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Berto y Toño

Juan Capote

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Conocí al Dr. Norberto Batista cuando llegué por primera vez a mi colegio mayor. Se encontraba entre el grupo de privilegiados estudiantes quienes ya habían alcanzado las últimas asignaturas de la carrera. En aquella época no se podía permanecer en el colegio si no pasabas de curso, así que todos eran buenos universitarios, a quienes respetábamos y admirábamos de manera diversa. En esta variabilidad Norberto se encontraba en el rango superior: era serio, ecuánime y muy consecuente con sus ideas. El hecho de que no perteneciera al grupo de cafres, con el que yo me identificaba, no le restaba valor en nuestra estima.

Después de licenciarse, Berto optó por la comprometida especialidad de oncología, donde no tardaría en destacar. Por desgracia, a estas alturas de la vida, varias de mis amistades y algún familiar, han tenido que pasar por un tratamiento oncológico, por lo que, irremediablemente, he tenido constancia personal del quehacer del médico y, por otra parte, también he asistido a alguna de sus conferencias. No me voy a detener en sus éxitos personales porque recientemente han sido señalados por la prensa. Son otras cosas, desconocidas por la mayoría, las que siguen despertando en mí esa admiración de estudiante universitario. Norberto, muchos años después sigue fiel a sus principios y a su tierra. Con su prestigio podría acumular riqueza de forma considerable dedicándole más tiempo a la actividad privada. Pero en lugar de eso la ha empleado en estudiar, para beneficio del sector público, y en trabajar su tierra. Con sus propias manos ha levantado las paredes de piedra que separan a los bancales, cultivados de aguacates, colindantes a su propia casa. La tierra para el que la trabaja. Y también he tenido la oportunidad de verlo entrar en la habitación donde yace un paciente. Esa mirada clara y limpia, junto a su palabra suave y sabia, crea la sensación en el enfermo de que por la puerta ha entrado un Arcángel (Supongo que San Miguel, por ser de La Palma)

Al Dr. Antonio Fernández lo conocí en circunstancias inversas: él era un destacado estudiante de veterinaria cuando yo acababa la carrera e hicimos pinitos juntos, en La Palma, donde mi título figuraba y él ponía un saber clínico ausente en mi especialidad de Producción Animal. Pero desde el principio su sólida vocación de patólogo no fue obstáculo para tener una visión mucho más amplia de la importancia y problemática que envolvía a la ganadería canaria. Una visión solidaria y global que pronto lo puso en la tarea de cimentar la Facultad de Veterinaria de la ULPGC, en cuyo proceso de construcción ha sido una figura clave, sin el suficiente reconocimiento público todavía. A Toño me unen además afectos familiares pues he sido cómplice de su padre, desde hace mucho tiempo, con quien comparto afecto y alegría cada vez que coincidimos y nos abrazamos.

Quizás por todos esos lugares comunes, además de por su inteligencia natural, siento que, cuando estoy trabajando con él, conoce mis opiniones antes de que yo las exprese.

Sin duda su trayectoria es muy conocida entre los profesionales, pero puede que muchos palmeros no sepan que él fue, en su momento, el catedrático más joven de España, o que la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria ha alcanzado un gran nivel, en buena parte debido a la labor de su equipo, o que es un hombre de referencia mundial en su especialidad, entre otras cosas. Pero tan importante como eso es su disponibilidad para trabajar a favor de los que más lo necesitan o su generosidad a la hora de entender a quienes han discrepado injustamente con él, como suele ocurrir con todos los que destacan en una actividad.

Hace un año, aproximadamente, escribí en este mismo medio un texto sobre dos grandes amigos: un eminente investigador israelí y un ex luchador, propietario de perros de presa canarios. Decía de ellos que solo tenían en común mi amistad y el año y mes de su muerte. En este caso, por fortuna, no es así: Berto y Toño están vivitos y coleando, con tiempo para seguir beneficiando a nuestra sociedad. Ambos son realmente brillantes y, en el mismo mes y año, al médico se le ha nombrado Hijo Predilecto de La Palma y al veterinario presidente del Comité Científico de la Reserva de la Biosfera, dos reconocimientos del más alto rango que contradicen la frase lo de que “nadie es profeta en su tierra”. Esto deja en un elevado nivel a nuestros dos paisanos, pero también a quienes han tenido la lucidez de nombrarlos.

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