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Añorando a George W. Bush

Luis Miguel Castillo Rodríguez

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Ya, el artículo, de entrada, puede parecer una burla, pero no lo es. Hay motivos para echar en falta a Bush, aunque seguramente los que yo esgrimo no son los mismos que otras personas que le echarán de menos, ya sean estadounidenses integristas o expresidentes de bigote y acento chulesco. A Bush se le puede añorar porque actuaba con la verdad, porque iba de cara, jamás ocultó su repudio al mundo árabe y al resto del mundo que existe más allá de la frontera americana, ni su ansia de control planetario, ni su ignorancia manifiesta. Con él se sabía lo que se podía esperar, que era verle hacer malabares con los conflictos mundiales que a él se le escapaban, así con mucho acierto lo bautizó Hugo Chávez como 'Mr. Danger', y no se equivocaba. A Bush le sucede un Obama sonriente que le dice al mundo que sí, que “Yes, we can”, y su amabilidad y negritud actúan como salvoconducto para seguir exactamente la misma política militar que siempre ha mantenido Estados Unidos desde que el mundo es mundo visto desde Washington. Y Obama recibe el premio Nobel de la Paz sin saber muy bien el porqué, y se abre un futuro de hermanamiento mundial que todavía hay quien se cree desde esta candidez infantil que padecen las sociedades modernas. El gobierno norteamericano sigue siendo el perejil de todas las salsas, y su ejército está siempre ahí para asegurar el control de Occidente sobre el planeta, sobre todo sobre los países árabes. Bush no tenía reparos en señalar, invadir y saquear ante los focos del mundo, Obama lo hace con más elegancia, pero igual mueve los peones en Libia y Siria, que designa ministros en Irak, que condena la legítima defensa popular, que promueve escandalosas leyes contra la inmigración. El mismo perro con otro collar, “Yes, we can”, y el globo sigue girando. Últimamente anda a vueltas con que Hamás rompe las treguas establecidas con Israel, y lo condenable de esa actitud, conminando a las dos partes a sentarse a hablar y arreglarse como dos niños que se enfadan en el patio de un colegio, como si el permanente conflicto árabe-israelí comenzado en 1948 por designio de la ONU para colocar una reina en el ajedrez de los países musulmanes fuese una menudencia que se soluciona sola. Por suerte hay una masa creciente que se cree cada vez menos el eufemismo que llama “combates” a un genocidio magistralmente orquestado contra el pueblo palestino y alza la voz contra las masacres. Claro, esto pasa aquí, la sociedad norteamericana opina que sí, que los árabes son la encarnación del mal y hay que erradicarlos, por eso nunca elegirán un presidente diferente en lo que respecta al control militar del planeta, por eso ni siquiera surgirán futuribles candidatos con un discurso antiimperialistas. El caso de Gaza es tremendamente ilustrativo, qué otro país que no fuese Israel podría bombardear alegremente a un pueblo sin que la Casa Blanca lanzase anuncios altisonantes de pacificación. Pero aquí Obama hace mutis y se pronuncia con más fuerza por la muerte de un periodista estadounidense que por la destrucción de un hospital lleno de palestinos y palestinas que no saben dónde buscar refugio. Claro, todas las vidas no valen lo mismo. Obama juega a que no sabe que Gaza es un territorio cercado, bloqueado y militarizado, y lanza la ilusión de que asistimos a una guerra entre iguales, como si Palestina no fuera un país ocupado por uno de los ejércitos más potentes del mundo e Israel no gozara de la connivencia de Europa y Estados Unidos. Por eso puede echar de menos a Bush, porque no era hipócrita, y por supuesto que jamás iba a tratar de solucionar los problemas territoriales que mantienen sin Estado al palestino o al kurdo, pero Obama tampoco lo hará. Por cierto, tras tanta promesa, Guantánamo sigue abierta.

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