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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Enterrado en los ojos que un día besó (20)

Miguel Jiménez Amaro

Iban por el quinto plato, aunque Maguisa, Constantine y Mikel Norel estaban en el primero. Amparo dijo que por lo pronto no quería comer, porque presagiaba algo malo, ya, de un momento para otro.

Se volvió a escuchar la voz de Hiperión: “Perdonadme un momento. Cuando Fernando estaba colocando sobre las placas con el nombre de la calle Augusto Figueroa el último cartel con el nombre de Sor Ácrata, se cayó de la escalera que lo sustentaba y dio con su cráneo contra el suelo de la acera. Una mala caída. Justo al lado de la cabina telefónica desde la que de madrugada Hiperión llamaba a Mónica. Fernando está inconsciente, su cuerpo espera por una ambulancia que lo lleve a un hospital cercano. Sor Ácrata acaba de cambiar de opinión, el cartel que iba a pegar sobre la cabina, con el nombre de Hiperión, reivindicando así su nombre para esta cabina, lo va a dejar para más adelante, cuando se sepa si Fernando muere o no, y poner otro cartel con el nombre de él. Papá, Literato, también hay personas que para engorde de su ego necesitan del nombre de una calle, y no se detienen ante ningún obstáculo. Después querrán el nombre de un pueblo, de un país, de un planeta recién descubierto, o de una constelación estelar acabada de aparecer ¡Váyase a saber! ¡Porque la vanidad no tiene medida! Papá, Literato, yo no quiero que se le ponga el nombre mío a nada. En la Dirección General de Seguridad Billy El Niño decidió entrar primero en la mazmorra de la detenida. Lo primero que le ha dicho es: ¡Puta mexicana, desvístete! ¡Pobre mujer!”

Amparo, al escuchar, el accidente sufrido por Fernando, -que contaba Hiperión-, se vino inconsciente contra la mesa. Carmencita dijo de llevarla a un cuarto pegado a la cocina en donde tenían una cama. Lissete y Ninnette se quedaron con ella en aquella habitación. Carmencita les trasladó los cubiertos. Siguieron comiendo y no perdían de vista a Amparo, a la que quizás habría que darle muy probablemente, cuando despertase, un remedio anti shock. Flores de Bach o algo así.

Maguisa no pudo contener lo que estaba pensando, porque las palabras de Literato, y más tarde, las de Hiperión, sobre los tipos de personas, y los nombres, o titulares, de las calles y plazas, estaban hirviendo en su cabeza. Fue muy espontánea: “Si yo soy la persona que más ha hecho la calle en mi ciudad, porque no puedo pedir una calle para mí, con más razón ahora, que soy estrella de cine… ¿Y La Mistola? ¿Por qué no ella también? Aunque no sea actriz. No, no. Eso sería mucha responsabilidad para nosotras. Las tendríamos que tener limpias, limpísimas, como nos gusta a nosotras. ¿Y quién nos iba a pagar el Mistol (jabón que se utilizaba para fregar en aquella época)? ¡Y cuando nos muriésemos! ¿Quién las iba a mantener igual de limpias? No, no. Mejor es sacarme estos pensamientos de la cabeza. Yo a lo mío, que por ahora es el cine, y si esto se acaba, pues a hacer la calle otra vez, o ya veríamos. Discúlpenme, por favor. Quizás no debí de haber dicho nada. Quizás me dejé emborrachar por esas palabras, ego y vanidad, cosas que yo no tengo ¡Eso lo perdí hace muchísimo tiempo, como el himen, o nunca lo tuve!”

Constantine miró a Maguisa con ternura: “Cada vez me sorprendes más. Tu ninfomanía se te ha ido desplazando a tu corazón, como quien hace las tareas en un chacra inferior y asciende súbitamente al superior. De la misma manera que antes atendías a los sedientos sexuales, ahora, atiendes, llena de humildad, a los sedientos de corazón. No sé si fue el cine, el alejarte de La Palma, o ambas cosas, lo que te produjo esa sana metástasis en ti. Desde que llegaste a Roma la gente te empezó a mirar de otra manera, hacían cola para hablar contigo, y tú le decías a cada uno lo que necesitaban escuchar. Transmutaste de ninfómana sexual a ninfómana del corazón. Quizás en esto también tuvo algo que ver la iniciación que te dieron en Los Cancajos, Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico. Cuando te preguntaban cómo te podían agradecer lo que les habías dado, tú respondías: ”Con una buena acción, haz tú otra buena acción también“. Y si lo que necesitaba esa persona tenía que ver con tu prodiga vida sexual anterior, no tenías inconveniente en volver a prestar tu cuerpo. Pero no te había visto tan alta como hoy, haciendo una renuncia total al ego y la vanidad”.

Constantine levantó la copa de vino Mibal Roble, los que estaban bebiendo Mibal Roble las alzaron primero y después los que estaban bebiendo Cava Integral Brut Nature de Llopart, y brindaron por ella, por Maguisa. Maguisa se sonrojó y dijo: “Estas cosas que acaba de hablar Constantine, pido que queden aquí, por favor. No me importa que la prensa sepa de mi pasado, lo que no quiero, de ninguna manera, es que se sepa esta parte de mi vida actual, de ahora, donde mi pasado es uno de los protagonistas principales de mi vida presente. Maguisa no se arrepiente de nada. Es más, está agradecida a su pasado que ha sido su verdadero maestro y el que le ha regalado la dicha de este presente en el que está bien instalada. Quiero darte las gracias, Constantine, porque sin ti, no hubiese ido nunca a Roma, y no me sentiría lo feliz que me siento ahora”.

Carmencita, que se sumó al brindis con una copa de Integral de Llopart escuchó estas palabras haciéndose esta pregunta: “¿Cómo se puede ser santa y prostituta al mismo tiempo? ¿En una misma vida? ¡Ya caigo! ¡La Magdalena! ¡Las sacerdotisas sexuales blancas, como Ninnette y Lissette! Esta noche no salgo de sorpresas. Mi padre, al que no he visto nunca en mi vida, me envía un mensaje por medio del Charro, diciéndome que no ha dejado de pensar en mí y en mi madre ni un solo día de su vida, y quiere que regresemos con El Charro a México para despedirse, en vida, de nosotras. Conozco a mi actor preferido, Constantine. Y todavía, aparte de lo que pueda ir sucediendo esta noche, voy a saber qué es eso del Agua Sagrada de Ruanda”.

“Discúlpenme otro momento- volvió a hablar Hiperión. La pareja de detenidos en las mazmorras de la DGS, ambos desnudos, está muerta. A Bily, esta vez, se le fue la mano muy pronto. Los están metiendo en una de las lecheras del garaje para tirar sus cuerpos al Manzanares, y que parezca aquello un crimen pasional o un ajuste de cuentas. Billy se tomará unos días. Saldrá de Madrid. Cruzará la frontera con Portugal. Fernando ya llegó al hospital, está ingresado en la UCI con fractura de cráneo. Pronóstico reservado. Se piensa que es muy difícil que escape. Están llamando por teléfono a su padre, un conocido arquitecto, para que se acerque al hospital. Sor Ácrata está pensando en el traje negro con el que inició a Fernando, pues cuando le deje de latir el corazón se lo tiene que poner como mínimo veinte y cuatro horas y luego quemarlo. Ante cada iniciado hay que ponerse un traje negro distinto, que se guardará hasta que el iniciado muera, lo que sigue después, lo acabáis de leer. Sor Ácrata piensa en imprimir un cartel con el nombre de Fernando para pegarlo en la cabina telefónica. Ha desechado el nombre de Hiperión, como si se tratase de cambiar cromos”.

Aquellas palabras fueron escuchadas con el mismo frío que trajo Billy al entrar en La Carmencita esa misma noche. Aquel frío de cuevas de osos que llevaba en sus huesos Grizzly Adams (John Houston) en El Juez de La Horca. Aquel frío que tenía tan incrustado en su cuerpo que lo obligó, al llegar el último invierno de su vejez, a huir de aquellas montañas heladas buscando un sitio caluroso donde él mismo enterrarse.

El Charro, de igual manera que Grizzly, quiso huir de aquel frío que se les había metido en el interior de sus cuerpos, - después de haber escuchado a Hiperión -, cantando con su mariachi una canción. Les preguntó si podían hacer un alto en la comida y sobre lo oportuno que podía ser cantar en aquel momento. Todos respondieron al unísono que sí. Maguisa le sonrió: “Si me sé la letra, la canto contigo”. La miró con cariño: “Sí, vente aquí, a mi lado, que nos vamos a hacer muy amigos”. Le hizo señas al mariachi de empezar a tocar. Apenas escuchar las primeras notas, Maguisa, que supo de qué canción se trataba, le guiñó un ojo sonriéndole al Charro. Era la canción que mas necesitaban en aquel momento, tanto como Grizzly Adams necesitó encontrar, huyendo del montañoso frío helado, un sitio caluroso para cavar su tumba en él. La canción decía así: “Amor, estoy solo aquí en la playa. Es el sol el que me acompaña. Y me quema, y me quema, y me quema. Cuando calienta el sol aquí en la playa. Siento tu cuerpo vibrar dentro de mí. Es tu palpitar, es tu cara. Es tu pelo, son tus besos. Me estremezco oooh…Cuando calienta el sol aquí en la playa. Siento tu cuerpo vibrar dentro de mí. Es tu palpitar, tu recuerdo. Mi locura, mi delirio. Me estremezco ohhhhhhh….Cuando calienta el sol.

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