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El rapto de Europa (o Grecia)

Nicolás Melini

Yo no creo que Europa sea inocente en la crisis griega.

Los líderes europeos podían haber dicho “no” a la incorporación de Grecia. Pero la querían dentro, a pesar de que sabían que era un desastre de país, mal gobernado por una élite irresponsable y muy corrupta. Quizá pensaron, ¿vamos a dejar fuera del “tren del capitalismo del futuro” a la “cuna de la cultura occidental”? Mal asunto. ¿Nosotros a una y Grecia a otra, a parte? No, Grecia tiene que entrar, y ya la meteremos en vereda.

Además, desde su punto de vista, la élite griega no se merecía nada, mejor que perdieran la soberanía en favor de Europa. El endeudamiento es una buena arma de destrucción de la iniciativa política. Además, endeudar es un gran negocio. Grecia se incorporó, las cuentas fallaron –tal vez estuviera previsto— y Bruselas puso a un presidente tecnócrata (si no recuerdo mal, el mismo que había supervisado la entrada de Grecia en el euro, el mismo que dejó pasar las cuentas falsas. Papadimos, Gobernador del Banco Nacional de Grecia con el Gobierno que mintió, fue ascendido a vicepresidente del Banco Central Europeo, y por fin elevado a presidente del país, como por arte de magia). El “golpe” estaba dado.

Ahora, la Troika se encuentra en la fase de “meter en vereda” a Grecia para que su economía se adapte a ese capitalismo del futuro. El experimento puede fallar. O no. Si el experimento no falla, dentro de algunos años Grecia no se habrá descolgado de Europa y será un país económicamente más moderno.

Pero están las consideraciones éticas: el proyecto de Europa para Grecia se lleva a cabo “sin” Grecia; sin que los griegos puedan hacer o decidir nada. Hagan o digan, el plan continúa. Aunque voten, da igual lo que voten (a un partido u otro, el Sí o el NO), el plan continúa. ¿Está bien intervenir así en un país? ¿Y si el plan se tuerce y la modernización pretendida no llega nunca? ¿Y qué pasa con la gente que se queda por el camino, da igual? ¿Y por qué ha de implantarse el capitalismo financiero que ellos quieren como ellos quieren, sin escapatoria? Cuánta convicción, ¿no?, qué seguros están de que la implantación de ese sistema es lo mejor.

Esperemos que el plan de la Troika no se malogre. Y, también, que el poder político y económico (europeo-mundial) no esté equivocado, que esa modernización económica, efectivamente, sea lo mejor para el futuro de los griegos, porque no han dejado alternativa.

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Leo en la revista El rapto de Europa (y bien podría ser Europa la que rapta, no la raptada, en este caso) el número dedicado a “La cultura en la Grecia de hoy” –con textos del director de cine Stathis Athanasiou, el poeta y ensayista (Doctor en Filosofía) Dimitris Angelis, o la historiadora del arte Vana Verroiopoulou—, y una vez más me sorprende cómo, cuando una crisis financiera devasta una industria cultural, sin embargo, emergen los artistas, aparecen los creadores. Es como si el capitalismo a pleno rendimiento no favoreciera la actividad y visibilidad de los artistas, que quedan igualados y superados, enterrados, desmotivados, por lo que la industria produce para vender. En cuanto cae el negocio, emergen los artistas.

Así, dice el director de cine Stathis Athanasiou: “En Grecia la gente ya no está motivada para ganarse la vida haciendo un trabajo normal, ya que hoy en día aquí no hay trabajo normal, por lo tanto lo único que nos queda es hacer lo que amamos”. El cine griego, en esta coyuntura adversa, sin ayudas estatales ni espectadores en las salas del país (ya que la gente no tiene dinero para ir al cine), se ha hecho mucho más interesante. Los que producen cine son los que lo aman y están dispuestos a producirlo caiga quien caiga; en vez de buscar el público de la salas griegas con comedietas para el consumo interno, se están haciendo –sin dinero— películas más universales, que llaman la atención internacional, como Boy eating the Bird’s food. “El otro día estaba hablando con unos amigos alemanes”, escribe Stathis Athanasiou, “y les preguntaba por qué el cine alemán está tan mal, y ellos me decían: Porque nosotros no tenemos problemas, y reíamos, pero esto no está lejos de la verdad”.

En el caso de la industria del libro, por supuesto, ha sido devastada con el cierre de las principales editoriales del país. La novela histórica, tal vez porque no haya dinero para que los escritores pasen tiempo documentándose, apenas se produce; las novelas, en general, son más cortas, posiblemente porque a los editores les supone un esfuerzo empresarial demasiado grande imprimir libros largos. Pero “la crisis ha ayudado a esclarecer el panorama editorial”, el campo literario se ha despejado y esto ha hecho posible la irrupción de jóvenes y nuevas revistas; se aprecia una mayor celeridad de los escritores a la hora de responder con la ficción a la situación presente del país: ya ha surgido una primera narrativa de la crisis; y “el relato griego presenta en su conjunto mayores logros que la novela”. Me pregunto, porque no estoy seguro: ¿Podría decirse que emerge la literatura?

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Está una parte importante de la izquierda política europea que parece que se tiraría al monte con lo de Grecia. La derrota es muy dura. Como si no supiéramos que la derecha (y gran parte de la izquierda) es muy conservadora, está en sintonía con el dinero, y el dinero siempre gana. ¿Cubanización de Grecia? Y qué sentido tendría eso. Sólo que no gane el dinero.

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Tengo la sensación de que la “transparencia” con la que se ha producido el enfrentamiento del Gobierno griego con la Troika ha perjudicado, finalmente, a los griegos. Es la primera vez que asuntos de esta índole se televisan, se escenifican, hasta el didactismo y el intento de ejemplaridad. Posiblemente, la negociación habría sido un poco menos dura con menos luz y taquígrafos. Más teniendo en cuenta que, si se ha televisado, entre otras cosas, es debido a la naturaleza ideológica del enfrentamiento. Pero no se nos escape que situaciones similares se han producido en el pasado con otros países, y, la trasparentación del caso griego (a pesar de que pueda haber perjudicado a los griegos), supone una puesta de cartas sobre la mesa que tiene difícil vuelta atrás. Aun habiendo sido ejemplar hasta la humillación, o precisamente por eso, la próxima vez no será lo mismo. Y así es que se avanza. Los caminos del Señor, que suele decirse.

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