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Espacio de opinión de La Palma Ahora

El Nazareno, La Dolorosa y San Juan. El Punto en la Plaza

José Guillermo Rodríguez Escudero

El Quinto Marqués de Guisla-Ghiselin, Luis Van de Walle y Llarena (1782-1864) —gobernador militar de La Palma— encargó en 1839 al famoso imaginero Fernando Estévez  (1788-1854) una escultura de Jesús Nazareno (1840). Ésta vendría a sustituir la antigua imagen que se veneraba desde el siglo XVII en el convento dominico de San Miguel de Las Victorias. Tanto esta magnífica talla nueva, como la de la Virgen Dolorosa, conocida popularmente como “La Magna” (muy próxima a las maneras de su maestro Luján Pérez y cuya esbeltez y elegancia se consideran inusuales), se hallaban concluidas el 14 de enero de 1841. En esta fecha el escultor entregó en La Orotava las dos efigies empaquetadas a Antonio María de Lugo-Viña. Este caballero fue el encargado de su traslado y custodia hasta Santa Cruz de La Palma.

Se principió a dárseles culto” poco después, el 7 de abril de 1841, en plena Semana Santa, concretamente en un Miércoles Santo. Así consta en las inscripciones que ambas imágenes tienen pintadas en sus espaldas. Desde entonces desfilan esa tarde en la popularmente conocida como procesión del “Punto en La Plaza”. 

Posiblemente el encargo de estas dos bellísimas tallas, que presentan las mismas estaturas y medidas, obedece a la intención de escenificar con ellas la ceremonia del encuentro entre Cristo y su Madre. Es la evocación de la cuarta estación del Vía Crucis: “Jesús encuentra a su Madre”. 

La adquisición de las fabulosas imágenes, pensándose en poseerlas de la mejor calidad que las existentes en aquella época, se debió a la iniciativa de la “Venerable Hermandad de Jesús de Nazareth” (que acompañaba prácticamente desde sus orígenes, en 1667, al paso procesional del Cristo y que subsistió hasta mediados del siglo XX), para lo que se decidió la venta de unos atributos de oro que tenía el antiguo Señor. Fuentes Pérez nos dice que “La Hermandad del Nazareno, ante la mediocridad artística que la anterior imagen, decide encargar otra nueva, eligiendo a Fernando Estévez como escultor…” A esta antigua talla se le da culto actualmente en la parroquia de Nuestra Señora de Bonanza del municipio palmero de El Paso. 

Se le encomendó la misma al Hermano Mayor, el mencionado mecenas Luis Van de Walle y Llarena, quien aprovechó el viaje a Tenerife de cierto paisano para encargarle el pedido. Finalmente éste nunca cumpliría el encargo. Fernández García, sobre este percance, nos informa de que don Luis, “quien pensó que efectuándose la venta fuera de la ciudad se lograría mejor producto y por ello aprovechó el viaje de cierto paisano para este cometido el que nunca cumplió el encargo de remitir su importe…” 

Dando pruebas de su generosidad, el propio don Luis —sintiéndose culpable del incidente— informó a la Cofradía de que sería el mismo, con su propio peculio, el que sufragaría los gastos de las efigies. Pagó las del Señor y de la Virgen y su hermano, el presbítero Esteban Van de Walle y Llarena, el del Evangelista San Juan. Éste es obra del artista palmero Manuel Hernández, llamado “El Morenito” (1756-1815). La imagen de este santo también  recorre las calles conjuntamente con aquellas dos bonitas tallas y participa en la popular y multitudinaria Procesión del Encuentro

Desde 1987 acompañan a este paso la “Cofradía titular del Santo Encuentro” —primera cofradía mixta de la capital palmera—, que se reviste con túnica blanca y, como rasgo peculiar, con capuchón y capa alternando entre el morado y el azul; esta cofradía recuperó su antiguo nombre para la edición de 2009: “Venerable Hermandad de Jesús  Nazareno”. Fechado el 26 de agosto de 2008 y firmado por el hermano mayor Pedro Poggio Capote, se publicó un comunicado en el que se informaba de la aprobación por parte de la Vicaría de La Palma de la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna (registro de salida 602 de 8 de agosto de 2008) de la recuperación del antiguo nombre. Decía, así mismo, que “dicho logro ha sido concedido por el vicario general […] el pasado día veintiuno de julio de dos mil ocho”. 

También acompaña al Señor desde 1993, la “Cofradía de Cargadores de Cristo Preso y Las Lágrimas de San Pedro”, probablemente única  en España que es, simultáneamente, masa coral, costaleros, cofrades y banda de cornetas y tambores. 

Algunas imágenes fotográficas, como una estereoscópica tomada hacia 1860, recogen la escena tal y como se hacía después del estreno de las nuevas esculturas. 

La piadosa ceremonia del “Punto en la Plaza” escenifica— como vimos— el momento del encuentro entre Jesús, con la cruz a cuestas camino del Calvario, y su Madre. San “Juanito el Alcahuete”, como popularmente se conoce a este San Juan Evangelista, sirve de enlace entre ambos. 

En el cortejo toman parte las tres imágenes que, para asemejarse en lo posible a las Sagradas Escrituras, se ven obligadas a seguir recorridos diferentes para, sobre las seis de la tarde, “encontrarse” en el citado “Punto”. 

El Nazareno, después de descender lentamente por las escalinatas de su templo, desde la plaza de Santo Domingo asciende la calle de San Telmo, baja la del Sol y luego las empinadas escaleras de la callejuela de Blas Simón o “Cuesta de Matías” (que lleva el nombre del médico Matías de Sáseta, quien durante el siglo XIX ocupara la casona de Blas Simón, sita en dicho lugar) y continúa por la Calle O’Daly hasta la Plaza de España, donde aguarda unos instantes. Minutos más tarde de hacerlo el Señor, salen las otras dos imágenes y bajan por las calles de La Luz, San Sebastián, Vandewalle y Pérez Volcán rodeando la zona trasera de la parroquia de El Salvador, hasta llegar a la Avenida de El Puente. Allí se detienen. 

San Juan

se adelanta y llega hasta la Plaza, donde avista y saluda al Nazareno con tres reverencias (los porteadores delanteros se inclinan al mismo tiempo para simular una genuflexión de la imagen). Entonces, su trono es girado sobre sí mismo, dando la espalda al Cristo y, de repente, es llevado con paso muy rápido –corriendo—  al encuentro de la Dolorosa, que espera en la mencionada avenida. En cierta ocasión ha perdido hasta la corona o aureola en la rápida carrera. Una vez que San Juan “informa” a la Virgen de que ha visto a su Hijo, ambos acuden al encuentro del Nazareno entre un pasillo formado por todos los cofrades y monaguillos, con sus cruces y estandartes. Se producen unos instantes cargados de gran emoción. El conmovedor encuentro se produce entre la Madre y el Hijo y se saludan inclinándose, simulando un abrazo. Los tronos se mecen al compás de la música de las bandas y del tañido triste de las solemnes campanas de la torre de la parroquia matriz. 

Hay que recordar que esta entrañable ceremonia del Encuentro se realizaba antes de 1994 en la misma calle Real, frente a las Casas Consistoriales, y no como ahora, en el interior de la Plaza de España. 

Tras la tierna representación en el Punto en la Plaza, el trío de imágenes entra al interior del templo, donde un grupo de voces masculinas entonaba el motete O Vos Omnes, pieza anónima probablemente portuguesa, tal y como informaba Fernando Leopold, a pesar que se creía obra del Cura Díaz, beneficiado de la parroquia. Cobiella Cuevas apostaba también por la autoría de Manuel Díaz. Años más tarde, la pieza se interpretaba al aire libre, lo que imprimía aún más solemnidad y conmoción al acto del encuentro entre Madre e Hijo en la Plaza. Fue reforzado con los cánticos mixtos de la Masa Coral, y,  tal vez por ello, es el que más ha perdurado. 

Su “anónimo” creador lo pensó para dos voces dialogantes: “¡O Vos omnes qui transitis per viam, atendite et videte si es dolor sicut dolor meus!” (“¡Oh todos vosotros que pasáis por el camino, atended y ved si hay dolor como el dolor mío!”). 

Después de varios años que no se representaban los motetes, se han recuperado estas valiosas piezas que tanto dignificaban y dignifican nuestra Semana Santa y la hacen tan especial, tan auténtica. En el Miércoles Santo de 2009 se interpretó por un coro de voces masculinas en el interior del templo donde las tres imágenes hicieron una breve estación de penitencia. En las últimas ediciones se interpretan desde el atrio del ayuntamiento en el momento del encuentro de las imágenes. 

Cobiella Cuevas nos informaba también de que “ha sido el motete que más ha perdurado, tal vez porque le afectó el fenómeno de la coralización, entonces incipiente y hoy generalizado. El autor de su música, creo que el señor Díaz, lo pensó para dos voces dialogantes […]. Diálogo difícil, porque cuando alguien pregunta si existe dolor como el suyo, el que responde cuenta su propio dolor y pregunta, a su vez, dudando de que el ajeno sea mayor. Tal vez por esta ingrata coherencia el motete no cumple la coherencia de concluir en la tónica inicial sino en la del relativo mayor de un motete que se había iniciado en re menor”. 

Luis Van de Walle escribía en la prensa local: “No dudamos en darle toda esta gloria al Sr. Díaz,  pues, aunque no compusiese más que cuatro, el «Oh Vos Omnes» del Miércoles Santo, de autor desconocido pero de origen portugués, lo hizo tan suyo que, a su inspiración, allá por el año de 1839, plasmó en el pentagrama las notas melodiosas de sus sencillos, y a la vez,  grandiosos motetes de Semana Santa. Lamentable sería que una tradición tan bella, como nuestra, se perdiese”. 

Una vez introducidas las efigies en la Parroquia y tras celebrarse una solemne Misa –en 2009 tuvo lugar en Santo Domingo a las 5 de la tarde, como sucedía en sus orígenes- de nuevo arranca la procesión a través de la portada trasera. Su extenso recorrido —de casi cinco horas— permite conservar una costumbre que tradicionalmente regía en todas ellas: la visita a los distintos templos de la capital. Muy emotiva era la visita a la iglesia del Hospital de Dolores, donde los enfermos rezaban y lloraban ante los tronos. Tampoco hace ya estación de penitencia —desde los años sesenta— en la iglesia de San Francisco, pues intramuros de este templo se realizan los actos litúrgicos y los preparativos de la posterior procesión del Cristo de la Caída, unas horas más tarde. 

En el Diario de Avisos, en marzo de 1928, se leía: “Miércoles Santo. En la parroquia, función a las nueve con vestuario y terminada ésta, se cantará misa a Jesús Nazareno en la iglesia de Santo Domingo, a las 11 víspera y última seña en la parroquia. A las cinco saldrá de la iglesia de Santo Domingo la procesión de Jesús Nazareno y a su regreso habrá sermón, a las nueve de la noche dará comienzo en la parroquia la función de tinieblas terminadas las cuales se cantará el Miserere de Bordess a varias voces y orquesta…”  

El capitán y alguacil mayor del Santo Oficio de la Inquisición, Gaspar de Olivares y Maldonado, y su esposa Inés de Brito y Lara, costearon las antiguas imágenes del Miércoles Santo. Recibieron el Patronato del altar de Jesús Nazareno en el Convento de Predicadores. Aparte de esa procesión, se veían también obligados a hacer la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz cada 14 de septiembre y una misa cantada todos los viernes del año. Según la escritura que pasó ante Blas González Ximénez el 6 de julio de 1666, los patronos se obligaron a pagar anualmente 351 reales, una fanega de trigo y un barril de vino dicho día, señalando 50 reales para la procesión del Miércoles Santo –de la que fueron inciadores-, 26 reales para la fiesta del Triunfo de la Cruz y 6 reales por cada una de las misas de los viernes; el convento dominico ponía la cera y el incienso. 

También sus herederos costearon la procesión y la memoria de una misa “perpetua y cantada de pasión” en el altar de su Patrón. Había perpetuado también en su testamento la procesión del Miércoles Santo con advertencia de que no saliera a la calle con menos de cincuenta hachas encendidas. Dejó el patronato, a falta de herederos si no viviera el hijo póstumo que esperaba, a su sobrino Gaspar Vandeval después de los días de Laura de Torres Ayala, hermana del primer Marqués de la Casa Torres. Ésta era su segunda esposa, viuda en anterior matrimonio de Juan de Mesa. En una pieza de su casa guardaban el palio, el estandarte, el guión, el cordón y las borlas que se usaban  en la procesión. 

La Cofradía de Jesús Nazareno quedó establecida en 1667 en la iglesia del Convento de Frailes Dominicos. Varios vecinos pidieron su creación ante el Juez Eclesiástico, para lo que se hizo necesario pagar unas contribuciones. Es una de las cofradías que más tiempo ha perdurado. Se rige por unas nuevas instituciones que fueron aprobadas por Real Orden de 27 de junio de 1864. Sus estatutos habían sido aceptados por la Reina Isabel II. 

“Por tanto, he resuelto espedir este mi real despacho por el cual apruebo los estatutos formados para el regimen y gobierno de la indicada Venerable Hermandad de Nuestro Padre Jesus de Nazareth, en los terminos que van insertos…    Yo, la Reina”

La “Magna”, una de las imágenes marianas más elegantes de la espectacular Semana Santa de la capital de La Palma –y, según se dice, incluso de Canarias- desfila en dos ocasiones: en ésta, en la tarde del Miércoles Santo y en la Magna Procesión del Santo Entierro en la tarde del Viernes Santo, tras el Santo Cristo del Clavo, o Cristo Yacente

La preciosa Dolorosa, “La Magna” (1840), obra magnífica del afamado artista tinerfeño Fernando  Estévez,  recibe culto en la iglesia de Santo Domingo desde el 7 de abril de 1841. 

Esta talla de candelero de madera policromada y estilo clasicista tiene una altura de 1,60 mts. Fuentes Pérez la describía como una imagen de semblante sereno y a la vez sublime, casi despojado de dolor, que presenta potentes mejillas, rostro un tanto cuadrado, quijadas portentosas, ojos rasgados de mirada oblicua  y suavidad en el cabello. Fernández García la consideraba como “talla indicadísima para acompañar el grandioso acontecimiento”

El mismo escultor orotavense la había enviado, junto con la efigie del Nazareno de Santo Domingo, el 14 enero de 1841, con dirección al muelle de la capital palmera. La carta –fechada ese día- que envió Estévez al Marqués de Guisla Guiselín, Luis Van-de-Walle y Llarena (1782-1864) con los detalles del envío, afirma que el precio al que ascendía el pedido era de “doscientos cuarenta pesos de nuestro ajuste, á quien dí el correspondiente recivo”. Fuentes Pérez publica un extracto de aquella misiva. En ella, se le dice que “con esta fecha, he entregado al Sr. Dn. Antonio Ma. Lugo encargado de V. S. las efigies empaquetadas de Jesús Nazareno y Virgen de Dolores talladas en sedro menos la repisa del Señor que es del palo de Caova floja que V. S. me remitió de la cual no pude hacer toda esta obra por que después se hacerró, conocí que su dureza y mucho pero era insuficiente; mas todo lo pude remediar, y me alegré, porque sentía volver á incomodar á V. S. sobre este particular…” 

Fernández García afirma, sin embargo, que fue en 1842 cuando recibió culto la imagen de la Virgen. Está inspirada en la Dolorosa de la ermita del Espíritu Santo de Las Palmas, obra exquisita de Luján Pérez, según el investigador Fuentes Pérez. Éste añade que “sin embargo, el sentimiento que en Ella se encierra, recuerda a la del mismo nombre de la parroquia de Santo Domingo de la capital grancanaria, también del maestro Luján”. La cabeza de nuestra exquisita “Magna” se inclina levemente hacia la derecha en actitud meditativa, deteniendo su mirada en el pañuelo que sostiene en la mano derecha flexionada hasta la altura del pecho; la izquierda delicadamente sujeta –más que agarra o aprieta- el borde dorado del manto de terciopelo de seda negro. 

El Viernes Santo es entronizada en las mismas andas doradas de estilo rococó –las mejores de La Palma- que usara el Nazareno el Miércoles Santo, a quien también acompaña. Sobre los cuatro lados del trono surgen los cuatro ángeles de la Pasión, obra de un esclavo liberto y enviada desde las Indias. 

La Virgen salía desde antiguo sobre una pobre base, estrenando una nueva el Miércoles Santo de 1937, procedente de París y regalo de Dolores Van de Walle y Fierro (1874-1948), séptima Marquesa de Guisla-Ghiselin. Ese día fue la primera vez que en la isla se adornó una imagen con flores naturales. La dama había demostrado su alto valor espiritual con la fundación de un monasterio cisterciense en una finca de su propiedad llamada “La Gloria”, en Buenavista (Breña Alta) en la que profesó como religiosa con el nombre de sor Teresa de Jesús. Pérez García añade que “pasó sus últimos años en austera vida de clausura. Falleció en aquel retiro el 4 de junio de 1948”. 

Estrenó manto y traje de terciopelo de seda negro con bordados en oro el 17 de abril de 1957, donación de la también marquesa Mercedes Sotomayor y Van de Walle. Sustituía al antiguo, muy deteriorado ya por el paso del tiempo y del uso. El original fue regalo de Dolores Santos de Duque. 

Pérez Morera, en alusión a estas dos bellas tallas de Estévez, nos decía que “tanto la Virgen como la dulce y doliente figura de su Hijo se caracterizan por su fisonomía juvenil, ajenas, en el caso de la Madre, a las huellas de la edad y del paso del tiempo”. Es cierto, pues más bien parecen novios de la misma edad que Madre e Hijo. 

Rodríguez Lewis informa de que “el casi impúber San Juan Evangelista (1842), de 1,57 metros, se atribuye a la gubia del escultor grancanario Manuel Hernández García, conocido como El Morenito (1802-1871), junto con Estévez, el discípulo más aventajado de Luján Pérez”. Tanto es así que, a la muerte del maestro, Manuel llegó incluso a terminar alguna que otra obra inconclusa del mismo. 

El escultor palmero Domingo Cabrera, en uno de sus interesantes trabajos, compara los “San Juanes” de las iglesias de San Francisco y de Santo Domingo de esta capital. Decía al referirse al primero “si uno es la quietud, la contemplación absorta de un Dios hecho hombre que cae en su camino al Calvario, o que entrega su último suspiro al ser clavado en el madero, el otro [ahora refiriéndose al que nos ocupa] es el arrojo y la valentía que sólo confiere la juventud en momentos de dificultad y zozobra”. 

El Morenito -sobrenombre puesto por su tez oscura- logró conseguir en la Academia de Dibujo de Las Palmas de Gran Canaria un dominio del dibujo y de las formas que le incitaría a la consagración de la escultura. Manuel lo aprendió todo de su maestro, Luján, incluso la técnica de construir retablos. En el taller del maestro grancanario de la calle de Santa Bárbara trabajaba incansablemente hasta ser considerado como uno de sus mejores discípulos. Se decía que en el arte del Morenito y en el de Luján, en ambos se encontraban las mismas soluciones y procedimientos técnicos y sentimentales. Una vez murió Luján en 1815, Manuel abre taller en Las Palmas y se desplaza a La Palma para conocer del Cura Díaz su labor como restaurador de templos. 

El investigador Fernández García, en su magnífico trabajo sobre nuestra Semana Santa publicado en la prensa local, nos aclara que esta imagen había sido costeada por el “presbítero don Esteban Van de Walle y Llarena”. La elegante talla, puesta al culto el 12 de abril de 1843, se reviste de hábito de terciopelo verde sobre el que se le coloca un manto rojo ribeteado con hilo dorado. Su interior se presenta tallado, aunque no tiene la policromía adecuada. Los brazos aparecen un tanto abiertos, en actitud de escribir. Porta un pergamino enrollado en su mano izquierda, mientras que en su mano derecha alza una pluma blanca. Ambos atributos le vienen dados desde el siglo XIV, como “auténtico notario de la Pasión”. 

Fuentes Pérez escribió: “se trata de una imagen de candelero, de buena talla, adquirida por la Cofradía de la Misericordia para completar los pasos de Semana Santa…” Añadía: “creemos que Manuel Hernández la talló en Las Palmas [..] En la espalda se puede leer: Princpio a dársele culto el miércoles sto. 12 de abril de 1843”. 

Siempre se dijo que Manuel Hernández –al ser conocedor que escultura iría junto a las otras dos de Estévez- puso todo su interés en perfeccionarla. Estaba convencido de que, de alguna manera, debía de rivalizar con el maestro de La Orotava, puesto que su ubicación sería en el retablo mayor de Santo Domingo, en una de las hornacinas laterales y se convertiría en parte inseparable del venerado conjunto. Otro de los investigadores que atribuye esta pieza de San Juan Evangelista a Manuel Hernández fue Jesús María Quintana, en una publicación en el Eco de Canarias en 1963. 

Fuentes Pérez nos informa de que “sin lugar a dudas, la imagen del Nazareno existente en la parroquia de Santo Domingo de Santa Cruz de La Palma, es una de las mejores y bien acabadas salidas del taller de Fernando Estévez”. El investigador se confundió al nombrarla parroquia ya que es sólo iglesia. La jurisdicción parroquial a la que está adscrito este templo es El Salvador. 

La imagen del Nazareno, escultura en madera policromada de 164 cm de altura, sale procesionalmente sobre una magnífica base o trono de estilo rococó, en madera sobredorada y calada con decoración de rocallas asimétricas, la mejor que se encuentra en la isla, rematando su conjunto cuatro preciosos ángeles, esculpidos por un esclavo negro cubano que, en la búsqueda de efectos realistas, les había colocado unos ojos de cristal. Se muestran vestidos “a la romana” y coronados por bellas guirnaldas de flores artificiales. “Como símbolos de los poderes que vencieron al demonio, estos espíritus celestiales llevan los instrumentos de la pasión de Cristo”, como los clavos, unas escaleras  y una bien trenzada corona de espinas. También sujetan las cuerdas doradas que atan la imagen de Cristo subiendo al Calvario. Estas piezas fueron donación del rico comerciante palmero Cristóbal Pérez Volcán (1725-1790) y enviado desde La Habana. Son los llamados Ángeles de la Pasión, descritos por Pérez Moreras como “figuras afeminadas, efébicas y delicadas, que posan con gracia rococó. Su pequeño tamaño y las carnaciones brillantes les dan una apariencia de porcelana…” El mismo investigador palmero continúa informando de que “estas figuras angelicales, vestidas a lo romano, pusieron de moda en La Palma un tipo de ángel decimonónico y clasicista, de expresión candorosa y risueña y blancos hábitos inmaculados (el color predilecto del neoclasicismo)…” De esta manera, el máximo representante de este nuevo arte en la Isla, el escultor Aurelio Carmona (1826-1901), se inspiró en estas bellas piezas pasionarias para ejecutar los cuatro ángeles que custodian las veneradas imágenes de San Sebastián, en la ermita homónima de la ciudad, y en las del Gran Poder de Dios en el templo parroquial de la Villa de San Andrés (Fernández García). 

Desfila con una maravillosa túnica bordada en oro sobre terciopelo rojo –la mejor pieza de su género existente en Canarias-, un exquisito trabajo procedente de los talleres de bordado gaditanos o sevillanos de hacia 1771.  Fue regalada por el mismo mecenas a la antigua efigie del Nazareno. La actual imagen sigue siendo vestida con esta misma alhaja. Fernández García, sobre este tesoro, añadía que “esta pieza, conjunto con los cuatro ángeles se guardó durante muchísimo tiempo en la casa de García de Aguilar y Carballo, familia descendiente de las sobrinas del donante hasta que por sus miembros se decidió dejarla definitivamente en la iglesia”. 

En la carta fechada el 14 de enero de 1841 Estévez continúa informando al marqués de Guisla Guiselin de que “en cuanto al precio de la corona de espinas del Señor y medio cuerpo de la Virgen, me parese regular, el de medio osna por ambas cosas. He visto el dibujo de potencias que V.S. me incluye: me parese bueno si se le quita de largo lo que demarca la curva, desde e numo. 1º asta el 2º, mas dudo que estas puedan colocarse con propiedad á causa de la corona por lo que seria mejor que sele puciese al Señor solio…” La misiva, en poder de un archivo privado de Santa Cruz de Tenerife, continúa: “tendré mucha satisfacción de que estas Ymagenes puedan llenar los deseos y gustos de V.S.: nada he homitido para conseguirlo, pero el acierto no depende muchas veces de la voluntad sino de la suerte; y entretanto se sirva V.S. decirme si esta me ha cavido, mande en todo, cuando sea de su agrado a su afmo. atento Sr.”. 

Por la asistencia que con él había tenido en sus enfermedades y achaques, Francisco Tomás Vandeval gratificó a María de los Santos con una colcha de damasco carmesí de la cual “los aforros los compre yo que el damasco era suyo”. La colocaba delante del trono del Nazareno en al celebración de la octava que se celebraba a cabo en esta iglesia y la donataria quedaba obligaba a cederla para la festividad. (A.P.N. 1715). 

El acaudalado isleño Cristóbal Pérez Volcán (1725-1790) había dirigido una carta a Domingo Van de Walle de Cervellón, fechada en Cádiz el 13 de mayo de 1771 con motivo de su viaje por Europa, donde le dice que “bien que sólo el amor al Señor Nazareno vale su túnica”. También: “pienso si el Señor Nazareno me dá salud el pasar por esa en todo el mes de Mayo próximo y tener el gusto de darle a Vmd un abrazo… Los cristales para el altar del Sor no sé si habrán venido que están encargados… con mi enfermedad no he podido ni salir a la calle… pues el amor del Señor de Nazareno y verle su túnica y ver mi familia y amigos…” 

El insigne palmero dejó en su testamento -fechado en La Habana el 5 de enero de 1790 ante el escribano Nicolás de Frías- la cantidad de 6.000 pesos fuertes de oro para que con sus réditos se pagasen los gastos de las fiestas del Cristo y en resto se invirtiera en el cuidado de la imagen de la que se sentía muy devoto. Esta imposición fue “manzana de discordia” entre la Hermandad del Nazareno y el Convento de Dominicos. 

José Vandewalle y Cervellón, como patrono de la capilla donde se encontraba la imagen y como mayordomo de la cofradía, reclamó ante el Obispo Antonio Tavira que la fiesta principal del Nazareno, a la que estaba obligada la hermandad, se hiciese con el producto de aquella manda,  a lo que se negaban los frailes. Estos pretendían hacer otra en la Octava. El obispo accedió a lo solicitado por el mayordomo en auto de 17 de agosto de 1794, “reservando el derecho a las partes para que lo dedujesen donde tuvieran por conveniente”. Mucha más polémica arrojó este asunto. Tanto es así que, el resultado de la contienda fue que todo el dinero se perdió sin beneficio para ambas partes, llevándoselo en su totalidad los censatarios. 

En aquel curioso testamento, redactado en tres documentos, aparecían los extractos siguientes: “Para los 500 pobres que habían de asistir á su entierro… 100 pesos fuertes; a la Imagen de Jesús Nazareno… 6000 pesos fuertes; al Negro Salvador, en la Habana...200; a Ntra Sora de Las Nieves en esta isla… 1.500, etc.”. 

Lo único que se adquirió con los productos de la manda fue una preciosa corona de oro para el Cristo, los cuatro angelitos, la túnica y el trono. A la maravillosa toga, le fue robado en el año 1801 un valioso broche de perlas, al mismo tiempo que fue sustraída de la iglesia de Santo Domingo una lámpara de plata. Se cree que fue obra del mismo ladrón. 

El estandarte que abre la procesión es de terciopelo violeta con rico bordado de oro, siendo adquirido por la Hermandad con el importe de la venta de una cajita de plata y una bandeja del mismo material, así como varios donativos. El acuerdo se tomó en noviembre de 1870. 

Las antiguas imágenes se encontraban entronizadas en los bajos del magnífico coro de la iglesia, donde también se depositaron las nuevas, pasando más tarde  a ser veneradas en el suntuoso y barroco altar mayor (obra de Juan Lorenzo, 1703-1705). En este espectacular retablo también trabajaría el itinerante fraile dominico fray Marcos Gil. Concretamente hizo las esculturas de angelotes entre 1702 y 1706. Al describir esta obra de arte, el doctor Trujillo Rodríguez la definió como “el más bello, completo y barroco ejemplo” de los retablos de columnas salomónicas pareadas y dos cuerpos existentes en Canarias. 

Los Santos Píos I y V, que se hallaban en las dos hornacinas laterales, fueron sustituidos por las imágenes de la Virgen y San Juan. En la central se ubicó el bello Nazareno que hoy contemplamos. El acabado de su cabello largo que cae sobre sus robustos hombros y bajo una perfecta corona de espinas, así como una bien “aseada y corta barba” y bigote, han tenido elogiosas críticas. Pero lo que, más se destaca, sin lugar a dudas, son sus dulces y grandes ojos rasgados de donde emana una mirada magnética y cautivadora. 

Esta capilla mayor fue fundada por el  licenciado Juan de Santa Cruz y Gómez, teniente general de La Palma y gobernador de la de Tenerife. En el retablo se encontraban sus armas y su retrato. 

La fundación de la ermita del Señor de la Caída, hoy inexistente, tuvo que ver con la antigua imagen del Nazareno. Durante su procesión, el 29 de marzo de 1679, una demente llamada María Ruiz le lanzó por encima un vaso de inmundicia a su paso por la calle Real del Puente del Medio (hoy Pérez de Brito). Esta profanación causó una gran consternación entre los fieles. Estos, con el paso de los años, construirían la ermita en el mismo sitio del incidente para “perpetuar la memoria de aquel atentado y desagravio”. Fernández García confundió la situación del oratorio, que lo ubicó en lo que hoy es plazoleta Vandale y antaño otro inmueble de la fundadora; en realidad ocupaba el solar de la casa señalada actualmente con el número 12. Escribía lo siguiente: “durante el año esta imagen tenía otra celebración el día 21 de octubre, ordenada por el Vicario según normas dadas el 12 de noviembre de 1775, como desagravio que se hacía al Nazareno por el acto cometido por una demente, llegando en procesión hasta la ermita del Señor de La Caída y subiendo por la calle del Estanco (hoy Vandale, donde también se encontraba la ermita)”. 

Tallada en madera de cedro y de caoba “floja” –utilizada en la peana-, el Nazareno es una escultura vestidera, cuyo candelero, completamente modelado, pone de relieve el interés por el desnudo del escultor orotavense, así como el cuidado y esmero puesto en complacer al comitente. Por este motivo, tan sólo están esculpidas las partes visibles, es decir, la cabeza, los pies y las manos, aunque el resto del cuerpo, “oculto bajo la lujosa túnica de brocados, recibió modelación, a pesar de estar pintado en color azul” (Fuentes Pérez). 

Es una obra de la etapa final del imaginero en la que Estévez alcanzó el punto más alto de su producción. Parece que en lugar de soportar la pesada cruz (por cierto sobre el hombro derecho, al contrario que en los Cristos de Andalucía, que lo suelen hacer sobre el izquierdo), lo que hace es acariciarla sin casi esfuerzo, con sus manos magníficamente talladas. “Las manos, de hombre fuerte pero a la vez cultivado, expresan la tensión producida  por el peso de la cruz”. Cristo aparece de pie, inclinando la cabeza hacia su izquierda para no ser molestada por la cruz que descansa sobre el hombro derecho. 

Los investigadores están de acuerdo: la cabeza es un trabajo exquisito, muy superior a aquellos realizados por Luján para los templos de Gran Canaria. Consideran que incluso “de mejor calidad que muchos de los ejecutados por maestros peninsulares del siglo XVIII, entre ellos Juan Salvador Carmona (1708-1767), que esculpió el Cristo recogiendo las Vestiduras, venerado en la Catedral de Salamanca”. 

Así, Delgado Campos -miembro de la Real Academia Canaria de Bellas Artes-, a propósito de esta imagen, ha dicho que “el escultor consigue materializar toda la serenidad de su temperamento clasicista, huyendo de toda tensión dramática (se diría que más que cargar, abraza la cruz)”. Pérez Morera añade que “el imaginero orotavense dejó lo mejor de su arte en el Nazareno […] que representa un sublime ideal de perfección, trasunto de la belleza divina”. 

Amador Marrero, restaurador del Nazareno, opinaba que en esta pieza irrepetible se advierten algunas semejanzas con el venerado Cristo de la Columna de la iglesia orotavense de San Juan Bautista, obra del afamado imaginero sevillano Pedro Roldán. 

En el semblante de la escultura cristológica, el terror y el dolor se han transformado en absoluta calma y sosiego. “Su modelado dibujo un rostro cuadrado, clasicista, de nariz helénica y de ojos grandes y rayados, de los que una mirada infinita señorea todo su entorno”. Es cierto, ante esta penetrante y dulce mirada se decía que el pueblo quedaba extasiado. En cuanto a su cabello, éste está trabajado con ritmo naturalista, sin abusar demasiado de los volúmenes espesos que afean la composición. 

Está concebido según los cánones griegos ideales, representando a un joven atleta de 33 años, en toda su plenitud y belleza física  que interpreta la profecía de la Pasión de Jesús: “Como manso cordero llevado al matadero” (Isaías, 53,7).

 

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