la triple paridad.

La ampliación del pleito

Vaya por delante la razón que asiste al líder gomero, que hace bien en contar con mudas suficientes no vayan a cogerlo desabrigado los airotes. Es justo, pues, que trate de ampliar el ámbito espacial del pleito para que quepan y participen en él las cinco islas no capitalinas. Ya está bien de abusos como éste de que las dos capitalinas se apoderaran del pleito cuando las Cortes de Cádiz y sigan hoy sin soltarlo. Se han reservado, pues, la exclusiva de tirarse los trastos a la cabeza devenido en auténtica seña de identidad. Y si creen que exagero, recuerden que Coalición Canaria (CC) declaró la competencia entre islas quinta esencia de la personalidad política canaria. Lo hicieron en el Congreso nacionalero celebrado poco antes de montarse en el machito.

En esta línea de reconocimiento, debo destacar y destaco la firmeza de Curbelo que no se baja del burro: considera justo y conveniente que las actuales normas electorales y la paridad posibiliten que su candidatura gomera tenga varios diputados con 5.000 votos frente a otras planchas cuyos candidatos sólo pueden entrar al Parlamento de Canarias en visitas guiadas. El campeón gomero, bonito fuera, hace oídos sordos a quienes consideran que eso está feo y manda a la porra a los tipos desagradables que dicen tonterías como la de que votan las personas, no los territorios; y ni caso a los enterados de la caja del agua y su empeño con que el voto de un elector de isla no capitalina vale varias veces más que el de otro de las dos capitalinas. Que es de lo que se ha valido el nacionalerismo de CC para retener la presidencia del Gobierno desde los tiempos en que Fernando VII usaba peluquín.

A Curbelo podría disculpársele su discurso alentando el enfrentamiento de los canarios de las cinco islas no capitalinas con Gran Canaria y Tenerife. Cada cual es quien cuyo y quien no llora, no mama. Lo que no puede pasársele por alto, además de sus arengas es el engaño. No entraré en si a los isleños de las no capitalinas les va o no fatal: si no le van bien las cosas al conjunto del Archipiélago, no tendrán tampoco las islas no capitalinas motivos de contento. Y no es muy de recibo que en esa empalizada amarre Curbelo el burro del que no se baja y pegue a predicar que los males de los no capitalinos los provocan Tenerife y Gran Canaria, es decir, grancanarios y tinerfeños. Y como si valiera de pieza de convicción vuelve a su gente con la descripción de un grado de enfrentamiento feroz al que no se llegó siquiera en el siglo XIX. Pero, en fin, como cada cual es dueño de sus percepciones, dejaré estar este asunto para otro día.

El discurso de Clavijo

Interesa ahora pararnos en cualquiera de esos momentos en que Curbelo, después de culpar a tinerfeños y grancanarios de todos los males y arengar, ya digo, a las islas no capitalinas contra ellos, se empantana en abstracciones porque no dice quienes son los grancanarios y tinerfeños malvados que tanto perjudican al Archipiélago. Si consideramos que todos, con mayor o menor tino, los conocemos por sus nombres y apellidos, no se entiende que el diputado autonómico por La Gomera, que eso es Curbelo, presuma de hablar claro sin señalar con el dedo ni de lejos. Es entonces cuando se advierte que evita formular cualquier crítica al Gobierno, como si no tuviera nada que ver con la penosa situación del Archipiélago castigado por lacras consecuencias de políticas concretas, unas mientras otras encuentran en determinadas políticas el agravamiento de situaciones que, por supuesto, benefician a alguien. Sin ir más lejos, no he visto a Curbelo ni a nadie reaccionar ante los discursos de Fernando Clavijo de los que el último, con motivo del Día de Canarias rebasó ya la frontera de la autocomplacencia para pasar al género de la publicidad de detergentes que marcan, ya saben, todo un estilo de vida.

El discurso institucional del presidente, hay que decirlo, fue ofensivo para quienes saben, cuando no la padecen en propia carne, de la terrible pobreza que hace de Canarias la comunidad con el mayor riesgo de exclusión social de España y no sé si de Europa; una pobreza que reflejan esos 280.000 canarios que han de pedirle prestado a sus familiares y amigos para sobrevivir y que resultan afortunados por contar con quien les eche una mano. Escuchar a Clavijo proclamar lo bien que vamos y ser de los miles que acuden a diario a los comedores de Cáritas indica que o el presidente no se entera o piensa que la política es eso, pintarlo todo de colores. Se comprende que un discurso en medio de una fecha festiva trate de endulzar el pastel pero no entonar el infantilismo coral de aquel vamos a contar mentiras, tralará.

Entre los asuntos sin cabida en los fastos clavijeros figura el descenso alarmante de la tasa de natalidad. Por no decir desfondamiento porque para muchos ya es cosa de locos traer criaturas al mundo. Hace unas semanas supimos de un estudio de investigadores de las dos Universidades canarias que detectó diez municipios canarios en los que apenas nacen niños, además de un descenso progresivo de las matriculaciones en todas las etapas escolares; y para que Curbelo no sienta sus no capitalinas discriminadas, anotaré que el mismo estudio señala a La Palma y La Gomera como especialmente afectadas por la disminución de la población infantil. En pueblos como Artenara viven 15 niños pequeños y 25 en Tejeda. La incertidumbre, la precariedad laboral, los bajos sueldos y demás están en el origen de esta situación. Y si hablamos de hambre, que le pregunten a Cáritas que atiende como puede a casi 40.000 personas. O a los maestros que observan en sus alumnos síntomas evidentes de desnutrición. Nada les digo de la pobreza energética; ni de la ley de Dependencia; ni de la forma en que el Gobierno aprieta para imponer la privatización de la Sanidad y lo que no es la Sanidad, desviando hacia negocios privados dineros públicos que deberían contribuir a aliviarle la vida a los ciudadanos; ni de la ley de Servicios Sociales; ni de la política de Medio Ambiente y de la forma en que evita el Gobierno comprometerse en la promoción de las energías limpias y renovables. Nada de eso está en los discursos del presidente canario aunque también es verdad que nadie lo esperaba, así que vuelvo a Curbelo.

Y vuelvo a Casimiro Curbelo como prototipo de la casta de políticos que padecemos. Aunque tampoco haya mucho que añadir al hecho de que a pesar de que parece manejarse con verdades como puños, es absolutamente acrítico con el Gobierno. No recuerdo yo que haya abordado alguno de los temas que he mencionado y otros que dejé atrás de entre los que afectan directamente a los ciudadanos. Porque lo suyo es lo que interesa a su partido en la feria del quítate tú para ponerme yo en que se disputa con el reparto del botín conseguido por cada cual en las elecciones, como señala Alejandro Nieto, recuerden.

El mismo Curbelo se retrata al proclamar con orgullo, no hace tanto, su contribución a “salvar” la ley del Suelo, la de Islas Verdes y asuntillos por el estilo. Y como siguen sin pararle los pies ha llegado a afirmar que con tan beneméritas acciones “no hemos salvado a un partido político, sino que hemos trabajado para salvar los intereses de los ciudadanos”. Y dos piedras pues no especifica a qué intereses ciudadanos se refiere. La condición paradigmática de Curbelo se confirma cuando habla de política y parlamentarismo con consideraciones y temática en los que se advierte enseguida que son los intereses de su partido los que más presente tiene pues no en vanos resultan ser sus propios intereses, lo habitual en quienes montan chiringuito político propio. Se preguntarán, en fin, la razón de que me haya entretenido con Curbelo, cosa que dejo para otro día, aunque sin ocultarles lo que parecen ignorar quienes andan en estas tesituras: el pleito insular fue asunto de notables, de la clase dominante, de quienes contaban con un grado de instrucción, de reconocimiento social, de propiedades y rentas y que aspiraban, de un lado y otro, a hacerse con el dominio del Archipiélago. Esos sectores sociales fueron los únicos con derecho a votar o a ser votados durante todo el siglo XIX y principios del XX. Cuando tratan de vender el pleito como lo hace Curbelo y no sólo Curbelo, se olvida que con los índices de analfabetismo picando el 90% de una población que no tenía siquiera derecho a voto, poco cabía esperar. Es evidente que para nada interesa a determinados políticos y partidos de hoy que se difunda la visión de simple pelea de intereses minoritarios. En el caso que nos ocupa, posiciones políticas de formaciones como la agrupación gomera de Curbelo no tienen otro modo de aglutinar gente que hacer creer que se libra una batalla cuando en realidad se lucha en otra en beneficio, en este caso de CC, como a la vista está.

El PP contra el Gobierno de Sánchez

Poco a poco va perdiendo fuelle el PP ante la evidencia de que Pedro Sánchez no es lo que quisieran los peperos que fuera y ha revelado una enjundia de la que guardaba el secreto. Porque el nuevo Gobierno ofrece, en principio, solvencia considerable y pone de manifiesto que el nuevo presidente no iba de aventurero farol en compañía de unos pocos borrachitos reclutados por las esquinas. Tenía, pues, medidos los pasos a dar con la astucia en la medida necesaria que despistó a los rivales que ni pasarles por la cabeza lo que se traía entre manos.. A mí, la verdad, me parecía Pedro Sánchez un tipo más bien flojón y aunque no me gustaba la idea, temía en todo momento que lo barrieran y siguiéramos a merced del último Gobierno de Rajoy que dejaba mucho que desear y acabó de rematar los malos ratos continuados que nos ha hecho pasar esta derecha jurásica.

Uno por uno, en dos o tres días ha conseguido Sánchez desmontar los alegatos en su contra de los peperos. El favorito fue subrayar hasta el agotamiento sus acuerdos con quienes quieren romper España anunciando de antemano intolerables concesiones a cambio de sus votos. Más o menos hicieron los peperos amagos de recuperar el arsenal de infamias que urdieron contra Zapatero para hostigar al nuevo presidente. Si a Zapatero lo acusaron de haber pactado con ETA y ser la cabeza visible de los traidores que quieren romper España, más o menos lo mismo han intentado hacer con Sánchez. En lo que, sólo faltaba eso, Rajoy presumía de haber acabado con ETA cuando lo cierto es que fue la política antiterrorista de Zapatero, combatida en su momento por el PP sin bajar su tono calumnioso, quien dispuso las cosas para llegar a medio plazo al fin de la organización etarra.

Nombrar a Borrell ministro de Asuntos Exteriores no ha sido, precisamente, un gesto de la debilidad que presuponían los peperos ante el separatismo catalán. A éste no le ha gustado el nombramiento porque Borrell, además de combatirlo en su propio terreno, cuenta con una experiencia y un prestigio europeo que puede contribuir a reconducir muchas cosas. Entre otras, a que el país comience a recuperar la imagen que esta derecha ha destruido. Lo que comienza a trascender es que se están limando asperezas y se vuelve a la convicción de que hablando se entiende la gente; menos, claro está, la que todavía presenta trazas de franquismo.

Como doctores tiene la Iglesia y no faltan en España quienes analizan la vida política y como tarea más inmediata lo que cabe esperar del nuevo Gobierno, a ellos me remito. De momento, la cosa pinta bien. Ya se verá. Me ha sorprendido y tranquilizado, qué voy a decirles, que se haya formado el nuevo Gobierno con rapidez sin dar la menor sensación de cosa improvisada. Todo lo contrario, lo que le ha sabido al PP a cuerno quemado que lleva estos mismos días lanzados a desprestigiar a Sánchez al que amenazan con machacar en el Senado oponiéndose en plan bestia a los Presupuestos Generales del Estado pendiente todavía de la aprobación de la Cámara Alta donde tienen los peperos mayoría.

Tiene su coña, desde luego, que Pedro Sánchez vaya a aplicar los presupuestos del PP sacados adelante de aquella manera y contra los que votaron los socialistas. Puede entenderse que Sánchez, ante la tesitura de repudiar los presupuestos que combatió o aceptarlos, para no repetir el largo proceso de elaborar un nuevo proyecto, optara por lo segundo; por más que el PP anuncie que le hará pasar las de Caín al Gobierno socialista.

No existe, pues, el menor propósito de la enmienda en el PP donde se advierte que no acaba la derecha española de desprenderse de la idea de que es dueña del país, que les pertenece el Gobierno por designio divino por más que no se atreviera el PP alegar esa condición de propietario para que la corrupción deje de ser tal pues se limitaron a hacer uso de lo que es suyo. Este sentimiento se apreció en 1982 cuando Felipe González se plantó en La Moncloa; volvió a quedar bien patente cuando Zapatero calzó en 2004 por Rajoy contra todo pronóstico y vuelven a repetir ahora los peperos con Sánchez. Y si creen que no son reflejos derechosos, no hay más que ver su insistencia en la ilegitimidad de la llegada al poder de Sánchez. O sea: la moción de censura que establece y regula la Constitución no es válida para el PP. Manda huevos, pues.

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