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El “universo simbólico” del pleitismo, madre

En la imagen, de izquierda a derecha, los presidentes de los Cabildos insulares de: Lanzarote, Pedro San Ginés; La Gomera, Casimiro Curbelo; Fuerteventura, Marcial Morales; Tenerife, Carlos Alonso; El Hierro, Belén Allende y La Palma, Anselmo Pestana. (Efe/Ramón de la Rocha)

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

Alfonso González Jerez publicó los pasados 16 y 17 de octubre, en La Provincia, una serie de dos artículos sobre “El fantasma del pleitismo”. Con los que estoy en general de acuerdo, aunque no con que me atribuya, en base a un artículo mío en Canarias Ahora, la aplicación de la lacra pleitista como “concepto capaz de definir todavía la realidad de las relaciones de poder en Canarias”. Al tratarse de un colega de mi mayor estimación como columnista presente en mis lecturas diarias, debe verse en las líneas que siguen unas consideraciones que nada tienen que ver con discrepancias irreductibles sino que responden, más bien, a diferencias generacionales y de experiencia vital.

Para empezar, diréles que siempre consideré el pleito una pugna de intereses entre la oligarquía y la burguesía santacrucera y sus equivalentes de la ciudad de Las Palmas. Una lucha que utilizó a otros estamentos sociales como comparsas. Con poblaciones en la miseria, de las que el 90% carecía de derechos civiles y políticos y con unos índices de analfabetismo pavorosos poco podía esperarse. En rápida síntesis: la oligarquía santacrucera quería conservar a toda costa la capitalidad de la entonces Provincia única y sus adherencias, que eran un magnífico negocio, para lo que contaba con el respaldo de los capitanes generales; mientras, sus equivalentes de Las Palmas, ciudad, trataron de arrebatarles el chollo de la capitalidad hasta que, a mediados del siglo XIX, visto que no había modo, comenzaron a reclamar la creación de una segunda provincia con Gran Canaria y las dos islas orientales de Lanzarote y Fuerteventura. O sea, ya que no conseguían hacerse con todo el pastel, propusieron repartírselo.

Este es el esquema conceptual al que González Jerez niega validez actual. Debe haberle confundido cuanto ha llovido desde que las Cortes de Cádiz institucionalizaron el conflicto. Yo creo que el paso del tiempo solo ha afectado a la forma por cuanto el fondo sigue siendo el mismo: los negocios. Aunque puede ser leyenda urbana, lo cierto es que el Gobierno de CC (más un invitado) no tiene problemas con el empresariado grancanario al que complace en sus aspiraciones para que no financie rebeliones, según sospechan los peor pensados. Pero estaba yo con la forma y el fondo y a eso voy.

Si en lo antiguo, los caciques de turno colocaban en los cargos a sus entrenados y ordenaba a sus dependientes manifestarse contra Las Palmas o Santa Cruz, según donde les cogiera la marea, no puede decirse que las cosas hayan cambiado sustancialmente; no es posible soslayar que siguen existiendo intereses que determinan candidaturas, financian partidos, presionan a los medios informativos para que cierren la boca o despidan a periodistas malquistos. El recurso a los tribunales en defensa del honor es frecuente y los hay que, además de la rectificación y de la indemnización en cuantía que sobrevalora el honor del ofendido, añaden la petición para el escribidor díscolo de penas de prisión; lo que pone de manifiesto la concepción fascista de la Justicia como venganza e instrumento político para acabar con el incordio. Mucho sabemos en Canarias Ahora de esos manejos y de los reparos de tantos jueces canarios para actuar contra ellos.

Creo, eso sí, que el pleitismo anda de capa caída; pero no afirmaría que esté muerto. En esto de anticipar defunciones, traigo a colación a cierto personaje de tierra adentro muy vivida, de virginio duro, cachorro, naife a la cintura trabado en la faja riñonera y demás atributos camponeses; como si fuera un político de romería. El hombre no creía que Franco hubiera abicado, a pesar de los periódicos, los telediarios, noticiarios radiofónicos, etcétera. No se bajaba del burro, no sé si temeroso o esperanzado de que fuera cierto el bulo de que el dictador tenía un doble al que tocó varar de pico como último servicio al dictador, al que suponía oculto y tomando buena nota de quienes celebraran su muerte fingida. Hasta que un día, cansado de mi insistencia no desprovista de sorna, me encaró:

-Don José, yo mucho que lo siento, pero no me creeré que está muerto hasta que jieda –dijo. Hubiera hecho, seguro, las delicias del García Márquez de El otoño del patriarca, publicado el mismo año que dejó Él de estar entre nosotros.

El retroceso, que no muerte, del pleitismo comenzó, a mi entender con la movilización tinerfeña contra la creación de la Universidad de Las Palmas. Llegó entonces el pleito al absurdo máximo. Culminó la campaña, recuerden, la multitudinaria manifestación del “todo Tenerife” encabezada por sus élites políticas, económicas, culturales, académicas, etcétera. Los promotores engañaron a la gente con males sin cuento si los “perversos canariones” se salían con la suya. Había, aseguraron, una conjura de Las Palmas para cerrar la Universidad de La Laguna; y en eso estaba, cómo no, El Día metiendo fuego. Llegó el matutino a extremos alucinantes que mantuvo hasta ayer mismo. Dado que han pasado los años sin que la Universidad de Las Palmas provocara los tremendos males anunciados, cabe pensar que se abrió paso el sentido común y un sentimiento de vergüenza para los canarios de las siete islas por aquel acontecimiento. Tanto despropósito castigó, sin duda, al pleitismo, pero no creo realista afirmar que un eventual revival pleitista menos loquinario no sobreviviría ni lo tolerarían “los electores, ni las élites empresariales, ni la aristocracia funcionarial”, como aventura González Jerez. Quien, sin embargo, alivia su categórica afirmación añadiendo que “esto no significa que no pueda practicarse el ventajismo puntual, el abuso esquinado, el patrioterismo de campanario. Pero no el pleitismo”.

Algo de eso, ya ven, pensaba yo a principios de los 70 del siglo pasado, cuando colaboraba en el semanario Sansofé. Escribí por entonces un artículo titulado La División de la Provincia, error histórico, que algunos en Tenerife interpretaron como defensa de sus tesis de unidad provincial con capital en Santa Cruz desde las trincheras canarionas. En realidad, el error a que me refería no era la División en sí sino lo que representaba como expresión de la incapacidad de la sociedad canaria para dotarse de instituciones adecuadas. Un fracaso histórico no reconocido y mucho menos asimilado. En lugar de buscarle, al menos proponer, la salida de eliminar la Provincia poniendo en piedras de ocho la autonomía de Canarias unida como región equilibrada fueron a una segunda Provincia que, si bien pudo satisfacer a los divisionistas grancanarios, que se sacudieron las constantes injerencias tinerfeñas, instaló en Tenerife el resquemor que ahí sigue y dejó colgadas a las islas no capitalinas, entonces llamadas “menores”. De las que, paradójicamente, había surgido la iniciativa que cuajó por último en la ley de Cabildos de 1912, el único intento legislativo de acabar con el pleito, ya centenario en aquella época.

No era la ley de 1912 la solución acabada, pero apuntaba en la buena dirección, como indicara Alejandro Nieto, que fuera catedrático de Derecho Administrativo de La Laguna, emérito de la Complutense, presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y Premio Nacional de Ensayo, entre otras cosas. La ley fue de las primeras concreciones legislativas de las tesis autonomistas de principios del siglo XX, pero no interesó a los unionistas tinerfeños ni a los divisionistas grancanarios; a pesar de que los primeros espadas de la vida política española habían detectado ya, como Romanones, Maura y Canalejas que el origen de la cuestión canaria era la Provincia en cuanto institución centralista, completamente inadecuada para un conjunto de islas de intereses diferentes que quedaban a merced de las conveniencias de la que detentara la capitalidad. Las terribles talas de los bosques grancanarios, mantenidas durante años por la Provincia, que almacenaba la madera para su comercialización en almacenes tinerfeños; o el desvío de los dineros destinados a reforzar las fortificaciones grancanarias a la construcción de paseos urbanos en Santa Cruz, da idea de hasta donde puede llegarse con un régimen de esas características. Como siempre, tras el lenguaje político patriotero se adivinan los intereses, los porcentajes a repartir y las expectativas de negocios necesitados de la “comprensión” gubernamental.

Sansofé apostaba ya a principios de los años 70 por una reforma política en sentido autonómico que completara el REF. Lo hacía por ganas de molestar porque bajo el franquismo no había la menor posibilidad. La autonomía llegó tras la muerte de Franco inducida desde las comunidades peninsulares. El desconocimiento, la falta de reflexión, la ignorancia histórica del grueso de la dirigencia canaria la llevaron a aceptar una autonomía a imagen de las peninsulares, encabezada por un Gobierno que nada tenía que ver con las tradiciones canarias y se diseñó absolutamente empapado del espíritu centralista de la Provincia. En Tenerife surgiría pronto ATI para defender la isla de la hegemonía grancanaria, que daban por descontada. Pero no tardarían los áticos en comprender que el camino para colmar sus aspiraciones era ganar posiciones alineando, junto a los odiados grancanarios, a los tinerfeños tibios que no respetaran la doble consigna de “al canarión ni agua, con el canarión ni a misa”. El último de los tinerfeños marcado fue Paulino Rivero. Aclararé que nunca fue santo de mi devoción y no creo que él le tuviera mucha a los grancanarios, pero molestaba al Gotha santacrucero que no soporta a los advenedizos, algo que conocerá González Jerez mejor que yo. Acusarlo de favorecer a los canariones, como hizo El Día hasta la extenuación, indicó, a mi entender, la eficacia del anatema.

No advirtió González Jerez que no aludo en mi artículo de Canarias Ahora al pleito sino a situaciones y actuaciones que considero “ventajistas” y “abusivas”, por emplear sus mismos calificativos. Creo que lo superó su deseo de cerrar la etapa pleitista, impaciencia que entiendo pues yo cometí el mismo error de apreciación hace cuarenta años. Pienso, repito, que la virulencia del conflicto ha remitido, pero donde hubo siempre queda y no estoy convencido de que el pleitismo esté definitivamente enterrado. Entre otras cosas porque no es asunto que se haya debatido nunca en lo que tiene de manifestación ideológica conservadora. En realidad no se ha pasado de las imputaciones de una isla a la de enfrente. Con especial inclinación tinerfeña a ver ganas de pleito en cualquier actitud grancanaria que le incomode.

En este apartado de “abusos” y “ventajismos” recurre González Jerez a la caricatura de lo que llama “universo simbólico periclitado” en el que me sitúa. Según dice, en ese universo se piensa que Tenerife ha conseguido un control casi perfecto de la administración autonómica. Da algunos detalles de “tan divertida como manoseada leyenda” que imagina (o imagino, ya que me mete en el baile) a los áticos reunidos para practicar “ritos macabros” e intercambiar “licencias e inversiones”; en lo que, ya ven, acierta en lo que a mí se refiere solo en un 50%, pues no creo que celebren ritos, aunque algo de intercambio de licencias e inversiones sí que ha habido.

González Jerez recurre en este punto a la ironía y el sarcasmo y aparca sus talentos de escribidor al obviar que es dato de la realidad, no de ningún universo raro, la percepción generalizada en Gran Canaria de que las Consejerías que le tocaron en el ridículo reparto de sedes han acabado de hecho en Santa Cruz. Un reparto al que debe añadirse la pinturera bicapitalidad viajera cada cuatro años y la alternancia cuatrienal del presidente autonómico según isla de procedencia. Por cierto, que todavía no sé a qué ciudad le toca en esta legislatura el honor. He preguntado a varias personas en plan sondeo y ninguna estaba segura de si le tocaba a Las Palmas o a Santa Cruz. Nada de esto pertenece al mundo de la leyenda. Debería valorar el colega y sin embargo no enemigo que nadie se haya alzado en Gran Canaria contra la situación, a pesar de ser consciente de ella; hasta el punto de que continúa la concentración de sedes y competencias en Santa Cruz y que con el mismo sentimiento de impunidad se eliminó la alternancia de los presidentes al punto de que se han atrevido en esta legislatura a colocar una vicepresidenta tinerfeña. Deben creer que nadie se ha dado cuenta. Y me apresuro a aclarar que no reivindico nada de eso sino que me limito a señalar disposiciones, ridículas, cocinadas por ellos y por ellos mismos incumplidas. Tengo curiosidad por saber qué ocurrirá con la papafritada de la capitalidad compartida o bicapitalidad: de momento no la han tocado pero hablan menos de ella y cada vez son más las publicaciones peninsulares que hacen de Santa Cruz la capital única con lo que ya saben lo que hay. Insistiré en que nada de eso me conmueve más allá del lógico interés entomológico. Tampoco repara el articulista en que en el “universo simbólico” de que habla no ha prosperado ninguno de los varios intentos de promover en Gran Canaria partidos insularistas de corte ático. No sé si su categórico rechazo en las urnas tiene alcance simbólico; no advierte, González Jerez, en fin, que hay en Gran Canaria un pasotismo que la coloca al margen del rollo autonómico que, a mi entender, ya ha fracasado en su actual concepción. O digo, desde luego que eso sea bueno pero tampoco lo critico porque yo mismo no puedo evitar sentirme ajeno a esta historia.

Llego, por fin, al asunto que motivó la alusión de González Jerez a mi artículo, es decir, las carreteras. No merece la pena que me extienda en cuestión tan de campanario. Solo subrayaré que Fernando Clavijo respaldó que Carlos Alonso, presidente del Cabildo tinerfeño, se plantara en Madrid a pedir cuartos por libre para Tenerife, rompiendo el acuerdo de los Cabildos de actuar unidos y de común acuerdo frente al Estado. Aparte de no respetar el acuerdo existe la posibilidad de que el dinero de más que el Estado consigne a Tenerife los cargue a la bolsa común, lo que podría suponer un recorte de las cantidades asignadas a las restantes islas. Los tinerfeños aseguran que eso no ocurrirá, por lo que ya veremos. Pero lo que llama de verdad la atención es que se justifique la iniciativa de Carlos Alonso porque es su obligación defender a la isla que le paga, lo que hace que cuente con el apoyo incondicional del presidente Clavijo; el mismo Clavijo que acusa a Antonio Morales, presidente del Cabildo grancanario, de insularista pleitero e insolidario por solicitar, en defensa también de su isla, transparencia, cuentas claras y renuncia a los ventajismos. Salvando las distancias ocurre como en los tribunales de Franco en que se procesaba y fusilaba a los defensores de la República como reos de “rebelión militar”.

Lo de las carreteras se llevó a la FECAI donde los cinco cabildos no capitalinos votaron, junto a Tenerife, a favor de Alonso con lo que Morales se quedó solo con lo puesto. Recuerdo que hace unos años, con Adán Martín de presidente del Gobierno, hubo controversia en relación al reparto de dineros para transportes que envió a la FECAI para que la zanjara. Tenerife había quedado como estaba, con la misma cantidad que el año anterior y las cinco islas no capitalinas vieron incrementadas las suyas en una cuantía que, sumada, equivalía a la reducción paralela que sufrió Gran Canaria. La FECAI sometió el reparto a votación, que ganaron Tenerife y las cinco frente a Gran Canaria. Más o menos la misma situación que con las carreteras con igual resultado de aplastamiento de las propuestas grancanarias. Que cada cual saque sus conclusiones teniendo en cuenta, eso sí, que la FECAI no es un órgano autonómico por lo que resulta cuando menos discutible que con sus votos decida el sentido de las decisiones del Gobierno.

Y como no hay dos sin tres, la cuestión del reparto de los dineros del Impuesto de Tráfico de Empresas (ITE), casi un calco de los casos anteriores. Hay 160 millones futuribles del desaparecido Impuesto de Tráfico de empresas que el Gobierno de Clavijo quiere distribuir mediante el criterio de triple paridad previsto en el Estatuto a efectos de igualar el número de representantes parlamentarios, que no la representatividad. Tanto Morales como los demás partidos, algún sindicato, etcétera, no están de acuerdo con que se aplique la triple paridad pero la FECAI, el presidente Clavijo, Carlos Alonso y los cinco cabildos están por la triple paridad por lo que Morales y el Cabildo de Gran Canaria volverán a salir descalabrados. La aplicación de este criterio, ya saben, hace que a 1.700.000 habitantes de Tenerife y Gran Canaria le toque la mitad del dinero y que la otra mitad sea para los 300.000 que suman las cinco no capitalinas. No deja de ser significativo que vuelva el Gobierno a estar del lado de estas islas que de tanto le han servido para desactivar las posiciones grancanarias. No puedo asegurar que anden conchabadas porque no he visto el contrato pero parecerlo bien que lo parece.

Acabaré pidiendo excusas por ocuparme de asuntos que aburren a las ovejas por previsibles y repetitivos.

La desprotección de Soria

Soria va a terminar como Estévanez, añorando la dulce sombra del almendro que en su caso sería la de determinados jueces. Tantas veces en los últimos años me he referido a la estela de sus asuntos dudosos que los dejaré estar, que ya se encarga de ellos Carlos Sosa, sufrido donde los haya en sus carnes de la vengativa perversidad del muy ministro que no ha podido, a pesar de sus fanfarronadas y reiterados abusos de poder, ahogar a Canarias Ahora.

Había logrado Soria al subirse al Ministerio engañar a los peninsulares, no tanto por su capacidad de persuasión sino por lo poco que pesa Canarias en la opinión metropolitana. Pero sabíamos que tarde o temprano se enterarían de la joya que se llevaron para allá, como ha ocurrido. Las críticas a su gestión se han generalizado tanto como las situaciones ridículas como la provocada con la crisis de Volkswagen. Era de imaginar que tarde o temprano lo perdería su propensión a gorronear. Y acaba de ocurrirle con su estancia en el hotel Breathless, de Punta Cana, en la República Dominicana. Soria aseguró haber pagado de su bolsillo 14.341 pesos dominicanos, unos 283 euros por dos noches cuando, en realidad, estuvo cuatro. Y además en una suite que cuesta de 1.300 euros noche para arriba. La suite incluye dormitorio, salón, comedor, cocina, baño con jacuzzi, terraza frente al mar con otro jacuzzi y mayordomo privado. Soria, habrá que recordarlo, es titular de Industria pero también de Turismo por lo que debería tener más cuidado. Porque quien lo invitó a Punta Cana fue su propietario, el empresario lanzaroteño Enrique Martinón que es, también, dueño del hotel conejero en el que, a pesar de ser ilegal para la Justicia, miren por donde, veranea el muy ministro desde hace cuatro años. Para que se hagan una idea, el alcalde que dio el permiso de construcción está en la cárcel. Solo en este país se tolera que el ministro de Turismo se aloje en hoteles ilegales y reciba obsequios, bien sea invitaciones a hoteles de lujo, bien para viajes en jet privado, como en el caso Salmón. Este último, recordarán, llegó a juicio pero sin consecuencias porque la jueza estimó que el jet iba a volar de todas maneras, con Soria o sin Soria. Gracias a Dios no tenía su día bueno y no se le ocurrió reforzar su razonamiento con que, después de todo, el muy ministro le ahorró al erario público el dinero del billete.

El caso es que Soria llega al fin de la legislatura mayormente machacadito por su mala cabeza. Tiene todos los boletos para ser un candidato poco deseable para las elecciones de diciembre. Todavía no se ha confirmado oficialmente su presentación, pero de producirse el anuncio, hemos de convenir que el PP carece de fondo de armario. Sin hablar de cuanta cara se necesita para volver a presentarse con semejante bagaje lo que resulta, sin más aditivos, tratar a los electores como pollabobas.

Aznar contra Rajoy

Como no estoy impuesto en las cosas del PP, me siento incapaz de entender las embestidas de Aznar contra Rajoy. Salvo, claro, que lo imagine en el sillón del psiquiatra. Pero sin llegar a eso, podría entenderse que su poderoso ego le llevó a designar sucesor a Mariano Rajoy porque el otro posible era Rodrigo Rato, mucho menos anodino. Debió pensar que con él le sería más fácil regresar a primera fila cuando el país clamara por su presencia salvadora; a pesar de que fue su política económica de aliento a la especulación urbanística uno de los factores que agravaron la crisis española. Rato hubiera sido más duro de pelar para él así que se inclinó por Rajoy.

El caso es que Aznar no para de poner tibio a Rajoy. Entre otras cosas, por su mala gestión del tema catalán con la que, en honor a la verdad, no hizo sino seguir con la línea de Una, Grande, Libre del PP poco consciente de que Él no volverá. Hay más cosas pero me paro en lo de Cataluña porque, desde dentro del PP, quienes han hecho depender su suerte de la de Rajoy recuerdan el pacto del Majestic barcelonés de Aznar con Jordi Pujol que le permitió llegar a La Moncloa a cambio de una serie de concesiones económicas que, según todos los indicios, Pujol aprovechó bien; incluso para nutrir el legado de su padre. El pacto, por cierto, fue muñido por Rodrigo Rato. Asimismo han puesto en circulación las relaciones de Aznar con Francisco Correa y sus empresas que se remonta a la boda de su hija en El Escorial con un alarde de cutrería real que tira de espaldas. Los hay que señalan aquella boda como punto de partida del caso Gürtel.

Es curioso que un partido, que siempre ha presumido de ser un bloque compacto, que actúa y vota como un solo hombre diga ahora que se trata de contrastes de posturas que refleja rica diversidad de opiniones. Pero ellos son así.

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