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¡Comen más que Pepín siete Platos!

Miguel Jiménez Amaro

Mikel Norell trajo el cuarto plato, cabrito frito con papas arrugadas, y otras dos botellas más de Mibal Roble. Constantine lo miró como no lo había hecho nunca, lo vio como si en ese mismo momento fuera Mikel ya un actor consagrado, que estaba rodando una escena, sin el previo paso de ir con Maguisa a Roma, a hacer las pruebas en los estudios de cine en los que Fellini trabaja. Lo vio derramando dotes de actor, tal como él estaba derramando, en ese mismo momento, Mibal Roble, dentro de las copas de vino. Constantine siguió mirando, uno por uno, a todos los que estaban sentados en la mesa. Se sentía a él mismo, y a los demás, dentro del metraje de una película. Su gran inteligencia, pasados unos segundos, le dictó que lo que estaba ocurriendo no era otra cosa más que la llamada, el aullido, del celuloide, arte al que estaba, sin excusas, predestinado. Y así se lo hicieron sentir con una mirada cómplice Mikel Norell y Fellini.

Acabaron de comer el cuarto plato. Manolo le pidió a Mikel Norell que pusiera en la mesa los marquesotes que le había traído esa mañana, y preguntó a todos si querían seguir tomando Mibal Roble, o volver a tomar Cava Integral de Llopart. Ninnette y Lissete y El Chivato Tántrico decidieron cambiar a Integral de Llopart, pero antes quisieron tomar una copa de Licor Cacao Pico. Los demás quisieron seguir con Mibal Roble.

A Horacio Película, empleado del Ayuntamiento, que barría El Puente, viendo pasar tantos platos por delante de sus narices, no le quedó más remedio que exclamar: “¡Esta gente del cine come más que Pepín Siete Platos”. Manolo El del Club, que volvía a irse otra vez de la barra, sin pagar el café, fue interrogado por Manolo Garrafón: “¿Qué Manolo, este dónde te lo apunto, en una barra de hielo o en una hoja de brezo?”

Nadie tenía idea de cómo Constantine iba a diseccionar, hacer una autopsia del asesinato que los había traído a todos al Kiosco de Garrafón. Constantine, que empezaba a ser consciente de sus talentos como actor, miró al Asesino, luego al Inductor, y habló como si de una parábola se tratase: “Esta mañana, un buen hombre de La Cuesta, vino a comprar a La Casa de Las Semillas, que está aquí al lado, bajando El Puente, a mano izquierda, unos polvos para matar cucarachas. El señor de la tienda, se levantó y le dio lo que pedía el buen hombre. El buen hombre, le dijo al señor, que esos ya se los había vendido la semana pasada, que si no tenía de otros, que esos ya se los había echado a las cucarachas, y que no mataban. El señor, le preguntó que cómo los aplicaba él. El buen hombre, respondió que esparciéndolos por el suelo. El señor, lo puso al tanto de que así no era como se hacía, que había que coger a las cucarachas una por una, abrirles la boquita, y con una cucharilla de café, darles de comer el veneno; y que si aun así no se morían, había que asesinarlas – Constantine enfatizó lo de asesinarlas- con una chancla”.

El Asesino y El Inductor al acabar de escuchar esta parábola sintieron tanto miedo como El Asesino del Plus Ultra al ser esposado por Constantine en la barra del Quitapenas. Comprendieron el significado de aquella parábola de Constantine al vuelo. Quizás porque El Inductor había estudiado unos años para cura, y El Asesino había sido monaguillo en su parroquia. O quizás por uno de esos misterios de los que la gente más normal que Constantine no tienen electricidad, voltaje, para entenderlos. Lo que sí sabemos cierto, es que El Inductor y El Asesino, se sintieron más esposados que El Asesino del Plus Ultra.

Constantine les dijo al Asesino y al Inductor que siguieran tomando todo el Mibal Roble que quisieran, pero que hasta que él no desenredase el encanto que encerraba aquella parábola, ellos no se podrían levantar de la mesa, ni siquiera para pagar la cuenta. Ellos le preguntaron que si los iba a entregar a la Policía. Les respondió que él advierte el futuro, y los asesinatos que van a ocurrir, pero que él, Constantine, la Policía, y ni siquiera ellos mismos, El Inductor y El Asesino, no pueden evitar que ese asesinato ocurra, y que no muera Helena la de los ojos azulísimos y la piel de bronce.

El Inductor y El Asesino le comentaron que en un principio pensaron en asesinarla obligándola a comer polvos para matar cucarachas, que los iban a comprar en La Casa de Las Semillas, pero que luego pensaron en hacerlo a golpes, con una chancla, tal como él había narrado en su parábola. Le preguntaron cómo era posible que él supiese sus pensamientos.

Constantine encendió un Águila Blanca con otro. Les ofreció uno a cada uno, que aceptaron, y les dio fuego con su mechero Ronson de oro. Pidió cuatro botellas de Mibal Roble, que las estaban necesitando todos, y más Cava Integral de Llopart para Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico. Constantine dio algún detalle más del crimen, como el de que tendría lugar en la bañera de Helena, que sería el mismo día que Fellini regresase a Italia, y que ellos sabrán perfectamente cómo lo harán, aunque será una media chapuza.

Les respondió a la pregunta que le hicieron sobre sus poderes, diciéndoles que todo lo que es Constantine, lo es, por una caída de bicicleta, y que les adelantaba a todos, que este, probablemente vaya a ser su último caso, y que estaba pensando en sepultar a Constantine para dejar nacer al actor que sentía albergar dentro de sí.

La mesa entera se puso en pie para brindar para que ese actor, que no nacerá como un aprendiz, sino como un venerable maestro, alumbre pronto. La mesa entera, excepto El Inductor y El Asesino, que tuvieron que hacerlo sentados por el efecto paralizante, como unas esposas, de la parábola de Constantine, que duró hasta la mañana siguiente, cuando El Inductor sacó la cartera y pidió la cuenta, después de incontables botellas de Mibal Roble y Cava Integral de Llopart.

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