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El 20-D toca cambio generacional

El debate Rajoy-Sánchez fue visto por 9,6 millones, un 48,6 % de la audiencia

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

A pocas horas de la apertura de los colegios electorales nadie sabe qué saldrá de las urnas; solo dan por seguro que no habrá mayoría absoluta pero no se atreven a afirmar que el cara a cara de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez marcara el punto y final del bipartidismo. cara a cara

Me referiré en primer lugar al debate porque creo que el candidato socialista fue muy desconsiderado con los electores al calificar a Rajoy de político indecente. Al menos a mí no me gustó su desconsideración al largarle sin anestesia al presidente en funciones lo que de él piensan millones de españoles. Como si desconfiara Sánchez de que fuéramos capaces de discernir en lo actuado por Rajoy para llegar a la misma conclusión. No somos tan idiotas que no nos demos cuenta de que el mismo PP está “sobrecogido” ante la que tienen encima.

Sánchez, en fin, debe creer que no sabemos que Rajoy no ha asumido su responsabilidad política por el saqueo. Lo que consagra la vigencia del “Spain is different”, pues mientras en Europa dimiten ministros por influir para que le den los papeles a la inmigrante niñera de sus hijos, o al saberse que de estudiante mozuelo plagió tesis ajenas, en España sigue vigente el eslogan adoptado por Fraga en sus días de bravo ministro franquista y puede Rajoy volver a presentarse a las elecciones sin ponerse colorado. No digo que haya participado Rajoy del saqueo, pero sí apechugar con que se considere indecente que no diera antes y con tiempo la batalla a la corrupción y asumir las correspondientes responsabilidades políticas. Porque la otra forma de afrontar los hechos es asegurar que no se enteró, es decir, reconocer su incompetencia, lo que no lo haría apto para percatarse de lo que ocurre a su alrededor, es decir, no apto para gestionar nuestros intereses.

Convengamos, por otra parte, que fue un debate para el olvido. Si Rajoy dio la talla (baja, claro), Sánchez no alcanzó tampoco la que corresponde a un aspirante a La Moncloa. Logró, eso es cierto, descomponer a su contrincante, pero fue incapaz de evitar el “y tú más” que provocó él mismo y que dejó fuera asuntos de la mayor trascendencia; entre los que figura la cuestión catalana que, debemos convencernos, es la manifestación clara del viejo problema secular español, no estrictamente catalán, de la integración territorial de España. No parece cercano el momento en que se abra el diálogo sobre este asunto que interesa a otros territorios (diría que a Canarias, por ejemplo, ya que aquí estamos). Si nos miramos en el espejo catalán, la torpeza pepera ha provocado en estos cuatro o cinco años un importante crecimiento del independentismo desde su irrelevancia anterior. Al que ha dado una vuelta de tuerca con la progresiva radicalización de quienes ya no quieren de nuevo Estatuto, ni de pacto fiscal, ni de concierto económico o de cualquier reforma de la Constitución con Cataluña dentro. Solo aceptan negociar con el Gobierno el calendario de salida. Recuerdo haber hablado en este mismo periódico del “cansancio de España” del que me hablaron en Barcelona durante las elecciones de 2010. Había quien temía que ese cansancio llegara a un punto de no retorno: en el que están ya muchos catalanes.

El debate del lunes fue una buena oportunidad, perdida, de comenzar a desbrozar el camino. El que la reforma constitucional se plantee prácticamente solo en lo referido a los cambios determinados por la pretensión pepera de modificar el sistema electoral, debería darnos qué pensar; y preocuparnos que no se pare nadie a considerar la solución federal que tiende a señalarse como la única salida; la que, por cierto, buen número de independentistas rechazan por temor a los engaños del Gobierno español. Es cierto que Pedro Sánchez se apuntó al federalismo pero también lo es que sigue sin aportar en esa dirección y en el debate del otro día no rozó el asunto, que yo recuerde.

Y ya metido en faena electoral, no está de más dedicarle unas líneas a las valoración que merecen a Rajoy y Sánchez los dos candidatos emergentes, Pablo Iglesias y Albert Rivera, en relación a los pactos posibles, los imposibles y los que entran en el cajón de donde dije digo, digo Diego. Es lógico que PP y PSOE procuren descalificarlos porque los dos emergentes tratan de hacerse un hueco a costa de ellos. El PSOE, por ejemplo, ha concentrado en Podemos sus críticas de fin de campaña convencido de que puede hacerle daño.

Sin embargo, hay un factor que va más allá de lo estrictamente electoral aunque condicione la campaña que ya acabó. Para mí se está produciendo un relevo de generaciones. Como el que no advertimos del todo los que anduvimos a caballo entre la dictadura y el posfranquismo. Entonces primaba la opción entre Dictadura y Democracia sustituido hoy por el contraste de Lo viejo que se resiste a desaparecer y Lo nuevo que viene a toda pastilla. Cosa que indica que ya se ha producido la normalización política, lejos de las circunstancias que siguieron a la muerte de Franco; un camino largo con una primera inflexión en la intentona golpista del 23-F, la que acabó de sentar al rey Juan Carlos en el Trono y debilitó la amenaza constante de involución democrática. De la significación y alcance de aquel proceso no parecen conscientes quienes entre las nuevas generaciones abominan de la Transición, si bien repiten, sin saber muy bien a qué se refieren que las elecciones del domingo son el inicio de una nueva etapa, la de la normalización democrática. Porque es cierto que las elecciones del domingo cerrarán, de modo un tanto convencional un periodo trascendental de la historia española.

Que Rajoy no acaba de entender el alcance del cambio se advierte en su afán de presentar a los líderes emergentes como unos jovenzuelos inexpertos y osados, desconocedores de la vida política y que han creado sus partidos en las cafeterías, como un juego. Rajoy denigra Lo nuevo sin que unos reparen en que la juventud se cura con el tiempo, ni los viejos en que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.

Si no tengo mal mis apuntes, Rajoy es el sexto presidente de la democracia y el que llegó a La Moncloa con más edad, 56 años, uno más que Leopoldo Calvo Sotelo, que fue, recuerden, quien sustituyó a Adolfo Suárez, en la Presidencia que ocupó a los 44 años. Por su parte, Felipe González inició una larga estancia en La Moncloa con 40; seguido por Aznar con 43 y Zapatero con 44. Rajoy es, por tanto, ya con los 60 ya cumplidos, el presidente de Gobierno más viejo de la democracia. Sus rivales con más posibilidades de mandarlo a hacer solitarios en la mesa camilla son Pedro Sánchez, 43 años; Pablo Iglesias, 37 y Albert Rivera, 36. Algo más jóvenes que quienes les precedieron y sospecho que con formación suficiente para salir adelante como sus antecesores.

La estrategia de Rajoy frente a Pedro Sánchez, creo haberlo indicado, es reencarnar en él a Zapatero a quien zarandeó hasta extremos canallescos durante su etapa presidencial, proyectando una imagen suya falsa y tendenciosa para justificar sus propios fiascos. Presentar medidas impopulares como necesarias para corregir los efectos del “legado de Zapatero” ha sido de los engaños más repetidos en los últimos cuatro años. Y deben estar los populares satisfechos de la utilidad de semejante recurso porque la idea-fuerza contra Sánchez la enlazaron los peperos con la imagen de Zapatero al proclamar, como hizo Soria, que España no tiene dinero suficiente para permitirse un Gobierno de izquierdas. Una estupidez como otra cualquiera que viene a demostrar, en el caso del muy ministro, que más habla quien más tiene que le digan.

No tengo la mejor impresión de la política (de la económica, ojo) de Zapatero, pero no se me escapa la desvergüenza del PP al hablar en esos términos enterrado como está en la corrupción. El PP, conviene repetirlo, es un partido instalado en la mentira que impuso Aznar como arma. Entró Aznar en la política acusando falsamente de corrupción a Demetrio Madrid y se despidió de la Presidencia del Gobierno con la mentira de que fue ETA quien cometió los criminales atentados de Atocha y obligó a Rajoy a mantener esa tesis para salvar el palmito, que nadie considerara el horror desatado por el terrorismo islámico una venganza por la participación de España en la agresión a Irak.

En cuanto a Podemos, ha sido feroz la campaña de la derechona para desacreditarlo. A mí, qué quieren, no acaba de convencerme Pablo Iglesias a pesar de estar de acuerdo, en general, con sus diagnósticos; pero una cosas es una cosa y otra cosa son dos cosas. Le pusieron la proa a Podemos tras su sorprendente éxito en las elecciones europeas y fueron los de la derechona y el PP particularmente puntillosos en su exigencia de que aclararan sus fuentes de financiación. Venezuela, Cuba e Irán fueron las fuentes de dinero más citadas, señal de que no han conseguido superar el trauma que debió ser para la derechona la desaparición de la URSS. De pronto se vio sin referencias de la eterna conspiración judeo-masónica-comunista (y del Barça) contra España, coño, y no quedaba bonito y resultaba contraproducente arremeter contra la “pérfida Albión” y la “impía Francia”. Siguen sin explicar, por supuesto, qué se le ha perdido a Venezuela y a Cuba en España para financiar un partido que le permita pesar algo en la política española. Y no les cuento de Irán, ni de la forma infame de mezclar honorarios profesionales con financiaciones bajo cuerda. O de Montoro señalando con el dedo a Monedero y vulnerando así el compromiso hacendístico de confidencialidad y discreción al servicio de los intereses del PP. Son actuaciones tan sin escrúpulos que no parece alejada de ese clima la embestida, aseguran que de Soria, contra la juez en excedencia Victoria Rosell, que encabeza la candidatura de Las Palmas al Congreso.

La pobreza argumental del PP y la desastrada situación a que ha llevado al partido la corrupción y la torpeza de sus dirigentes y de sus incondicionales, alertó a la derecha civilizada y con mayor sentido de la realidad de que Rajoy estaba amortizado. Eso venía a indicar el comentario recogido en ámbitos empresariales sobre la necesidad de un Podemos de derechas. Poco después se produjo el salto de Ciudadanos a la escena nacional desde su Cataluña de origen. Creo positiva, vaya por delante, la irrupción de Ciudadanos y que ocupe el espacio de centro-derecha desde el que puede apoyar en unos sitios al PSOE y en otros al PP, según. Que la cosa viene por ahí lo confirma que, frente a la puntillosidad y la mala uva con el origen de la financiación de Podemos, nadie se haya interesado en preguntar de donde saca los cuartos Ciudadanos.

Que no se prevea ninguna mayoría absoluta pone a las cuatro principales fuerzas sobre el papel ante la necesidad de pactos pos electorales para gobernar. Rajoy dijo que si no consigue ser el más votado, no intentará siquiera formar Gobierno. Y ayer mismo, como el otro que dice, abrió la posibilidad de un pacto de legislatura con Ciudadanos. Pero Rivera reiteró enseguida lo que viene repitiendo: que de eso, nada. Es más, no descarta la posibilidad de salir presidente, sabe que los otros partidos se lo pondrán difícil está dispuesto a gobernar sentándose con PP, PSOE y Podemos a negociar tema a tema sin suscribir acuerdos generales vinculantes con partidos de los que no se fía.

De todos modos, ha dicho siempre que no apoyará a Rajoy, sin mencionar al PP. Lo que permite barruntar, ya en plan de política ficción, que respaldaría al PP si cambia de líder. Lo que podría ocurrir con lo que el remate del trabajo de Rivera sería deshacerse de Rajoy y remozar al PP colocándolo en el centro-derecha. Diría que Rajoy se huele algo al no descartar ya siquiera un apaño con los socialistas asegurando, al tiempo que enviaba su mensaje a Rivera, que había superado los insultos de Sánchez y que confiaba que el encontronazo en el debate no enturbie las relaciones entre las dos fuerzas políticas. No olvidemos que dentro de los dos partidos hay gente partidaria de ese pacto.

En cuanto a Podemos, el cuarto en discordia que, al decir de alguna encuesta, podría acabar segundo, o bajar al cuarto como dicen otras, ha rebajado sus planteamientos, cosa que le ha reprochado Alberto Garzón, de IU y cabeza de la lista de Unidad Popular. Garzón tiene 30 años, es uno de los jóvenes emergentes y ya ha advertido que no ofrecerá a Pablo Iglesias los diputados que obtenga UP.

Por su parte, el PSOE ha enfilado su artillería contra Podemos. Les ha irritado a los socialistas que Iglesias anunciara que ni por nada apoyaría la investidura de Sánchez, aunque, eso sí, aceptaría los votos del PSOE para ser presidente él. No es torpe la invención.

La última palabra, ya saben, la tienen las urnas. Ya veremos hasta qué punto cambiarán o no las posiciones de los protagonistas. Si sobre el papel era el PSOE quien lo tenía peor sometido al desgaste por el centro y la izquierda de Ciudadanos y Podemos, tengo la impresión de que ahora la papeleta más fea es la del PP. No creo que favorezca mucho a quien se atreva a juntársele. En cualquier caso, el propio Rajoy ha reducido sus posibilidades con eso de que solo tratará de formar Gobierno si es el más votado. Corre el riesgo el PP de quedarse sin perro que le ladre. Podemos también es compañía malamañada, pero da la sensación de que podría pactar con el PSOE… si este cambia; o sea, si se hace de izquierdas, como le exige Iglesias. Total: que el mejor colocado, con más capacidad de maniobra es Ciudadanos. El pragmatismo centrista tiene eso de permitir andar por todas las orillas y solventar situaciones como la que comenzaremos a vislumbrar el lunes 21.

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