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Gracias, Hospital de Dolores

Zuleima Marante Pérez

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Cruzo el pasillo de siempre, pero no estoy allí.

Estoy aquí sujetándome al colchón y escapando del sentimiento de echar de menos que se abraza con mi aversión a las despedidas, al nunca me acostumbro, a que me doy cuenta del adiós cuando llego a casa.

Me refugio en la tristeza que guarda el recuerdo del suelo mojado, la firma rápida en un papel conformista. Tus buenos días.

Estoy amodorrada en la cama y suena el despertador y siento que es tarde y que no llego a ese café del que bien sabe Yelena a las 8:10 con un móvil sonando si tardo un poco. Preveo que en un rato me estiraré y me levantaré algo cabizbaja si a mi memoria le da por jugar con el cigarro posterior de Tere y Margot encima del parque.

Con otros cinco holas que vendrán luego y esas ojeras.

Mi extrañeza se percatara cuando vaya a desayunar, cerca de las nueve quizás, y no esté la empatía y generosidad de Juan. Y todo lo que me ha enseñado.

Ni escucharé desde aquí el Xiomara de Margot y pienso que qué mal que cruzo definitivamente la puerta justo cuando empezaba a pronunciar mi nombre.

No habrá forma de adivinar mi estado de ánimo cómo lo hacía Margarita cada vez que me asomaba a verla.

Y ahora echo de menos. Estoy echando de menos una vez más y a mis 27 años sigo haciéndolo a deshora.

Echo de menos las cosas nuestras que hablaba con Sandra. La risa de Mari Carmen. El arte escrito de Sandra. Los lunes con Susana.

La prisa, responsabilidad y consejos de Jose.

La ayuda de Cacarlos. El detallismo de Luci. Las miradas de Tere. El cuidado de Jorge y Nancy. Los saludos de Rogelio. El saber de Magalys, Ericelda, Amador.

Cada uno y cada una de mis queridos y queridas auxiliares de enfermería, enfermeros y enfermeras, celadores, el equipo de farmacia, limpieza, cocina. Las conversaciones y ganas de mejorar todo. Sois increíblemente trabajadores.

Y Carmen... Todo esto ha sido una suerte, una ventaja, una maravilla gracias a ella. He aprendido y ha sido fácil y divertido. No hay un solo día que yo no haya sonreído. Es lo que produce. De verdad si no sabéis quién es, deberíais correr a conocerla. Carmen te echaré inmensamente de menos. Ojalá te vengas conmigo en la maleta como dices para quitar esas nubes que me esperan en aquel aeropuerto y que tan poco me gustan.

Y no estarás.

Faltará que alguien me llene de dulces. Llegaré a dios sabe dónde sin tu tranquilidad y esa manera en la que te preocupabas siempre por mí en un mundo cada vez más individualista.

Por fin llego a la ventana. Atisbo el horizonte, pero ando cansada. No hay teles con cruceros ni lamentos de los cinco porque nos toca trabajar después de tanto paraíso.

Hoy no tengo a mi equipo, ni son las ocho menos veinte.

Ni cruzo pasillos.

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