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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Enterrados en los ojos que un día besó (12)

Miguel Jiménez Amaro

El padre de Hiperión despertó del dormir de sus sueños cuando volvió a sonar el timbre del teléfono. Despertó con su cara mojada -de Agua Sagrada de Ruanda- sobre los escalados Montes de Venus de su mujer. Ella cogió el teléfono, él fue al baño. Quien llamaba era la directora del instituto pidiéndoles disculpas por no haber podido estar en el mortuorio y el crematorio. Le dijo que  había ido a pasar el fin de año, como siempre hacía, con su familia a un pueblo de la Sierra de Béjar, Salamanca, llamado Candelario, en una casa que les venía prestando la tía de Miguel el de Las Cosas Buenas. Licinia, que es como se llamaba este familiar de Miguel, la había llamado  a primera hora de la mañana por teléfono para decirle lo de Hiperión. La directora había cogido el coche antes del mediodía, y, hacía un par de horas que ya había llegado a su casa en Madrid. La madre de Hiperión le comentó que podía venir a la casa de ellos y luego ir a cenar juntos en La Carmencita.

Mónica se despertó escuchando dentro de sí misma a Hiperión cantando Stephanie tal como lo solía hacer para ella. Se duchó en unos pocos minutos  y fue a la cocina a preparar el café. Recordaba (al mismo ritmo que la cocina y la casa se impregnaban de los olores del café, que ella misma trajo de contrabando, La Flor del Brasil ) cuando atravesó con Hiperión el túnel submarino que une Los Cancajos con la playa de Los Cuarteles. Recordaba que casi se muere ahogada, si no hubiese sido por Hiperión. Recordó cómo se sintieron morir ellos dos cuando un poco más tarde celebraron su primer orgasmo. Se sonrió al pensar en como los franceses llaman al orgasmo: le petite mort, en como ese día casi mueren dos veces, y en como a Hiperión le gustaba esta frase francesa batida  con tres palabras, con tres huevos.

Los olores del café que preparaba Mónica llegaban a la habitación de los padres de Hiperion. No era el café brasileño, que llevaban bastante tiempo sin probar, el único pasajero que iba llegando a aquella habitación de ellos dos. Con los olores de La Flor del Brasil viajaban, en primera clase, los pensamientos de Mónica sobre la petite mort. El padre de Hiperión, cuando salió del baño, una vez que su mujer colgó el teléfono le preguntó  si se acordaba de lo que habían hablado una vez que rompieron ambos su virginidad. Ella lo miró con ternura, lo besó en los labios y la lengua, y le respondió que nunca lo olvidaría. Ellos dos hablaron al mismo tiempo de que no sabían si estaban vivos o muertos. Con lo que eran tres, en aquella casa, los que pensaban, con la sonrisa colgada en la cara, en le petite mort .Quizás, la muerte en realidad sea algo para vivir, no para lo contrario, tal como se nos ha enseñado en nuestra cultura, y el amor, algo para morir un poco, para ir muriendo muy poco a poco.

Mónica les tocó en la puerta del dormitorio. Le dijeron que pasase. Traía la bandeja con el café. Lo tomaron  juntos y luego Mónica les cantó Stephanie. El padre y la madre de Hiperión se abrazaron. Le dijeron a Mónica que se uniese a ellos en aquel abrazo. Sintieron durante un buen rato a Hiperión entre ellos. Estuvieron abrazados hasta que sonó el timbre de la puerta. Mónica se dispuso para irla a abrir. Cuando iba saliendo del cuarto les sonrió con ojos picaros y sabios al mismo tiempo, les dijo:“En esta habitación huele a Agua Sagrada de Ruanda”. Los padres de Hiperión rieron.

Delante de la puerta estaban Ninnette, Lissette, El Chivato Tántrico, y la directora del instituto, con la que habían coincidido en el portal de la casa. Pasaron dentro y Mónica les preguntó si querían tomar algo. La directora del instituto le dijo que en la casa olía a un buen café. Le respondió que sí, que lo había traído ella misma del cambullón palmero, y que el guardia civil de la Aduana estaba tan obsesionado con el libro  La ciudad soñada que llevaba ella en el bolso, que no le registró nada  de lo que traía en la maleta, y así no tuvo problema con todo el contrabando que escondía en ella.

Los padres de Hiperión le dijeron a Mónica que hiciera el café en la cafetera grande, pues hacía mucho tiempo que no  probaban La Flor del Brasil,  y se habían quedado con ganas de repetir.

La directora del instituto le preguntó a Mónica que si podían hablar de Sor Ácrata y lo que estaba ocurriendo con ella en el instituto, pues para  el primer día de clase había una reunión de profesores, a la que no estaba invitada Sor Ácrata, y al día siguiente hablarían con la directiva de la asociación de padres de alumnos, de la que el padre de Hiperión era el presidente. Mónica miró a los ojos del padre de Hiperión, que ojeó el reloj de su muñeca y dijo que dada la hora que era, sería mejor hacerlo en La Carmencita. Los sacerdotes tántricos le comentaron a la directora que después de Mónica hablar de su experiencia en el instituto, ellos tres podían versar de tantra, tantra blanco y tantra negro, y las secuelas que origina la práctica de este último.

El padre de Hiperión les habló de que hacía unas horas, cuando llegaron a la casa, los habían llamado por teléfono  desde Alemania para decirles que Sigrid, El Ángel Pelirrojo, había muerto la misma madrugada que Hiperión, y que iban a esparcir sus cenizas en donde mismo, el mismo día y a la misma hora. Los sacerdotes tántricos preguntaron si no les importaba que ellos tres los acompañaran a Tübinga. Mónica y los padres de Hiperión les respondieron que todo lo contrario.

Una vez acabaron con sus tazas de café decidieron ir caminando a La Carmencita. Durante el trayecto por aquellas negras calles adoquinadas que el canto de los basureros con botas y mangueras de agua empezaba a aclararlas, Mónica comenzó a cantar Stephanie hasta llegar a la puerta de La Carmencita donde estaban los cofrades del porro de hierba esperando por ellos.

Esta vez le dieron el porro a la directora, que levantó las cejas diciendo: “¿Y por qué no? Si encima me va a entrar la risa y me va a dar más hambre ¡Con lo bien que se come aquí!”. Lo prendió y dio tres caladas. En la primera, tosió un poco; en la segunda, muy poco; y en la tercera no tosió ningún poco. Lo quiso pasar por el lado derecho. Se echaron a reír,  le dijeron que por el izquierdo, y le explicaron el porqué.

Carmencita salió a la puerta del restaurante. Les preguntó a los cofrades si no le habían dejado tres  catadas para ella. Le respondieron que no, pero que tenían hechos varios porros más. Le pusieron uno en la mano para que lo prendiese ella. Carmencita, después de las primeras tres catadas  les dijo que una vez que lo acabasen podían bajar al comedor, y que necesitaba saber  cuántos comensales eran en total.

Al sentarse en la mesa pidieron una botella de absenta para brindar, y luego, para cenar, Mibal Roble. Pusieron la urna con las cenizas de Hiperión en el centro de la mesa. Ninnette y Lissette sirvieron las copas de absenta para brindar. Cuando iban a hacerlo se escuchó la risa y  la voz de  Hiperión: “¿Y para mí? ¿Para mí no hay nada? Pero vosotros creéis que los muertos no bebemos, fumamos y comemos”. Y se volvió a escuchar su risa.

El Chivato Tántrico le pidió al camarero una silla y un cubierto más, un café, una botella completa de absenta y otra de Mibal Roble;  y a los cofrades les pidió un porro, para que lo colocaran todo en frente de la urna con las cenizas. Entonces si se brindó y se volvió a escuchar la voz de Hiperión,  recitando su mantra iniciático antes de empezar a beber, antes de tirarse, como los cristianos, a los leones, que no lo vamos a repetir. Lo que si vamos a escribir  hoy es la oración con la que El Chivato Tántrico  bendijo la mesa, como lo hizo al mediodía a la salida del crematorio en el cementerio después de haberles  pedido el permiso a todos, pues Miguel se despistó de incluirla en el artículo de la semana pasada. El Chivato Tántrico pidió permiso a la mesa entera, y recitó: 

Señor, concédenos la gracia

de aceptar con serenidad

las cosas que no pueden cambiarse

y el coraje de cambiar las cosas

que debiéramos cambiar,

así como la sabiduría para distinguir

unas cosas de otras.

Todos, incluidos las demás mesas y el personal de La Carmencita, respondieron Amén.       

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