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La Palma en llamas

Julio M. Marante

La sangre, la historia, la cultura y el suelo geográfico en el que vivimos son elementos que unen a los canarios. Estos días el fuego ha engendrado en nuestro Archipiélago vínculos de unidad, de conciencia colectiva, de solidaridad. Todos los canarios, sensibles ante una realidad que parecía superarnos, han vivido como propio el sentimiento de dolor de los palmeros ante el fuego. El desconcierto, la angustia, el miedo y la inseguridad de los vecinos de El Paso, Fuencaliente y Villa de Mazo en momentos críticos nos permitieron descubrir que no estábamos solos en la tragedia. Es el consuelo que nos queda en una isla que en otros aspectos se ha sentido abandonada, que ha vivido momentos frustrantes debido a un equilibrio insular alterado y mal entendido, que en más de una ocasión ha roto la convivencia.

La palabra “gracias” escrita a modo de pancarta en algunas azoteas rompía la distancia en “un abrazo hacia el cielo” para estimular el trabajo de los pilotos de hidroaviones y helicópteros que de forma incesante vertían agua en nuestros montes, fueron el reflejo sereno que en medio de la ansiedad colectiva, abría un cauce a la esperanza, mientras brigadistas de medioambiente y personal de la UME sacaban fuerzas en situaciones límites para superar obstáculos en parajes angostos, sobreponiéndose a la extrema tensión emocional que les había ocasionado la muerte de un compañero, el agente forestal Francisco Santana.

Es cierto que el tiempo seco y cálido no ha sido el único culpable. La violación de las normas con una imprudencia temeraria se lleva parte de la responsabilidad. Pero no somos jueces. Eso sí, entendemos “la rabia” que mueve a muchos palmeros al ver como se ha quemado más de cuatro mil hectáreas de la herencia ambiental recibida, pues aunque nuestro pino canario sea un árbol capaz de rebrotar tras los incendios forestales, las alteraciones del suelo, la degradación y el empobrecimiento de la calidad de la tierra tras un incendio son innegables, como irrecuperables son también algunas especies vulnerables de nuestra fauna y flora.

Reconozco por tanto, que en el ánimo de los palmeros y de todos los canarios un incendio de estas características es un medio propicio para la gestación de fenómenos reivindicativo. Está claro que se necesitan más recursos en el Archipiélago para una intervención rápida y eficaz contra el fuego, pero dejando a un lado esa conciencia crítica que todos tenemos, no podemos negar el despliegue de medios llegados del resto de las islas y de la península  durante el siniestro; el desprendimiento de las comunidades de regantes poniendo a disposición en los embalses y estanques el agua necesaria para proveer a los helicópteros;  el comportamiento de una sociedad generosa con los evacuados de los tres municipios en hoteles, albergues y casas vecinales; el altruismo de los voluntarios que se ocuparon del avituallamiento del personal ocupado en la extinción del fuego; ha sido de agradecer la presencia cercana y permanente de guardias civiles, policías locales y miembros de distintas ONG´s, pero sobre todo, el trabajo encomiable de los brigadistas de medioambiente y de la UME, que junto a los pilotos responsables de los medios aéreos han luchado sin sosiego “más allá del deber” en una situación de emergencia. Resulta evidente que  la población de La Palma ha respondido y, una vez más con su ejemplo, nos hecho sentir orgullosos de ser palmeros.

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