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Dos notas antes de empezar un poema

Antonio Arroyo Silva

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El pensamiento es un gran tipo. A veces se asoma a mis noches blancas y me saluda desde lejos. Siento su sonrisa bobalicona debajo del sombrero de ala ancha como si estuviera a punto de sacar su revólver, y yo me digo:“ he visto al Pensamiento como un ser que no me pertenece, que vive en la esquina de al lado y no en mis fueros internos”. Pero ocurre que, en otras ocasiones, me veo a mi mismo hablando con el pensamiento y no soy yo sino la persona que él cree que soy. Hablan de mí, lo noto en sus expresiones susurrantes. De cómo tenía que haber escrito esto o lo otro. De que tenía que haberme quedado entre los dioses del Olimpo y de por qué me entra la ira cada vez que ellos me lanzan el dardo de esta Idea. Ay las ideas, qué bichos más traicioneros. Una vez tuve una idea brillante que se puso en la punta de mis dedos. Escribí sobre ella. Lloré a mares, sentí los maremotos del llanto. Pero, después, tras la calma, todo era mentira. Jamás me había ocurrido nada parecido.

Lo peor de todo es cuando nuestro amigo se pone el apellido paterno: Pensamiento Antropocéntrico. Qué mal suena. Entonces se transforma en un tipo deleznable. Un tipo que todo lo quiere para sí. Y no hay objeto inane o bicho viviente que no quiera habitar. Cuando entra en mi poema corrige la lógica del mismo e implanta la suya. Entonces el poema se marchita, lo mismo que la flor. Lo mismo que este ser que ahora les habla que se aleja de sí para poder ver la realidad tal y cómo es, tal y como dicen que no es.

Me borro de la llamada clase intelectual: de los que lloran a mares y mean libros de tinta, de los que se ríen de los que lloran a mares y de los que mean tinta reciclada. De todos ellos me borro, no quiero ser el resultado de un libro epigrafiable al pie de las páginas del hambre. Yo quiero ser tú.

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Si pudiera abolir el pensamiento o al menos encerrarlo en una caja y echarlo al infinito para que nadie lo encuentre. Si el pensamiento no supiera llamarse pensamiento y ningún maremoto lo llevara al lenguaje y en su nombre no oxidara la vida de todas las palabras y de paso el instante de aquello que transcurre en esa eternidad llamada nunca.

Si en el ámbar halláramos el pensamiento como un mosquito anófeles atrapado en la sed del carbono catorce y pudiéramos ver su ADN, renacería entonces aquella anomalía que llamamos del caos.

Mas si hubiera podido atraparte desde el primer momento que sembraste el rencor y la dicha, si hubiera podido sin más saber que la impotencia inventó una palanca para mover el mundo y desde entonces todo nos gira a fuer de apalancar los objetos para caer al agua y desplazar los ríos, si hubiera podido decirte ni lo pienses antes que me pensara el guiño que le niegas a la vida, la realidad que pierde más allá de su trampa y el garfio innecesario que araña sólo el hueso.

Si al menos fuera aquel que borró el disco duro y buscó la resina de subir la escalera sin la resignación ni el empaque absoluto, yo me iría contigo a tus mares, Pensamiento.

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