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Petroglifos benahoaritas (I): joyas en piedra

Felipe Jorge Pais Pais

Los petroglifos benahoaritas de tipo geométrico ejecutados con la técnica del picado son, sin ningún género de dudas, la auténtica joya de la arqueología palmera. En la actualidad, conocemos en torno a 450 yacimientos de este tipo distribuidos por toda la orografía insular, desde la orilla del mar a las cumbres más elevadas. Además, y por si ese dato no fuese suficiente, sólo es posible admirarlos en la antigua Benahoare. Este hecho, por cierto, bastante llamativo e intrigante, no ha dejado indiferentes a todos los investigadores que se han adentrado en este apasionante mundo y al que, por el momento, no se ha encontrado una respuesta satisfactoria. Los motivos más representados (espirales, círculos y semicírculos concéntricos, meandriformes, grecas, etc.,) siempre han estado en el centro de la polémica para explicar el primer poblamiento prehispánico del Archipiélago canario y, ante todo, para encontrar un posible significado a estas enigmáticas inscripciones. Y, con toda probabilidad, los científicos, que no pseudocientíficos, nunca nos pondremos de acuerdo sobre esta última cuestión.

Los grabados rupestres benahoaritas son una maravilla, tanto desde el punto de vista estético, como desde el puramente científico. De su importancia e interés hablan los ríos de tinta que se han vertido en innumerables páginas escritas por todo tipo de personajes: científicos, historiadores, etnógrafos, arqueólogos, lunáticos, iluminados, sabihondos, charlatanes, etc., desde el mismo momento de su hallazgo allá por 1752, cuando D. Luis Van de Walle de Cervellón dio a conocer los petroglifos de Belmaco (Villa de Mazo).

Su posible significado y paralelos con otras culturas y ámbitos geográficos han centrado buena parte de las discusiones de la investigación arqueológica del Archipiélago canario para intentar desentrañar el origen y lugar de procedencia de los aborígenes. Pero en este trabajo no pretendemos adentrarnos, y mucho menos resolver, tan sesudas disquisiciones. Algo que, por otra parte, se nos antoja muy complicado de resolver, a pesar de que algunos se empeñen en haber dado con la varita mágica que ha zanjado estas cuestiones lo cual, por otra parte, nos parece absolutamente irresponsable y temerario, máxime cuando se trata de autotitulados arqueólogos y científicos a quienes nadie ni nada les ha concedido ese aval.

El fin último de este artículo no es otro que dejar constancia de que los antiguos palmeros fueron geniales artistas que nos legaron portentosas obras de arte a las que imbuían de un carácter trascendente en las que es imposible disociar su vena creativa de sus creencias mágico-religiosas. Aunque la máxima expresión de esa espiritualidad trascendente sean los miles de motivos geométricos que plasmaron en piedras distribuidas por toda la orografía insular, debemos tener presente que también son joyas los numerosos objetos de uso doméstico y cotidiano realizados en barro (cerámica, idolillos, etc.,) hueso, piedra o conchas marinas (colgantes y cuentas de collar) que fueron adornados con infinidad de motivos decorativos que los hacen únicos dentro de la Arqueología del Archipiélago canario.

Estamos absolutamente convencidos, además, de que esa vena artística y creativa primitiva ha sido transmitida genéticamente desde nuestros antepasados aborígenes hasta llegar a la población actual. Sólo así se explica la idiosincrasia y forma de ser de los palmeros con un gusto muy refinado que procuramos expresar en todos los órdenes de la vida como, por ejemplo, la pasión y el fervor con que defendemos y practicamos nuestras fiestas y tradiciones (Corpus Christi, Sagrado Corazón, Romería del Pino, Bajada de La Virgen, El Diablo, etc.,), las actividades artesanales elevadas a la categoría de Arte, el empeño en proteger y salvaguardar nuestro riquísimo y variado patrimonio etnográfico y, en definitiva, el gusto por las cosas bien hechas y un recargamiento tan abrumador (esgrafiados en las casas, los intrincados dibujos del bordado palmero, la profusión de flores por todos los lugares, infinitas gamas de colores en las viviendas, la variedad y perfecto acabado de los trajes típicos, la fina y exquisita repostería, la meticulosidad y ‘pijotería’ en trabajos de albañilería dispersos por toda la isla, etc., etc.,) que rememoran el refinamiento y abigarramiento con que se decoraron muchas de las vasijas benahoaritas.

Cualquier persona que contemple alguno de los numerosos petroglifos de la Isla, aunque no tenga ni idea de la Prehistoria de Benahoare, y por pequeño e insignificante que sea el panel o el motivo, no tendrá la más mínima duda de que se encuentra ante obras de arte. Nadie queda indiferente ante la espectacularidad y grandiosidad de algunos de nuestros yacimientos más emblemáticos: La Zarza-La Zarcita (Garafía), La Fajana y El Verde (El Paso), Roque Teneguía (Fuencaliente), Belmaco (Villa de Mazo), La Erita (Santa Cruz de La Palma), etc. Este patrimonio valioso, y único, es un gran desconocido para la mayoría de los palmeros. Para respetarlo y protegerlo es absolutamente imprescindible valorarlo en su justa medida. Pero es que, además, la inmensa mayoría de estos conjuntos prehispánicos están enclavados en medio de unos parajes naturales de ensueño que, si cabe, incrementan notablemente el halo de misterio que parece envolver a estas inscripciones pétreas. Por todo ello, venimos defendiendo desde hace mucho tiempo, que el patrimonio arqueológico benahoarita puede contribuir, aún más, al desarrollo turístico sostenible de la Isla, puesto que contamos con una riqueza arqueológica única (grabados rupestres, cerámica, potentes estratigrafías, etc.,) de gran atractivo para los visitantes que, por si fuera poco, se encuentra en un aceptable estado de conservación. Sólo baste recordar que los Parques Arqueológicos de la Zarza-La Zarcita (Garafía) y Belmaco (Villa de Mazo) llevan abiertos desde 1998 y 1999, respectivamente, sin ningún tipo de ayuda económica institucional. ¡Por algo será!

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