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‘El Ángel Pelirrojo’

Miguel Jiménez Amaro

Maguisa, La Mistola, La Hermana de La Rubia Estanquera, Ninnette y Lissette; Las Cinco, habían quedado en verse a las cinco de la mañana en Casa Katia, donde Fellini tocaba al piano canciones de Nino Rota. El Chivato Tántrico acababa de irse. Les dijo a ellas cinco que a primera hora las recogía en Los Cancajos para luego ir a recibir a las gabachas al muelle. Manolo dijo que se tenía que ir, porque aunque había roto la amistad con Salvador Dalí, este le seguía encargando puros y tenía que acabarlos al día siguiente. Constantine quiso darse una vuelta por los alrededores  de la casa de Helena. Miguel tenía que hacer reparto a primera hora. El Inductor, apesadumbrado porque no encontraba aún una fecha para el crimen, fue el siguiente en salir, después de Miguel. El Cura de Las Nieves, que se sintió atraído por la armonía que rezaban aquellos herejes, hasta el punto de que acabó cenando con ellos y más tarde bajando a Casa Katia, tenía que irse porque daba misa temprano; antes había quedado con El Chivato Tántrico, del que quedó impresionado, para verse otro día. Fellini seguía tocando a Nino Rota.

Ninnette y Lissette le comentaron a Fellini que las acompañara hasta la playa del Túnel, donde habían estado jugando unas noches antes con él, y le pidieron el favor de que les llevase la ropa de Las Cinco a la vieja playa de Los Cancajos, a donde irían nadando, y luego harían unos ejercicios meditativos. Fellini llamó por teléfono a Nelson Niño Bueno que lo vino a buscar, para meter la ropa dentro del coche y acercarlo a la playa.

Fellini escuchó música de Marlenne Dietrich, de la película El Ángel,  nada más bajarse del coche, que provenía del kiosco El Ancla. En la parte privada, había una fiesta en la que estaban, entre otros, Gunther y aquel militar retirado, eunuco, que llevaba por bigotito una carrera de hormigas franquistas, aquel que diría, por envidia, que Gunther fue quien asesinó a Helena.

Gunther había salido un momento a la playa cuando vio que Fellini llegaba cargado de ropa de mujer. Las Cinco estaban bordeando la orilla de la playa, salían de ella con más erotismo, con mas sensualidad que Ursula Andress cuando surgió del agua en la histórica escena de James Bond 007, pero sin bikini, y solo para sus ojos, los de Fellini y Gunther. Les dejaron la ropa, que no usarían hasta después de la meditación, y Gunther se llevó a Fellini a la fiesta.

Ninnette y Lissette formaron con ellas una estrella de cinco puntos. Se encargaron de indicarles la postura que debían de mantener, las visualizaciones y mantras que tenían que repetir, pero de esto no se puede hablar sino con iniciados. Lo que se  os puede decir es que aquella estrella formada por ellas cinco desapareció de la geografía de la playa y se fue a la del universo, donde recibieron el conocimiento que precisaban.

Gunther presentó a Fellini entre sus amigos, que lo cosieron, con cariño, a preguntas sobre sus películas, mientras bebían Cava Integral de Llopart. Sonó El tiempo pasará de Casablanca. Sigrid quiso bailar esa pieza con Fellini. Fellini, tanto como ella, ardía en deseos de bailar juntos. Se habían sentido atraídos. Después de bailar salieron a la playa, se bañaron por el mismo lado en que  habían surgido Las Cinco. De ellas solo quedaba la ropa, seguían por el cielo. Fellini y Sigrid estuvieron hablando el resto de la madrugada, hasta que llegó El Chivato Tántrico y Las Cinco regresaron de su viaje estelar.

Sigrid era pelirroja, pecosa, de ojos azules, guapa, dulce, de tez muy blanca, elegante, y tenía una bondad y alegría interior que no cabían en su cuerpo. Solía llevar un traje a la altura de la minifalda del mismo color que su pelo rojo. Había llegado a la isla para vivir en ella, creyendo que iba a encontrar su gran amor, y la isla acabó devorándola. Fellini tuvo el presentimiento de que en el cuerpo de Sigrid se estaba cocinando una tragedia inevitable, al igual que ocurrió con Cabiria.

Sigrid se había enamorado de un hombre casado, con familia. El hombre, un arquitecto catalán, acabó poniendo tierra de por medio, por la presión de su mujer y sus hijos, abandonándola. Sigrid no lo soportó. Perdió el norte. Se refugió en la bebida y acabó vendiendo su cuerpo a cualquier hijo de puta (y perdónenme  por escribir esta palabrota, pero la puedo decir, porque tuve la suerte de conocer al Ángel Pelirrojo) que le diese unas botellas de alcohol. Sigrid tuvo que dejar de dar clases particulares de inglés, había sido profesora de Miguel. Su familia vendría desde Alemania a buscarla, para llevársela e ingresarla en una clínica de desintoxicación, de la que solo pudo salir con los pies por delante.

Miguel recuerda la última vez que la vio, en el Bar Central, bebiendo, y los taxistas disputándosela por unas botellas. Uno de aquellos personajes era un ser repugnante que salía de los zaguanes de las casas haciendo gestos de limpiarse la boca y abrocharse la bragueta. Miguel recuerda la tristeza que le dio ver a Sigrid en aquellas condiciones y cercada por hienas. Y recuerda también la vergüenza que ella sintió cuando se dio cuenta de que él, alumno querido suyo, la estaba mirando con una tristeza que no se le ha ido aún.    

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