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Cuando las ramas se doblan. Manuel Martínez de las Casas

Juan Calero Rodríguez

Quizás sea el poeta más desafortunado de las Islas Afortunadas. Nace en 1881, en el seno de una importante familia de Las Palmas de Gran Canaria, arruinada tras el asesinato de su padre. Emigró a Cuba con veinte años, donde pretendió vivir intensamente su espíritu bohemio. Sus primeras armas en el campo del periodismo las realizó en Nuevo País, de donde pasó a dirigir el diario El Liberal y posteriormente fundó en Holguín la revista Alma Holguinera y el periódico Heraldo de Holguín. Su diario El Localista, fundado en 1929, fue decano de la prensa en Puerto Padre. Fue autor también de la novela La Canalla.

Alguna vez echó la vista atrás para escribir en su poema ‘La calle de San Telmo’ dedicado a su barrio:

Hace ya tiempo que un noble deseo

en pos de otra suerte me alejó de ti;

hace tanto tiempo que ya no te veo,

¡barrio bendecido donde yo nací!

Tras un fracasado matrimonio en la ciudad de Holguín, con escasa formación cultural, extranjero, pobre e incomprendido, anduvo por varias ciudades y pueblos de la antigua provincia oriental.

Amo mis propias penas, mis profundos dolores,

amo el recuerdo amargo de mis viejos amores,

¡llanto hoy de mi existencia, quejas, condenación!

La posterior trágica muerte de su hija, lo sumió en un estado total de aventurero peregrinaje dedicado a la bebida. Precisamente en el soneto ‘Como yo la quería’ dedicado a su hija, escribe:

Con mi risa de padre sonreía,

con mi negro dolor ella lloraba,

con mi amarga canción ella cantaba,

de mi amor sin igual ella vivía.

Su abundante producción literaria, un tanto descuidada e intrascendente, fue publicada en los distintos periódicos y revistas donde intervino.

Navegaba como pez en el soneto. Encontró la poesía en su propia autodestrucción, llegando a mercantilizar sus poemas en forma de elogios a casas comerciales y personas que le ayudaban a subsistir, lo cual mermó sus posibilidades de escritor. El estilo más utilizado en su abundante obra fue la poesía lírica, transmitiendo el desamparo y pesimismo en que vivió; la nostalgia hacia sus seres queridos y su escasa fe cristiana, siendo el licor un tema frecuente.

Como escribiera su compilador, Jaime Suárez Silva:

“Martínez de las Casas pudo haber sido un gran poeta, pero el ambiente maléfico de que se rodeó, ese ambiente aldeano de groseras politiquerías estrechas y viles, lo asesinó; la frivolidad dañina y abyecta, la ignorancia y la carencia de sentido artístico de los ambientes en que vivió, lo estrangularon a la sombra del desprecio y la miseria… la frivolidad de algunos comprovincianos con los que trató y que estaban ocupados en ser serviles y pendencieros, acabó con su don de poeta”.

Murió en Antillas, poblado de la antigua provincia oriental, en 1930.

Su obra se reduce a Preludio (1918) Imprenta El Heraldo, Holguín. Polen (1918) Imprenta el Heraldo, Holguín y Sus mejores poemas (1931) Manzanillo. (Póstumo).

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