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El Cristo del Clavo

José Guillermo Rodríguez Escudero

Este imponente Cristo Yacente, iconografía surgida en el Barroco, es obra del magistral artista Francisco Palma Burgos (1918-1985). Su primera salida procesional fue el 5 de abril de 1985, acompañado por su artífice en el mismo año de su repentina muerte. 

No es que Paco Palma tuviera excesivos deseos de volver a esculpir más tallas para la Semana Santa, pero ante el compromiso y su amistad con un grupo de peninsulares que convivían simultáneamente en La Palma, tuvo que replantearse su inicial desgana. Tres personas estaban vinculadas con nuestro escultor y fueron quienes recogieron el deseo del párroco de El Salvador de la capital palmera para dotar a la parroquia matriz de un nuevo Cristo Muerto para las solemnidades del Viernes Santo. Estos tres conocidos del maestro fueron: Andrés Moreno Siles (ingeniero jefe del Puerto de Santa Cruz de La Palma), José María Gallo Moya (militar) y Alberto Pérez Benítez (gerente del Parador Nacional de Turismo). Este último fue quien le solicitó directamente la ejecución de la talla como muestra de agradecimiento a los amigos que dejó en la Isla tras su marcha. De esta manera, el malagueño no se pudo negar al ofrecimiento de realizar esta nueva pieza. 

En su residencia de Italia, Paco Palma, según contrato firmado el 22 de octubre de 1983, comenzó a tallar la sorprendente imagen, en madera de cedro, de un tronco de uno de los bosques de la Selva Negra (Alemania).  Destaca su perfecta anatomía musculosa y venaria y una policromía de gran realismo. 

“La gran maestría que se observa en esta obra le sacude su personalidad y ego de artista, sintiéndose nuevamente realizado como escultor”. 

Esta obra fue idea del párroco Manuel González Méndez, ya fallecido. Había sido sufragada con fondos propios de la parroquia Matriz de El Salvador y también por numerosos donativos y limosnas recogidas por los hermanos de túnica Enrique Guillermo Pérez García y Eugenio Carballo Benítez. El coste aproximado ascendía a  dos millones de pesetas. 

El escultor tuvo problemas para acabar su antepenúltima obra, única que no fue tallada en España. Sus quebraderos de cabeza venían motivados a que su taller italiano no contaba con los útiles y herramientas precisos ––como yesos, escayolas, compases–– para ejecutar óptimamente la escultura. Tuvo la necesidad de repetirla dos veces. Es por ello mismo, que el maestro asumió este compromiso con un inusitado interés. Se trataba de un gran reto para el afamado artista. Había desechado el mármol, material que no le permitía perfeccionar los detalles anatómicos, como sí ocurrió con la madera. 

La parroquia tuvo dificultades para sacarla de Italia, lugar donde residía Palma, debido a que era difícil desde allí exportar obras de arte. Finalmente el maletero de una guagua fue la solución para trasladar la pieza. Así, se aprovechó el viaje de unos feligreses de la capital palmera a la ciudad italiana. Este emocionado grupo fue el encargado de trasladar y custodiar la imagen a España en un autobús. También fue el responsable de su posterior facturación en el avión que, desde Barcelona, lo trajo de regreso a la Isla. 

El 14 de septiembre de 1984, Monseñor Romero de Lema, acompañado por varios altos dignatarios de la Iglesia bendijo la conmovedora imagen, de casi dos metros de longitud. La ceremonia tuvo lugar en una iglesia románica, resto de una abadía cisterciense del siglo XIV, en Castel Sant’Elia, provincia italiana de Viterbo. A esta solemne celebración asistió todo el pueblo y sus autoridades.                          

La parte de la imagen que descansa sobre la espalda figura totalmente lisa. Al autor no le gustaba que toda esta zona ––incluido el perizoma o paño de pureza–– fuese plana, tal y como exigía el pedido. Inicialmente se destinaba la imagen al culto, no para ser usada en los traslados procesionales, como posteriormente ocurriría. 

El genial autor  había optado por desplazarse a La Palma para completar el policromado de la imagen en la intimidad. Uno de los secretos mejor guardados del gran Palma Burgos, era, precisamente, su exquisito policromado. No en vano es considerado uno de los mejores policromistas de Europa. 

La denominación de la talla se debe a que sus pies desnudos continúan unidos por un clavo, como si el escultor quisiera indicar “la permanencia de Cristo en la Tierra”. Curiosamente, esta tacha pertenecía a una puerta del Castillo de los Borgia. 

El popularmente conocido como “Señor Muertito” ha tenido otras imágenes, como la de pasta de papel atribuida al Cura Díaz y otra hecha en escayola y en serie en la ciudad gerundense de Olot, hoy en Garafía. Esta última desfiló procesionalmente desde 1948 hasta 1984. La idea que fuera Ezequiel de León el autor de otra talla no prosperó. 

El biógrafo del ilustre escultor andaluz, Felipe Toral Valero, informaba de que “la producción de Palma Burgos abarca cincuenta y cuatro cristos de distintas advocaciones, veinticuatro vírgenes, treinta y tres tronos, treinta y dos retablos y altares de iglesias, once monumentos, ocho sagrarios, doce bustos, además de otras series de figuras menores, restauraciones, bocetos e innumerable cantidad de cuadros. Fue académico numerario de Bellas Artes en Málaga y Roma”. 

Nuestra figura cristológica va transportada a hombros sobre una pesada basa plateada –con largas cuelgas de terciopelo, obra del orfebre lagunero César Molina y estrenadas en 1957. 

Lo precede la Cofradía del Santo Sepulcro, inicialmente hermandad masculina de penitencia —hoy mixta—, que engrandece el instante en el que el Cristo Muerto pasa lenta y majestuosamente ante la triste y respetuosa mirada de la muchedumbre. 

“Su aspecto expresa evidencias del maltrato sufrido, su rostro está hinchado por los golpes, ensangrentado y magullado, sus rodillas rotas por sus muchas caídas en el camino al monte de la Calavera, el corte desgarrador en su costado derecho, sus llagas abiertas son signos del suplicio de la cruz” (Andrés A. Martín). 

Son instantes cargados de profunda emoción. Las lágrimas apenas se pueden contener.

 

BIBLIOGRAFÍA 

COBIELLA CUEVAS, Luis. «Los Motetes de Semana Santa». Programa de Semana Santa, 1997. Excmo. Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma.

FERNÁNDEZ GARCÍA, Alberto-José. «Notas históricas de la Semana Santa en Santa Cruz de La Palma», Diario de Avisos, Santa Cruz de La Palma 26, 27, 28, 29, 30 de marzo y 2, 3, 4, 5, 6, 8 y 9 de abril de 1963.

LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista. Noticias para la Historia de La Palma, La Laguna – Santa Cruz de La Palma, 1975, tomo I.

MARTÍN DÍAZ, Abel. «Nuestro Cristo Yacente», Suspiros de Aliento, Boletín informativo número 1, Cofradía del Santo Sepulcro, Parroquia El Salvador, Cádiz, 2005.

MOZO POLO, Ángel; MARTÍN DÍAZ, Andrés. Suspiros de Aliento. Parroquia de El Salvador, Imprenta Bellido, San Fernando (Cádiz), 2005.

RODRÍGUEZ-LEWIS, J.J. Apuntes sobre la Semana Santa de Santa Cruz de La Palma,  Más Canarias, 2005.

TORAL VALERO, Felipe. Vida y obra de Palma Burgos. El Olivo, Jaén, 2004.

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