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El bibliotecario fiel

Pablo Díaz Cobiella

Mi abuelo me dijo una vez, muchas veces, que expresara para comunicar, no para la victoria o la pérdida sino para hacer sentir la verdadera y difícil intención de descubrirse a pecho abierto, esto es: sin importar el dolor en su oscuro ejercicio de ser o la alegría en cuanto a la inmensidad de la exaltación. Tampoco importa si el mar llega a ser mar, o si las mariposas logran una sinfonía en su vuelo, importa el suceso de comunicar, dulcemente eso ya es mar, eso ya es mariposa y su vuelo.

Recuerdo las dos primeras veces que fui a una biblioteca. Mi padre me llevó en un mismo día a La Cosmológica, que por aquella época se ubicaba debajo de mi casa, y a la antigua biblioguagua. Maravillosa por sí sola, que aún existe en un garaje, llena de polvo y descuidada, que creaba colas inmensas para entrar y que normalmente solía parar en La Alameda. Creo que desde esos dos acontecimientos pude entender la necesidad de poseer comúnmente un espacio de libertad, no con esas palabras, pero me imagino que si en un lugar de mi mente que aún no comprendía pues no sabía lo que era cultura, hoy tampoco lo sé, es muy difícil saberlo, y es mejor no intentarlo, ni literatura ni poesía, era libre en aquel lugar, sin más. Me crié en casa de mis abuelos donde nació y nace una biblioteca fruto de su fe por los libros y el gozo de leer en compañía. Así fui creciendo hasta conocer que se podía, existía la posibilidad de estudiar una carrera universitaria que tuviera que ver con las bibliotecas. Luis alimentó ese encuentro ofreciéndome un Quijote de doscientos años al acabar mis estudios. Mis ojos brillaban en cualquier caso. Así empecé a sentirme bibliotecario.

Todos sabemos de la dificultad para crear, desarrollar y expandir un propósito cultural, una idea social o un proyecto que abarque a un gran número de personas. Mi idea al irme de La Palma, un hecho que es común en los palmeros, es volver. Durante todos esos años fuera imaginé, di forma en mi cabeza, proyecté crear algo nuevo en mi lugar, en ese mismo lugar donde empecé a ilusionarme por este mundo. Y sabía que los cimientos culturales estaban bien arraigados al corazón del palmero, aunque algunos señores y señoras tengan intención de destruirlo, no adrede o planificado, sino que la soberbia que es desconocida en uno mismo, la carrera de fondo por una aceptación social que ocupa el día a día y el sentirse importante en su fachada que creen poderosa, libre de mal y perfecta, cause una destrucción masiva del sentido común, lo que hace, precisamente, que la cultura exista.

No he hecho caso a algunos amigos y familiares que por su preocupación, cariño y deseo de que salga todo bien en mi vida, sin matices y sin importar la forma, me dijeran que mantuviera silencio por eso de que la apariencia y el supuesto bien o mal comportamiento son actos a veces importantes en unas oposiciones, en este caso, y como todos saben de dinamizador de biblioteca en Santa Cruz de La Palma, y la queja pública me pudiera perjudicar de algún modo que creen, ellos, que de verdad existe y que de verdad puede provocar reacciones en mi contra. Ya dije al principio que mi pecho está abierto y no alberga la intención de ganar o ser derrotado.

Me pusieron la trampa, primero, me engañaron, después, y me remataron con el silencio y la ignorancia. Creo que es una buena definición de producir dolor, no a mi persona, sino a la ilusión. De eso se han encargado los políticos que han gobernado el Consistorio de la capital, que un día fue apogeo de la cultura y ahora es casi nada, y han escenificado esta pobre y triste obra de teatro, con una oposición que yo califico ‘de la vergüenza’.

Todas las oposiciones, y con todos mis respetos y admiración a aquellos o aquellas personas que lo han conseguido alguna vez y dedican un esfuerzo muy duro, representan el proceso más injusto que se ha creado jamás, por la única razón de que se elige, en la mayoría de veces, al que más ha estudiado, unos temas que muchas veces no tienen nada que ver, y no al que más ganas siente de ser profesional de lo que le gusta; al amigo o compadre que es afín al pensamiento del que está en el poder y no al que demuestra devoción, implicación y amor a lo que es; o al que pretende conseguir un buen monto de dinero y no ocupar ese sentido en la vocación que se pueda tener hacia el trabajo. O no es verdad que éste sale bien cuando más ganas se le ponen, cuando de verdad el profesional demuestra su pasión y su entrega, y en mi caso, y en el del bibliotecario, el generar interés en los demás, en buscar la implicación cultural, social, educativa de los demás, en construir desde el sentido universal y no personal.

¿No es verdad?

Quiero que sepan los ciudadanos de Santa Cruz de La Palma que hubo un proyecto que rechazaron una y otra vez, que manipularon una y otra vez, y que iba a producir muchísimos menos costes que crear una plaza de dinamizador de biblioteca, ese término que, miren por dónde, tanto expliqué a los alcaldes, concejales y demás políticos y que jamás quisieron entender o escuchar y que ahora utilizan para limpiarse las conciencias por haber cerrado, y haberlo permitido, durante casi dos años, un derecho que todos tenemos: las bibliotecas. Todos pueden leer las bases del proceso de selección y con un poco de atención a un texto mal elaborado, como en la mayoría de las oposiciones, darse cuenta de la cantidad de trabas que ponen a los profesionales de este ámbito: como ignorar los estudios específicos de nivel alto, como puntuar y beneficiar a aquel o aquella que ha trabajado en administraciones públicas, hecho éste más que reprobable porque los jóvenes actualmente tenemos casi imposible trabajar alguna vez para una administración pública, a no ser que nos ofrezcamos gratuitamente, como es mi caso, y encima del esfuerzo y la dedicación no se tiene en cuenta para puntuar, o como imponer una tasa lamentable de examen sin importar las condiciones económicas de cada persona, o sin una entrevista personal que dé posibilidad al aspirante a demostrar con la palabra y con hechos su admiración, implicación, ganas, ilusión, y sobre todo, vocación hacia su profesión.

No me dejan ser, por las razones que sean y que al mismo tiempo todos sabemos en nuestra apreciada ciudad. Se repite un poco la historia de aquel hereje que luchó encubierto, para mantener la vida, contra la clase política de la época. La diferencia es que ésta utiliza el silencio y la ignorancia como medida de represión, los intereses personales para cumplir con una promesa y compensar por haber errado en el pasado como un despotismo inigualable, la absurda y despreciable envidia hacia los demás como forma de hacer política y el autoengaño sin escrúpulos que se producen, y por lo tanto transmiten al resto de la sociedad y hacen sentirla ínfima.

Es una vergüenza de proceso para elegir al bibliotecario de una ciudad que repito, fue y ya no es. Es una vergüenza que aún teniendo un proyecto común, de todos, en sus manos y que éste no albergara intereses personales, económicos y que incluso, en su recta final, se propusiera de manera gratuita para que de verdad se dieran cuenta de los grandísimo resultados que iban a producir en los distintos barrios de la ciudad, que además pedían a gritos una idea de esta envergadura. Es una vergüenza que la razón, falsa, fuera el dinero y el mal estado de las cuentas, cuando de repente aparecía dinero debajo de las piedras para proyectos faraónicos innecesarios e inversiones inútiles. La razón era impedir que un proyecto, repito, común, que iba a ser construido por todos sin ninguna diferencia humana, social, cultural, económica, pudiera triunfar entre la gente. La arrogancia, que existe, la envidia por ver el bien, que existe, la inmoralidad y la falta de ética, que existe, fueron las razones reales de que ahora mismo las bibliotecas no estén produciendo una nueva forma de entender la cultura, una constante innovación, un impulso de las actuaciones sociales y educativas renovadas sin precedente alguno en nuestra ciudad. En fin.

Repensando la idea de Friedrich Nietzsche, que sepan amigos que no pienso ser absorbido por la tribu que reina en la capital de nuestra isla, aunque el intento produzca soledad y miedo, pero resulta que ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo, y gritaré, denunciaré, protestaré y seré fiel siempre al bibliotecario que llevo dentro.

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