Historias de pobreza en La Gomera antes de la Guerra Civil

Campesinas gomeras. Detalle de una cromofotografía de António Passaporte (1927-1934). Fototeca Nacional.

Pablo Jerez Sabater

San Sebastián de La Gomera —

Hoy se celebra el Día Internacional de las Mujeres Rurales. Recuerda la ONU que la Asamblea quiso reconocer “la función y contribución decisivas de la mujer rural, incluida la mujer indígena, en la promoción del desarrollo agrícola y rural, la mejora de la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza rural”. De manera sencilla y a modo de homenaje, me remontaré a una situación social difícil y comprometida para la mujer gomera en los albores de la Guerra Civil. Una sociedad de hombres y para hombres, a través de un relato que, más que ficción, es pura realidad.

La situación de la clase obrera en Canarias a principios de los años treinta era singularmente difícil. En aquel contexto surgió el semanario palmero Espartaco, donde se recogían diversos artículos escritos por féminas en los años previos a la Guerra Civil, aportando una radiografía precisa de la situación de la mujer canaria de familia obrera o campesina en unos momentos en los que a la discriminación de clase se sumaba, sin duda, la discriminación de género.

Reproducimos a continuación un pequeño relato sobre una niña gomera publicado en el número 188 de la citada publicación el 31 de marzo de 1934.

La pequeña gomera

Había llegado la respuesta de los parientes Admitían a la pequeña puesto que ya “podía hacer un mandado”… Y la pobre madre tragándose las lágrimas metió un día a la rapazuela en un correillo… Desde la borda vio la niña con ojos espantados cómo la figura de la madre, con un hermanillo en brazos y otro cogido a las faldas, se iba empequeñeciendo, borrando… Era pues verdad. Ella se iba solita, no sabía dónde, y la madre y los hermanitos se quedaban y ella no les vería, no jugaría con ellos… ¡Era verdad!

La madre se lo había explicado balbuciente. Faltaba el pan en la casa; no podía darle de comer; antes que morirse de hambre junto a ella que se fuera donde le dieran un mendrugo. Era preciso, no había otro remedio. Siquiera que ella pudiera comer porque madre no tenía. Todo eso le había dicho la madre, y ahora ella estaba sola en aquél vaporcillo en medio del mar… y madre ya no se veía. Se echó a llorar desolada sin hacer mucho ruido, con un mundo de pena de su alma infantil… Lágrimas, muchas lágrimas silenciosas de una pena muy grande que no cabían en aquel pequeño cuerpo desmedrado y raquítico que había sufrido el hambre antes de nacer.

“La pequeña ya podía hacer un mandado”… La levantaban a las cinco de la mañana y estaba mucho rato acarreando agua. ¿Cómo tanta agua necesitaban en aquella casa? No parecía que acababa nunca. Después había que ir por compra diaria; después barrer, recados… la pequeña figura se movía sin cesar de la mañana a la noche. Daba pena verla con su carita envejecida en aquel cuerpecillo débil.

Si el día era malo con tanto ajetreo, la noche era peor. Se echaba a dormir sobre el duro suelo y lloraba mucho, mucho, “Madre, pero madre dónde está. Yo quiero ver a mi madre”, repetía muchas veces, muy bajito, llorando sin hacer ruido…

¡Pobre criaturilla! No se hizo para ti el pan abundante, ni la casa buena con cariño de madre, ni la escuela alegre, ni los juguetes tentadores. Para ti, no hay…

Pero nadie se entera de tu pena: ¡Eres tan poquita cosa! Nadie, nadie se entera… Una niña pequeñita, mísera, triste y lejos de su madre… ¡Bah! ¡Qué cosa más cursi y más vulgar después de todo!

Más si un día en tu isla la miseria y el sufrimiento hacen Hermigua; si un día las madres de La Gomera en lugar de mandar a sus pequeñuelos por el mundo a llorar a solas rabian, gritan, matan y destrozan, entonces todos se enteran; la jauría de los que tienen el estómago lleno, todas sus necesidades y lujos cubiertos, se desgañita acusando a los perturbadores que vienen a sembrar el descontento entre los campesinos que hasta ahora han callado su hambre, pidiendo “mano dura” y condenas bárbaras para los que la desesperación ha vuelto locos…

Hambre y miseria, incomprensión y dureza; guardia civil por todas partes… Así anda ello, gomerita de mi cuento; así anda ello…

Sara Pérez García, 1934.

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