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Mitología democrática y constitucional

Víctor Bethencourt Rodríguez

¿Existen mitos en torno a las ideas de Democracia y Constitución? A bote pronto podríamos afirmar que no. Incluso algún ávido lector podría llegar a afirmar que la misma idea de Constitución es contraria a leyendas, ensueños y quimeras; surgida en una etapa en la que se pretende limitar y racionalizar el poder absoluto que se legitimaba a través de la historia, la tradición y epopeyas nacionales.

Lo cierto es que el hombre necesita muchas veces recurrir a grandes fantasías, ensalzar algunos grandes hechos de nuestra historia y desvirtuarlos poco a poco para transmitir un mensaje determinado que ayude a justificar algún tipo de fin determinado: la unidad nacional y cohesión de una comunidad o el reforzamiento de un postulado político pueden ser algunas muestras de ello. Pongamos tres ejemplos sin una aparente relación entre sí, de ámbitos y épocas muy diferentes: la Atenas clásica, cuna de la democracia; la Constitución de Cádiz de 1812, “faro de constitucionalistas” como se la ha llegado a llamar; y, por último, llegando a nuestro ámbito más inmediato, el pleito de los Regidores Perpetuos, que desembocó en el título del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma como el primero democrático de España.

Examinemos cada uno de estos eventos peculiares. La democracia ateniense suele estar en boca de políticos, periodistas y cualquier ciudadano que quiere invocar una democracia sin impurezas, una democracia verdadera y de una calidad intachable. Una democracia directa en la que todos los ciudadanos atenienses podían debatir y votar cualquier elemento de la vida de la polis. Ahora bien, basta con coger un libro, cualquiera, en la que veremos que esto no es así: sólo unos pocos eran los afortunados ciudadanos que poseían algún tipo de derecho político; ni las mujeres, ni los jóvenes, ni los extranjeros, ni tampoco los esclavos. La elección de los cargos públicos, además, era habitualmente realizada por sorteo. Ciertamente, viendo la democracia ateniense bajo los principios del siglo XXI no nos parecería una democracia tan avanzada como muchos piensan (seguramente, los atenienses pensarían lo mismo de la democracia representativa occidental).

En segundo lugar, la Constitución de Cádiz, La Pepa, a la que se han dedicado toda clase de actos de homenaje como primera Constitución española que dotó a nuestro país de un marco de derechos y libertades. La misma ha recibido diferentes calificativos pero siempre se ha recalcando que fue la primera que como Constitución liberal, trajo libertad y progreso al pueblo español. Muchos incluso de los que hablan de ella siquiera han leído alguna vez su articulado. La Constitución de Cádiz no reconoció ningún tipo de ciudadanía (pese a su restringida enunciación esta apenas carece de algún tipo de contenido material), ni siquiera éstos son libres e iguales, tan sólo lo es el conjunto de la nación. Sólo forman parte de ésta los varones nacidos en ella, ni pobres, ni mujeres, ni sirvientes. Se reconocen algunos derechos, pero lejos de llegar a ser derechos fundamentales.

En tercer lugar, el pleito de los Regidores Perpetuos no supuso, ni de lejos, que el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma fuera el primero democrático de España. Y es que como afirmó Pérez Galdós, «la realidad no engendra el arte, sino el arte la realidad», con tan sólo un vistazo a los hechos tenemos un único Ayuntamiento en toda la isla, el de Santa Cruz de La Palma, que sufría de escandalosos sucesos de corrupción de parte de los Regidores Perpetuos, habitualmente, nobles. Un abogado garafiano, Pérez de Brito, y un comerciante irlandés, O’ Daly, denunciaron estas prácticas por las que sufrieron persecución y encarcelamiento, ante el Consejo de Castilla, que determinó que los puestos involucrados -quedaba fuera el de alcalde- serían elegidos finalmente con carácter bienal. Los electores y elegibles, serían burgueses propietarios y comerciantes, quedando fuera los restantes vecinos, mujeres, campesinos. Además, como el profesor Arbelo García aclaraba en este mismo diario el pasado año, en pleno siglo XVIII en una monarquía ilustrada, pero absoluta, el principio democrático era inexistente. Sin embargo, del mito de la Calle Real podemos extraer un hecho cierto y es que  en La Palma ya se dieron las mismas motivaciones, luchas y conquistas que 16 años después alumbrarían las revoluciones burguesas y liberales en Europa.

Ese mismo consistorio que alcanzó la lucha contra el poder ilimitado, hoy se revuelca en el caso de las supuestas multas desaparecidas en Alcaldía y una oposición liderada por un concejal, Cabrera Guelmes, más dado al espectáculo político que a un verdadero esclarecimiento de los hechos. Recordemos que fue el mismo concejal que en el año 2009 renunció a su acta para en menos de un mes renunciar a su renuncia. Un bochorno sin precedentes que demuestra el escaso valor que le otorgó a un derecho que a sus antecesores les costó sangre y prisión.

Por lo tanto desempolvemos los mitos, quedémonos con los hechos, valoremos las hazañas que han supuesto e inspirémonos por las enseñanzas del pasado. Algunas instituciones como son la Real Sociedad Cosmológica de Santa Cruz de La Palma o el Archivo Insular pueden ayudarnos a esta respetable y necesaria tarea de conocer nuestra Historia.

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